17 marzo 2006

MI PADRE: Nueva residencia


Estos relatos que comparto contigo son el testimonio de mi padre de cuando era trasladado entre distintos lugares de reclusión, en calidad de detenido desaparecido, esto es, con identidad falsa, como "Pedro González Rocha", con su rostro cubierto, y en manos de efectivos armados que no cesaban de interrogarlo, sin que se le informara donde estaba, ni quienes lo tenían. Hoy sabemos que el lugar donde pasó más tiempo fue en "La Firma", en calle Dieciocho, donde operaba el Comando Conjunto, y que luego fue trasladado, para volverlo a la vida y continuar interrogándolo, al Hospital de Carabineros. Desde ahí tuvo un nuevo cambio de destino, con la bala en su cuerpo, del cual da noticias en "Viaje en silla de ruedas" y "Visión de Santiago". ¿A donde lo llevaban esta vez? ¿Se asomaría la luz al final de este largo y angustioso túnel?

Gracias, una vez mas, por abrir tu tiempo a esta memoria herida, pero digna y profundamente humana de un muchacho de 27 años de edad en aquel 1976, que a través de tu amable lectura, hoy se contacta con su país y la vida.

Amor, razón y fuerza,
Manuel Guerrero Antequera.
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Nueva residencia

Con la cabeza entre las piernas se ve distinto el mundo. Yo lo veía oscuro, achatado, ridículo, ab­surdo. Cómo no haber percibido antes que con nosotros convivían seres de otro planeta, o más bien de este, pero de otra dimensión, la dimensión del placer del dolor, del apetito de padecimiento, de la felicidad de la tragedia. Los fascistas no eran seres de las pelícu­las, o de otras latitudes, también se llamaban Guzmánes, Pérez, Montero, Merino o si queremos también con apellidos que suenan extranjeros pero ya son chilenos, Pinochet, Leigh, Ewing y otros. Con ellos nos podíamos topar en la calle, en un acto o recepción, o viendo el fútbol los domingos. Pero tras su faz escondían odio, ferocidad, sed de venganza, revanchismo de clase, ser­vilismo, doble codicia.

De tanto decir, “aquí en Chile no pasan esas cosas”, frase que acuñó la burguesía y no el pueblo, porque a éste siempre le pasan cosas, nos anduvimos convenciendo. Y nos faltó vigilancia, fuerza, ductibilidad en algunas cosas e intransigencia en otras. Cómo no haber evitado tanto dolor, desamparo, padecimiento.

(Y aquí voy como un bulto, vuelto a feto por involución propia. Ovillado por obligación y autorrecogido por protección. Lo que tengo más cerca de mí es el pi­so del auto, linda vista, ¿no es cierto?, y si quiero recrearme, puedo percibir el olor a mierda de estos cabrones, pijes, hijos de su papá, burgueses de la gran puta que juegan a los jovencitos con seres reales, que acaban al poder disparar, que se masturban con el olor a sangre, que llevan cuentas de las violaciones habi­das, "yo me culié una cristiana, y yo dos comunistas, y qué, y yo me tiré a una mirista").

La risa de los agentes de la DINA era estruendosa y sólo se apagaba por los chillidos de los neumáticos producidos al girar bruscamente, corrían uno al lado del otro, adelantándose, en mortal carrera, al estilo de "Rebelde Sin Causa."

De vez en cuando un golpe en la cabeza o en la espalda me hacía recordar, como si pudiera olvidarlo aunque fuera por un segundo, su compañía:

-¡Afírmate Pelluco!

Frenaron bruscamente y hablaron con alguien que estaba afuera. Lo único que logré oír fue: "tienen que esperar, hay visita".

Bastó eso para que empezara a especular: esperar, visita, qué visita, dónde estaremos, tengo que lograr mirar, si me pegan una vez más que va a pasar, por lo demás ya estoy harto adolorido. En el ínter tanto, uno de los agentes me preguntó: “Dime, ¿y puede ser comunis­ta un cristiano?”. Desde el piso le respondí. Escuchó en silencio, para después de mi explicación exclamar: "Harto rara la huevá".

Fue largo el momento que hubo que esperar. Después ingresamos a un recinto, se notó que cruzábamos una entrada y sonó, al cerrarse, una pesada puerta.

Los autos circunvalaron un lugar en el que se es­cuchaban voces coloquiales, ritmos de vida corriente. Traté de levantarme y un pie me aplastó la cabeza al suelo. Me fue imposible mirar y hablar. Envuelto en la frazada me sacaron e introdujeron en un recinto. Allí me descubrieron.

Los recién llegados y los allí presentes se saludaron amigablemente:

- Traen más pega por lo que veo.

