11 marzo 2006

Lecciones de MI PADRE



Lección

Jugando fútbol
con mi hijo
en la isla Margarita
comprendí el drama de los
huérfanos.


Primavera

Amarillo
arrogante
anunciador
aromático
atrayente
apareció el primer
aromo de la temporada


Pena

Asomado en el horizonte
de la vida
un ojo llora.


Paciencia

¡Ven! voy
¡trae! traigo
¡sufre! sufro
¡espera! espero
¡ándate! me quedo.


Manuel Guerrero Ceballos, Budapest 14 de abril 1980.

10 marzo 2006

MI PADRE: La compañía de mi madre


"La compañía de mi madre", es un texto escrito por papá que rememora un episodio de su infancia pobre. Según me contaba, era en este tipo de recuerdos que se refugiaba y buscaba fuerzas para resistir las sesiones de tortura a las que fue sometido en 1976. Una experiencia semejante le debe haber ocurrido entre el 29 y el 30 marzo de 1985, cuando estuvo secuestrado por agentes la Dirección de Informaciones de Carabineros de Chile, en el local de calle Dieciocho 229, en Santiago de Chile, que era apodado "La Firma". Para probablemente fuerte sorpresa de mi papá, se trata del mismo lugar donde lo llevaron en junio de 1976, repitiéndose varios de las mismos agentes en ambas ocasiones, algunos de las cuales cumplen condena hoy en la cárcel de Punta Peuco. Muchos de los autores intelectuales y materiales de ambas operaciones, sin embargo, aún continuan libres.

Más alla de ello, quisiera invitarlos a leer este recuerdo, pues refleja el intenso amor que tenía mi padre hacia su familia y su origen, particularmente hacia mi abuela, Herminda Ceballos, que mantenía a su prole a partir del trabajo diario de costurería. Mi abuelo, Manuel Guerrero Rodríguez, pasaba largas semanas fuera del hogar, junto a Máximo, el hermano mayor de mi padre, pues era escritor popular, que autoeditaba sus libros de realismo social, y debía salirlos a vender por sus propias manos. Cuando mi padre fue un poco mayor, tambien le tocó recorrer de pequeño Chile, vendiendo los libros de mi abuelo.

Saludos cariñosos a todos ustedes, y gracias por permitir invadir durante estos días vuestro espacio, y por continuar atravesando conmigo esta parte de la historia de mi vida, que espero también hagan suya, pues es la historia de nuestro pueblo.

Manuel Guerrero Antequera.
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La compañía de mi madre


- Hijo, hijo, hijo. Levántate, parece que ya es hora.

La voz de mi madre me llegó desde lejos, desde las profundidades del sueño, que navegaba por otras aguas y tiempo, quizás soportando, como en el cine, un duro combate en el oeste norteamericano donde los simpáticos rubios de uniformes azules aplastaban a los primitivos y crueles indios apaches o comanches, o estaba sacando moras en las ciénagas infectas de zancudos y hedores de un estero de Quilpué, arrastrando, tirando una escalera que nos permitía trepar sobre las matas y sacar sabrosos frutos que más tarde se convertirían en mermelada hogareña, o andaba extraviado en los primeros aguijones del sexo que impulsaba secretos paseos con un amigo, donde con unas muchachas grandes y pícaras para nuestra edad, nos besábamos y acariciábamos, en esas tardes de añoranza y quietud pueblerina.

Sentí la mano de mi madre entre suave y premurosa sobre mi hombro. Abrí los ojos y la vi agitada en su acostumbrada tranquilidad.

Traté de despabilarme y me levanté. Miré hacia la calle, aún estaba oscuro.

- Tendrás que acompañarme, ya no aguanto más, debe estar por nacer el niño.

Su barriga lucía gigantesca y arremolinada.

El agua fría ayudó a que me despertara definitivamente. En minutos estaba listo. Mis otros hermanos se irguieron en sus camas y por presentimiento se pusieron a llorar:

- No pasa nada hijos, sigan durmiendo - los tranquilizó mi madre.

Mi hermana Juana, que ha sido de por vida una especie de gemela mía, y yo de ella, quizás por nuestra proximidad de edad, estaba ya de pie arreglando el consabido bolso con las primeras ropas para el niño que vendría en las próximas horas al mundo.

- La Juana se quedará con los niños y tú como el hombre mayor de la casa ahora, me acompañarás. Apúrate, abrígate bien, está fresco afuera.

Salimos después que la Juana se despidió lloriqueando de nosotros.

Mi madre con su recia y aún así suave mano de mujer de pueblo, me envolvió la mía que se sintió protegida y cubierta como con un rebozo. La de ella transpiraba y me parecía sentir sus palpitaciones e incluso las del próximo hermano. Eran dos vidas anudadas y contenidas en una osamenta.

El campo circulante y las calles por las que caminamos estaban solitarias y quietas. Solo el ladrido de algún perro o el croar de las ranas nos acompañaban.

- Es de esperar que consigamos que alguien nos lleve porque a esta hora no hay locomoción y creo que el niño debe estar por nacer, yo ya no aguanto más -, dijo mi madre.

Llegamos a la carretera oscura y extensa que se perdía en la distancia.

Mi madre se paseaba de un punto a otro, volviendo su vista de vez en cuando hacia el horizonte por si divisaba algún vehículo.

Se quejaba de los síntomas del parto, aunque evitaba hacer cualquier aspaviento que aumentara mis preocupaciones infantiles.

El tráfico era muy escaso y los pocos vehículos que pasaron no hicieron asomo de detenerse, no obstante las agitadas señas que yo hacía mostrando a mi madre.

En mi conciencia de niño yo me daba cuenta que ella resistía a duras penas, porque a menudo se apoyaba, más bien se echaba, sobre un poste de alumbrado eléctrico, a la sazón sin luz que allí había. Cerraba los ojos y me parecía que iba a desplomarse.

Por temor yo le hablaba y le pedía que me contestara. Ella lo hacía con desgano, solo por calmarme. Más tarde me pedía que le hablara de lo que quisiera para pensar en otro asunto, lo que yo aprovechaba para narrarle mis descubrimientos en el campo, los conocimientos de los animales y las plantas, de las diabluras en la escuela que se encontraba en una loma prendida a la tierra arcillada.

Luego ella entonaba algún pedazo de canción que yo acompañaba con esa voz tan característica de los niños que rozan la pubertad. Éramos dos siluetas en la noche, una gigantesca para mi dimensión, que era mi madre y yo, flaco y diminuto, sacando arrogancias indebidas en la misión de varón mayor de la amplia parvada familiar. Con frecuencia yo me evadía de la situación y quedaba prendido de las sombras nuestras que se proyectaban al pasar velozmente algún transporte indiferente a nuestras rogativas.

Avanzaba horriblemente la noche sin asomo de resolverse el traslado a la lejana ciudad en la cual mi madre pudiese recibir la atención necesitada.

Sin señalarse fue tomando forma la idea de que podría producirse el alumbramiento antes de llegar al hospital, distante como nuestros violentados derechos de gente pobre. Fue mi madre la que abordó el problema, como siempre, después de sopesar la situación.

- No creo que alcancemos a llegar al hospital, y por mi experiencia el niño debe estar por nacer. Volver a la casa sería peor, no puedo dar un solo paso.

- Parece que voy a tener un hijo callejero, desde antes de nacer -, bromeó a continuación.

- Si el niño sale me vas a tener que ayudar hasta que alguien nos traslade a Viña.

La miré intensamente y a pesar de la oscuridad vi el sudor que le cubría el rostro arrebatado. Por los surcos de su piel transcurría un líquido que representaba las tensiones contenidas.

Por un impulso de miedo y protección me abracé a su barriga, pidiéndole que esperara un poco, que ya luego pasaría un vehículo, que si nacía el niño no sabría que hacer, que se podría morir, que con qué iba a envolver al niño.

Me acarició sentidamente la cabeza, como solía hacerlo cuando nos regaloneaba o se arrepentía de una reprimenda que después consideraba muy dura, para su permanente paciencia, matizada con iracundas amenazas, que jamás cumplía, pues sencillamente las olvidaba a los minutos siguientes de proferirlas.

Diciéndome palabras maternales me calmó.

Recuperada la tranquilidad me envolvió una pesada soledad, me sentí solitario y desvalido, soberbio en nuestra pobreza que no permitía resolver la necesaria atención a mi madre parturienta. Lamenté que no estuviera presente mi padre que andaba en Santiago trabajando arduamente, justamente para tener algunos pesos para recibir al nuevo hijo. Me reveló la indiferencia de los automovilistas que no se solidarizaban con una mujer embarazada y un niño que los hacía señas en el camino.

- Si el niño nace, hijo, debes de ayudarme, no te asustes, en el campo las mujeres tienen muchas veces sus hijos solas.

- Ahora, a lo menos, estoy contigo para que me ayudes y después pares algún vehículo para que me lleve al hospital.

Empezó a explicarme minuciosamente las distintas posibilidades en que podría estar el niño y qué debía hacer yo en tal eventualidad. A mi modo me parecía sobrehumano, lejano a mis posibilidades, había escuchado, alguna vez, de cómo nacían los niños, pero de ahí a atender yo el parto me era inconcebible.

Después de hablar mi madre entró en una especie de sopor, evadiéndose de la realidad circundante. Era como si hubiese salido de un peso tremendo, se confiaba en alguien más que estaba junto a ella. Y ese era yo, fruto y continuación de ella, a quien en más de alguna ocasión nos asemejaron por temperamento.

Afirmada en el poste eléctrico se quedó quieta en su convulsión en desarrollo.

Me decidí lograr que parara un vehículo como fuera. Divisé una luz que crecía en la impenetrable noche. De reojo observé a mi madre, comprobando que se hallaba con los ojos cerrados. Había campo libre para mi determinación. Avancé hacia el centro de la carretera y me crucé en ella. Un vehículo avanzaba aceleradamente con un ronquido furibundo y parecía que me iba a arrollar, pero no eche pie atrás; nada me importaba, mi madre necesitaba ser trasladada al hospital y eso era lo que iba a conseguir. Frenó a escasa distancia y el chofer bajó enfurecido. Ahí me di cuenta que era un autobús de recorrido, el primero de un nuevo día.

Sin hacer caso de las reclamaciones del conductor corrí donde mi madre y la ayudé a caminar hacia el bus. Subió a duras penas. El vehículo siguió su marcha con su preciosa carga. Iba repleto de pasajeros, algunos medio dormidos y otros absortos en sus propias preocupaciones. Me indigné que nadie cediera su asiento y dirigiéndome hacia los más próximos exclamé:

- ¡Ustedes son unos hijos de perra! ¡Que no saben lo que es una mujer que va a tener guagua!

Yo mismo no me reconocí en esa voz impersonal, iracunda y temblorosa. Todos despertaron y nos miraron. Varios diciendo palabras de disculpa dieron su lugar.

Llegamos a Viña del Mar cuando la claridad dominaba la ciudad balneario.

Dificultosamente mi madre cubrió los metros que nos separaban del hospital. Nada mas llegar se desplomó. En una camilla la trasladaron urgentemente a las dependencias interiores de la maternidad. A mi no me dejaron entrar. Quedé en la vacía antesala dando algunos antecedentes de rigor. Otra vez me sentí desvalido en esos amplios y blancos espacios profilácticos. Quería llorar pero me daba vergüenza, por lo que me auto convencía que podría sobreponerme.

Al rato escuché que alguien preguntaba por el marido de la señora que entró recién. Por impulso imposible de reprimir, sin pensar nada, dije:

- Yo soy.

El médico largó una carcajada.

- ¿Tan joven y ya estás casado?-, y dirigiéndose a la recepcionista le preguntó: ¿No hay nadie más acompañando a la señora que llegó hace poco?

- Nadie más. Yo ando con ella. Soy su hijo - , respondí.

- Bueno, entonces a ti te informo. Tienes un nuevo hermano, fue hombre. Prácticamente el niño nació en la camilla, no sé cómo no dio a luz en la calle.

- ¿Puedo verla?
- ¿Cómo se te ocurre? Ella está en observación, ándate y después llaman por teléfono o vienen a verla mejor.

Me quedé pegado en la tierra, silenciosamente, sin alboroto alguno, me puse a llorar. Mi madre estaba bajo el cuidado que se merecía, había nacido un nuevo hermano y un gran peso escapaba de mis manos.

Salí a la calle y me puse a correr hasta llegar al paradero del autobús. Lo tomé y mi vista fue devorando cada metro que recorrí en el camino a Quilpué. Todo me parecía bello y nuevo.

Apenas bajé de él nuevamente me largué a correr dirigiendo la vista hacia la casa que se encontraba en un montículo a la distancia. Haciendo visera con mis manos descubrí que mi hermana Juana estaba asomada a la ventana también mirando hacia la carretera. Desapareció de mi vista y luego la tuve corriendo a mi encuentro.

- Fue un hombre, mi mamá está bien. Ya somos ocho hermanos -, le dije y nos abrazamos emocionados.

Manuel Guerrero Ceballos.

[Sigue leyendo su testimonio La solidaridad nace donde menos se espera]

09 marzo 2006

MI PADRE: La sesión macabra continúa


Mi padre pudo estar aquí, pero murió peleando.
Manuel Guerrero Antequera.
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La sesión macabra continúa

Brutalmente dos manos golpearon mi pecho.

- Te vai a morir si no hablai concha e'tu madre-, vociferó el torturador.
Otra vez ordenó:

- Dale más duro, se está haciendo el duro este huevón -.

