29 junio 2007

Guitarra resiliente


La resiliencia, en el lenguaje de la psicología, es la capacidad de una persona o grupo para seguir proyectándose en el futuro a pesar de acontecimientos desestabilizadores, de condiciones de vida difíciles y de traumas a veces graves. En física, resiliencia indica la capacidad para enfrentar a los estresores amortiguando su impacto. 

En una columna que escribió Javiera Parada -hija de José Manuel Parada, sociólogo, amigo y camarada con quien fue asesinado mi padre en 1985- para el número especial de The Clinic a propósito de la muerte de Pinochet, señalaba su sorpresa de que no nos hayamos vuelto locos por todo lo que, como muchas personas en dictadura, tuvimos que pasar. Mal que mal eramos niños y somos seres humanos. Lo mismo me he preguntado muchas veces, de hecho para mi es un orgullo y una especie de triunfo ante el exterminio el mantenernos vivos y de alguna manera "cuerdos" y querendones, cuando perfectamente podríamos haber colapsado o haber canalizado el dolor 
hacia prácticas de violencia activa y venganza. 

¿Hay motivos especiales que nos "salvaron"? Sin duda está el colchón 
afectivo de amigos, compañeros de generación, familiares, así como convicciones que ya estaban 
internalizadas en nuestra estructura de personalidad respecto al respeto 
y valor por la vida, ante todas las cosas. En mi caso específico, no obstante, 
creo que hay algo más: la guitarra.

Esto pudiera resultar curioso, pero cada vez tengo una mayor certeza de que la guitarra fue y es un médium que me mantuvo en contacto con una dimensión de realidad distinta, donde el espacio sonoro me ofrecía de manera material la evidencia de que la vida es y puede ser armónica, profundamente diversa, dinámica y quieta a la vez. Me recuerdo en muchas oportunidades tocar con la cabeza apoyada en la caja acústica de la guitarra, acoplado a los sonidos como mi único entorno. No estimo que haya sido una forma de escapar, de enajenación, sino un modo de intervención en la realidad desde el poder creador de la música, con sus timbres e intensidad limpias.

Comencé a tocar guitarra a los ocho años, en Budapest, capital de Hungría, en ese entonces socialista. La valoración de la música era una práctica social colectiva, y no solo la de tipo folcklórica -que en aquellos países tenía incluso una dimensión ideológica de negación de lo "burgués"-, sino en cuanto a música docta, que no implica que deba ser patrimonio de una elite. Recuerdo que en tercero y cuarto básico comenzábamos las clases por la mañana con unos diez minutos de canto, o más bien de "solfeo melódico", pues no cantábamos texto alguno, sino que, luego de dada la nota LA de referencia por parte de la profesora jefe, cantábamos las notas que ella nos mostraba con gestos, siguiente el método del húngaro genial Kodály.

Quienes hayan visto la película "Encuentros cercanos del tercer tipo", de Steven Spielberg en 1977 y que lo nominó a su primer Oscar como mejor director, recordarán que hacia el final, cuando la nave extrarrestre está estacionada en la tierra, y los humanos intentan comunicarse con ellos por algún medio, un ufólogo, interpretado por Francois Truffaut, descubre que la señal que emiten los "marcianos" son intervalos musicales. Entonces un director de orquesta le indica a los músicas a través de unos gestos las notas que deben tocar, la música es de John Williams. Cada gesto es una nota, y cada nota que es tocada es respondida por parte de la nave extrarrestre, es decir, se produjo una comunicación y contacto con ellos, a través de la música. Bueno, tales gestos que aparecen en la película es el método Kodály.

Comenzar las clases de esa manera era un ejercicio maravilloso, en tanto no solo se producía el milagro de cantar a partir de seguir signos corporales, sino que me invadía el encanto de ser una voz entre muchas, de lo colectivo sin perder mi individualidad, de la orquestación, ser una unidad en la diferencia, a partir de un código universal, compartido. Cuando descubrí, luego, el lenguaje de las partituras, y que yo podía ejecutar la música que alguien compuso muchos años atrás, fue más mágico aún, pues se trataba ahora de signos de alguien ausente, y que volvían a vivir a través de mi por medio de mi interpretación en presente. Seguramente no en la forma exacta en que imaginaron tal pieza, pero con un aire de familia que a través de la música nos hermanaba por fuera del tiempo de la copresencia cara a cara.

