
Luego de completar su instrucción primaria en Valparaíso, mi padre ingresó a estudiar para profesor en la Escuela Normal “José Abelardo Núñez” de Santiago. Su personalidad, que es recordada por sus amigos como carismática, y su conducta siempre consecuente le valieron pronto ser elegido presidente de la Federación Nacional de Estudiantes Normalistas.
Ambas actividades, estudiar y dirigir al movimiento estudiantil, las asumió con total entrega y sentido de responsabilidad. Sin embargo, los continuos viajes a las distintas regiones del país donde había Escuelas Normales le significó llegar al fin del penúltimo año académico con un alto número de inasistencias, antecedente que fue utilizado por la dirección del establecimiento para tratar de obligarlo a repetir algunos cursos, a pesar de presentaba excelentes notas. Mi Tata, Don Manuel, fue mandado a llamar para comunicarle que el hijo no se conformaba con tal decisión. Sorprendido, le solicitó a Manuel Leonidas -mi papá- ante el superior de la Escuela, que le contara si era o no verdad el asunto de las inasistencias. Mi viejo entonces afirmó haber recabado autorización escrita de cada viaje que había efectuado. Por ello, ante el asombro del director, mi abuelo dio fe de que la versión de su hijo era la que se ajustaba a lo sucedido, reclamando la revisión de los libros de clases y el archivo de justificativos de las inasistencias.
El Director irritado pidió llamar al Secretario General de la Escuela, quien delante de los tres revisó y comparó fechas, mientras el directivo alegaba que mi abuelo mejor haría en preocuparse de las actividades de agitación que realizaba su hijo en todas las Escuelas Normales del país en vez de poner en duda a una autoridad. “En votación libre y directa esos estudiantes en todas las Normales le eligieron su presidente, señor, y sin que él les agitara”, le contestó mi abuelo. El Secretario General, finalmente, solicitó permiso para hablar y manifestó que todas las justificaciones coincidían con las inasistencias. Al señor Director, entonces, no le quedó más que disculparse por “el involuntario error”. Mi papá entonces abrazó a mi abuelo, quien en uno de sus escritos recuerda que el hijo le comentó: “Toda verdad es indestructible, siempre. Por ello es que debe ser defendida en todo momento. Cuidé las notas de mis ramos para tener en qué apoyarme ante una emergencia. Gracias, papá. ¡Un buen dirigente estudiantil, un mejor alumno!”.