Los puños machacaron con insistencia la región herida.

Mi dolor aumentaba, cubriendo todo el cuerpo. Sentía que lentamente se adormecían los dedos y los brazos. El cúmulo de sensaciones dolorosas se precipitaba buscando un cauce para estallar. La cabeza cumplía la misión de ser la boca del volcán, que desde dentro pugnaba, presionaba por salir a la superficie. Cada conducto sanguíneo cosquilleaba, dando puntazos que como alfileres herían mi cráneo.

- Ya, pu huevón, empieza a cantar, mira que tenemos poco tiempo y paciencia -

La respuesta era idéntica:

- No tengo qué contar, no sé lo que quieren -

- ¿Así que no sabí quienes somos nosotros?-

-¡No! -.

Un golpe de puño rabioso se estrelló en mi estómago. La respiración se cortó, me faltaba el aire. Una tos seca hizo sacudir la cabeza. Quise llevarme las manos al estómago y no pude, las tenía sujetas a la tarima.

Con sarcasmo e indignación preguntaron:

-¿Así que no sabí por qué te agarramos?-

- No, no sé por qué -
- ¿Entonces, por qué te tiraste a choro y quisiste arrancar?-
- Como no lo iba a hacer, si sin decir nada me golpearon y me arrastraron a la fuerza -
- Seguro que vamos a pedir permiso a alguien pu, tonto saco de huevas -
Iba a replicar pero guardé silencio, porque tenía la boca reseca, me costaba ordenar mis pensamientos.
- A este le vamos a dar el tratamiento intensivo -

Sucesivos golpes y bofetadas me propinaron en el cuerpo y el rostro.

Me contraía de dolor. Los oídos volvían a zumbar cual colmena de abejas en acción. Involuntariamente forcé abrir los ojos; no pude, la oscuridad continuaba.

- Cuenta cabrito, no tení para que sufrir de más - con zalamería me habló alguien.
- Estos que están aquí son harto brutos. No sé para qué pegan cuando hablando se arreglan las cosas. ¿Por qué no cuentas de tu vida, a que te has dedicado todo este tiempo?

Me pareció que había sinceridad en esa voz. Eran palabras espontáneas que querían al parecer, aliviar mi dolor. Pero, me daba cuenta que eso era en la superficie y este sorpresivo bienhechor, no era sino otro de los canallas que desempeñaba el papel de "bueno" al lado de los otros que gritaban, injuriaban y gozaban con golpear.
Siguió hablando mientras llamaba la atención sobre el estado de la herida.

- Este hombre sangra mucho, porque no le limpian un poco. Se ve fea la cosa. Ya pu Manuel no te hagas el gil, convérsame -.

Castañeteando los dientes, con los labios temblorosos insistí:

- No tengo nada que decir, no sé qué quieren que les cuente -.

Estas simples palabras me llevaba un mundo en pronunciarlas. Temía no decir exactamente lo pensado.

Mis pensamientos se desenvolvían en tres planos. Lo que deseaba olvidar, sepultar para siempre, no recordar y que, sin embargo, estaba nítido en el recuerdo. Las ideas que deseaba dejar establecidas y latentes, que fueran configurando mi historia de hombre comunista, pero desligado de toda actividad política y tanto más orgánica, intención que solo podía prosperar de acuerdo a lo que respondiera al darme cuenta que conocían de mí por sus preguntas, que aún no formulaban, y que debía obligarlos a hacerlas; y el plano de las palabras mismas que iba pronunciando ante sus golpes y exigencias.

Tenía como obstáculo para lograr estos fines mi debilidad física, que sentía como aumentaba ante cada agresión, y la incertidumbre, la duda infernal de no saber por qué había sido ubicado y la causa exacta de la detención.

Por ratos me desvanecía y volvía al estado conciente queriendo desesperadamente ubicarme en qué instante estaba del interrogatorio.

Algunas veces me costaba más situarme en la situación y lugar en que me hallaba. Buscaba abstraerme y evadirme del dolor, para no ser su presa, para mantener la reflexión y la agilidad mental plenamente.

Con un trapo áspero, duramente restregaron la región afectada. Me dieron vuelta para pulsear en la espalda la ubicación del proyectil, pero no ubicaron nada. Una mano abierta fue haciendo el posible recorrido de la bala, lo que me causó enormes dolores.

- No sé por qué no le dieron altiro en la cabeza a este huevón porfiado -.
El "malo" entraba en acción. Su voz la ubicaba perfectamente .
- Déjeme arreglar yo a este comunista infeliz. Con buenas palabras parece que menos entiende -

Sus golpes no se hicieron esperar y los antebrazos me los golpeó una y otra vez.
Comprendí que necesitaba seguir ganando tiempo, tanto para recuperarme de la golpiza que podía ser fatal como para ir formándome un cuadro mínimo de lo que sabían.

Empecé a señalar mi nombre, edad, profesión, estado civil, hijo.

Al paso de decir alguna cosa me detenía. Quería acrecentar la imagen de mi gravedad y dar la sensación que decía cosas contrarias a mi voluntad, que me costaba decirlas y que eran una muestra de mi debilidad en resistir. Fui interrumpido con un golpe en la cabeza, que me sacudió cual ropa al viento.

- Esas son historias conocidas. Cuenta qué hacías desde el 11 adelante. Lo anterior lo conocemos bien.

Estas simples afirmaciones de ellos me daban la idea que no fui detenido por un simple soplo o denuncia, lo que agravaba mi situación. Entonces, ¿qué era? ¿tendrían a alguien más, y si así era, éste había hablado? Las hipótesis eran múltiples, quería escudriñar más en lo que sabían, pero a la vez tenía que responder o guardar silencio a sus preguntas. Decidí jugármela para exasperarlos.

- Después del 11 me cabrié de la política – expresé -. No era como antes, ahora es mucho lo que se arriesga, además tengo mujer e hijo -.

Una carcajada forzada replicó a mi afirmación.

- Vos creí que somos aprendices. Nosotros sabemos que Uds. los comunistas no se cabrean nunca, son porfiados hasta la muerte.

- ¡Me ahogo! -grité- ¡Me ahogo, no puedo respirar! -.

Rápidas carreras se produjeron. Sentí cerca varios individuos.

- El corazón le está fallando a este gallo-, dijo uno.
- Aplástale fuerte el pecho. Sujétalo. Así, así, aplástale el pecho, como si estuviera ahogado con agua -.

Me extravié en el tiempo, en la nada....

Volví en mí y sentí las voces encima y las manos que aplastaban y soltaban, volvían a aplastar y soltar varias veces.

Pensé que dentro tenía una demolición, todo diseminado, reducido a escombros. El dolor era muy grande y cada presión arrancaba quejidos y lamentos.

- Esto te pasa por porfiado – dijeron -. No querí ayudar. Te botai a pucho y después hay que estar como niñera cuidándote. Si no cantai te vai a morir en serio y nadie va a mover un dedo por vos -.

La voz era como un moscardón que daba vueltas y vueltas en torno a un objeto, iba y volvía, zumba que zumba.

El dolor bloqueaba toda otra sensación y raciocinio. Estaba ahí, presente, dañaba, afectando, cubriendo cada lugar.

Siempre pensé antes que frente a los verdugos no me quejaría, pero ahora no podía evitarlo, el dolor no era una idea o posibilidad de guardar a toda costa lo que conocía.

Ante el silencio, nuevamente aplicaron electricidad.

Sentía que rozaba a la muerte.

Era una situación inverosímil, sufría mucho, pero ante la cercanía de la muerte me tranquilicé. “Si muero, se acabó no más”. Este pensamiento simplista alejó el terror y me hizo asumir una posición de resistencia a la ultranza, de provocar el desenlace... “A lo mejor si no respiro me desangro. Si aprieto los dientes y hago fuerza, se acaba de una vez. ¿Y si los provoco? Les hecho garabatos, los mando a la mierda, que se ensañen y listo. ¡No! Les saldría muy barato. Quizás pueda darme vuelta, me dejo caer y eso produce más hemorragia. Qué imbecilidad haberme doblado cuando disparó, debí tirarme encima, pero creí que podía zafarme y correr. Al menos hubo bulla. Sí, claro, la gente tiene que haber escuchado los gritos y el disparo. A lo mejor no sintió nadie y se llevaron a la Vero. ¿Y si la traen qué hago?. No, esto mejor que termine antes, de una vez ya. Pero, qué va a ser de Manuelito, no conoceré a la guagua. Las lágrimas corrieron por la cara. No, no tengo que pensar en eso ahora. Mejor me muero, pero no van a sacar nada conmigo estos hijos de puta”.

Levanté ligeramente el brazo izquierdo, quise darme vuelta pero no pude. Me faltaron fuerzas y además me aplastaron contra el camastro.

- Qué estai haciendo, te hací el dormido no más -.

Vino el golpe. Grité lo que más pude.

- Ya para un rato. Deja que piense el hombrón. Mejor que sé de cuenta clarito que está jodido si no ayuda.

Respiraba compulsivamente.

“Estos no me van a dejar morir tan fácil. Quieren hacer durar la cosa, pero están apurados. Tengo que saber seguir aguantando. Esperar. Aguantar. Resistir. Aguantar. La boca la sentía cada vez más áspera y reseca. Un vaso de agua, si pudiera tomar agua qué agradable sería. Estaba sediento. Me sentía mareado, confundido. ¿Qué hora sería? ¿Cuánto tiempo habría transcurrido desde la detención? ¿Sabría alguien de ella o aún no se conocía? ¿Cómo esperaría el niño que lo fuéramos a buscar para ir al colegio? Y nosotros no aparecíamos. Seguro que preguntaría: ¿Y mi papá por qué no llega? Empezaría a mirar con su carita pegada a los vidrios de la ventana, consultaría la hora, se desesperaría al comprobar que llegaría tarde o no iría a la escuela. Imaginé la cara congestionada, tensa, llorosa de mi suegra, dando respuestas que no la convencían. Dejaría pasar el tiempo pero al avanzar la tarde se angustiarían. ¡Qué mierda de vida!. Nadie vive despreocupado, ahora toda la gente anda inquieta, temerosa, desconfiada. Se muere alguien en la calle e incluso los curiosos se alejan. Ni morir tranquilo se puede. Frena un auto y el corazón salta. Lo jodido es que la familia ni sabe dónde ubicarnos, dónde vivimos. Un día uno se va a morir y se van a enterar cuando esté podrido, claro eso es, si alguna vez me pasa algo, o a la Vero, incluso al cabro chico, nos fregamos no más. Pero qué le vamos a hacer, no hay otra solución. Lo mejor es cuidarnos para que no suceda nada. Qué manera de tener sed, voy a buscar un vaso de agua, la boca es un estropajo”.
En el límite de la conciencia y la inconciencia, de la lucidez y la oscuridad, se libraba una violenta lucha.

A ratos perdía claridad de los hechos, perdía el sentido del tiempo y el espacio. Ayer era hoy, hoy era mañana, estaba en el fondo, en la superficie, suspendido en el aire.

Pedí: - Agua, agua, tengo sed, agua -.

El exabrupto del matón saltó:

- Te vai a morir y querí tomar agua. ¡Jódete!

Volví a la realidad. En el fondo de mi ser nacían llamitas, pequeñas lumbres, que traían luz.

Entre la incertidumbre y la impotencia, volvía la esperanza. Poder pensar, este elemental hecho, que daba fortaleza y seguridad. En la conciencia, el padecimiento crecía, pero había algo que me entregaba entusiasmo, capacidad humana mínima de saber el curso de mi menguada existencia. Pase revista a mi estado físico. Sentí el cuerpo pesado, dolido, en la cabeza me pinchaban diversas punzadas, eran como esquirlas de metal que estaban incrustadas en mi cerebro. Los brazos los sentía hinchados, las manos y los antebrazos heridos, las piernas las sentí atrofiadas y el pecho ni pensar.

“¿Hasta cuándo resistirá el cuerpo sin morir?”, medité como si me preocupara una digresión académica.

La lengua la sentía enorme, más grande que la boca, debía parecer un perro sediento que arrastraba su lengua porosa, dilatada, en busca de una gota de agua. “¡Pero qué cosas tengo!” concluí. “Estoy más muerto que vivo y me preocupo de huevadas!”. No, no era que mi pudor fuera violentado; lo que me molestaba era sentirme ridículo y humillado ante sus ojos, no quería darle a los verdugos motivo de burla, mofa o cualquier otro sentimiento de menoscabo. Quise estar físicamente íntegro, fuerte, duro, mostrar que nada me dañaban sus torturas. Era una imagen romántica, que por un instante quise tener. La imagen del combatiente que da golpes y golpes y sus últimas fuerzas son para golpear más o autoinmolarse. En cambio yo estaba hecho un espantajo. Pero, discutí conmigo mismo, nuestra fuerza no descansa solo en el valor físico, sino en las ideas, en las convicciones que jamás son extirpadas y me sentí alegre de ser comunista, de haber resistido hasta ese momento.

Cuántas veces había pensado cómo me comportaría si me detenían y torturaban. Partía, entonces, de la disposición de resistir; pero ahora en la práctica lo estaba haciendo. En muchas ocasiones vislumbré con escalofrío la ocasión de la detención por la DINA y las primeras torturas. Ahora estaba en sus manos. Eran chispazos de alegría por estar cumpliendo. Más, ¿qué sería de mí? Si al menos supiera qué sucederá, ¿me fusilarán o me encerrarán en el fin del mundo?

-¿Qué hora será?-.

