14 marzo 2006

MI PADRE: La solidaridad nace donde menos se espera

¿Puede haber algo más siniestro que la medicina puesta al servicio del horror? Profesionales de la salud que juraron defender y proteger la vida actuando para la eliminación del otro. Eso ocurrió en Chile, bajo el amparo que otorgaba el poder total. Y no solo médicos aislados participando de la tortura, sino instalaciones, recursos, conocimientos puestos al servicio de la muerte. Por ello, la institución médica tiene una deuda con el país, en cuanto a fortalecer los principios de la profesión en la defensa y promoción de los derechos humanos, concretamente en el cuidado del otro. Esta historia oscura forma también parte, por tanto, de lo que las nuevas generaciones de médicos han de conocer para distanciarse por siempre de tales prácticas. Y, como mínimo, aquellas personas que tuvieron parte en este tipo de hechos, debieran ser identificados y separados de sus funciones de por vida, pues no queremos que nuestros hijos sean tratados por aquellas manos.

No obstante, donde hay poder hay resistencia, y el siguiente relato de papá muestra la valentía y calidad humana de enfermeras y paramédicos que desafiando anónimamente al terror arriesgaron su seguridad para entregar un mínimo bienestar a un desconocido peligroso que lo requería con urgencia. Mi agradecimiento infinito a aquellas personas, que con su actuar profundamente digno, hacen que la esperanza vuelva a tomar vida y se proyecte hacia mundos y tiempos mejores.

Saludos cariñosos,
Manuel Guerrero Antequera.
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La solidaridad nace donde menos se espera

Me quedé en el limbo, suspendido de leves ligaduras. Deseaba recordar, pensar en cosas agradables, pero la memoria estaba bloqueada por una conjunción de dolores, dudas, luces rojas y grisáceas, millares de puntos y figuras que se acercaban y alejaban hasta ha­cerme parecer un diminuto punto en un horizonte desér­tico y desolado. Ese punto se acercaba peligrosamente, amenazándome con triturarme y cuando ya esperaba ese apretón homicida, se alejaba hasta el más allá.

Así estuve no sé cuanto tiempo, mirando sin ver, pensando sin pensar, aletargado e insomne. Qué hora sería, qué ha­bía afuera, por que un afuera tenía que existir, no podía ser el mundo nada más que ese cuarto aséptico de mi vida.

Tenía sed, calor, frío, deseos de aullar. Pero nada pasaba, todo seguía igual, nada dependía de mí en ese instante modificar.

(Cuánto no daría por estar en un lugar seguro, tranquilo, amodorrado o eufórico, solo o acompañado, pero seguro, donde dependiera de mí ejercer modifica­ción de lo que haré las próximas horas y días; qué de­seos de aspirar aire puro, limpio, fresco; de comer sin límites ni objetivos, comer porque deseo comer has­ta largarme al suelo cansado, extenuado, satisfecho de haber comido; qué darla por acariciar una mano, rozar una cabellera, besar unos labios tibios, recíprocos, íntimos; qué deseos, mierda, de vivir, vivir nada más que vivir).

Los labios están resecos, quiero agua, beber. Siento el paladar áspero, agrietado, pero al menos puedo mover la lengua. Ja, ja, ja, eso sí que no me pueden di­rigir, la lengua, mi lengua la manejo yo, al igual que mis pensamientos.

Siento la cercanía humana, como respuesta me recojo, me preparo para lo que pueda venir. Con inusitada delicadeza me levantan levemente y me acercan a la bo­ca un líquido dulzón. Apreto las mandíbulas, porsiaca.

- Es agua, no le hará nada, le servirá, beba, no se preocupe.

Era una voz femenina, me sonó quizás por qué ca­pricho, distinta. Tomé agua con fruición hasta hartar­me.

- Ya déjese de ternuras, ¡esta huevá no es pololeo!

Precipitadamente me soltaron la cabeza. Eran los conocidos de siempre que volvían a su faena.
La muchacha, vestida de blanco, por lo que logré apreciar, se retiró rápidamente.

La risa idiotizada de los guardianes estaba sobre mí.

- Luego va a venir a verte el doctor, te han atendido como no te merecí, como un regalón. Mejor para tí y nosotros. Tenemos que trabajar, tú sabí, el trabajo es el trabajo.

Al rato apareció un individuo que oficiaba de mé­dico, no habló nada, me examinó y se fue. Al pasar ví que tenía una insignia como la de los pacos con las dos carabinas atravesadas.