- Así es, es que estos "nachos" no se cabrean nunca, y con lo de la OEA andan muy activos, pero ya va a pa­sar este huevéo y ahí veremos.

- A este se lo traemos con una "píldora".

-¿Se la metieron por el poto o por dónde?

Grandes risotadas celebraron la salida del sujeto que con pistola al cinto estaba tras un escritorio frente a una máquina de escribir.

Se despidieron y se fueron, no antes de gritarme riendo:

-¡Chao Pedro, quedái en buenas manos!

El funcionario empezó a hacer preguntas como si fuera aquella una oficina pública que atiende de 10 a 12 y de 14 a 16 horas, intentando aparentar prescindencia de su oficio de carcelero-torturador.

Me condujo por un largo pasillo y me arrojó a un cuarto que tenía dos camarotes de dos camas cada uno y nada más. Todo era desolado, frío horrorosamente aban­donado.

Cansado me tiré en una cama.

Sonó un teléfono y el guardián respondió:

-¡Sí está aquí, claro, se llama Manuel Guerrero Ceballos!

Otra vez escuché mi nombre. Hacía varios días que no sucedía. Me gusto oírlo, era como que venía más (ideas de uno), era como si yo me avenía más con este nombre y no con otro, tenía indumentaria para éste y no para otro, menos para el de Pedro González.

Una vez más esperé agazapado.

Al rato sonó un portón metálico y por el largo pasadizo se oyó una voz:

- Tráiganlo.

Esperé por si podía ser otra persona, pero los pasos se encaminaron y se detuvieron frente a mi puerta y abrieron el cerrojo que se cerraba, como es de imagi­nar, por fuera.

Otra vez me sonaban los oídos, la cabeza me daba vueltas, sentía ganas de vomitar, temblaba entero, deseaba orinar.

Un par de sujetos estaban allí. Uno tendría unos cincuenta años, parecía un capitán o algo así, pero vestido de civil, y el otro era más joven y se paró detrás del primero.

- Su nombre, dirección, edad, profesión, por qué está aquí, de qué se le acusa, tiene armas, por qué le dispararon, a cuantos hirió Usted, qué responsabilidad política tiene, cuál chapa usa, etc., etc., fueron sus preguntas iniciales que buscaban mostrar el mayor carácter técnico-profesional al interrogatorio.

Cuando había pasado la avalancha pregunté:

- Quisiera saber dónde me encuentro y bajo qué institución estoy detenido.

Como para tranquilizarme, después de grandes aspavientos y con voz presuntuosa dijo:

- Usted está en Cuatro Álamos, bajo jurisdicción de la Dirección de Inteligencia Nacional.

"Con tal credencial, pensé, puedo estar tranquilo".

Como respondí muy en general y solo lo que era menester, el agente dejó sus buenos modales y entró al terreno directo de sus aptitudes. Me golpearon y empe­zaron a proferir amenazas para mí y mi familia.

Como yo no me retenía en pie y caí al suelo me trasladaron a la celda y se marcharon.

Allí quedé echado en semioscuridad. Traté de oír más movimiento en el recinto para saber si a otros presos también los tendrían ahí. No escuché nada.

Mucho después me volvieron a sacar, y un pseudodoctor empezó a examinarme haciendo el resto de las pre­guntas que le había encomendado su jefe. Me aplicó una inyección, me dio unos calmantes, hizo algunas amenazas y terminó la consulta médica.

A solas en mi cuarto me atacó un dolor muy grande y perdí, no sé por cuanto tiempo, el conocimiento. Desperté aterido de frío, gateando fui tirando frazada por frazada que había en los otros camarotes y me cubrí con todas ellas. Serían unas doce, pero aún así temblaba. No podía conciliar el sueño, quería dormir, descansar, prepararme para lo que seguiría.

En el silencio de la noche escuché, a lo lejos, trozos de melodías que llegaban a mí y se esfumaban.

No pude dormir nada. Empezó a aclarar y me levanté.

Hacía mucho frío. Ese mes de junio fue duro en Santiago.

Había una ventanuca por la que entraba luz. A través de los vidrios protegidos por gruesos barrotes, se veía un muro plomizo con alambradas de púas. Era todo muy triste y lúgubre. Lo único que denotaba vida era un solitario naranjo que por sus medios había sobrevivido a las inclemencias de la naturaleza y humanas.

Observé cada rama y hoja de ese arbolito. Me pareció descubrir la nervadura de sus hojas y sentir su aroma.

En eso estaba cuando se abrió la puerta y un guardia me entregó un tazón de té y un pan. Pedí permiso para ir al baño. Me acompañó. Junto con orinar me lavé la cara y descubrí un espejo. Sentí curiosidad por verme. Me miré y me sorprendí de lo albo que estaba, des­ordenado, ojeroso, acabado. Como hablando para mí, medije en silencio:

-¡Pero seguí vivo Manuel Guerrero!

