31 marzo 2013

Volver a la vida. Tomar la muerte, mirarla a la cara, acogerla y sacarle la lengua

Volver a la vida. Tomar la muerte, mirarla a la cara, acogerla y sacarle la lengua. Historizar los procesos, poner los sucesos en contexto y tomar de ellos lo que tienen de vigente para proyectarlos, por encima o atravesando lo que nos quiso fijar en el dolor infinito. Y abrazar la vida en toda su magnitud de ternura y espanto.

A pesar de todo, o con todo, persistimos en esta aventura de ser. Con nuestros muertos, nuestros vivos y los que aún no han nacido y vendrán. Morir, pero a la vida, bullente, sin silencios autoimpuestos. Quedar atados al terror no rompe nada, pues no se yergue nada de la nada. Hacen falta voces, oídos, ruidos, sonidos, música, llantos y carcajadas para darle cabida a la vida. De esa tropa me siento parte, de los que invitan a vivir la vida intensamente. De ahí invito cada año a volvernos a colgar de la ternura compartida de a poco, letra a letra, caricia a caricia, para recargar los motores de ternura y pasión, porque convicciones las tenemos de sobra.

De a poco, piano piano vuelve a salir la voz aunque sea en sordina, como en la trompeta de Miles Davis, como en la voz quebrada de Bob Dylan, como en los rasgueos de Victor o el metal tranquilo de Allende.

Hay otros caminos posibles, sí. Muchos. Entre ellos el cultivar la estética y política de la rabia. Legítima, tal como el dolor. La respeto. Pero conocido es, para mis conocidos, que no es mi opción. No la comparto. Soy menos heroico que eso. Y cada vez menos, y menos, y crece en mí otra magnitud del compromiso militante, que tiene que ver con que la sociedad soñada no es una estación de llegada en un más allá utópico: en lo que creemos y hacemos, está lo que somos. No concibo una transformación social que en su propia práctica reproduce aquello, aunque sea en alguna dimensión, que critica. Y así como soy crítico del autoritarismo del color que sea, desde esa convicción comunista libertario que es amor compartido, desde la materialidad del amor hecho social, para producir la vida de modo distinto, trabajo en mi para que no gane el dolor, no gane la locura -cercana, muy cercana, casi amiga-, y la rabia, el odio ciego, retroceda. En mi, desde mi. Sin exigencias a nadie, porque cada quien emprende sus opciones y decisiones.

Dispuesto a dar la vida, sí. Pero sobre todo a conquistarla desde ella. Recuperarla, recobrarla. Despertarla. Despeinarla.

El loco, un lúcido, nos habla:
"¿Qué es mejor para el alma,
sufrir insultos de Fortuna, golpes, dardos,
o levantarse en armas contra el océano del mal,
y oponerse a él y que así cesen? Morir, dormir...
Nada más; y decir así que con un sueño
damos fin a las llagas del corazón
y a todos los males, herencia de la carne,
y decir: ven, consumación, yo te deseo. Morir, dormir,
dormir... ¡Soñar acaso!".

Son las opciones que nos puso uno de los grandes. Pero hay otra más que estoy dispuesto a agregar: jugar. Afirmar la vida jugando y jugarse la vida. Enamorados de ella con todo lo que ella contiene. También con estos marzos que vuelven eternamente. Pero también con el día después y el día antes.

Hoy no estás. Como cada año. Pero abrazo a mis hijas, compañera, familia, amigos. Y con tu ausencia sigo. Pleno en todo lo que pueda. Maravillado de la creación humana en sus múltiples dimensiones. Indingando, lesionado por sus aberraciones. Reflexivo, movilizado y activo para cambiar esto. Es nuestra decisión y tarea hacerlo. Seguimos, papá querido, seguimos. Sin odio, pero sin pedida de disculpas. Puro amor y vida (y estas no son buenas palabras, un solo decir: es un modo de asumirse que es lucha).

A redoblar la esperanza activa, aquella que transforma y no pospone. Sí. Cien veces sí. Aquí y ahora, en nuestras propias prácticas. Revolución, evolución, transformación en acto. "El movimiento que niega el estado de cosas actual", le llamó Carlitos. Sí. Pero aún más que eso: el movimiento que AFIRMA la vida desde un sí a ella, le agregaría desde Nietzsche. Pensamiento y práctica afirmativa, desde el goce de la vida, padre.

Puedes decir que soy un soñador, pero no soy el único.

Gracias por el palmotazo en la espalda, amigos/as miles. Por el necesario aventón en estos días de homenaje; por la sonrisa, el cariño, la comunidad activa.

Porque el corazón no quiere, entonar más retiradas. Abrazo un árbol, te abrazo a tí, abrazo mi dolor, a ese niño de guerra que fui, a esos miles que somos, a ese por venir abierto lleno de dulzura comprometido que es un siempre ahora.

Con memoria y alegría, adelante por la vida.

Manuel.