17 marzo 2007

[Algo sobre mi padre] Dirigente normalista


Luego de completar su instrucción primaria en Valparaíso, mi padre ingresó a estudiar para profesor en la Escuela Normal “José Abelardo Núñez” de Santiago. Su personalidad, que es recordada por sus amigos como carismática, y su conducta siempre consecuente le valieron pronto ser elegido presidente de la Federación Nacional de Estudiantes Normalistas.

Ambas actividades, estudiar y dirigir al movimiento estudiantil, las asumió con total entrega y sentido de responsabilidad. Sin embargo, los continuos viajes a las distintas regiones del país donde había Escuelas Normales le significó llegar al fin del penúltimo año académico con un alto número de inasistencias, antecedente que fue utilizado por la dirección del establecimiento para tratar de obligarlo a repetir algunos cursos, a pesar de presentaba excelentes notas. Mi Tata, Don Manuel, fue mandado a llamar para comunicarle que el hijo no se conformaba con tal decisión. Sorprendido, le solicitó a Manuel Leonidas -mi papá- ante el superior de la Escuela, que le contara si era o no verdad el asunto de las inasistencias. Mi viejo entonces afirmó haber recabado autorización escrita de cada viaje que había efectuado. Por ello, ante el asombro del director, mi abuelo dio fe de que la versión de su hijo era la que se ajustaba a lo sucedido, reclamando la revisión de los libros de clases y el archivo de justificativos de las inasistencias.

El Director irritado pidió llamar al Secretario General de la Escuela, quien delante de los tres revisó y comparó fechas, mientras el directivo alegaba que mi abuelo mejor haría en preocuparse de las actividades de agitación que realizaba su hijo en todas las Escuelas Normales del país en vez de poner en duda a una autoridad. “En votación libre y directa esos estudiantes en todas las Normales le eligieron su presidente, señor, y sin que él les agitara”, le contestó mi abuelo. El Secretario General, finalmente, solicitó permiso para hablar y manifestó que todas las justificaciones coincidían con las inasistencias. Al señor Director, entonces, no le quedó más que disculparse por “el involuntario error”. Mi papá entonces abrazó a mi abuelo, quien en uno de sus escritos recuerda que el hijo le comentó: “Toda verdad es indestructible, siempre. Por ello es que debe ser defendida en todo momento. Cuidé las notas de mis ramos para tener en qué apoyarme ante una emergencia. Gracias, papá. ¡Un buen dirigente estudiantil, un mejor alumno!”.

16 marzo 2007

[Algo sobre mi padre] Infancia proleta



Mi padre, Manuel Leonidas Guerrero Ceballos, nació el 25 de junio de 1948. Cuarto hijo de una familia modesta de ocho hermanos, de pequeño participó en los viajes que realizaba mi abuelo, Manuel Guerrero Rodríguez, periodista y escritor autodidacta, con ocasión de la venta directa de los libros de su autoría. Por medio de ellos conoció desde niño las precarias condiciones de vida del proletariado urbano y rural de Chile, las que eran aliviadas por la tierna compañía de mi abuela costurera, Herminda Ceballos. Un personaje fundamental en el crecimiento de mi papá fue su abuelo, el zapatero Manuel Jesús, quien había sido miembro activo de la Sociedad de Artesanos “La Unión” y de la Federación Obrera de Chile en los años veinte.

En una ocasión, cuando mi viejo era un niño de apenas seis años, se trasladó con su padre donde unos parientes campesinos quienes ensacaban granos de paja trillada para trasladarlos, en carreta, hasta la bodega de una casa. Mi papá entusiasmado ofreció su hombro para que se le cargara un saco. Los campesinos sonrieron y Rosario del Carmen, la dueña de casa, para no desanimar los deseos de colaborar del niño, le confeccionó un pequeño saco que llenó con granos. Él, entonces, entre las risas y congratulaciones de los campesinos pobres, corrió saco al hombro junto a los cargadores simulando un gran peso en su espalda, serio y feliz a la vez.