De inmediato me puse a divagar, qué significaba eso, sería el servicio de inteligencia de carabineros el que me tenía, ese sería qué recinto hospitalario. Prestaría atención a ese hecho.
Tenía los brazos inyectados por suero y a cada momento me ponían otras inyecciones. Veía caer pesadamente el suero y con los párpados entrecerrados observaba la gota formarse, soltarse, caer y escurrirse bajo mi piel. Estuve largo rato mirando esa operación. Me que­daba traspuesto, despertaba y seguía cayendo interminable el suero. ¡Qué importa cuánto demora en caer el suero!, nada me espera, estúpidamente pensé y me reí.

Cuando lograba sonreír trataba de atrapar ese hu­mor para que me acompañara un rato, pero la hilaridad duraba poco; si hubiera estado acompañado, aunque no lo deseaba, sería a lo mejor distinto.

La mole cayó como roca sobre mí, me cubrió, sofo­có, bloqueó, desesperó. Con brutalidad las agujas del suero fueron arrancadas. Me revolví, traté de protegerme, abrir los ojos. Uno de los sujetos se había lanzado sobre mí y tiró la manguera del suero. Al instante se puso a gritar, entre irónico e iracundo:

-¡Querí matarte, así que querí suicidarte, cobarde concha de tu madre! ¡Querí irte cortado, escaparte de nosotros, maricón!

- Vengan, vengan, que este huevón quiere matarse.

Atropelladamente aparecieron otros gendarmes que armaron gran batahola, gritaban, se autoexitaban, me injuriaban, golpeaban, alardeaban.

(Esta es una pesadilla ¡una locura total: En qué mundo estamos. ¿Qué pasó aquí? ¡Dónde está la cordura, la realidad! Tengo que escapar, zafarme de este tormento, si voy a morir, bien, muero, pero basta, basta, basta de esta pesadilla brutal).

Corriendo llegó quién dijo ser un médico, que me retó y me habló de que si no quería vivir era asunto mio; pero que su "deber" era salvarme, que "después" podía hacer lo quisiera con mi vida.

Me dieron ganas de decirle: si concha de tu madre cancerbrero hijo de puta, maricón entre los maricones.

Esa noche fue infernal, tenía pesadillas, sueños atroces, despertaba y no sabía cuál era el umbral entre la realidad y la ficción.

(Iba caminando por una calle conversando alegremente con un compañero. De pronto sentimos ruido de motores y se nos vienen encima varios sujetos que nos golpean, y arrastran hacia sus vehículos. Comenzó una carrera desenfrenada, alternada con gritos esquizofréni­cos de los ocupantes de los coches, giran velozmente las esquinas, ríen estúpidamente, juegan a los choques como los pequeños dentro de los parques de entretenciones. Se introducen por caminos desérticos y abandonados que nacen de avenidas llenas de movimiento, doblan frente a una fuente gigante de metal que automáticame se abre, nos bajan a tirones, patean, escupen, vomitan sobre nuestros cuerpos que pasan por una especie de callejón sin fin que al terminar desemboca en un saIón blanco y amplio que huele a hospital, farmacia, cementerio.

En un pupitre muy alto hay un hombre de grandes dimensiones que nos observa despectivamente hacia abajo como pequeños insectos a los cuales su manaza aplastará: “Se han vuelto a meter en líos, ustedes se lo han ganado, de aquí se van a la isla Decepción en el sur, donde podrán hacer proselitismo con las focas, ja, ja, ja, con las focas, me salió bueno el chiste, ¿no les parece?, bueno llévenselos y antes de dejarlos allá vuelvan a pegarles para que tengan motivo para tomarse vacaciones, o si no, les va a salir gratis el descanso. Bueno, andando se ha dicho, de aquí a una barcaza y de la barcaza a la isla, tienen suerte, siempre quise conocer el extremo sur y nunca pude, si hubiera sabido que siendo comunista a uno le pagan el viaje bien me hacia comunista por ese minuto”, dijo el juez-instructor- matón-mayor-torturador, lanzando nuevos ja, ja, ja.

