20 julio 2012

Héroe Olímpico: El caso de Takács quien rehusó a renunciar a su sueño

Károly Takács era un experto tirador del ejército húngaro. El más preciso. Se esperaba que hubiera formado parte de su equipo nacional en los Juegos Olímpicos de Berlín, en 1936, pero las reglas elitistas del ejército de su país lo impidieron: Karoly era sólo un sargento y al evento sólo irían oficiales. Aguantó su frustración y esperó sí poder asistir a los juegos de Tokio 1940.

Hay veces en las que la vida juega las peores pasadas. En un entrenamiento militar durante 1938, una granada defectuosa explotó en la mano derecha de Takács, volándosela. Takács era diestro. Su carrera parecía terminada.

Pero hay personas que se superan a la adversidad. Takács decidió que seguiría tirando, aunque fuera con la mano izquierda, y se entrenó en secreto. Apareció en un campeonato nacional: sus antiguos compañeros lo saludaron, creyendo que sería un espectador más. Károly les dijo que no había venido a verlos, sino a competir contra ellos. Se coronó campeón (uno de los 35 campeonatos de Hungría en su palmarés). Estaba listo para los siguientes Juegos Olímpicos, pero vino la Guerra Mundial.

Tuvieron que pasar 12 años de su primera oportunidad y 10 del accidente que lo baldó para que Takács pudiera competir en unos Juegos Olímpicos. Fue en Londres 1948. Allí el tirador manco sorprendió al mundo, llevándose la medalla de oro en pistola de fuego rápido a 25 metros, con facilidad e implantando récord mundial. Antes de la competencia, el campeón mundial de entonces, el argentino Carlos Díaz –a la postre medallista de plata- le preguntó a Takács por qué estaba en Londres: “Estoy aquí para aprender”, respondió el húngaro. Tras la ceremonia de premiación, Díaz contestó: “Aprendiste bastante”.

Volvió en Helsinki 1952. En la capital de Finlandia se hizo de nuevo del oro (algo particularmente difícil en el mundo del tiro deportivo) en la misma prueba, venciendo esta vez apretadamente a su compatriota Szilard Kun. Trató de lograr la hazaña de un tercer oro en Melbourne, pero terminó en octavo lugar. Se retiraría años después, para convertirse en exitoso entrenador.

Efectivamente, Kóvacs “aprendió bastante” porque se rehusó a renunciar a su sueño. Por eso el Comité Olímpico Internacional lo calificó de “héroe olímpico”. Un justo reconocimiento a esta poco conocida leyenda del deporte.

19 julio 2012

Anoche fui a ver la obra de teatro Hanuk. Bella y conmovedora

Anoche, como regalo de cumple, fuimos con mis lunitas, hermana y madre al preestreno de Hanuk, en el Teatro UC. Una obra conmovedora, escrita y dirigida por Gala Fernández y montada por el Teatro Veleta, que sobre la base de canciones provenientes de las tribus nativas de las llanuras centrales de los EEUU y del sur de Canadá, cuenta la historia de niño de siete años, que ha perdido a su padre y sale junto a su caballo a un viaje en búsqueda de su identidad.

La obra establece una rica y compleja relación entre la madre y el niño, la naturaleza y los animales y el niño, así como la tribu y sus tradiciones y el niño. De una forma lúdica, muy musical y mágica la historia nos va guiando hacia el autodescubrimiento del niño como parte de un colectivo, que lo acoge y le otorga un nombre propio, una identidad. Una rica relación entre lo singular que hay en cada uno de nosotros, y la comunidad desde y a la cual nos debemos, que nos complementa y completa.

¡Qué distinta es la historia de los niños "guachos" en la historia chilena! Algo pasó con nuestra tribu, dispersa, diseminada, agresiva y poco atenta a sus guachitos. El ser colectivo en respeto con la autonomía de cada quien, es algo que como sociedad debemos ser capaces de construir como parte de nuestra identidad. Restablecer lazos comunitarios, personas-grupos-naturaleza.

Pues, ¡nadie es indispensable, pero todos somos necesarios!

Bella obra. La recomiendo.

Más info: Teatro Veleta

18 julio 2012

Feliz cumpleaños Manolito. Gracias papá!

Bueno, querido papá. Hoy cumplo 42 añitos, seis más de los que tú tenías la última vez que te besé. Y por supuesto los celebro junto a ti, a través de esta realidad virtual que nos facilitan las nuevas tecnologías que no alcanzaste a usar. Estás conmigo querido viejo, en mis compromisos y decisiones, pero por sobre todo en mis constantes dudas y cavilaciones, en esa búsqueda sin fin que a través de ti llegó a mí desde el eco de la existencia de tu abuelo Manuel Jesús, de mi abuelo, tu padre, Manuel. Me siento parte de tu linaje querido padre, viviendo en un mundo confuso, donde las distinciones no son claras, pero cargado de esperanzas.