Mis amigos me esperarían y se preocuparían cuando no apareciera. Como si adivinaran mis pensamientos, los verdugos volvieron a la carga.

-¿Cuál punto tenías hoy? -
-¿A quién tenías que ver?-
-¿Dónde te esperan?-.

Hice como si no escuchara.

-¡Te estai haciendo el enfermo huevón! Despiértalo -.

Un puñetazo me hizo chillar de dolor, me habían golpeado el pecho nuevamente.

- Cuenta Manuel, no seai porfiado, si sabemos quién soy -.

Seguí sumido en el silencio y tratando que no me desesperaran los dolores.

- A ver tú, dile a éste quién es, cómo se llama, qué pega tenía en la Jota -.
No pude evitar el estremecimiento.

“¿A quién incorporarían al interrogatorio, sería alguien conocido, que ellos habían logrado que delatara? Si así era, todas mis afirmaciones se irían al suelo. En tal caso cómo me muevo, qué caminos sigo. ¿Tendría ocasión de maniobrar aunque sea mínimamente? A lo mejor no me queda más salida que seguir poniendo el cuero duro y estar dispuesto a negar todo, aunque tengan al más pintado al frente. Por lo demás, estoy igual más muerto que vivo”.

- Escucha Manuel -.

La voz del torturador empezó a decir mi nombre completo, el de mis padres y hermanos, algunos antiguos y nuevos compañeros y algunas responsabilidades tenidas en la Jota.

Cada palabra la acompañaba de gran afectación, dando la impresión que poseía los mayores y más profundos secretos que harían imposible cualquier escapatoria.

Aunque presentía que estos antecedentes los daban para atraparme, arrinconarme y obligarme a reconocer qué hacía, no dejó de impresionarme que los tuvieran.
El tráfago de angustia, dolor e incertidumbre otra vez me cogió.

Una vez más deseé ardientemente morir.

Comprobé que era más fuerte y audaz cuando me preguntaban por cosas que ignoraba; pero al poseer antecedentes verdaderos de mí, se estrechaba el cerco. La voz sonó gutural en mis propios oídos.

- No sé, no sé -.
- Ya dije que no sabía nada -.
- Qué quieren de mí, si nada sé -.

- Sabemos que estai mintiendo, estai metido en el hueveo. De nosotros nadie se ríe. Somos profesionales, entendí, profesionales. De aquí nadie sale si no coopera. Así que lo mejor que podí hacer, es desembuchar, mira que no nos da ni asco si te vai cortado. Los que se creen duros son los que cantan, hasta se cagan en los pantalones los maricones. Te vai a ir en mierda igual que el otro que te echó al agua. Cuando lo veai te quiero ver. Ustedes se creen tan capos y no son más que unos pelotudos. Mírenlo, cambiándose de pinta para parecer caballero, igual no más te cachamos y gritando más encima, “¡Quiénes son, qué quieren!”.

La risotada de los restantes agentes policiales celebró la pachotada.

Callaron.

Esperaban mis respuestas. Estaba confundido, no sabía si callar, llorar o gritar. Pensé por unos instantes: cómo serán esos hombres, quiero verle las caras y los ojos. Dudé si eran como el resto de las personas. Los rasgos habituales de los hombres me parecían ajenos a ellos. ¿Cómo podían reír, comer, bromear mientras otro hombre moría? Tenían que ser anormales, incluso de aspecto físico diferentes. En sus gritos, carreras y risas habían expresiones de histeria, de gozo morboso ante el dolor ajeno, se entusiasmaban, comían, bromeaban, guardaban silencio como autómatas. Concebí la imagen de pequeños demonios, con uñas y dientes largos, ojos enrojecidos, que saciaban su sed con sangre y carne humana.

- Vamos concha e’tu madre habla de una vez-, gritó uno.
- Dale otro toque pa’ que se suelte -.

La descarga eléctrica nuevamente me hizo recoger y estirar el cuerpo como un resorte gastado. Los gritos, reflejo pálido del dolor, estremecían mis propios oídos.

- No participaba en nada, me cabrié hace tiempo, ahora sólo me dedico al trabajo y a la casa- dije.

- Nos aburriste Manuel. Oye bien. Te damos un ultimátum, te estás muriendo y necesitas atención médica urgente. Nosotros te la podemos dar, pero tienes que cooperar. Si te seguí negando a hablar te vamos a dejar botado, y más de una hora no durai. Piénsalo bien. Eres un gallo joven, tení un hijo, la Vero está por tener otro, podí perfectamente vivir tranquilo, sin que nadie te moleste. Además que todo lo que tenían se acabó, ya no existe, entonces para qué sacrificarse en balde. ¿Cómo no vai a entender? Ustedes los comunistas no tienen sentimientos, pueden dejar viudas y huérfanos y no les importa. Cada uno se cree un mártir, un elegido, y resulta que todos hablan, incluso los dirigentes. Nosotros no perseguimos a nadie por sus ideas, vos podís pensar lo que se te ocurra, lo que no aguantamos es que nos hueveen los pollitos; que revuelvan el gallinero. Si se quedan tranquilos con sus ideas nadie les hace nada. Te digo esto, para que veaí que no somos brutos, que nos podemos entender. Te vamos a dejar que pensí. Mientras más tiempo, más te agravas, por lo que te conviene contar luego lo que se te pregunta. ¡Ah!, una última cosa, si seguí negando, te vamos a traer a la Vero, y junto a ti la parrillamos. Te podí imaginar qué le pasaría en ese caso...”.

Una mano golpeó suavemente el hombro, a lo compadre.

Un aluvión de sensaciones, sentimientos e ideas cruzaban por mi mente.

La muerte se presentaba como posibilidad real. Me decidía a morir o cedía. Mi vida se apegaba en el hoyo más negro e ignorado de la tierra. Me veía en una fosa profunda levantando los ojos en busca de luz; pero solo chocaban con las paredes de tierra que desprendían piedras, terrones y lombrices que herían mi cuerpo desnudo. No percibía la boca de la fosa. Quería trepar, pero caía infinitas veces, mi piel se laceraba. Gritaba y la voz resonaba con eco perdiéndose, consumida por la nada. De tanto mirar quedaba ciego. De tanto gritar quedaba mudo. Deliraba. Veía en una calle a mi compañera e hijo. Era un lugar solitario, abandonado, inhumano, me desesperaba verlos, quería alcanzarlos, corría y corría y a pesar de mis esfuerzos ellos se alejaban, pero miraba mis pies y estaban engrillados y al levantar la vista ya no estaban. Tenía frío, me hubiera gustado ovillarme, taparme y dormir, estaba cansado, extenuado. ¿Qué me pasa? ¿Me muero o agonizo? A lo mejor son los puros nervios o el miedo. Creí que se me había acabado el temor; pero otra vez sentí miedo. A lo mejor soy un cobarde que está temblando, ante la muerte. ¿Valdrá la pena tanto padecimiento? ¿Qué ha sido de mi vida? Hay gente que trabaja, vive bien o mal, pero circula por las calles, tranquilamente, juega fútbol, tiene fiestas, no se complican la vida. Pero uno está muriéndose y a lo mejor a nadie le importa. Desde hace años le estamos dando a la política, sacrificándonos, peleando y más encima a punto de morir. A lo mejor no debí meterme en este lío. Pero, ¿cómo sería mi vida de otra manera? No me la imagino. Lo que soy se lo debo a la Jota, al Partido, a la lucha. Mi familia es cómo es, porque es comunista, mi propia compañera la conocí en la Jota. Vale la pena ser comunista. Eso me elevó por la sobrevivencia diaria, la monotonía, le he dado alas a mi vida y vuelo a mis pensamientos. Me voy a morir, pero lo haré con serenidad hasta donde pueda morir tranquilo. Pero estos desgraciados no harán de mi un delator y menos un traidor. ¿Que saco con vivir en medio de la vergüenza? Eso no sería vida. Mi conciencia tiene que resistir los peores dolores, debo prepararme para aguantar más dolor.

¿Tendrán efectivamente a mi compañera? Si la traen y me destapan los ojos debo verme íntegro, incluso tengo que sonreír. Pobrecita, con su guata embarazada, cómo habrá sufrido. A lo mejor la golpearon en el estómago, puede estar con hemorragia. ¿Habrá aguantado? Sí, tiene que estar resistiendo. Fue bueno haber conversado sobre esto. Tiene el compromiso, como yo con ella, de resistir no delatar, incluso aunque traigan a Manuelito. Eso sería peor todavía. Estos canallas, son capaces de todo. Recuerdo que a un niñito en Concepción lo metieron en barril con agua de color rojo frente a su padre, para que éste creyera que estaba bañado en sangre. Si lo traen, me destrozará el alma; pero igual me aguantaré. Si pudiera ver y decirle algo a mi compañera… Si la tienen, que me maten de una vez. Le gritaré, ¡resiste amor, resiste, de mi boca no ha salido nada! Ojalá que no la tengan, que ella no pase por este infierno, además que así puede ayudar a la pelea afuera.

No, no harán de mí un despreciable traidor. Tengo que estar firme, un minuto de debilidad, cobardía o dolor no va a cambiar mi vida, no me convertiré en un harapo avergonzado y despreciable que rehuye mirar los rostros de la gente. Mejor morir. Quero vivir, pero tengo que seguir resistiendo, voy a utilizar la muerte como escudo. Me pueden matar; pero tampoco les conviene que muera. La proposición de que diga algo y me salve es una patraña, dicen que quién delata y habla más se hunde. Son una cáfila de delincuentes, degenerados. Esto no puede ser eterno luego tendrán que irse, más bien los echaremos, ahí veremos como arrancan, cuál es su cobardía, su miseria moral, su bajeza. ¡Qué hermoso será ese día! Cuánta emoción no sentiremos, cómo correremos por las calles, caminos, villorrios, qué dramas ignorados todavía se conocerán y entre lágrimas, encuentros y ausencias, dolores y esperanzas, estará la alegría del pueblo, de nuestras mujeres y niños, y las lolas y los cabros, los ancianos. ¿Estaré presente para esa ocasión? Tengo que estar y si por último me muero habrá por lo menos alguien que me recuerde, que diga "Manuel pudo estar aquí; pero murió peleando". Eso es, esa debe ser mi conducta, quizás qué otras cosas me van a hacer; pero tengo que aguantar, no delatar, no hablar, debo olvidar nombres, casas, rostros y señas de los camaradas. Olvidar todo, sólo debo dedicarme a ganar tiempo. Qué lesera, ¡justo ahora se me viene a la cabeza lo que tengo que olvidar! Es como si el dolor empujara los recuerdos para afuera. Es jodida la cosa la solución para terminar con el padecimiento, es como si la tuviera en la punta de lengua. Pero esa no es la salida. Si hablo más me hundo. ¿Cómo saber cómo me ubicaron? Está claro que me tienen encuadrado, pero si lo saben todo, por qué están tan apurados. Deben faltarles antecedentes y quieren conmigo llegar al resto de los cabros. Cómo me duele el cuerpo, debo estar charqueado. Puta, para que me acordé del dolor, cuando lo hago más me duele el pellejo. Pero qué le voy a hacer si estoy jodido. Quizás cuánto más me harán. Con tal que la cabeza no se deje dominar por al miedo.

Y este ultimátum, ¿será una nueva amenaza o me matarán de una vez?

Esperaré. Eso, claro, esperar, hacerme como si no escuchara, no darme por aludido.
Se van a espantar; pero sabré qué se traen entre manos. Me pueden pegar otro balazo, o me atropellan o quizás qué cosa, pero no creo que sea peor que esto. Morir es lo menos malo que me puede pasar. Si la Vero está viva, más va a sufrir ella que yo, al igual que la familia y los amigos. Es triste tener que morir tan joven.

Una angustia sorda y profunda se apoderó de mí. Era un dolor de sentimientos. La congoja precipitó lágrimas que bañaban mi rostro. Iba a explotar en llanto cuando recordé donde estaba, que debían estar observándome los verdugos. Mordí con furia mis labios, hasta sentir que me los hería. No les daría en gusto de verme estallar en sollozos, no era un superhombre de acero, porque el dolor y la angustia me llegaban, pero no sería un implorante sujeto entregado a su merced. La observación a que estaba sometido era efectiva, ya que al ver que derramaba lágrimas volvió el acosamiento.

- Bueno que decí’. Contai toda la verdad o te liquidamos, te hemos dado tiempo para que pensí, y aunque te hagai el dormido sabemos que estai dándole vueltas a la proposición. A ver Manuel, qué hay hecho del 11 en adelante. Aunque nosotros lo tenemos claro nos gusta escucharlo del propio afectado.

Alrededor sentí varios individuos, aunque era uno el que de preferencia dirigía el interrogatorio.

No respondí nada.

Para ocupar mis pensamientos y no volver a replantearme todo lo examinado y mantener la actitud previa, me aboqué a imaginar la escena como si se pudiera desde fuera y tratar de captar el ambiente donde estaba. Me vi desnudo, con el pecho ensangrentado, cubierto de cardenales, con los ojos tapados y las piernas y los brazos como sapo de espalda. Estaba rodeado de hombres jóvenes, deportivos y despreocupados, que golpeaban, gritaban y alardeaban como matarifes frente a los seres que sacrificaban. El cuerpo no les interesa más que no sea para hacer daño. Su atracción en la boca, más bien la comunicación entre el cerebro y las palabras. Cómo no quisieran fotografiar este proceso y al no poder hacerlo buscan, escrutan, escarban e intentan dominarlo totalmente a uno. Más allá de donde estaba tirado, debía haber un mesón con tasas y jarros, azucareros, donde estos individuos bebían y comían. Debían ser muchos, porque sus risas e imprecaciones eran variadas. El lugar olía a limpio, recientemente pintado y tenía que tener dos o tres pasillos de comunicación por donde circulaban.