Salimos ya haciéndonos la idea de la vida en Decepción cuando nos interceptan otros hombres: “¿Para dónde van, éste nos pertenece, seguridad del Estado, vamos Pelluco quedamos con la bala más pesa’ que tú mismo”. Cruzamos la puerta y había un corral como el de las vacas y se divisaban siluetas silenciosas, que giraban sin objetivos, “pero antes de ir a ocupar tu lugar ven Pelluco, sácate la ropa, Picasso ven acá, te llegó pega, bueno, con estos brochazos blancos democratizamos el sistema, son todos iguales, qué más comunismo quieren”. La pintura me cubre, me borra el color del pelo, elimina las facciones, “empecemos por la cabeza, listo, ya es ‘propiedad social’, ahora el cuerpo, métele pintura, bórrale el cuello, el ombligo y también el pico, total para qué lo quiere si no lo va a poder usar, quedan lindos, mononos, así todos de blanco; ésto si es democracia, con un brochazo desaparecen las diferencias sociales”.

Observo horrorizado como la pintura ya elimina mis zapatos y pareciera que se me va metiendo en la sangre, en la cabeza, en el mismo alma: "No, no quiero ser una silueta más, un fantasma inanimado, un muerto en vida, quiero ser yo con mi nombre, mis rasgos, mis grandezas y mis pelotudeces, pero yo. No, no quiero, no, ¡no! ).

Desperté desesperado, me miré las manos y el cuerpo, el sudor me bañaba.

Hasta que aclaró. Ver la luz me alivió. Venía un nuevo día. Para qué imaginar cómo sería.
Me sentía sucio, incómodo, deshecho. Qué ganas de bañarme, cambiarme la ropa, acostarme en una cama sin ese hule que me quemaba el espinazo y que tuviera sábanas limpias.

Más tarde vinieron unas muchachas que me tomaron la temperatura, la presión y me dieron unos remediosen silencio. Estaban demudadas, entre angustiadas y temerosas.

Al verlas así, dije:

- Me gustaría lavarme, me siento sucio y hediondo.

Se miraron y salieron como llegaron, silenciosa­mente. Al rato volvieron con una mujer de más edad que parecía jefa, vestida de enfermera. Me observó atentamente, me tomó los brazos y examinó sin preguntar nada, hasta que exclamó:

- A un enfermo no se le puede tener así, báñenlo y afeítenlo.

Acumulando audacia pedí:

- Podría darme pasta para enjuagarme la boca, la siento apestada.

Me obsequió una confusa mirada.

Al rato regresaron las muchachas con un gran lavatorio, jabón y toalla. Me desnudaron.
Quedaron estupefactas al verme el cuerpo. Una intentó llorar pero se reprimió. Con religiosa paciencia y delicadeza me fue­ron jabonando y lavando todo el cuerpo, incluyendo los genitales. Al terminar me secaron y me pusieron un bluzón verde, típico de enfermo hospitalario.

Estuve tentado de hablarles francamente, pero la vigilancia de los perros no lo permitió, además que tuve que soportar sus risas y gestos estúpidos.

Quedé como nuevo hasta donde podía quedar como nuevo. Sobre todo, estaba contento de hallar un poco de humanidad.

Para completar mi regocijo, al rato las muchachas volvieron con un tubo de pasta de dientes, un cepillo nuevo y un paquete de galletas. Lo único que susurra­ron fue: - Es un obsequio de todo corazón.

Durante varios días, seis o siete, estuve en ese lugar. Fui golpeado, mi estado se agravaba y me recuperaban. Los equipos de interrogatorio eran los mismos antes descritos. Los guardias cumplían horarios burocráticos y se relevaban cada 8 horas.

La rutina, por llamarla de algún modo, era simi­lar: fui torturado muchas veces, en especial después de una cita ficticia que dije tener, al regreso de la cual me sacaron, como se dice en buen chileno, cresta y media.

Los guardias, en general, eran tipos incultos, os­tentosos, que decían comunicarse con una tal "oficina"; contaban de sus fechorías para agigantar su imagen. Así tuve que escuchar bajo la mayor repulsión, cómo uno de los matones se ufanaba de haber participado personal­mente en la detención y secuestro de José Weibel.

Otro narró cómo a unos vecinos que eran de la Unidad Popular les hizo pagar caro su condición de comunistas, y le habían detenido al hijo, después a un herma­no y al propio padre. Esto en especial venganza porque la compañera era presidenta de la JAP de su barrio, durante el Gobierno del Presidente Allende.

Con todo, yo me iba sintiendo mejor, no bien, pe­ro más recuperado. La angustia no se detenía ni un so­lo momento. Sabía que esto era un compás de espera de momentos más graves y terribles aún. Lo único que me hacía estar tranquilo era que el objetivo primero que me había puesto, de ganar tiempo lo estaba alcanzando.