¿Voy por tu misma senda? Creo que sí, he intentando no apartarme de tu legado. ¿Pero cuál es ese legado querido papá? A mi me ha tomado tiempo asirlo, aunque siempre lo vi en tus húmedos ojos, en tu risa fresca, en tus caricias y enojos. Para mí ya es una categoría que debe estar al centro de la política que nos constituye, y que hemos de poner como horizonte de nuestro permanente quehacer, en cualquier ámbito de la vida: el amor. Ese es tu legado, como de tantos otros, pero yo conozco el tuyo y, con propiedad, creo haberlo vivido, compartido, disfrutado, y ahora deseo proyectarlo en cada escrito, intervención, entrega.

No eres mi héroe, viejo querido, eres mucho más que eso; eres mi padre, mi pan del que me alimento, mi certeza calma que me da fortaleza para persistir. Eres un rayado de cancha existencial, que distingue a los actos buenos de los malos, independientemente de donde vengan. Y es por eso que hemos de buscar estrechar lazos con todos y todas, porque en cada uno palpita el ser humano, que podrá estar enajenado, alienado, vuelto máquina, rojo, café, negro o blanco, pero el ser humano está ahí, no tengo duda, pugnando, luchando en cada cuerpo su propia batalla. Incluso en los asesinos, querido padre, late el ser humano. Constatación que no exime de responsabilidad a nadie, y que todos los que han atentado contra su pueblo deben ser castigados con juicios justos y que cumplan sus penas.

Pero eso tiene que ver más con el orden social y el necesario estado de derecho y de justicia que no pararemos de exigir, pero hay una dimensión que es más profunda y que tú me la mostraste, o al menos fue lo que yo leí como tu mayor entrega a mí: detrás de cada piel hay un hombre, mujer o niño que puede llegar a sonreír y encontrarse contigo, con cualquiera y ser uno en la pluralidad. Y por eso tenemos esperanza en la emancipación. Me lo mostraste a los seis años, cuando luego de haberte rescatado de las garras del Comando Conjunto tuvimos que salir raudos del país al exilio y el avión hizo una escala en algún país africano. Bajamos al aeropuerto mientras cargaban combustible y en el hall había un puesto de venta de artículos de recuerdo tallados en madera y quien los vendía era un ser delgado, altísimo y de tez negra. Me llevaste a él. El africano nos sonrió y me tendió su mano para que se la estrechara. Yo nunca antes había visto a una persona de color distinta al mío. Desconfiado no me atreví a aceptar la invitación. Tú no me retaste ni sermoneaste, sino que sonreíste con infinita humanidad, le guiñaste un ojo a este vendedor desconocido y se estrecharon la mano como viejos amigos. Y él volvió a extenderme su para mí enorme mano. Lo miré fijo a los ojos y le di la mía, que él recibió suave. Inmediatamente me solté y revisé si la palma de mi mano se había puesto negra. Ambos rieron estrenduosamente y yo corrí donde mamá a contarle que tenía un nuevo amigo y que fuera darle también su mano... Ay, papito... Fue la mejor lección de internacionalismo proletario que tuve jamás.

Ahí estaba el "ser genérico" del que nos habla con tanta dulzura Marx en sus Manuscritos Económico Filosóficos de 1844... ¿Tuviste oportunidad de leerlos alguna vez? ¿Sabes que Lenin no alcanzó a conocerlos porque recién se descubrieron en 1932 y el murió el '24? Si los hubiese leído tal vez algo podría haber afectado su visión de la política revolucionaria y del modo en que se construye una sociedad mejor. ¡Si somos todos lo mismo! ¡Seres humanos, carajo, que estamos divididos y enfrentados por sistemas sociales injustos, inhumanos, que nosotros mismos mantenemos y reproducimos! Alcancé a vivir contigo apenas 14 añitos, pero fue tanto lo que me entregaste. Me abriste a un mundo maravilloso de amor a la humanidad y de lucha permanente para salir de la barbarie. Algunos critican esa lógica de vida de entrega máxima a una causa, como "totalizante"... si supieran que fue precisamente la entrega y el cariño incondicional a los propios y a los ajenos los que te dieron fortaleza para aguantar el escarnio, la injusticia, el encierro, la tortura, el exilio, la clandestinidad... Lo que en la jerga de tu generación llamaban "solidez ideológica", que no tiene que ver con el dogmatismo, sino con la adhesión a valores morales que te permiten ver por debajo de las injusticias, y saber que lo que hay que liberar es al ser humano de sus cadenas, cualquiera que sean éstas, para que tenga la posibilidad de desplegar sus potencialidades creadoras en lo que quiera, y no esté obligado a estar lavando las ventanas de autos ajenos por migajas para sobrevivir, cuando en su esencia es un eximio guitarrista, poeta, constructor, ingeniero, pero que no tiene tiempo ni recursos para llegar a ser lo que es...