Me imagino que la experiencia religiosa, para quienes tienen fe, debe ser parecida. En mi caso la majestuosidad de la guitarra, de sus cuerdas tensadas emitiendo bellos sonidos gatillados por mis dedos, me permitió en muchas ocasiones de mi vida conectarme con ese orden de realidad.

Si alguna vez he sido resiliente, si esa definición pudiese ser aplicada a la manera en que sin saberlo he debido enfrentar situaciones duras, creo que ha sido gracias a la música. Gracias a la guitarra.

25 junio 2007

(Chile) El silencio tiene acción


Hace 55 años el compositor norteamericano John Cage estrenó la obra musical que llamó 4’33, debido a su duración de cuatro minutos y treinta y tres segundos. La originalidad de la misma no estriba, sin embargo, en su duración, sino en que su partitura consiste exclusivamente de silencios. Ello obliga a que la orquesta o instrumentista que la ejecute deba estar atento a cada uno de los silencios que se suceden uno tras otro. En el momento en que la obra debutó lo hizo para piano -aunque fue compuesta para cualquier instrumento-, y en la grabación en vinilo se puede oír el movimiento del músico sobre su asiento, al público tosiendo y a veces riendo en sordina.

¿Es esto arte? Claro que sí y de la mejor calidad. Desde el sur, una voz como la de Charly García cantó alguna vez que “el silencio tiene acción”, y de eso trata, en parte, 4'33. Esta obra peculiar permite a quienes participan de su “audición” abrirse a su entorno, el que de golpe se nos aparece, a pesar que siempre ha estado ahí, pero por tanto estarlo ya lo hemos dejado de ver. Algunos llaman a este tipo de arte "estética de lo efímero", como el del artista búlgaro, Christo, que empaqueta puentes, orillas de islas, etc. ¿Dónde está el arte ahí? Bueno, en la expectación que produce un recorte de realidad que de pronto, por "obra" de alguien, es vista de otra forma, apareciendo lo que en rigor nunca se ha ido. Y la obra adquiere cada vez nueva vida según quien la viva.

En Chile tuvimos una experiencia semejante el año pasado cuando estuvo de visita la Pequeña Gigante, marioneta de madera de varios metros de altura, manipulada por cuerdas que eran tiradas por unas quince personas -que parecían enanos saltimbanquis a su lado- y que recorrió distintos puntos de la capital. Sin exagerar, decenas de miles de personas salieron a la calle para acompañarla. Uno alcanzaba a verla tan solo unos cortos minutos, pero la espera era larga, y luego de verla la gente se decía “ahora que ya estamos por acá qué tal si vamos a ese lugar que está ahí, ah! parece que es una biblioteca que no había visto nunca, o fíjate en ese bar, qué bonito, te invito a un café, ¿te parece?”. La obra de la “pequeña gigante” la trascendía a ella misma: dejaba al descubierto tras su paso nuestro entorno más próximo que ya no acostumbramos a observar y acoger, pero que forma parte fundamental de nuestro ser-en-el-mundo.

El genial compositor Frank Zappa se refirió a esto en los siguientes términos:
"Lo más importante del arte es el Marco. Para la pintura de forma literal, para las otras artes figuradamente, porque sin ese humilde aparato no puedes ‘saber’ dónde acaba ‘el Arte’ y dónde empieza ‘el Mundo Real’. Tienes que colocar una ‘caja’ alrededor porque si no, ¿qué es esa cosa que cuelga en la pared? Si John Cage, por ejemplo, dice, ‘voy a poner un micrófono de contacto en mi garganta, y voy a beber zumo de zanahoria, y esa es mi composición’, entonces su gorgoteo califica como ‘su composición’ porque le ha puesto un marco alrededor y lo ha dicho. Después es sólo una cuestión de gusto. Sin el anuncio del marco es sólo un tipo tragando zumo de zanahoria. Así que, ¿qué ‘es’ la música? Cualquier cosa ‘puede’ ser música, pero no ‘se convierte en música’ hasta que alguien ‘quiera’ que sea música y el público que lo escucha decida ‘percibirlo como música’."