Manuel Guerrero Ceballos, 1976.
[Sigue leyendo Viaje en silla de ruedas]

12 comentarios:

Anónimo dijo...

Sigo leyendo Manuel, y por cierto cada vez amando más la figura de tu padre, que excepcional comunista, que hombre con más valor y consecuencia revolucionaria, pero también esto genera en mí mucha mas rabia, mas impotencia y más deseos de justicia, no me pidas Manuel que yo tenga solo buena onda de aqui en adelante porque esto "ya pasó", no Manuel, tengo un hijito de 12 años y si no morí en la dictadura, es la posibilidad que me entrega la vida ahora para enseñar a mi hijo a que el valor por la vida es fundamental y si uno tiene que dar la vida por la vida de otros hay que hacerlo. sabes Manuel, entre nos, yo tengo odio por ellos, siento desprecio por el uniforme militar, no creo en Cheyre ni en ningúno de éstos criminales que estan apaciguados porque ahora no tienen fuerza pero mi íntima convicción es que en cada milico vive una alimaña que se despierta frente a la posibilidad de ser poder y asesinar con impunidad. Yo te acompaño Manuel en cada dia que escribes y en los que no, también lo hago porque has puesto este tema en poesía, en semilla de humanidad, pero no me pidas que no sienta rabia y a veces, créeme Manuel, que quisiera tener el poder y los espacios para haber hecho justicia por mi propia mano, a los 23 años fui brutalmente golpeado por gorilas gigantones en pleno centro, vi un rostro desdentado que no olvidaré jamás, era lumpen adscrito a la CNI, mi hermano llorando me ha contado, recién después de 33 años los horrores del Estadio Nacional, a él lo dejaron con su personalidad quebrada para siempre. Mi padre un viejo comunista y mi abuelo obrero pampino y dirgente del PC en Iquique, de ese seno provengo yo, pero yo estoy en la Concertación, no reniego, ni renegaré jamás del partido, para ellos, todo mi reconocimiento y amor, hoy estamos en la construcción de un Chile distinto, pero no por eso, dejaré de abrazar el derecho y el deseo de un Chile libre de miseria humana, miseria que representa el ejército chileno y las bestias de carabineros que asesinaron a tu digno y valiente padre. Un abrazo Manuel, me ha hecho llorar estos relatos, pero los recibo como un valor humano infinito que pone de manifiesto, la diferencia infinita y eterna entre un comunista y el fascismo.

Anónimo dijo...

Hola Manuel, Cuantos años habrán pasado ya desde que éramos compañeros de colegio.
Hoy por esas cosas de la vida que este medio nos da, me llego un escrito tuyo por tu padre….. la verdad no deje de acordarme de el y el aporte que fue en mi vida.
La motivación, la energía y entusiasmo que me entrego.
Comparto tus palabras desde el sur, donde vivo hoy en día. Recordando siempre la historia que nos unió y en las ideas que seguimos compartiendo.
Gracias por escribir, lo que escribiste, la verdad me llego muy adentro.
Gracias. Un abrazo
Pancho

Anónimo dijo...

Manuel, quién ha dejado huellas en su paso por la vida, no muere, siempre trasciende, por eso, tu padre jamás morirá entre quienes luchamos por una vida mejor.

Te felicito por recordarnos todos los pasajes de su vida.

Un abrazo

Anónimo dijo...

MI ESTIMADO MANUEL:

TE QUIERO AGREGAR QUE PARA "NOSOTROS" FUE MAS DOLOROSO QUE NADIE.

CUANDO DIGO NOSOTROS, SOMOS LOS MEDICOS DE LA UNIDAD POPULAR, QUE EN 1973-74 FUIMOS DELATADOS Y LUEGO TORTURADOS POR NUESTROS PROPIOS COLEGAS.

FUIMOS MUCHOS

SALUDOS FRATERNAles

Anónimo dijo...