En otra oportunidad, la familia de mi papá ocupó una casaquinta en Bulnes, donde mi abuelo, conocido como “Don Manuel” se encargaba de preparar y publicar ediciones especiales para el diario “La Discusión” de Chillán, mientras mi abuelita Herminda criaba gallinas ponedoras, cerdos, pavos y gansos para asegurar el alimento. Mis tíos Libertad y Máximo, hermanos mayores del pequeño Mañungo, asumieron la tarea de salir a vender el semanario “El campesino” que editaban los trabajadores del agro de la zona. Mi papá era aún tan chico que no estaba ni siquiera en condiciones de darles de comer a los habitantes del gallinero y del chiquero, sin embargo, ya se sentía preparado para salir a la calle a gritar “¡El Campesinooooo!”. Tal fue su insistencia, que pronto se le pudo ver en noches de lluvia intensa corriendo entre sus hermanos, portando el farol que iluminaba el camino de la pareja infantil que repartía el diario entre los hogares de los trabajadores rurales.

14 marzo 2007

Con memoria y alegría, adelante por la vida


Hace 22 marzos, dos Manueles de poco más de treinta años de edad se encontraron a la entrada del Colegio Latinoamericano de Integración, el “Latino”, ubicado en Avenida Los Leones con el El Vergel, en la comuna de Providencia. La mañana de ese viernes de 1985 era ruidosa por las micros que se detenían ante el frontis de la escuela para dejar a los niños y niñas que Manuel Guerrero y José Manuel Parada recibían sonrientes mientras intercambiaban noticias sobre los esfuerzos por mejorar la educación que se hacían desde la Agrupación Gremial de Educadores de Chile y la manera en que se podían proteger mejor los derechos de los oprimidos desde la Vicaría de la Solidaridad del Arzobispado de Santiago. Muchas cosas sucedían aquellos días, meses y años, pero ese viernes lucía normal, todo indicaba que el comienzo del año escolar daba la bienvenida a tiempos mejores.

Sin embargo, no habían alcanzado a despedirse los Manueles cuando un silencio abismal se descargó sobre este pedazo de la ciudad, y como por arte de magia ya no pasaron más vehículos ni peatones. Por segundos se escucharon los pájaros como cuando la ciudad aún no despierta y por instantes el Latino quedó solo, desacoplado de la urbe, y los profesores tuvieron que bajar la voz al dirigirse a sus estudiantes, pues no había bulla exterior que vencer. Pero no fue magia lo ahí ocurrido, sino la fugaz aparición de la verdadera naturaleza del tiempo histórico dictatorial que, en Avenida Los Leones con El Vergel, mostró por segundos su verdadero rostro, el real fundamento de la “revolución silenciosa” que conduciría a Chile a la Modernidad a través de la generosa combinación del know-how de la Escuela de Chicago y los manuales de “extracción de información” de la Escuela de las Américas.

Pues fueron Carabineros de Chile quienes interrumpieron el tránsito a plena luz del día para que sus funcionarios pasaran raudos a secuestrar a los Manueles sin ninguna orden de detención de Tribunales ni nada que se parezca al mínimo común múltiplo de un Estado de Derecho. Y fueron Carabineros los que sobrevolaron en helicóptero el Latino, que a ojos de los agentes estatales no era un establecimiento educacional, sino un teatro de operaciones militar, donde a la hora 0850 una pareja de enemigos de extrema peligrosidad para el orden público intercambiaban información fundamental para desbaratar la subversión, mientras dejaban pasar hacia el interior de la escuela de cuadros marxista, de nombre de fachada “Colegio Latinoamericano de Integración”, a los futuros guerrilleros que iban ingresando de uno a uno en uniforme escolar con mochilas portadoras de material incendiario, para reunirse en salas con capacidad de 30 antisociales cada una, a cargo de un instructor que en ese momento pasaba lista. “Halcón llamando a Cóndor”; “Afirmativo, le copio”; “Observe cómo a Guerrero se le acerca un menor subversivo”; “Sí, afirmativo”; “Infórmeme qué le dice al oído, debe ser el próximo punto del Frente Manuel Rodríguez”; “Entendido, ahora lo oigo… Ya mi teniente, lo pude oír perfectamente, lo registro e informo”; “No registre, comuníqueme de inmediato, que mis superiores requieren la información para procesarla”; “De acuerdo, teniente: no le dijo nada, el menor que camina como pingüino, que se parece extremadamente a Guerrero, solo le dio un beso en la mejilla, debe ser una clave”; “No se preocupe sargento, le consultaremos al Fanta, él decodifica y sabe de estas cosas”...