Y esto del trabajo con el silencio tiene una importancia no solo estética sino política para la emancipación. Es lo que ocurre con los detenidos desaparecidos, para quienes su ausencia es su forma de presencia, que emerge y se hace visible cada vez que alguien reclama por ellos, gesto de memoria activa gracias al cual la sociedad vuelve a añorarlos. Solo por esa persistencia es que no se han ido ni se irán más. Por mucha cal que hayan puesto a sus cuerpos, están ahí en la sociedad como su entorno más próximo, riendo, quejándose, luchando y exigiendo del presente mucho más de lo que éste ha estado dispuesto a otorgar en el espacio abierto de sus hermosas vidas.

Cuando durante estas horas y días los familiares de detenidos desaparecidos se concentran en las instalaciones de los militares en retiro exigiendo la captura de un general prófugo de la justicia me acuerdo de John Cage, Frank Zappa, Christo, la Pequeña Gigante y Charly García y sus acercamientos a la acción que hay en el silencio. Pues su memoria punzante muestra la vigencia del reclamo de que nuestra sociedad, si quiere vivir su presente en presente y futuro, y no desde un pasado que no puede dejar de pasar, debe poner el marco para que los detenidos desaparecidos adquieran existencia visible, marco que en una democracia no puede ser otro que verdad y justicia, de modo que sus ausencias brillen en la forma de presencias emancipadas de quienes aún, desde su fuga, insisten en negar su mundo que, no olvidemos jamás, es el nuestro propio. Y con el trabajo del silencio activo, con la eterna y renovada cueca sola, no solo los detenidos desaparecidos adquieren cuerpo, sino también muchos civiles y militares que cometieron crímenes y siguen libres, intentando pasar inadvertidos. Pero tal como el asiento del pianista al interpretar la obra de John Cage, siempre habrá quien meta bulla para recordar y llenar los silencios prolongados.

Publicado en El Mostrador

24 junio 2007

Una peli, un libro y un disco v.1


Un libro: "La Broma", de Milan Kundera, primera novela del escritor checo de 1965 (múltiples ediciones, la más popular en Seix Barral). En pleno socialismo real el protagonista, un militante en servicio militar, se le ocurre escribir una broma en la postal que dirige a su novia: «El optimismo es el opio del pueblo», lo que desata todo un proceso tragicómico solo comparable al Proceso de Kafka, pero con distancia irònica. Una estupenda crítica, desde dentro, al extremo ridículo al que llevan las prácticas stalinistas.

Una peli: "No matarás", quinta parte del Decálogo del cineasta polaco Krystof Kiszlovski. Maravillosa película hecha para la televisiòn polaca a principios de los ochenta, que trata de un joven abogado que acaba de sacar su título y le toca defender a un muchacho, quien por su crimen es condenado a la pena de muerte... Es decir, el Estado, el Sistema, el Poder racional moderno para evitar un crimen comete lo mismo... Nuevamente, alta ironìa, excelentes actuaciones y bellìsima fotografìa y mùsica. Bueno, todo el Decàlogo es recomendable!!!

Un disco: "Talking book" (1972), de Stevie Wonder. Ya liberado el genial mùsico ciego afroamericano de la presión de la industria de hits musicales cortos, en el sello Tamla Motown compone este maravilloso disco, con participación de Jeff Beck en la guitarra. Todas las letras con poesìa y contenido social, una crìtica despiadada al sistema polìtico corrupto. Como en la canciòn "Big Brother", "ustedes hermanos mayores políticos solo nos vienen al ghetto a visitarnos cuando necesitan votos y luego seguimos igual", canta Wonder con voz inocente pero intensísima, acompañado por una ¿mandolina? y su armónica. Tal vez lo mejor del soul de aquella época, junto al genial "What's going on" de Marvin Gaye. No dejar de oir el tema "Superstition", increíble... Dan ganas de ponerse a bailar y gritar "Black is beautiful!", como le gustaba rayar en las calles a los seguidores de Malcolm X.