01 agosto 2007

Izquierda, violencia y política

La izquierda en Chile, particularmente con la experiencia de la dictadura, ha sido uno de los sectores más firmemente resueltos por la defensa de los Derechos Humanos. El Terrorismo de Estado vivido fue asumido desde esta sensibilidad como una expansión del énfasis de la crítica a la explotación económica
de las sociedades capitalistas hacia otros ámbitos de las relaciones de dominación, como las de género, étnicas, de edad, entre otras. La crítica, no obstante, no siempre ha sido igualmente enfática hacia el recurso a la violencia, si por ésta entendemos el uso de la fuerza extradiscursiva para imponer la voluntad propia a un otro a pesar de su resistencia. Más aún cuando este uso de la fuerza es amplificada con instrumental técnico, como el armamento, en cualquiera de sus niveles. No se trata de desconocer la existencia de la violencia en la sociedad –es un hecho que ella existe-, sino de tomar distancia hacia la opción y promoción de hacer política desde ella. De hecho me parece que política y violencia se excluyen mutuamente, al menos desde un horizonte de izquierdas, radicalmente democrático.

El uso de la violencia asume una lógica de amigo/enemigo que rápidamente se encamina hacia la aniquilación del otro: vencer y no con-vencer. Crea la ilusión –por el efímero éxito que logra a través de la imposición- que ha resuelto los objetivos que se perseguían, generando solo las condiciones de posibilidad de una resistencia aun mayor, legítima por lo demás ante la arbitrariedad del uso de la fuerza tecnificada. Es cosa de ver lo que ocurre en Irak, pero también los fracasos –multicausales, por cierto- de las revoluciones que desde la izquierda se han realizado cuando éstas se han basado, como elemento determinante, en la lucha armada.

Paradójicamente se suele asociar al uso de la violencia de izquierdas al triunfo de la Revolución Cubana en 1959, no obstante ella constituyó fundamentalmente un gran movimiento de masas, en la ciudad, el campo y la sierra, que fue deslegitimando progresivamente a la dictadura de Batista, conquistando con ello mayorías, por lo cual el enfrentamiento propiamente armado fue bastante acotado. La derrota del asalto al Cuartel Moncada varios años antes es indicador que el camino a la liberación no era el uso de la violencia de parte de un grupo minoritario, por muy justa que haya sido su causa. La transformación social duradera siempre pasa por el trabajo con las mayorías, que en el caso cubano se cristalizó en torno a Fidel como líder no de un grupo separado de la sociedad, sino como representante de la ciudadanía toda.

El propio fracaso de la dictadura de Pinochet –en cuanto régimen de terror distinto a la democracia actual, que pudiendo compartir el modelo económico no basa su poderío en el uso del Terrorismo de Estado-, podemos entenderlo como la falta de legitimación alcanzada a su proceder. Esto es, que en tanto gobierno dictatorial no logró conquistar a las mayorías para perpetuarse ad infinitum.

Así, con todo el cariño, admiración y reconocimiento que se le debe tener a los jóvenes que integraron el Frente Patriótico Manuel Rodríguez que luchó resueltamente contra la dictadura, creo que el PCCH erró el diseño de la política de recuperación de una democracia avanzada y de corte popular al profesionalizar en una organización burocrática el uso de la violencia. No obstante esta crítica, ello no justifica en nada la exclusión de este Partido en la transición a la democracia. Distinto fue el caso mientras el uso de "todas las formas de lucha" era promovida como parte de la autodefensa de masas ante la ferocidad de la represión pinochetista.

El terreno de una política de izquierda es la democrático popular, en el sentido de la constrcción de un “pueblo” –diverso y plural- desde la cultura, la reflexión, la práctica crítica, el ejemplo ético de sus dirigentes, la organización dinámica, la política de alianzas flexible, la politización de cualquier relación social de subordinación y dominación, abriendo la emancipación a terrenos cada vez más amplios. No tiene relación con la violencia. Ésta solo alcanza un nivel performativo efectista, sin mayorías que la sustenten, sin haber realizado procesos más profundos de transformación en acto de nuestro modo de relacionarnos. Generalmente está a cargo de los más valientes, que suelen ser los menos, por lo tanto de grupos pequeños, de los cuales pueden salir ejemplos maravillosos como Raúl Pellegrín, pero también los Osvaldo Romo y los Fanta. Generalmente el fascismo se infiltra en la izquierda a través de los más “osados”, que obnubilan, hacen suspender el juicio reflexivo a los demás, y van subiendo puestos en las burocracias partidistas o sindicales, hasta que asestan el golpe.

Frente al cerco comunicacional, que históricamente ha existido para las luchas emancipatorias –ya sea a través de la censura directa o de la farandulización de todo a través del industria del espectáculo- cabe generar, abrir canales propios de comunicación, en distintos niveles, como lo hizo don Reca y los anarquistas a principios de siglo con sus diarios obreros, así como hoy ocurre con la Señal 3 de La Victoria o del Barrio Yungay, las radios comunitarias, el uso profuso de Internet, el puerta a puerta, la columna crítica en los medios convencionales, el trabajo directo formativo con los pingüinos y universitarios, con las bases cristiano católicas, evangélicas, luteranas en las poblaciones, el arte, el debate, el trabajo voluntario. Hegemonía, articulación transversal, coordinación.

Convocar, convencer, unir, actuar. Aunque suene imposible, la posibilidad de la izquierda está en la fuerza que abre mundos del amor, del compromiso y la fuerza de atracción de los principios materializados en vidas concretas. Nunca en la violencia. Ella siempre justificará mayor represión, espantará a las personas, confundirá con sus éxitos efímeros, tendrá un efecto boomerang que destruirá lo que tanto trabajo y pequeños heroísmos cotianos ha costado construir.