La carga del agente continuó:

- Te estai muriendo y todavia querí dártelas de firme, si no hablai luego, te dejamos botado y no aguantai ni una hora sin atención médica.

Persistí en el silencio.

Nuevos golpes castigaron mi empecinamiento. A cada agresión continuaban accesos de tos y dolores agudos. Lentamente fue apoderándose de mí el convencimiento de la muerte. Si no podía alargar el tiempo sucumbiría. Tenía que construir una historia y aferrarme a ella. Era riesgoso, me podían pillar en las respuestas; o tenderme trampas; pero si seguía más tiempo ese juego, perderían el momento más difícil, el inicial y tendrían que tirar antecedentes para arrinconarme.

Estaba en esas meditaciones cuando el interrogador gritó:

- Bueno, si no querí ahora contar toda la historia ya tendremos tiempo para eso. Ahora dinos: ¿Cuál era el punto que teníai hoy y con quién?
-¿Qué cosa?
- El punto, la reunión, ¿dónde y con quién la teníai?
- No tenía reunión porque no participo en ninguna cuestión política, me dedico a la pega y a la casa.
- Dime dónde teníai el punto chucha e' tu madre! -, vociferó el torturador, acompañando con puñetes sus palabras.
Grité por dolor y desahogo.
- Ya dije que no tenía reunión. No participo en nada.
- Ahora va a resultar que ni siquiera erí comunista.
-¿Erí comunista o no?
- Si lo soy, pero ahora no hago nada porque están prohibidos.
- Si no teníai nada que temer porque andabai fondeado.
- No andaba escondido porque vivía normalmente.

Entendía que mis respuestas no eran convincentes, aunque las decía con seguridad. Ellos seguían el interrogatorio, porque veían una abertura que de continuar podía llevarlos a la información que buscaban. Era riesgoso este camino, pero era mi posibilidad de luchar por la vida. En este marco me iba a mover.

- Para ayudarte a recordar vamos a traer a tu mujer, que ya se fue de lengua. Delante de ella a ver si eres capaz de seguir mintiendo.

Me estremecí.

-¡Oye, trae a la mujer de este gallo!

Aguardé tenso. Era más que factible que la hubieran detenido junto a mí. Me empecé a agitar, transpiré y ya no respiraba sino que jadeaba.

A mi lado el hombre seguía buscando, horadaba mi cabeza con sus amenazas.

- Ya la van a traer. Está tan como las huevas la pobre. Sólo por respeto a ti, no le hemos dado capote, total voluntarios sobran. No te dai cuenta que hací daño a tu familia, aunque se lo merecen, pero la principal responsabilidad es tuya.

La espera era mortificante. Tenía el convencimiento que efectivamente la traerían. Pensé en su dolor, como también en qué hacer si en realidad le habían sacado informaciones o la sorprendieron.

Era todo terriblemente complejo y doloroso. Aunque no había que descartar una farsa montada por ellos, por lo que lo más cuerdo era desmentir cualquier información.

- Qué pasa que no traen a la señora, miren que aquí tiene a su amado esposo que la espera.

Múltiples risotadas se escucharon.

De lejos una voz señaló:

- No la vamos a poder llevar ahora jefe, porque esta mierda está desmayada.
- Recupérenla y en cuanto esté lista la traen.

En mi interior sentí un alivio. Me preguntaba: por qué si la tienen no la traen aunque esté desmayada. A lo mejor están blufeando. Aunque también pueden reservar esto para otro momento.

Una pequeña ilusión nació en mí de que mi compañera estuviera libre y ya se estuviera movilizando en denunciar mi secuestro.

Me sentía afiebrado y la tos era cada vez más aguda.

Nuevamente sentía sed. Pedí agua.

- Dale té a este gallo.

Alguien acercó una tasa y me hizo beber pequeños sorbos .

-¿Qué tal está?

No sé porque se me ocurrió responder:

- Le falta azúcar-. Estrepitosamente rieron.

- Miren al huevón patudo. Este cree que está en la pensión Soto.

Nuevas risotadas se sacudieron.

Yo también reí. Es extraño que una situación de ese tipo provoque hilaridad, muy distinta, por cierto, para ellos y para uno.

Los verdugos me dejaron descansar.

Quise pensar en otras cosas, ausentarme de ese lugar maldito y no pude.

Se sentía demasiado adolorido, enfermo grave. Comprendía que la llama de mi existencia se apagaba, lo que provocaba sentimientos contradictorios, ya que por un lado me sobrecogía y me hacía temblar la posibilidad de la muerte y por otra podía ser el fin de mis tormentos. Estaba muy débil.

Después de cada respuesta que daba, me sentía más extenuado. Los dolores eran intensos y tenía la cabeza llena de ruidos, zumbidos, gritos, golpes y quejidos. Sin darme cuenta estaba quejándome en voz alta con ayayayes lastimeros. Me sumí en la oscuridad. Dormí o perdí el conocimiento por un buen momento. Sólo fue un bloque negro que cubrió mis ojos, oídos, pies y manos, cuerpo y rostro. Es posible que en ese instante estuviera más cerca de la muerte que de la vida.

Volví al dominio de la sensación plena, mientras era examinado por un médico o un supuesto médico que con estetoscopio recorrió el pecho y la espalda; tomó el pulso, vio las piernas y brazos. Cuando se dio cuenta que estaba lúcido, dijo:

- Soy un médico que ha sido llamado de urgencia por estos señores. Cumplo una labor estrictamente profesional. No sé quien es usted ni por qué está en este estado. No me interesa saberlo, sólo sé que está extremadamente grave. Requiere atención médica completa, o en caso contrario morirá. La bala no sabemos dónde está alojada. Puede estar afectando al corazón, los riñones u otro órgano. Todo indica que tiene una enorme hemorragia interna. Yo no puedo hacer más por usted. Aquí no hay implementos ni medicamentos. He planteado su traslado a un lugar que tenga las condiciones adecuadas para su gravedad. Se me ha dicho que están dispuestos a acceder si usted les proporciona ciertos antecedentes. No puedo inmiscuirme en sus asuntos, pero creo que usted, siendo una persona joven, por lo que me han dicho culta y con un hijo, no va a sacrificarse en vano. Así que si Usted me permite le recomendaría que acceda a los requerimientos que le hacen y así podrá salvar su vida que no tiene más resistencia que para una hora.

Sus palabras me provocaron estremecimiento y angustia.

Una vez más el latido del corazón se apoderó de todo el cuerpo, latía más y más rápidamente, hasta desatarse en una loca carrera sin destino.

El brazo izquierdo fue sujeto con fuerza y un fuerte pinchazo me hizo quejarme de dolor.

La misma voz del "médico" señaló:

- Le vamos a poner calmante mientras tanto, pero le insisto que, aunque Usted no responde, depende de cómo colabore con estos señores si se le lleva a recibir la atención que necesita.

La inyección fue muy dolorosa, pero más que eso me inquietó que no fuera calmante.
El peligro de haber sido drogado era real... Puede haber sido Pentotal, llamado también el suero de la verdad, u otra cosa, pensé en tal caso qué hago. Debo luchar por no perder el conocimiento y bloquear mis pensamientos: No sé, no sé, nada sé. ¿Estará bien así? A lo mejor debo pensar en algo muy distinto y proponerme: no diré nada, nada diré nada, no diré nada....; estará bien repetirlo quince veces o será poco; repetiré de nuevo. Me acuerdo de que cuando estudié psicología y nos hipnotizaba el profesor en clases para que no lograra hacerlo uno debía escaparse de su círculo, no seguir le la corriente. Eso haré si esto que me inyectaron es una droga y quieren arrancarme declaraciones. Sí, me parece haber leído que a quien no se entrega, no quiere hablar y se propone resistirles en todo, no le sacan palabra alguna que lo comprometan.

Los efectos de la inyección empezaron a hacerse sentir. ¿Qué me pasa? ¿A lo mejor estoy recuperándome, me estoy aliviando?

-¿Cómo se siente?

- Bien.

- El calmante le va a hacer muy bien -, oí decir al doctor.

La agitación continuaba, los dolores los sentía distantes y pequeños. El médico preguntó:

-¿Por qué no le dice a estos señores con quién se va a ver y dónde?

En medio del caos de sensaciones e ilusiones un eco lejano repetía: no sé, no sé, nada sé.

Las preguntas volvían:

-¿Y cómo se llaman con quienes Usted se encuentra y qué casas ocupan?

- No sé, ya dije que no sé.

Una mayor excitación iba apoderándose de mí provocándome un estado soñoliento.
Estaba aletargado y manos femeninas me hacían cariño en el pelo, la cara y los brazos al mismo tiempo que con voz suave decía que me recuperaría, que estuviera tranquilo, que había gente preocupada de mí. Era como sentir a la esposa, la novia, o la madre, pues sus caricias y palabras eran entre maternales y amantes.

- Manuel, te mejorarás. Estate tranquilo y confía. Pobrecito has sufrido tanto.
Existía un deseo instintivo de encontrar calor y cariño, pero de lo más profundo de mi ser surgió desprecio y repugnancia que de haber sido posible me habría empujado a golpear a esa mujer que participaba en las torturas y vomitar de asco sobre su rostro.

Me recogí y sentí más odio que nunca al fascismo y sus sirvientes, que llegan a la perversión más abyecta en su papel destructor e inhumano.

Las amenazas menudearon nuevamente:

- Te hemos dado un ultimátum, te salvó la venida del médico y parecía que estabas entendiendo el asunto. Pero otra vez estás chiveando. Así que vamos a seguir conversando. Decí ahora que no tení actividad política, entonces para qué te cambiaste de casa hace tan poco.

En efecto me había mudado de vivienda.

- Me cambié porque convenía económicamente y lo que gano de profesor es poco.

- Nosotros te venimos siguiendo la pista hace meses, por lo que, como te dijimos, sabemos en qué estai y qué cargo ocupai en la Jota; pero nos gustan las confesiones. El que reconoce tiene más posibilidades de que le perdonemos la vida. Por lo que tú al estar negando te estai despachando sólito. Querí que te digamos más, conocemos hasta dónde se juntaban y los de las casas lo han reconocido.

Nuevas oleadas de angustia llegaron a mí. Seguirían siendo todas bravuconadas o en realidad manejaban esos datos. Ahora parecía como si no estuvieran apurados.

Entendía que no podían seguir golpeándome porque eso era desencadenar el fallecimiento, pero a la vez tenía claridad que debía ser atendido medicinalmente o moriría.

Especulaba con mi muerte y yo seguía protegiéndome en mi gravedad.

Como mis negativas proseguían lanzaron más antecedentes sobre mi actividad para obligarme a reconocerla.

- Sabemos que después del pronunciamiento militar, seguiste participando y que te veías con tales gallos.

Nombraron a algunos compañeros.

- También tenías que atender políticamente a estos otros.

Nuevos compañeros fueron mencionados.

- Tenemos en una pared la estructura de la Jota, desde el Comité Central hasta la base más rasca. ¿En qué lugar te ubicai? No te vamos a destapar los ojos, dinos no más cuántas jinetas tení.

- Después del 11 se pegaron el pollo del país esta gente, se quedaron estos otros y funcionaron éstos. ¿Qué te parece? Todavía creí que estamos chamullando. Te decimos esto para que te aclarí y no sigaí muriéndote por las puras huevas. El tiempo sigue andando y tení una cara de fiambre que no te la despinta nadie.

Seguía sintiendo fuertes dolores y la respiración era cada vez más dificultosa. Me cubrieron con una frazada. Además de la música que daba cortina musical a los interrogatorios, oía gritos despavoridos, pasos presurosos, ajetreo. Mi resolución era obligarlos a que dieran la máxima información y de allí manejarme. Hasta el momento continuaba negando toda participación después del golpe. Era difícil seguir eternamente sosteniendo eso, puesto que los datos dados mostraban conocimientos más acabados, pero no poseían la información precisa de mi acción. Al menos esa era mi impresión hasta ese instante. Aunque algo me decía que guardaban más recursos y temía a cada paso enfrentarme a alguna sorpresa. ¿Cómo marcharían las cosas afuera? ¿Alguien sabría ya de que fui arrestado y baleado?... Sí habían detenido a mi compañera sería algo largo el proceso de cerciorarse que me tenía la DINA, lo que atrasaría la presión por mi reconocimiento. Si ella llegaba a estar libre imaginaba cada paso que habría dado. La verían llegar llorando y sin preguntarle nada sabrían que la represión se había descargado. Tenía confianza que mi familia se movilizaría y no dejarían piedra sin mover hasta dar con mi paradero.

Más si no tenían vestigios de mi detención les sería muy difícil golpear todas las puertas.

Fue abriéndose paso en mí la idea de crear un escándalo u otro hecho que diera ocasión de dejar testigos. También me serviría para ganar tiempo y que mis verdugos creyeran que estaba diciéndole lo que sabía y no me mataran de inmediato. Pero para crear esta situación debía reconocer participación. Eso era muy arriesgado. Seguiría afirmando lo dicho y dejaría esta posibilidad como recurso extremo. Para el caso que me viera forzado a llegar a eso concebí un nombre, un compañero y un lugar falso. Busqué caminos de movilidad no dándole ni una sola información a la DINA y si era imposible avanzar me quedaría con una versión y de ahí no me sacarían ni con la muerte, lo mismo que si trajeran a alguien conocido desmentiría lo que dije y eso sería todo.