Me acuerdo papá, cuando ya entrando en la adolescencia e inquieto por tener mi primera relación sexual con una mujer te consulté si habías ido alguna vez a un prostíbulo. Con toda tranquilidad me respondiste que sí, que cuando estudiante de profesor normalista y que en el exilio, pero que nunca pudiste acostarte con una prostituta porque te daba pena ver a las mujeres en esa condición -que hoy llamaríamos "de objeto"-, y que solo atinabas a conversar con ellas y saber si tenían familia, si estaban organizadas, y en qué medida se podían liberar de la dependencia de sus cafiches y chulos que las explotaban... No tengo ninguna duda que fue así. Eres de esa generación maravillosa que no hablaba del hombre nuevo, sino que intentaba serlo, a cada instante, en cada acto. Cometiste, claro, muchos errores, y cómo quisiera que hoy estuvieras junto a mi, a mi señora y tres hijas, para abrazar a tus hijas América y Manuelita Libertad, y a tu hijo Manuel de 42 años, que frente a ti continuará siendo un eterno niño que aprende, aprende, aprende, lucha, y ama.

¡Feliz cumpleaños Manolito! Gracias papá, te adoro.

16 julio 2012

Franz Xavier Messerschmidt y lo que hay en el fondo de nosotros

En el Museo Metropolitan de Nueva York hay una salita llena de trivia vienesa de fines del siglo dieciocho. Entre cucharas y platos y abanicos rococó hay un busto escalofriante hecho en estaño. Es una cabeza calva, de tamaño apenas mayor al de una cabeza natural, cosa que la hace doblemente inquietante, porque además es una cabeza gacha: para verle los rasgos hay que agacharse literalmente porque lo que nos ofrece si nos mantenemos erguidos es la nuca, la tensión de los tendones del cuello, la humillación desesperada de esa cabeza que rehúsa mirarnos. Lo primero que uno piensa frente a ella es que pide a gritos que la saquen de esa sala atiborrada de trivialidad. Lo segundo que uno piensa es lo que sería entrar en la misma salita y que sólo estuviera ese busto: las paredes desnudas, la luz baja y esa tremenda cabeza gacha. Y de ahí pasar a la salita siguiente, y de ahí a la siguiente, y de ahí a la siguiente, y ver así las sesenta cabezas que esculpió Franz Xavier Messerschmidt a fines del siglo dieciocho, en una cabaña perdida en Bratislava, luego de ser despreciado por “temperalmente inestable” en la corte de Viena.


El modelo de todas las cabezas era él mismo. Las hizo en estaño porque era el material más barato de fundición (no podía pagar hierro o bronce); algunas incluso quedaron en yeso; sólo pudo hacer un par de ellas en mármol, con material sobrante de encargos. Su propósito era abarcar las sesenta y cuatro expresiones posibles del rostro humano, es decir del alma humana, según creía Franz Xavier Messerschmidt que había demostrado Hermes Trimegisto, el padre del hermetismo, es decir de lo oculto. Por cosas así quemaban gente en esa época. Pero Messerschmidt estuvo nueve años sacándose los demonios de adentro sin que nadie le tocara un pelo. Digo sacándose los demonios de adentro porque trabajaba de la siguiente manera: en torso desnudo frente a un espejo, sometiéndose a tormentos corporales o psíquicos hasta obtener en su cara el gesto que estaba buscando, para proceder a modelarlo frenéticamente en arcilla con sus manos. Así día tras día, durante nueve años. Todo lo que tenía adentro terminó saliendo, o habría terminado por salir, si no se hubiera muerto a los 47 años, cuando iba por la cabeza número 61. Murió de trastornos intestinales, léase que murió de muerte natural para su época, o para lo que su época pensaba de él: queriendo arrancarse las tripas para que cesara el dolor que lo comía por dentro. Pero los del Met y los del Louvre pagan cinco millones para tener uno de esos bustos y lo ponen en una salita con cucharas y abanicos y cajitas de música. Yo creo que en el Louvre y en el Met respiran aliviados cuando ceden el busto o dos que tienen arrumbados en esas salitas a alguna muestra itinerante de Messerschmidt. Nadie hasta ahora pudo reunir las sesenta piezas en un solo lugar (hay sólo 49 localizadas), y yo tiendo a pensar que en el fondo nadie quiere hacerlo: aun inconclusa, la obra puede tener efectos escalofriantes toda junta. En el mundo museístico actual nadie creerá en brujas pero nadie quiere morir retorcido de dolor, rogando que alguien le arranque las tripas de adentro.