Sí, José Miguel Estay Reino, tú debes saber. Fue el último beso que le di a mi padre. Porque como si se tratara de una novela policial se lo llevaron junto a José Manuel, a pesar de la oposición del Tío Leo que ustedes balearon en la calle. Y los buscamos todo el día, toda la noche, toda la mañana. Y tú los condujiste a la “Firma” en la calle 18, donde trabajabas de agente en la Dirección de Comunicaciones de Carabineros de Chile. En el mismo lugar donde en 1976 ya habías participado de las torturas a mi padre. Y tenías más profesores encadenados además del artista plástico Santiago Nattino. Y luego de aplicarles tormentos que no te condujeron a nada los trasladaste en vehículos estatales a Quilicura, donde nuevamente Carabineros de Chile detuvo el tránsito de madrugada para que el degüello fuese en silencio y se pudiesen oír claritos los gritos apagados de tres seres despojados de cualquier atributo ciudadano, tres “nn” a quienes, a nombre de la cruzada de la civilización occidental en contra del comunismo internacional, la Modernidad neoliberal dejó caer a la tierra húmeda tres “paquetes” para que se desangraran y fuesen olvidados.

No es una historia bella, pero creo que debemos preservar la memoria de estas vidas y hechos. Porque, ¿cómo olvidar lo ridículo y burdo que fue el destino de tantas personas sencillas, valiosas, algunas destacadísimas en sus ámbitos, en manos de un Estado ramplón y matonesco que nos tenía reducidos a hablar bajo, a mentir como clave para sobrevivir, a aceptar la destrucción de la unidad familiar a través de la prisión, la relegación, el exilio o la desaparición, por causa de pensar diferente? Pero, por sobre todo, ¿cómo olvidar el presente? Porque no es un ejercicio melancólico señalar que éste está construido en buena parte sobre la barbarie digerida rápidamente como si ya estuviese superada, mientras decenas de miles de personas que aplicaron profesionalmente tortura circulan libres, sin juicios ni castigos, sin prácticas de resocialización ni rehabilitación, “como si” aquí no hubiese pasado nada. No es que no se hayan hecho cosas, pero claramente lo hecho es insuficiente ante lo acontecido.

Y esta insistencia en recordar no tiene que ver con la presencia de un odio acumulado, con un mal de archivo, con la compulsión excesiva a la repetición, con creer en el primado ontológico del testimonio de la comunidad de las víctimas y la cacha de la espada. Simplemente se trata de exigir y practicar nuestro derecho ciudadano a construir memoria social, a no dejar nunca de conmovernos con lo ocurrido, a repensarlo una y otra vez para redescubrirnos, y desde allí asentar nuestros compromisos e invitar a tal experiencia a nuestros hijos. Y todo ello sin necesidad de cantar odas inconducentes al dolor e inventar héroes y mártires de bronce. Más bien al contrario.

Recordamos porque no queremos olvidar lo que fuimos y somos: Personas que vamos a dejar a nuestros hijos al colegio para hablar sobre qué más hacemos para superar los problemas de la educación y la manera en que podemos defender y mejorar la vida de y con los oprimidos, aunque en eso se nos vaya la nuestra. Como los Manueles. Sonrientes sembrando ante el absurdo de la ilusión de poder de los helicópteros y los expertos decodificadores de la humanidad. Adelante por la vida porque simplemente vale la pena.

TE INVITO A HACERTE PARTE DE ESTE EJERCICIO DE MEMORIA VIVA, ASISTIENDO CON TUS HIJOS E HIJAS EL DÍA SÁBADO 31 DE MARZO, DE 16:00 A 20:00, EN AVENIDA LOS LEONES CON EL VERGEL, A COMPARTIR UNA TARDE FAMILIAR, EN LA QUE JUNTO CON ESCUCHAR DIVERSOS GRUPOS MUSICALES, APRENDEREMOS A ARMAR Y DESARMAR BICICLETAS, JUGAREMOS AJEDREZ, COMPARTIREMOS CON CHINCHINEROS, EN FIN, DEMOSTRAREMOS QUE CON MEMORIA SEGUIMOS ALEGRES POR LA VIDA.

Un abrazo, los hijos e hijas de los Manueles estaremos ahí juntos a nuestros hijos.

Manuel Guerrero Antequera.

PD: Si puedes, ayúdame a difundir esta invitación entre tus contactos. Gracias!