Empecé a convertir en ritual cada comida, era un contacto con la civilización. Puse el jarro en la cama con el pan al lado, sorbía un poco y comía un trozo de pan, y así, cada vez, lo más lentamente posible. Muchas veces no tenía apetito, sobre todo por mi salud, pero la ceremonia siempre se celebraba.

Al avanzar la mañana otra vez no tenía nada que hacer. Dormité y desperté con el canto de los pájaros. Me paré presuroso a la ventana. En el naranjo había dos gorriones, que revoloteaban en torno suyo. Los miré con franca algarabía. Los encontré bellos, ágiles y, sobre todo, libres.

Mirándolos recordé la reproducción de una pintura rusa que teníamos en nuestra casa, que mostraba a unos campesinos presos mirando unos pájaros por la ventana de su celda y que tenía por similar nombre, La Libertad. De esa pintura sobre todo me gustaba la cara del campesino ruso que, con gran fuerza y tranquilidad, ob­servaba a las aves, como si estuviera convencido que luego las acompañaría.

Por asociación, pensé en otros cuadros. Uno soviético también, que se llamaba La Maestra Primavera, que mostraba a una joven de la república asiática, que por solitarios senderos se encaminaba, seguramente hacia su escuela. También recordé los grabados de autores chilenos que teníamos; Lautaro, de Santos Chávez, otro de Vilches, uno de Ginés Contreras y uno de Ampuero. Cada uno mostraba algo de la vida de los trabajadores o el ansia de libertad.

¿Estarían aún esos grabados en casa o los habrían destruido?

Manuel Guerrero Ceballos, 1976.
[Sigue leyendo Conversando con las paredes]

7 comentarios:

Anónimo dijo...

Sigo...haciendo un recuento del presente en mi memoria me señalo de lo mucho pendiente en este país, se me asoma la frase cliché de que lo urgente le quita espacio a lo importante -premisa falaz tan utilizada como justificación y argumento; ha pasado demasiado tiempo y me digo que mientras más pase, más le deberán a la historia -porque seguiremos recordándoles aun sin voz- que está teñida de hechos humanos de sujetos concretos...y se me viene reiterando casi como eterno lo acallado de la verdad verdadera y de la tan necesaria y debida justa justicia... y me pregunto por qué tan maquillada y disfrazada de mogigata la realidad, que sigue estando a favor de los "vencedores" que llevan siglos en lo mismo de aplastar, de exterminar lo diferente enraizado en las mayorías que siendo más en número no gozan de poder ejercido con apellido de autoritario...y aquí y ahora siguen paseando campantes los ase! sinos crueles, genocidas despiadados; torturadores/as todos/as y cada unos/as de la misma baja calaña; estirpe cobarde de colores oscuros, de verdes militares, de delantalcitos blancos por fuera, con las conciencias todas impunes manchadas y teñidas las manos con sangre de tantos y tantas miles de personas que no merecieron, merecen, ni merecerán el trato ruin de las bestias burlonas y envalentonadas, pero siempre cobardes; hoy tras bambalinas, agazapados/as y amparados/as en el silencio de otros/as muchos/as que creen equivocadamente que por ahí se alcanza la manoseada y obtusa reconciliación y, así una frase huera lleva a otra y yo sigo esperando sumar sueños con los y las que tenemos sueños en común y no dejaré de exigir en el espacio en que me encuentro y me encuentre, sola o acompañada por la verdad verdadera y la justa justicia plena que nos debe este país...Sol

Anónimo dijo...

Querido Manuel hijo...todos los hijos de nuestros amigos y compañeros asesinados por la dictadura son nuestros queridos niños de antes. Seguirán así por los siglos de los siglos... nuestros niños aun cuando ya hayan crecido bastante.
Mientras nos dure la vida y mientras seamos capaces de seguir trasmitiendo la historia a otros. Esa historia de quienes dieron su vida, su inteligencia, su amor, su sentido optimista de la vida, su humor....valores que parecen perdidos en estos tiempos. Recuerdo haber cantado, reído a carcajadas, bailado y haber jugado feliz a una edad que hoy los jóvenes no se lo permiten...están demasiados ocupados tratando de abrir un espacio...en el trabajo, en el sustento, en la "desaparición" de la vida a través del alcohol y las drogas....No, no todo está perdido...pero esas realidades dolorosas afectan a miles, pero creo que somos muchos los que no estamos dispuestos a descansar...no para volver atrás, pero s! i para darle más entido a la vdia de hoy.