-¿Quiénes forman los organismos? Si hemos detenido a algunos, ¿quiénes los reemplazan? ¿Cómo funcionan y quién entra y saca las cosas del país? ¡Desembucha concha de tu madre!

El asedio se hacía interminable. Cada pregunta la seguían golpes de diferente intensidad. Los interrogatorios eran casi siempre los mismos, aunque nuevos torturadores se agregaban para lanzar nuevas amenazas e insultos.

Nuevos y diversos antecedentes fueron lanzados para acorralarme. Cada vez hablaba menos tatno por imposibilidad física como por precaución. Tiraron lugares de reunión utilizados en el pasado, compañeros a quienes veía, refirieron en detalle - para aplastar con su poderío -la forma de mi detención: Hacía días que vigilaban el antiguo domicilio esperando encontrar un rostro que les pusiera sobre nuestros pasos. Instalaron vehículos simulados en toda la zona, puestos de venta de alimentos y seguimiento exhaustivo de cualquier sospechoso. Esperaban y no ubicaban el derrotero, hasta que una tarde ven llegar a esa casa a una mujer joven que resultó ser mi compañera. Ella tocó repetidas veces el timbre y nadie abrió la puerta. Hacía siete días que el arrendatario de ese departamento, colega profesor y de estudios, había sido detenido. Con la ubicación de mi compañera comenzó el proceso de la captura. Ella tomó diversos vehículos de locomoción colectiva sin captar que los esbirros de Pinochet iban tras suyo. Al llegar a nuestro barrio perdieron de vista el lugar exacto donde ingresó. En vista de esto, establecieron fuerte vigilancia sobre el sector, portando fotografías para individualizarme. Desplazaron cerca de quince sujetos, creando igualmente una situación de apariencia natural, instalando parejas de presuntos enamorados, vehículos en panne, ciclistas que circulaban, copando todas las arterias principales de circulación.

Otro de los verdugos de la DINA, lleno de soberbia y suficiencia, dijo que tenían la propia casa bajo vigilancia desde un domicilio trasero y que ciertos niños que pasaban a pedir limosna, hecho cotidiano en el Chile de hoy, eran enviados por ellos para determinar si estaba en casa o no.

En ascendente jactancia y brabuconería refirieron también las detenciones de otros compañeros, de José Weibel, quien fue Subsecretario de la Jota al momento del golpe fascista, al cual me liga cierto parentesco, haciendo visión de los gritos angustiados de su esposa e hijos, que presenciaron su captura en un bus, tras una provocación concertada con sadismo que contó con la participación de mujeres que simulaban ser tranquilas dueñas de casa que lo agredieron acusándolo de hurto, para de inmediato apresarlo, golpeándolo despiadadamente otros chacales de la DINA que iban en el mismo vehículo. Igualmente reconocieron tener en su poder al joven profesor Luis Maturana que arrendaba la casa de mi propiedad, a la que acudió mi esposa dos días antes de mi detención.

Para disminuir mi resistencia señalaron casos de delaciones y traiciones, buscando mostrar como estéril cualquier sacrificio.

- No participé más porque era muy conocido, por eso me quedé sin pega política, sólo leo los diarios y escucho la radio y así me mantengo informado. Es cierto que después del 11 hice algunas cuestiones políticas, como antiguo dirigente estudiantil, viendo cómo ayudábamos a los estudiantes presos, pero de ahí quedé descolgado.

- Veí que estabai en el hueveo. Pero eso que estai diciendo es solo un triguito para entretenernos. No pu' Manuel, la firme es la que queremos. No es posible que un gallo del Central de la Jota, después sea solo un estudiante preocupado. Eso no nos gusta, porque nosotros tenemos la "papa". Ya te dijimos que no perseguimos a la gente por sus ideas, sino a los que están en la chuchoca, los que están en la estructura, los que mueven la cosa. A los otros les sacamos la cresta, les quitamos las ganas de meterse en huevás o los echamos del país, pero a nosotros nos interesan los profesionales. Además vos estai preparado, se nota que estudiaste, lo mismo que tu mujer, que gritaba como un puta cualquiera: “Son de la DINA, se llevan a mi maridito, son de la DINA!” Ya dijiste que estabas en la cuestión estudiantil, ya dinos que haciai ahora, en que pega estai. Veí, sí seguí porfiao te morí.

Morir, morir, era una realidad. Por momentos me ilusionaba que no podía ser, tenía que salir vivo, pero en otros cómo me hubiera gustado cerrar los ojos y no volverlos a abrir. En las tinieblas de mis pensamientos la existencia la percibía distante e inalcanzable. Cómo sería el calor del hogar, la simple rutina y el cuchicheo cotidiano, no importa donde fuera, en el lugar más oculto y solitario pero que precioso es sentirse dueño de su vida para entregarla, cuidarla y desarrollarla, pero ahí mi vida dependía de esos brutos que la cortaban o prolongaban de acuerdo a su antojo.

Había dado dos ultimátum y el mismo estado en que me encontraba era el ultimátum mayor: vivir o morir. Seguiría con respuestas lejanas, en los silencios extensos, en el mutismo del dolor y la muerte.

A pesar del conocimiento demostrado por los verdugos captaba que no tenían la información precisa que señalaban, esa era también mi defensa, como lo era que nada comprometedor, en papeles, nombres y documentos me habían sorprendido. El seguimiento a mi compañera y el arresto mostraba que me buscaban y querían abrir nuevas puertas del conocimiento de la Jota conmigo como lo hacían con cada detenido.
Hasta qué punto era el estado de mi salud no lo sabía. Temía que en cualquier instante se precipitaran nuevas crisis y en algunas de ellas sucumbiera. El organismo lo sentía desgarrado por diversos dolores y el debilitamiento.

Era un caracol enroscado, una tortuga que busca protegerse en su caparazón cual escudo guerrero frente al ataque del adversario, un alpinista que asciende por senderos abruptos e ignotos y temiendo dar un mal paso que lo arrastre a la muerte...

- Madre que tengo, por qué me miras tras esos vidrios y no me tomas, atiendes, me entregas tu calor infinito. No creas que estoy muerto. ¡Vivo! Sé que lloras por mí, pero cómo decirte que sólo es una pesadilla atroz y que basta tu voluntad para que levanten esta tapa infernal y reiré cómo siempre. Quiero que todos estos señores se marchen y se lleven sus flores, pésames y lamentos; nada quiero sino salir de este sarcófago que me aprisiona, asfixia, mutila. Lo terrible es que no sé cómo demostrar que vivo, sé que mi aspecto es de muerto, pero dentro de mi hierve la vida, subsiste la existencia y el pensamiento. No permitas que me entierren, grítales que estoy vivo, que me den una oportunidad y les demostraré que mi ubicación es entre las gentes y no como las piedras, gusanos, los helechos. Saldré de aquí y me tendrás admirando tu fortaleza, comprendiendo tus lágrimas, viéndote trajinar incesantemente limpiando, cocinando, cosiendo encorvada sobre tu máquina bellos trajes ajenos por los cuales recibirás cuatro pesos, jardineando. Ya tendrás las flores más hermosas y podrás leer diarios y libros a pesar del reumatismo, el dolor de las piernas y el cansancio. Por eso no permitas madre que me sepulten. Tu hijo vive, vive....

- ¡Qué dolor, cuánta angustia, qué silencio! Estoy ardiendo, debo tener fiebre, parece que deliro y estas pequeñas luces, que veo en la oscuridad qué serán, que ganas de recoger las piernas, sentarme en la cama y leer escuchando música.

- Manuel -.

- Este huevón está desmayado o es muy bueno para hacer teatro. Manuel, contesta: ¿Qué hací ahora por la Jota, con quién te veí y dónde?

Las preguntas me sonaban ajenas, como si era a otra la persona que interrogaban.

Poco a poco volví a la realidad:

-¿Qué hací ahora por la Jota, con quién te veí y dónde?

- Estoy descolgado, no hago nada especial, leo los diarios y a veces doy opiniones sobre algún documento, escribo pequeñas cosas.

-¿Qué documento hací vos?

- De educación política.

-¿Cuáles documentos?

- Hice uno sobre el centenario de Recabarren y otro sobre el anticomunismo.

-¿Y a quién se los dai?

- A un gallo que no conozco.

-¿Cómo si no lo conocí se los dai?

- Los mando por mano.

-¿Y desde cuándo hací ésto?

- Desde hace como dos años.


Manuel Guerrero Ceballos, 1976.
[Sigue leyendo La compañía de mi madre]

08 marzo 2006

CON MI PADRE: El futuro nos espera


Querida amiga, hija, hermana, madre y compañera,
En este 8 de marzo de 2006, te regalo un poema y una hermosa flor dibujada por mi padre.

Que los dolores que han debido pasar a causa de vuestras luchas cotidianas por un mundo más justo, sean solo estrías del parto de la nueva vida que lentamente, pero irreversible, nace entre hombres y mujeres iguales, aunque maravillosamente diferentes.

A través del soporte que mágicamente permite la memoria y la palabra escrita, reciban un abrazo simultáneo de dos Guerreros plenamente vivos,
Manuel Guerrero padre e hijo.

El futuro nos espera

Uniendo las manos
las fuerzas y las esperanzas
germinará la ansiada
primavera.

Ya viene, se acerca,
el tiempo de las
luces.

El futuro nos espera,
alcancémoslo.

Manuel Guerrero Ceballos, Santiago, diciembre de 1982.

07 marzo 2006

MI PADRE RESISTE: La vida subterránea


El siguiente es un testimonio que escribió papá estando en el exilio, probablemente en 1980 en Hungría, y que trata sobre la vida en clandestinidad que le tocó afrontar a los y las luchadores sociales que se opusieron a la dictadura militar de Pinochet y la derecha chilena, entre los años 1973 y 1976, "periodo de oro" de la DINA, la SICAR, la DIFA, el Comando Conjunto, y demás grupos represivos. Sin embargo, a pesar del peligro que corrían las vidas de estos jovenes de entre 24 y 30 años, lograron componer el tejido social de resistencia que sentó las bases para lo que en los años ochenta serían las protestas masivas por la democracia. Este escrito es un sencillo homenaje a todas esas mujeres, hombres y niños que se jugaron el pellejo en toda América del Sur en contra de la barbarie. El amor sí es más fuerte.

Manuel Guerrero Antequera.
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La vida subterránea

La situación que empezamos a vivir después del golpe fascista fue enteramente nueva y diversa. Como tantos hombres y mujeres debimos vivir agazapados. Dentro de la anormalidad. Seguimos adelante, pues la vida continuaba. Se hizo habitual en nosotros el estado de alerta y la posibilidad de arresto y asesinato fue enfrentada, no con fatalismo ni inexorabilidad, pero si con realismo. Con mi compañera nos acostumbramos a vernos poco y pasar largos períodos separados. Siempre el reencuentro fue una luna de miel.

El 16 de octubre de 1974, le escribí esta carta, que llamé carta de amor a los 400 días:

"Este día siento la necesidad de comunicarme contigo. ¿Por qué? Bueno y por qué no, cuando eres parte de mi vida. Conversar me es tan natural como respirar y también tan necesario.

Si es así, entonces, por qué escribir y no hablar. Será, creo, porque no siempre el tiempo es largo y mirarte, tocarte y acariciarte expresa las ideas y los sentimientos de otra manera. Igualmente bella y necesaria. Será también, porque el hombre - al menos a mi me sucede - acumula, simplifica y desarrolla sentires por largos períodos, que no obstante ser expresados, de una u otra forma, a diario, son igual que un volcán que busca su curso.

Además, ha de ser por los tiempos que vivimos donde, por la dureza y lo terrible de la existencia, a punta de golpes, dolores, tensiones, lágrimas y pesares, cada cual se va modelando más en relación con lo más propio y auténtico, despojándose de los flecos que forman los prejuicios, deformaciones y mitos que cual pesada costra muchas veces cubren e incluso asfixian lo más simple y esencial.

Es que cuando el tiempo no es un transcurrir, sino una conquista, cuando la vida es casi siamesa con la muerte, cuando no sólo nos esforzamos por permanecer sino por vencer, qué más puede quedar.

Ya lo nuestro no sólo es un grito al aire, una bandera en ristre, un alegato fervoroso. Es la lucha por la vida misma. Y así, en que nos acercamos, a cada instante, al extremo del riesgo, y nos mostramos, tal cual somos ante el espejo de la historia, cómo no estrecharnos, unirnos, fundirnos, amarnos intensamente.
Por eso te escribo, simplemente para decirte lo que siento, qué pienso y estar contigo, apoyarte, estimularte y agradecerte por lo que eres y como eres.
Pude hacerlo ayer o mañana, pero lo hago hoy, en que por coincidencia no buscada se cumplen 400 días. Sí, han sido 400 días de congoja y dramatismo. Han sido 9600 horas de incertidumbre, angustia y encuentro de cada uno con el presente y pasado, con lo que se es y lo que se ha sido. No digo de soledad, porque no estamos solos, aunque cada individuo tenga que hacer lo suyo. Es tan cierto esto, que de manera fluida y diáfana surgen los rostros y las manos fraternas de los amigos que vivos o muertos están aquí, junto y dentro de uno. Y en esta búsqueda espontánea de lo que fue, ¡cuántas veces he vuelto a recorrer contigo ese camino largo de la solidaridad que nos estrechó, con gusto a juventud, pasión y ajos!.