Ninguna de las cabezas de Messerschmidt fue exhibida en vida del artista, y casi todo lo que se sabe de él es previo a la realización de esos bustos. Preparado por sus tíos Johann y Jakob en las escuelas de Munich y Graz, continuó estudios en la Academia Imperial de Viena, empezó a recibir las primeras comisiones y encargos de la corte, se le anunció que lo harían profesor titular de escultura en la Academia Imperial, todo iba viento en popa hasta que le negaron ese puesto, por “temperamento inestable”. Su protector en la corte, el caballero Meytens, acababa de morir, nadie se atrevía a controlar al volátil Messerschmidt, se le ofreció una pequeña pensión para que se retirara, es decir se fuera lejos. Ofendidísimo, Messerschmidt peregrinó sin éxito por diversas cortes hasta que terminó alojado por uno de sus hermanos en aquella cabaña perdida en Bratislava. Ya no aceptaba encargos, sólo esculpía aquellos bustos de sí mismo. El rumor llegó hasta Viena y un tal Friedrich Nikolai hizo el viaje hasta allí. Logró que Messerschmidt lo recibiera dos años antes de morir. Es por Nikolai que sabemos que en aquella cabaña sólo había una cama, una pipa, una flauta, un viejo tratado italiano sobre las proporciones del cuerpo humano y la mesa y el espejo donde trabajaba el artista. Messerschmidt confesó a Nikolai que, aunque era casto de nacimiento (para entonces tenía 45 años), era diariamente asolado por presencias internas y dolores intestinales cada vez peores. De ahí los bustos: para purgar. Lo suyo era un duelo a muerte contra el Espíritu de la Proporción, cuya ira había desatado por revelar lo irrevelable.

Messerschmidt murió en 1783. El itinerario de sus bustos es incierto hasta que aparecen en público por primera vez, no en un espacio dedicado al arte sino en el Bürgerspital, el hospital comunal de Viena. Los tenía la Facultad de Medicina de la ciudad y no sabía qué hacer con ellos: si bien eran fisonómicamente perfectos (hasta el día de hoy los críticos se preguntan cómo hizo Messerschmidt para poder plasmar con tal vividez detalles que era imposible que pudiese ver usando un espejo, o incluso dos espejos enfrentados), los consideraban perturbadores para los estudiantes. No así para los enfermos del Bürgerspital, se ve, porque allí quedaron hasta que en 1907 uno de los expresionistas vieneses acudió allí enfermo y los vio y corrió la voz, y pasó con Messerschmidt lo que había pasado con Hokusai cuando los impresionistas descubrieron sus estampas japonesas, llegadas como curiosidades baratas a París en 1870. Cabe agregar que una mano anónima había adjudicado títulos a cada una de las cabezas, títulos que por inexplicables motivos sobreviven hasta el día de hoy: “Llorar como un niño” se llama una de ellas, y uno queda esperando que en cualquier momento surjan lágrimas de esos ojos aunque sean de metal; en otra, titulada “Un bostezador”, cabría nuestro puño entero dentro de la boca abierta; hay títulos que rozan la parodia (“Afligido por la constipación”, “El fagotista inútil” o “Un olor intenso”); la estremecedora cabeza gacha se llama “Hipócrita y calumniador”.

Egon Schiele y Otto Dix admiraron a Messerschmidt. El psicoanálisis vienés se hizo un festín diagnosticando sus trastornos. Los nazis lo consideraron arte degenerado (pero entre las posesiones de Göring y otros jerarcas nazis se hallaron algunos). La historia del arte lo usa para explicar el paso de la escultura gótica a la neoclasicista. Messerschmidt hipnotiza a quien se le pone enfrente, pero hasta el día de hoy nadie se atreve a que esa serie de bustos se pueda ver tal como él quería que se viera: toda junta, sin títulos, una pieza por sala, solitaria o enfrentada a otra en la penumbra, tal como surge lo más recóndito que hay en nosotros cuando permanecemos el tiempo suficiente frente a un espejo.

FUENTE: Juan Forn13/07/12 Página|12