...como dijo Salvador Allende seguiremos siendo los mâs y los mejores. Ni la barbarie mâs brutal podrâ arrancarnos nuestros valores de justicia, solidaridad y fe en una patria digna para todos. Un sincero homenaje a los caìdos que permitieron con su sacrificio que algunos de nosotros sobrevivieràmos. No creo que sea rabia lo que llevo dentro, ni menos odio. Es impotencia, tristeza y decepciòn al percatarme de que en "democracia" no hay justicia y los criminales (civiles y militares) gozan de privilegios y aùn tienen el descaro de alzar sus voces en defensa del "honor militar". Gracias Manuel por compatir los recuerdos de tu padre. Para quienes hemos sufrido los embates del fascismo es muy duro relatar nuestras heridas y tendemos a mantenerlas ocultas en el rincòn mâs alejado de la memoria. Un saludo fraternala todos, sin excepciòn, los compañeros de lucha. No claudicaremos y no hay perdòn sin justicia!
atte. uno de los miles de la Lista Valech.

Anónimo dijo...

hola querido manuel;
muchas gracias por compartir esto conmigo y con tant@s otr@s -yo
tambien lo reenvio a much@s mas;
conoci brevemente a tu padre, ya que mi hijo estuvo en el latino y
estabamos alli, cuando fue su secuestro y asesinato... mi compañero
tambien fue asesinado...
quisiera pedirte el favor de que dieras a conocer los nombres de
aquell@s medicos que participaron en las sesiones de tortura de tu
padre, ya que si la "justicia" no hace nada aun al respecto, nosotros
tenemos el deber de hacerlo, y debemos empezar con dar a conocer sus nombres a todo el mundo!!!

Anónimo dijo...

MANUELITO:

Discúlpame que así te nombre.
No tienes que disculparte por mandar los correos
llenos de tus sentimiento, en mi corazón siempre serán
bien benidos

Dices, sino quieres que te mande estos correos disc
ulpa....De qué mierda estáS HABLANDO.

tÚ Y YO NECESITAMOS CONTAR NUESTRAS HISTORIAS.

tÚ ERES MÁS CORAJUDO.

Gracias por escribir. Aúhn que me duela el Alma
leerte, me hace bién.

Nos encontramos el el lATINO EL 30 como siempre-

Te quiere siempre una tía del Latino

Anónimo dijo...
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Anónimo dijo...

Estimado Manuel,
la descripción de tu padre sobre lo que vivió durante su permanencia en el hospital de carabineros, debe ser conocida y difundida, tanto entre el personal de ese y otros hospitales, como entre los médicos , a través de sus organizaciones gremiales. Te sugiero que les hagas llgear ese relato, y que les exijas que él sea publicado en sus revistas de difusión y en sus diarios murales. A la vez, puedes pedirle apoyo a las organizaciones sindicales de trabajadores de la salud, para que se ocupen de controlar que esa difusión se haga efectiva.

Anónimo dijo...

Estimado Manuel
He leido con detención, tus penas, frustraciones, dolores, amarguras, etc., pero pronto verás a todos estos personajes, que han contribuido al dolor, la prepotencia y aniquilación de familias completas que les está llegando la hora y se les está pasando la cuenta, yo conozco mucho, que fueron soldados de esa época y se han ido consumiendo con el Cáncer más doloroso y que han pedido la muerte a gritos y han ido pagando las atrocidades que cometieron, como con tu Padre. Sólo ten paciencia!!! estamos en un año sin términos medios o muere o no muere, es místico o lo es, es malo o no lo es, vas a ser observador y ya está sucediendo, que están cayendo uno a uno y espera el final del Dictador, que cada vez la agonía, va en forma lenta y está empezando gradualmente a cada uno de ellos y pronto verás y serás testigo de estos personajes, la caida de ellos, recuerda que el dolor cuando es lento es más intenso que los dolores rápidos y las emociones también duelen, y se van acumulando y los dolores de otros también se acumulan. Empecemos a sumar esas energías de esos torturadores, o esos Médicos que juraron algún día de aliviar el dolor y que en esa época lo quebrantaron. Empieza a preocuparte de ser feliz, es decir no te preocupes, solamente ocúpate.

Anónimo dijo...

Es muy conmovedora y aleccionadora la carta de tu padre que has publicado, que nos
han mandado. Gracias, porque esa carta hace renacer la esperanza en el ser humano,
esa esperanza que tanto necesitamos.

Fraternalmente, Margarita

Anónimo dijo...

Hubo una complicidad inaudita, puedo asegurar que no sólo los médicos incurrieron en
este período.

Los Periodistas juramos informar la verdad, por lo tanto me pregunto cómo fue
posible que durante ese tiempo los profesionales del periodismo encubrieran tanto
crimen trastocando los hechos inventando escenas que nunca ocurrieron en hechos de
sangre y crimen.