Es increíble como se nos meten en el recuerdo y se enraízan las imágenes queridas, que permanecen silenciosas e incluso casi avergonzadas. Tengo así, tu risa primera, el brillo de tus ojos que me encandilaban, y encandilan, ese día nublado y lluvioso del 1 de Mayo del sesenta y nueve, las caminatas sin rumbo en busca de la noche y el silencio, las palabras garrapateadas entre sesión y sesión del congreso aquel.
Entremezcladas con estas evocaciones, surgen las de mi infancia en el hogar proletario, la búsqueda incesante y esquiva del pan cotidiano el esfuerzo de mi padre y madre por conformar un hogar auténtico donde se valore más lo que se es que lo que se tiene. Me alegro de encontrar un hilo conductor nítido que une mis vivencias.

En este camino continuo estas tú. Nos encontramos. Quizás por eso nuestro amor fluyó y se amalgamó con prontitud y rapidez. No hubo apresuramiento o atropello, existió entendimiento y confianza. En el tiempo aspiro a no defraudarte y me esfuerzo por corresponder a tu amor.

Cualquiera que sea nuestro desenlace individual en la actual situación debemos estar juntos, amándonos por lo que hemos constituido junto a nuestro querido hijo. Nada debe hacernos alterar, ni un milímetro el respeto y admiración que nos tenemos, justamente por lo que somos. Si renegáramos o traicionáramos a ello, faltamos a la misma fuente y origen de nuestro amor. Esto es lo que alguna gente no entiende y yo no logré que se entendiera, comprendiera y amara por parte de la muchacha que conocí antes de ti. Por eso éramos y seguíamos siendo desconocidos. Esto no son dos cosas, sino una sola.

Nuestro amor no languidece sino que se renueva, crece y multiplica. Cada encuentro es uno nuevo. Discúlpame, que lo exprese con las palabras de Julius Fucik: ‘La lucha las continuas separaciones, han hecho de nosotros eternos amantes, que no una sino cien veces, viven los momentos fervientes de las primeras caricias, de los primeros conocimientos. Y sin embargo, nuestro corazón late siempre al unísono, no somos más que uno en las horas de dicha o de angustia, de excitación o de pena’.

Por eso es que también poseemos la esperanza y la alegría. No convivimos o cohabitamos como tantos, sino que efectivamente vivimos. Si hemos intentado, al menos empaparnos o prolongarnos más allá de la simple subsistencia y cada día, vivimos intensamente, con plenitud, cuán bella es nuestra vida. Por tristes que sean las horas actuales.

Por cierto, que por esto mismo es que amamos la vida, pero no tenemos un terror o pánico a la muerte. No somos fatalistas ni adoradores de la muerte, pero si efectivamente se ha vivido, amado y luchado, si ella se presenta no reaccionaremos con maldiciones a lo que hemos sido, sino que la enfrentaremos con tranquilidad y decisión, peleándola hasta el último.

Aspiro y me esfuerzo por estar en esos tiempos mejores que vendrán. Son tantas cosas que desearía en tal caso hacer. Pero la primera más querida, amén de los grandes objetivos sociales, es simplemente llevar una vida normal y tranquila.
Poder compartir más directamente cada instante contigo, amarte cuando se desee, acariciarte y conversar, discutir, ver, reír, hablar, emocionarnos y llorar. Ya podremos caminar, correr o pasear como antes. Mientras tanto sigamos haciendo lo que es posible por lograr el máximo de esto, dentro de la locura e irracionalidad imperante.

Y, por último, nuestro amor y su belleza. ¿Sabes que eres hermosa? Creo que sí lo sabes. Pero de todas formas te lo reitero: me gustas con todo lo que posees y expresas. Me gustas como mujer, bien mujer. Tus besos, palabras, caricias, tu aroma. Por si no te has dado cuenta, me gustas , te quiero, te amo.
¿Algo más? Sí. Nunca te sientas sola, aunque debes estar en casa sola. Sé que todo esto no te es fácil, para nadie lo es. Por eso quiero felicitarte por tu entereza y coraje. Por todo lo que me ayudas en cada instante.

Sin ti, para mi sería muy difícil hacer lo que, aunque no siempre sea mucho, realizo.
De nuestro amado hijo, bien sabes lo que significa para ambos, del orgullo que sentimos por él. Es parte de ambos, ojalá que sea mejor que ambos.
Nuevamente, te amo y si no te escribo más seguido, bueno tú lo sabes, pero siempre estoy y estaré contigo".

La vida en la lucha clandestina es dura, áspera, sacrificada. Como nunca se debe actuar con resolución v autonomía. Teniendo la orientación principal clara caminamos por senderos desconocidos. Cada aprendizaje cuesta, incluso vidas humanas. Si en el pasado la vorágine de la lucha y el amor nos consumió días y noches, dormíamos poco, circulábamos sin parar, ahora el reposo y el cuidado en la labor política era permanente.

Los encuentros con otros camaradas eran esporádicos y breves, por lo que había que tomar resoluciones, buscar métodos y formas adecuadas, organizar la existencia, muchas veces prácticamente solo.

Las noticias de detenciones y asesinatos nos golpeaban y herían, recordábamos a los compañeros con cariño y emoción. Muchas lágrimas derramadas en silencio, pero la exigencia de continuar combatiendo hacía más patético cada golpe. No era insensibilidad, sino endurecimiento. Así se mostraba la realidad brutal en que vivíamos. Antes cuando nos enterábamos de la detención o apaleo de alguien en la huelga o el desfile la conmoción era total, ahora la muerte rondaba y, siendo angustiosa, la esfumábamos con acción y rigurosidad en el trabajo. La pregunta siempre daba vueltas en nuestras cabezas, a mí cuando me tocará, qué me harán, viviré o se acabó no más. Afrontamos la posibilidad infinitas veces y estuvimos una y otra vez, prediciendo nuevas medidas para luchar sin ser detectado y detenido. Cuando en una ocasión supe que habían preguntado por mí a un preso me estremecí y sentí ese frió profundo, que después volvería ante cada riesgo extremo. Porque a pesar de las medidas de trabajo clandestino que uno pudiera tomar, también cometíamos errores, muchas veces graves y el riesgo era constante. Las ocasiones de tensión ponían a prueba los nervios y el ánimo...

Caminaba por Bellavista en dirección a Pío Nono. Serían las cuatro o cinco de la tarde. Bajo el brazo, al medio de un diario doblado, llevaba una reciente declaración del Partido. Doblé por Pío Nono hacia Alameda y me encontré frente a una patrulla militar que pedía identificación, revisaba papeles y bolsillos de los transeúntes. La garganta se me apretó, el corazón dio un brinco y las manos transpiraron. Si retrocedo o cruzo igual me pararán y llamo más su atención - pensé.

Con resolución avancé.

- “¡Alto!”-

El grito me hizo estremecer.

Me detuve.

- “Su identificación” -.
Cambié el diario de mano, apretándolo con fuerza. Saqué el carné y se lo extendí. Lo miró atentamente.
- “¿Dónde trabaja?” -.
- “En una escuela” -.

Me observó, dio vuelta el carné y vio la dirección, me la preguntó.
Dudé varios segundos, me costaba recordarla, finalmente lo hice y se la dije.

- “Separe los brazos” -.

Con el diario en la mano derecha levanté los brazos.

Torpemente sus manos iban chequeando el cuerpo.

Me angustiaba sólo pensar que me quitara el diario y lo abriera, cuando expresó, "Está bien, siga no más". Con paso presuroso, que trataba de ocultar el nerviosismo, me fui hacia la Alameda. Reprimí el deseo de correr hasta perderme de su vista.

Al salir de esa angustiosa situación, me dolía todo el cuerpo, el cansancio era enorme, como si hubiese hecho el mayor esfuerzo físico. Di varias vueltas, cambié de locomoción y me fui a casa, el agotamiento me dio sueño y echado en la cama pensé que me había salvado.

El peligro me rodeaba y solo la actividad cotidiana lo alejaba de la primera atención. El heroísmo de las mujeres, trabajadoras y jóvenes, empequeñecía cualquier sacrificio que uno tuviera que sobrellevar. Ante todo el acoso policial, las casas generosas del pueblo se abrían y en la humildad de los comedores y cocinas había sólo calor, fraternidad y camaradería. Daban refugio a pesar del claro peligro que encerraba para sus vidas guarecer a un perseguido político. En esos hogares proletarios aprendí cada día una nueva lección.

Las disculpas, innecesarias y que turbaban, surgían en cada ocasión en que no había pan, té o un plato de comida que ofrecer. Entre avergonzados y cohibidos decían: "Disculpe compañero, pero no tenemos que ofrecerle, la plata escasea y no hemos podido conseguir ni un peso".

El invierno duro y gélido atizaba las necesidades insatisfechas. La miseria se hacía más patética. En una casa de una población santiaguina hicimos una reunión y debimos llegar de madrugada. Dentro hacía tanto o más frió que a la intemperie. Arrebozada en una frazadas, la compañera nos estaba esperando. En un brasero de lata, viejo y destartalado, ardían algunas tablas de cajón de tomates, humeando el ambiente. La tetera hervía, expulsando un chorro de vapor por su pico curvo, cual cachimba de viejo marino, descubridor de alturas y tierras.

Como en otros lugares, silenciosa, dulce y sencilla, la compañera nos estrechó la mano con calor maternal y nos abrazó con sabor a añoranza de su hijo ausente, recordado con lágrimas y sonrisas, esperado con ansiedad, tantas veces infructuosamente porque a lo mejor no volvería más, lo atrapó la muerte o lo tragó la quina infernal de la represión. Nos ofreció asiento en una banca; ella se sentó en el borde de la cama. Miré la habitación, era sumamente pobre pero de gran limpieza.

- “¿Cómo va la cosa compañero, cuando nos sacudimos de estos canallas?” - consultó.
Empezamos a referirle los avances de la unidad de los antifascistas y relatamos simples hechos de oposición que graficaban la resistencia del pueblo. Le pareció buena la pelea que había que dar por la organización de la gente. Contó que en su Centro de Madres hacían artesanías y mantenían con otros organismos sociales un comedor infantil que daba comida a ochenta niños .

- “Yo participo en la comisión de recolección -dijo-, y los feriantes, incluso los boliches del barrio que son reapretados nos dan alimentos una vez por semana. Con la platita de las arpilleras nosotros también aportamos y los cabros del centro cultural han hecho bailes y malones para juntar más cosas. Entre todos tratamos de sostener al comedor, porque allí comen los niños, pero es harto difícil mantenerlo”.

- “Puchas que soy, compañeros; con el frío que hace no les he ofrecido algo calientito, aunque quiero que me disculpen porque no tengo té ni pan, así que solo les ofrezco una agüita de hierba”.

- “No hay por qué decir nada, compañera, nosotros estamos en las mismas”.
Hicimos asomo de ofrecerle algunos pesos, de los escasos que teníamos, pero rechazó molesta el ofrecimiento.

- “No faltaba más, vienen a mi casa y quieren darme plata. No, compañeros, guárdenla para sus necesidades que son mayores que las mías”.

Dicho esto sirvió el agua de hierba. Con el cal de la taza calentamos las manos. Afuera el polvillo blanquecino de la helada y la escarcha mostraba el frió reinante.
En esa casa de tablas, muchas veces, en distintos encuentros, se fue tejiendo parte de la actividad juvenil de resistencia y combate a la dictadura. El olor a menta de la taza de agua caliente, parecía que nos ligaba más a la tierra agraria. Allí había presencia del sur, de los bosques y lagos, de los valles y llanos precordilleranos.
Las bandas de hampones de la DINA, se desesperaban por encontrar el camino parar golpearnos. Deseaban borrar de la faz de Chile al Partido, a todos los comunistas y demócratas, pero nosotros estábamos enraizados en el pueblo, por eso habían manos que se extendían, hogares para los buscados, dineros, aunque siempre poco, para los volantes y periódicos.

Los pueblos se enorgullecen de sus mujeres. Nosotros hacemos otro tanto de las nuestras. En las labores más riesgosas siempre había una compañera dispuesta a enfrentar el peligro; y cuando la represión golpeaba deteniendo y secuestrando, las mujeres removían, escarbaban, exigían, buscaban a sus seres queridos. Soportaban humillaciones y vejámenes, pero mantenían su dignidad y altivez. Los sucios y cobardes eran los que las agredían.

A una compañera, joven, buenamoza, valiente, la arrestaron por organizar a la juventud en su sector. En su población las organizaciones juveniles se habían reconstituido y la actividad de los jóvenes se dirigía al impulso de la solidaridad con los presos y cesantes. Cada vez con más energía exigían solución a sus múltiples problemas. Esta muchacha era el candil y estandarte que lograba concitar la participación de todos los jóvenes.

Una madrugada, irrumpieron en su casa, destrozando la puerta. En camisa de dormir la sacaron, con golpes y groserías. Fue torturada implacablemente, exigiéndole el contacto con su organización. A cada golpe y pregunta respondió: “No sé nada”. La desnudaron. Tenía los ojos vendados y las manos amarradas. Cada torturador la golpeó, de preferencia en el estómago y los senos. Mantuvo la respuesta: “No sé nada”.. Quemaron su cuerpo con cigarrillos una y otra vez. Entre llanto y maldiciones, repetía la misma respuesta. La dejaron tirada en un calabozo y más tarde fue sacada a la rastra y otra vez la interrogaron, golpeándola cada vez más. Le arrancaron mechones de pelo con las manos. Quisieron quebrar su fuerza humillándola, por lo que cada guardia la manoseó. Después la violaron.

