06 mayo 2007

Ser para la muerte

¿Ser para la muerte? Parece que sí, pues la muerte nuevamente ronda por mi país, o tal vez jamás se ha retirado del todo, ya que vuelve a aparecer con la fuerza característica de la violencia: la irreversibilidad.

Un obrero forestal joven, de apenas 26 añitos, muere acribillado por balas de Carabineros, quienes dicen dispararon en defensa propia.

Nuevamente una subametralladora y un revolver, otra vez la lógica del amigo y el enemigo, y la espiral parece que se enciende, y por un lado se apela al Estado de Derecho y el orden público, y por la izquierda no falta quien casi celebra que haya un "nuevo mártir de la clase trabajadora".

Mientras, los Angelini dueños de la Forestal Arauco al enterarse de la noticia deben haber agitado un poquito más rápido el hielo de sus vasos de whisky o se habrán fumado un tabaco más fuerte y con un leve gesto de hombros habrán dicho: "ellos se lo buscaron, en algo andaban". Y la opinión pública debe haber visto la noticia entre la crónica roja, accidentes de tránsito y sectas varias, y tal vez hubo algún comentario entre la gente apretada en el metro o en la cola del supermercado y apúrese señora que está por empezar el partido de fútbol no me lo quiero perder.

Ser para la muerte de una sociedad que teniendo todos los recursos a mano para desarrollarse y lanzarse a conquistar su felicidad con mayor libertad e igualdad, se extravía en la maravilla de la acumuluación y el consumo a cuotas, mientras la cuota de muertos parece ir al alza.

Ser para la vida es lo que debiera guiar la con-vivencia, el inter-es, el siendo juntos. Y no me cabe duda que el carabinero que disparó, tal como el obrero que protestaba, lo hacían en gran medida movidos por sueldos de miseria. Pueblo contra el pueblo, unos de overoll y otros de uniforme, vidas que día a día se apagan como estrellas muertas.

Esta violencia no es individual, no nos viene transmitida en forma genética. Es social, personas suicidadas por su sociedad. Un hijo de ejecutado político lanza su hija pequeña por el balcón en medio de una discusión con su pareja hija de ejecutado político. Una recién convertida en madre, profesora de danza, muere por septisemia entre sus amigos que la atienden sin conocimientos en una comunidad alternativa que no desea tener contacto con la institucionalidad de la salud oficial porque consideran que es ésta la que los lleva a la muerte. Un obrero dirigente sindical pierde el ojo en una marcha del primero de mayo donde defensores de los trabajadores lo atacan porque consideran que los sindicatos ya no defienden a los trabajadores.

La muerte no se ha ido y nuevos hijos e hijas pierden a sus padres en forma irreversible. "Su muerte no ha sido en vano" dirá alguien en algún discurso. "Es culpa del Gobierno, es culpa de la izquierda, es culpa de la derecha, son los milicos, Bush, los marcianos, el calentamiento global", dirán otros.

Y esos niños crecerán y muy pocos estarán en condiciones de atravesar el desierto del terror, que recorre el cuerpo desde el estómago a los pies, y llegar ilesos a alguna orilla más amable. Nuevos hijos se armarán a su vez de una subametralladora y un revolver, y usarán algún uniforme, verde, rojo o negro, y empuñarán el arma o levantarán el puño cerrado, pero en defitiva vivirán el don de la vida a puño limpio. Muy pocos serán capaces de mirar el horror al espejo y ver en sus propios rostros a la humanidad dañada y amar a la humanidad toda, porque todos son hijos a su vez. La muerte vuelve a tomar la iniciativa en contra de la palabra, el debate, el argumento, la razón con corazón.

Y la realidad se torna tan dura que estas palabras que escribo ya creo que comienzan a ser vistas como blandas, amarillas, entregadas, traidoras, enemigas.

Pero insisto, aunque sea inconducente. Ser para la vida.

Con la muerte perdemos todos.

Manu.