He leído todos los recuerdos sobre tu padre....En mí atesoro otros... no sólo de él, si no que también de José Manuel, del Checho, de Luis Alberto Corvalán, de Juanito Orellana, y de tantos que tuvimos el privilegio de formar parte del grupo de los jotosos de los sesenta... Nadie dice que fuérmos perfectos...pero como nos amábamos y como crecimos juntos en tantas cosas.
Te doy als gracias por tenerme en tu lista y espero estar en santiago para estas fechas de nostalgia....
Veng muy seguido a la casa de unos primos donde me asilan y me ayudan a lamer las heridas provocadas en estos últimos años. Sin embargo, no puedoe star totalmente ausente de la vida santiaguina y vengo a la biblioteca para saber que está pasando allá.
Un abrazo ! y nuevamente gracias por los escritos de tu padre. Conocí a tdoos los Guerreros....abuelos, tíos, primos, hijso, nietos.... Un beso

Anónimo dijo...

Eso! seguiràn siendo nuestros niños! El futuro digno que anhelamos para nuestra patria. Jôvenes como tù Manuel

Anónimo dijo...

Querido Manuel : Tu padre está en la memoria colectiva de mucha gente "siempre" y
para siempre. Gracias por compartir con nosotros sus escritos te lo agradezco desde
el alma . Un beso Rebeca

Anónimo dijo...

Muchas gracias, Manuel, por enviarme estos fragmentos escritos por tu padre,
al que conocí en la AGECH, en 1984, y al que aprendí a estimar y valorar. En
todos estos años lo he recordado; es para mí, como para muchos, un ejemplo
de héroe y mártir de la dictadura.

Anónimo dijo...

Estimado Manuel:

Por esas cosas del destino me llegó un correo tuyo reenviado por un amigo y
compañero.
Este relato de tu padre de junio de 1976 me llevó a recordar mi estadía en "4
Álamos" en 1974. La descripción que hace de la celda, el cerrojo por fuera, el baño
con su espejo, ese "patio" o "jardín" con ese naranjo corresponde a "4 Álamos", no
tengo duda. Allí estuvo Laurita Allende y Don Pedro Gastón Pascal.
Me alegra sobremanera saber que su memoria la divulgas a través de sus escritos. Él
sigue viviendo entre nosotros, estimado Manuel.
Me entristece saber si esos hijos de puta habrán recibido algún castigo o seguirán
viviendo entre nosotros o entre todos quienes viven en Chile y como dice tu padre, a
lo mejor pasamos junto a ellos sin saber lo bestias y animales que son.
Las descripciones que hace tu padre, Manuel, se apegan a los tristes momentos que
miles de chilenos vivimos en esos dolorosos momentos de nuestras vidas.
Sólo nos queda preguntarnos ¿habrá justicia alguna vez en nuestro querido Chile?
¿morirán todos estos perros salvajes de muerte natural como parece será la del
sátrapa mayor, Pinochet? Si así fuera, sería un gran premio para esta jauría de
asesinos...
Leí tu encuentro con Bachelet, pero tengo mis dudas sobre lo que pueda hacer en
estas cosas. Creo que el sacrificio que hicieron nuestros seres queridos quedará en
eso y nada más. Justicia nunca habrá.
¡Ni olvido ni perdón!
Te abraza fraternalmente
JUAN

Anónimo dijo...

MANUEL ME HE TOMADO EL TIEMPO PARA LEER LOS ESCRITOS DE TU PADRE, Y HASTA AHORA ME
PREGUNTO ....COMO UN SER "HUMANO" PUDO SOBREVIVIR A TANTO GOLPE, TORTURA FISICA
PSIQUICA, HUMILLACIONES , HAMBRE, FRIO, ETC,ETC, Y SENTIR ESAS ANSIAS DE VIVIR PARA
CONTAR SU HISTORIA.

CUANDO ERA UNA NIÑA Y VEIA PELICULAS EN EL CINE, ALGUNAS DE GUERRA... SIEMPRE MI
ABUELITA ME DECIA: NO LLORE HIJITA ESO ES MENTIRA PASA SOLO EN LAS PELICULAS. PERO
CRECES Y TE DAS CUENTA QUE SUCEDE EN LA VIDA "REAL" QUE ESTAMOS VIVIENDO Y COSAS
PEORES AUN COMO LAS SUFRIDAS POR TU PADRE QUE ADMIRO PORQUE LUCHO CONTRA TODO Y
AUN, AUNQUE EL NO ESTA PRESENTE EN VIDA, SE RECORDARA POR SER LEAL CON SUS IDEALES
Y PRINCIPIOS.

UN ABRAZO DE UNA AMIGA DE SUECIA