Estuvo meses en prisión y, no obstante todo lo vivido, mantuvo su orgullo de clase y el desprecio a los miserables. Los presos la distinguían con atenciones cariño. La trataban con respeto y todos la admiraban. En cuanto se repuso atendía a los recién llegados, propuso la organización de los presos, distribuía equitativamente las comidas y confeccionó una lista de fechas de cumpleaños de cada uno, para que en cada ocasión ser la primera en cantar y entregar una tarjeta o un regalo al festejado.

En las mazmorras floreció esta rosa juvenil para alegrar el espíritu, acerar las conciencias y alentar la lucha.

Un día recuperó la libertad, volvió a su población y organizó a sus compañeros y amigos para atender a los presos. Volvió a la misma prisión en que ella estuvo, ahora de visita, muchas veces llevando kilos de lana, monedas antiguas, cordones plásticos y otros materiales para que los presos acrecentaran su artesanía. A pesar de todo lo vivido asumió de por sí esta tarea y no temió visitar la cárcel, para llevarles el pan y la esperanza a sus camaradas.

Cada experiencia y hecho conocido mostraba el heroísmo del pueblo. También su generosidad, solidaridad, conciencia. El terror era superado por la lucha y el odio contra los causantes del dolor y la miseria.

En el tiempo ya se empezaban a ver los frutos del trabajo. Lo que al comienzo parecía distante y difícil, ya cuajaba. Eso se apreciaba en el propio ritmo de la actividad política que crecía, exigiendo más atención y tiempo.
La cuesta del aprendizaje iba siendo superada.

Funcionaba plenamente la organización juvenil comunista en la clandestinidad. La doble tarea que pesaba sobre los militantes era asimilada. Constituíamos una organización ilegal y de vida de cara y con las masas.

La madurez y conciencia política de los jóvenes se manifestaba en la comprensión de las tareas principales, el desarrollo de la organización, unidad y lucha de la juventud, impidiendo la manipulación fascista, que hacía esfuerzos por presentarse con rostro joven.

Los jóvenes comunistas no vivían para sí, se protegían para continuar presentes en la lucha de los jóvenes en defensa de sus derechos, que iban siendo arrasados uno a uno por los tiranos.

La creación permitía superar la carencia de medios y burlar la continua pesquisa de los agentes de la DINA. Con rollos de papel engomados se hacían estampillas que contenían consignas estampadas con timbres de corcho o tacos de goma. Los volantes aparecían en los más diversos lugares, sin que se supiera quien los hizo y cómo los lanzó.

Cada tarea era una prueba de valentía, donde la vida estaba en riesgo.

En Ahumada con Moneda, pleno corazón de Santiago, la lluvia de volantes cayó desde el cielo. Eran miles, dando la sensación que se recibía una personalidad ilustre o se realizaba un carnaval. Las gentes que raudas caminaban por esa arteria miraron con sorpresa esa imagen ya difusa en sus mentes. Pensaron: debe ser el lanzamiento de un nuevo producto al que hacen propaganda. Los volantes llevados por el viento se dispersaron por las calles cercanas. Algunas personas recogieron unos pocos, pero los soltaron de inmediato, como si les quemasen las manos, mirando con nerviosismo a todas partes. En las veredas y sobre los automóviles quedaron los panfletos que decían: ¡Viva Chile! ¡Muera la Junta! ¡Unidad Antifascista!.

A los pocos minutos vehículos policiales y civiles estruendosamente cercaron el sector. Decenas de personas fueron registradas y detenidas. Por las escaleras y ascensores de los edificios a la carrera los policías subían a los pisos superiores y terrazas, comunicándose entre sí con modernos equipos de radio portátiles. En un edificio muy alto lo que encontraron fue una tabla y un tarro vacío, que en el fondo tenía un pequeño orificio por donde se había escurrido el agua, permitiendo que el paquete de volantes cayera, cuando sus gestores se encontraban ya muy distantes y perdidos para ser encontrados.

En la Universidad Técnica otro tanto había ocurrido durante una visita de Pinochet, que protegido por decenas de matones fue a dictar una "clase magistral".
Pinochet paseaba por los pasillos y aulas, tomando un aire académico, cuando desde una pasarela, sobre su misma cabeza cayeron una gran cantidad de volantes. El dictador supuso que eran de recibimiento, para luego con indisimulada ira comprobar que decían: "¡Fuera el tirano de la Universidad! ¡Libertad para los Universitarios presos!".

La multiplicidad de expresiones de la lucha contra la dictadura era enorme.

Durante mil novecientos setenta y cuatro en las paredes de Santiago, habían manchas rojas, que parecían sangre. En diversos sitios estaba esa mancha, impresionante y sobrecogedora. Ella reflejaba el dolor, el sufrimiento, el derramamiento de sangre que la dictadura desencadenaba. Los jóvenes con pequeñas botellas y ampolletas llenas de pintura roja, en el silencio nocturno recorrían las calles y las lanzaban contra los muros blanqueados.

Para el aniversario de la traición, el 11 de septiembre, las mujeres vestían luto y en romerías concurrían a los cementerios donde cubrían con flores las tumbas de sus hijos y esposos, de todos los luchadores por la libertad.

En las poblaciones, ríos y caminos, en los lugares donde la metralla asesina sembró de angustia y dolor a las familias chilenas, aparecían flores hermosas cubiertas de rocío y lágrimas del pueblo. Siempre había tiempo para el recuerdo y homenaje. Muchos fueron los que en muda congoja hicieron un compromiso de no parar la lucha hasta que los verdugos fueran castigados.

En postes de alumbrado público y lugares visibles aparecían crespones negros y en todos los sitios se guardaban minutos de silencio por los caídos.

Más tarde conocí cómo en los campos de concentración, bajo la propia vigilancia de los fascistas, se hacía igual. En el campo de concentración de Tres Alámos, en Santiago, un 11 de septiembre, a la hora de almuerzo, un compañero se paró y dijo:
"Hoy, 11 de septiembre, es un día de dolor para nuestra tierra. Nosotros prisioneros políticos, que hemos vivido directamente la represión y la tortura, hacemos un alto para recordar a nuestros héroes y compañeros desaparecidos. Guardemos un momento de silencio y recogimiento para expresar que están con nosotros y que los recordamos con admiración. Tenemos pleno convencimiento que en un futuro próximo sus rostros presidirán los actos y fiestas del pueblo."

En Puchuncaví - el campo de concentración ubicado en la provincia de Valparaíso-, durante la formación matinal, un compañero, ante el estupor de los guardias dio un paso al frente, señalando:

"Guardemos un minuto de silencio por todos los hijos del pueblo que han caído en un día como hoy, los recordamos con emoción y admiración."

Supe después que ese compañero había recibido como castigo un traslado a otro campo de concentración.

Más tarde esas iniciativas devinieron en la popularización de una R encerrada en un círculo, que significaba RESISTENCIA, y que aparecía en buses, edificios, escuelas y fábricas. Ya no era sólo la denuncia, sino que se había incorporado la lucha por resistir, porque resistir era oponerse, manifestar rechazo y sobre todo combatir.
Durante largos meses viví de allegado en diversas casas. Sólo sabía de mi familia por llamados telefónicos indirectos. Los problemas económicos aumentaban. Con poca plata, pero mucha imaginación y paciencia los fuimos superando.

Saltar de una casa en otra, adaptarse con familias de diversos caracteres, quebrar la intimidad familiar de muchos hogares y la añoranza de la familia propia, eran escollos complejos.

En estos períodos tuve tiempo para leer, estudiar y meditar. Descubrí que en varios aspectos me faltaba mayor rigor, debía profundizar en el conocimiento de mi ideología, superar cualquier manifestación de superficialidad.

Durante esas horas solitarias en casa o en las extensas caminatas, escarbé en mi vida, busqué enriquecer mi existencia interior, no con un afán individualista, sino que como exigencia del desarrollo personal, en relación con los deberes colectivos. En el conocimiento de variadas personas comprobé que existían innumerables valores en otras personas que no siempre los descubrimos y que, a veces, nos guiamos por su caparazón sin ver su fuerza vital, su valor auténtico.

En este peregrinar de casa en casa encontramos gente magnífica que ponía en primer lugar sus deberes patrióticos y revolucionarios, y aunque, como era natural, tenían preocupación por la seguridad de sus familias y en especial de sus hijos pequeños, igual se ex ponían. En innumerables lugares nos daban refugio y comida, e incluso, no pocas veces, dinero para la micro y de todas formas repetían la pregunta:

- “¿Cuando me van a dar una peguita, compañero?”-.

Cerca del fin de año, en uno de estos hogares los dueños de casa nos invitaron a otro compañero y a mí, que la frecuentábamos, a visitarlos “de civil”, vale decir sin función política. Así lo hicimos. Llegamos a la vivienda alrededor de las veinte horas. Al traspasar el umbral de ese hogar lo encontramos transformado. Estaba condicionado para una fiesta. Nos miramos con el otro compañero con extrañeza, pensando en la violación de alguna norma del trabajo conspirativo. El dueño de casa con su esposa e hijos estaban muy elegantes, nos hicieron tomar asiento e hicieron aparecer regalos para cada uno. Sin solemnidad nos dijeron:

- “Esta fiesta es para ustedes compañeros, para sus familias y nuestra causa”.

Nos sentamos a cenar y nos regalaron todo su calor, apoyo y camaradería infinita. Brindamos por la lucha y la libertad, por nuestras familias ausentes, que ellos deseaban suplir aunque fuese con limitación. Permanecimos sólo algunas deliciosas horas con esta familia, pero salimos con un entusiasmo y emoción que se extendió por semanas.

En los encuentros esporádicos con mi compañera revivimos los primeros tiempos, y a hurtadillas, escondidos y en los lugares más inverosímiles, hallamos refugio para el amor y la ternura. En ocasiones se incorporaba nuestro hijo que no podía evitar el llanto en las separaciones.

Por períodos creamos condiciones para vivir los tres y juntos enfrentamos las pellejerías cotidianas. Como el sueldo de profesor era insuficiente, en las noches hasta la una o dos de la madrugada, muchas veces alumbrados por débiles velas, aumentábamos el ingreso familiar corrigiendo pruebas de imprenta de libros. Uno leía el original y el otro seguía atentamente la prueba, rectificando cada error. Por nuestras manos pasaron las más variadas y extrañas publicaciones, desde libros de química hasta uno que se trataba de la presencia del demonio en la vida de los hombres. Este trabajo duro y agotador nos incorporó más al mundo de los libros, las letras y la imprenta, que desde pequeño me apasionaba, cuando con mis hermanos concurríamos a una pequeña imprenta que mi padre adquirió y que servía para publicar un periódico llamado "La Nueva Comuna" en San Miguel, que nosotros mismos voceábamos por las calles polvorientas de esa populosa comuna santiaguina.

Con mi compañera no éramos, por cierto, los únicos que debíamos rebuscar en qué ganarnos la vida.

Un compañero muy serio y reposado, melómano y quitado de bulla, abstemio a morirse, debió trocar sus libros de pedagogía y la pluma de escribir que manejaba con destreza y calidad, por la venta de vino en una botillería. Allí se especializó en los vinos cabernet, seco, y en los populares medios patos y litriaos.

Entre oficios múltiples un joven abogado se dedicó a la venta de productos agrícolas al detalle. Con una camioneta recorría las poblaciones gritando:-"Lechugas, tomates y zapallos, a diez el corte". A las cuatro de la mañana llegaba a la Vega Central a pelear precios bajos en los remates y de ahí partía a las calles. Creo que sus mejores alegatos, los tuvo aquí y no en la Corte. Conversar con él era hacerlo con un feriante típico que se comunica más con dichos y gestos que con palabras.

Con un contador me pasó una cosa cómica y curiosa.
Como su trabajo escaseaba, decidió ser chofer de micro y así lo encontré una tarde de lluvia copiosa en que debía conversar con un camarada. Como todos los pasajeros pagué el pasaje y empecé a avanzar por el pasillo. No me había percatado del chofer. Me corrí hacia atrás y alguien me llamó, me hice el distraído, pero la voz insistió. Mi sorpresa fue grande al ver que el chofer era amigo mío.

Dijo:-“ Eh, compadre, siéntese aquí”.

Me indicó el piso que va al lado del chofer y que está reservado para los amigos. Para no hacer bulla, silenciosamente accedí. Lo saludé como si nada y me quedé tranquilo.

-“Y, compañero, ¡cómo vamos?”- preguntó.

- “Bien, por supuesto” - repliqué.

- “Pero......”,- dijo, moviendo las cejas.

Me miró, se sonrió y exclamó:

-“. . . . ¿ Cuándo?”-.

- “Luego será...” - respondí.

Volvió a mirarme, ya un poco más serio y agregó:

-“En serio, pu' compañero, ¡cuándo cree?”-.

Empecé a impacientarme, si el hombre no se ubicaba corríamos el riesgo que los demás pasajeros se " dieran cuenta de que hablábamos de la caída de la dictadura, ni más ni menos. Decidí cambiar de tema y le pregunté por el trabajo, cómo estaba, si aumentaban o disminuían los pasajeros, que tal andaba el motor, el embriague, los frenos, las luces y demases automovilísticos. Pero no había caso, volvía a la carga, y en nada de voz baja:

- “Bueno, pero cae o no cae” - insistía.

A todo esto el micro marchaba con una lentitud exasperante, porque la conversación entretenía al chofer.

Le dije:
-"Oye, apúrate un poquito porque voy atrasado"-.

Volvió a mirarme y socarronamente se sonrío diciendo:
- “Listo no más, si hay que llegar puntual lo hacemos” -. Tomó el letrero que indicaba el recorrido, lo invirtió, como se hace cuando va en panne el vehículo.
Preguntó –“¿Adónde va, cumpa?”.

Le dije más o menos donde era. Apretó el acelerador y corrió con una velocidad increíble, no recogió pasajeros durante el recorrido y me dejó donde le indiqué, no sin antes golpearme cariñosamente la espalda y exclamar:

- “Tire pa' arriba no más cumpa, el Colo Colo siempre gana –“.

Llegué puntualmente a la cita y entré nervioso, y sonriente saludé al compañero que me esperaba, que no se imaginó nunca lo que sufrí en ese recorrido de micro para verlo.

Manuel Guerrero Ceballos, escrito en el exilio, probablemente en Budapest, 1980.
[Sigue leyendo este testimonio en La sesión macabra continúa]

06 marzo 2006

MI PADRE RIE: Recuerdos de amor


El presente relato de papá lo difundo como un homenaje a la vida comprometida, un agradecimiento profundo a aquella juventud de los sesenta y principios de los setenta que se jugaron por entero por y con los más humildes, los trabajadores. En esa aventura fui concebido; mis raíces se nutren de aquellos sueños y realizaciones. Esas vidas adolescentes y jóvenes que se volcaron al campo y la industria para entregar lo mejor de sí, para aprender dando. ¡Qué generación más bella! Gracias a todos ustedes por haberme entregado a los maravillosos padres que sigo teniendo, la Vero y el Manuel.

Cariños, Manuel Guerrero Antequera.
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Recuerdos de amor

En medio de la tortura me refugié en el recuerdo.

¿Que sería de los hombres si no tuviéramos evocaciones y sueños de gratos momentos?
En estas ocasiones vivimos de pequeñas alegrías y nostalgias. En mi caso repasé innumerables veces la infancia, la época de estudios, los primeros romances, el inicio en la Jota. Recordé a mi compañera. ¿Dónde estaría, sería torturada, perdería la guagua que gestaba, soportaría la flagelación y no claudicaría con su declaración? Una profunda ternura me invadió.

¡Cuánto la amaba! Tenía confianza en ella. Habíamos hablado de la posibilidad de la detención y nos preparamos política y psicológicamente para esa ocasión. Comentamos libros y películas revolucionarias. Al Choño, Juan A. Chávez y Victor Jara los nombrábamos con respeto y admiración, no porque estuviesen muertos, sino por su conducta ejemplar ante los fascistas. La detención de José Weibel nos golpeó. Por ese entonces, me encontraba en el hospital operándome y ella en la visita no pudo ocultarlo: el Checho había caído. Costó sobreponernos a ese dolor. Deseé acariciarla, verla y decirle: tu compañero aguantará. Tú asegura tu parte.

Pensé: es importante tener como esposa, a una mujer que esté en las buenas y en las malas con uno. Pero no solo con lo que ese hombre gordo, feo o buenmozo, chico o grande es individualmente; sino lo que ambos son. El amor si no es integral corre el riesgo de ser efímero, intrascendente.

Conocí a Verónica en el local de la Jota de calle Marcoleta, hoy ocupado de guardia de la DINA. Un día vi a la lolita típica. Me llamó la atención; la encontré "güena."
Yo pololeaba hacía varios años con una muchacha profesora y meses más tarde tomé la determinación de finiquitar el cuasi noviazgo por falta de comunicación plena. No quería que fuera mi sombra, sino que tuviera su propia fisonomía, que la entendía en la ruta del aporte común a la causa del pueblo. La incompatibilidad surgió del conflicto que ella veía entre la participación en la lucha social y nuestro amor: “al hombre”, en repetidas ocasiones le señalé, “lo entiendo indivisible en lo que es su actitud ante la vida, y ello se proyecta en el amor, el hogar, los hijos, el Partido, la familia, el trabajo los estudios”. Se cree a menudo, que los deberes familiares y el propio amor limitan el accionar de un revolucionario. Pienso lo contrario: El revolucionario debe buscar ser un hombre integral.

Volvamos al romance. Después de terminar el prolongado pololeo con esta muchacha, trance difícil y dolido, la actividad política nos fue acercando con Verónica.
El 12 de Mayo de 1969, entre las banderas de los trabajadores y las consignas estudiantiles, marchando por la Alameda cruzamos las primeras miradas. Prosiguió la búsqueda del amor en medio del combate popular que se fortalecía abriéndose paso a la conquista del poder.

En breve tiempo hubo comprensión, entrega y confianza. Decidimos casarnos cuando nos necesitábamos y carecía de sentido seguir separados.

El amor fue encendido en pleno. En la precordillera santiaguina, el sonido de los riachuelos y el canto de los jilgueros fueron los testigos de la unión que nacía.
El espíritu de caminantes quedó grabado en nosotros y con frecuencia transitábamos kilómetros del colegio o de la Jota a su casa, de subida y bajada en el San Cristóbal.

Formamos el hogar con modestia en una población popular de la capital, la Quinta Bella, ubicada en la comuna de Conchalí, y como el tiempo escaseaba, dormimos varios días encima del colchón que estaba tirado en el suelo. De a poco fuimos armando la casa, adornándola, reparándola.

Eran tiempos febriles, por doquier se anudaban los conflictos sociales. La reacción desplegaba todos sus recursos. El paro nacional convocado por la Central Única de Trabajadores mostró la disposición de las masas, con la clase obrera a la cabeza: al pueblo no se le arrebataría su derecho de ser Gobierno. Las movilizaciones se multiplicaban: en las poblaciones, sectores industriales, liceos y universidades. Las tareas se diversificaban y eran el volante, el mitin, la lucha callejera y las huelgas los componentes de cada día.

En medio del fragor de la lucha la juventud chilena levantó las banderas de la solidaridad antiimperialista. Allí, en la marcha contra el imperialismo que se efectuó de Valparaíso a Santiago, sellamos nuestro amor. A pesar de los pies ampollados, juntos cubrimos el largo trecho. Cuando al atardecer la columna de jóvenes y muchachas con mochilas al hombro, agotada y hambrienta, marchaba por la carretera solitaria en pos de la próxima ciudad, uníamos nuestras voces a la de centenares de jóvenes y entonábamos los himnos revolucionarios. Allí comprobé que todas las ocasiones son propicias para el amor. Quizás una de las formas más peculiares de pololear fue aquella de estar echado de espaldas con los pies alzados, apoyados en la pared. Así descansábamos de los millares de metros recorridos y extenuados nos dábamos ánimos para arrullarnos. Los días de caminata sirvieron para ir entrelazando nuestras vidas.

La gestación del hijo fue entre manifestaciones, trabajos de propaganda, lucha estudiantil. En una de las concentraciones populares en la Avenida Bulnes, los provocadores derechistas lanzaron bombas lacrimógenas y pestilentes. Yo me encontraba cerca del escenario y un compañero fue a avisarme que la Vero se había desmayado. Atravesé corriendo la muchedumbre y la encontré rodeada de gentes que la atendían. No pasó nada grave y el niño nació dos meses antes de la elección en que Salvador Allende resultó elegido Presidente de Chile.

La lucha presidencial entraba en tierra derecha. Los partidos populares, conformados en Unidad Popular, ya tenían candidato único: Salvador Allende. La unidad alcanzada, el programa y el candidato común ya eran una importante conquista. A todas partes llegó la palabra de la UP y la juventud fue un vehículo magnífico, que con mística y arrojo, incorporó a importantes sectores jóvenes al combate. Del aporte juvenil nacieron himnos y la nueva canción chilena, las brigadas murales, cuya representante más alta fue la Brigada Ramona Parra, los jueves proletarios para el trabajo en las industrias, los domingos insurgentes para la labor propagandística y de educación política casa por casa en los barrios. Los caminos de Chile fueron cubiertos por los rayados de las Brigadas Venceremos. Los jóvenes luchaban por sus reivindicaciones en todas partes. Las salidas al campo para el trabajo con los campesinos e incluso a las playas con veraneantes, contaban con la presencia entusiasta de lolos y lolas de cortos años.

¡Cuantos jóvenes hicieron su escuela política en estas acciones!

Las juventudes comunistas crecían en número y madurez. Eran una organización conocida, admirada y querida por los jóvenes trabajadores, estudiantes, artistas y pobladores. Los colores amarantos de su camisa florecían y cada jota-jota, tronaba en las calles con sabor a futuro. A su presencia contribuyeron el aporte de tantos jóvenes, militantes y dirigentes, que llenaron todo un período político muy importante de la historia en Chile, Entre los que sobresale la figura, creatividad política y firmeza revolucionaria de Gladys Marín bajo cuya égida la Jota alcanzó dimensión de fuerza juvenil nacional. Tampoco en esa ocasión era fácil ser comunista.
El odio de clase de los reaccionarios se sentía a toda hora y se jugaban por frustrar los anhelos del pueblo. En la campaña varios compañeros fueron asesinados, golpeados y detenidos. Las bandas de los pijes agredían a mansalva a nuestros compañeros y la enérgica respuesta dada en cada oportunidad impidió que prosperara su intento de intimidarnos.

Los jóvenes chilenos que organizaron, lucharon y fortalecieron al unísono con los trabajadores, aprendían y asimilaban de su rica experiencia de combate. Por eso cada paso de la juventud tenía presencia del cobre, salitre o carbón. La consigna: la juventud junto a la clase obrera por la revolución expresó correctamente la realidad. Los obreros iban adelante arando con su férrea fortaleza el sendero de la victoria.

En todo el período anterior a la conformación de la Unidad Popular y a la conquista del Gobierno Popular la juventud fue protagonista de importantes luchas.

Si bien entre los jóvenes también se expresaban y se expresan las contradicciones de clases, y el mito de la lucha generacional como factor de las transformaciones sociales además de equivocado es falso, en Chile la mayoría de los jóvenes fue ganada para la idea de los de los cambios. La generosidad, el espíritu de rebelarse contra lo injusto, su desprendimiento y sus grandes potencialidades encontraron cabida y relación con los combates políticos impulsados por la clase obrera y otras fuerzas de avanzada. Al mismo tiempo de luchar por la solución de sus problemas la juventud se movilizó por los cambios en la sociedad.

Los sucesivos regímenes reaccionarios no resolvieron sus agudos y endémicos problemas, como el derecho a trabajo, vigencia del principio a igual trabajo igual salario, derecho a voto a los 18 arlos, democratización de la educación, desarrollo del deporte y la cultura popular.

Junto a las grandes movilizaciones obreras y de otros sectores del pueblo, en un período de aguda lucha de clases, los jóvenes reforzaron sus organizaciones representativas, a la vez que impulsaron crecientemente la solidaridad mutua y la coordinación de sus objetivos y entidades.

Un rol gravitante como centro aglutinador lo desempeñó el Departamento Juvenil de la Central Única de Trabajadores que realizó diversas conferencias nacionales de la juventud trabajadora que concitaron la presencia de centenares de delegados provenientes de los principales centros productivos del país. Como proposición unitaria levantó la "Carta de los Derechos de la Juventud" y estimuló variadas actividades conjuntas con el estudiantado universitario y medio, así como con los exponentes del movimiento cultural.

De igual manera, la lucha por la reforma universitaria estremeció las principales universidades y el país, desempeñando un papel de vanguardia el Pedagógico de la Universidad de Chile como el poderoso y múltiple movimiento generado por los estudiantes y académicos de la Universidad Técnica del Estado. Las manifestaciones de los estudiantes secundarios, industriales y normalistas por el aumento del presupuesto educacional, plan nacional de becas y supresión del bachillerato sumaron nuevas y potentes fuerzas a un movimiento juvenil en que logró aislar las expresiones de las posiciones reaccionarias y evasivas entre la juventud chilena.
Memorables fueron la participación juvenil en el paro nacional decretado por la Central Única de Trabajadores el 23 de noviembre de 1967, como las grandes jornadas por la nacionalización del cobre, la reforma agraria y en solidaridad con otros pueblos: Cuba, Uruguay, República Dominacana y Vietnam, que tuvieron un amplio carácter de masas.

A todo este ascenso de la lucha juvenil nuestra Jota hizo un vital aporte, al tiempo que otras fuerzas políticas juveniles, sobre todo de izquierda, hicieron lo propio.
Era un movimiento, una acción, un trabajo muy arduo que venía de lejos, que se encontraba amalgamado con las luchas juveniles habidas en la década del 20, en la conformación de la Alianza Libertadora de la Juventud en los años 30, que tuvo gran peso y trascendencia en las acciones de solidaridad con los combatientes de la España Republicana y después con los del Ejército Rojo y demás fuerzas antihitlerianas que combatían al nazismo, que enfrentó la represión de Gonzáles Videla y luchó por el saneamiento democrático, que sembró organización y conciencia en diversos sectores del pueblo.

Desenterré de mi memoria una de esas actividades en la que me cupo participar, en la sureña provincia de Osorno, durante la elección presidencial de 1964. A ese lugar, como a otros puntos del país, viajaron brigadas de jóvenes obreros y estudiantes durante las vacaciones a trabajar con los campesinos e indígenas...

Los preparativos nos consumían el tiempo, parecía que no lograríamos lo propuesto y a la hora de partir el detalle más imprevisto echaría por tierra el entusiasmo y la "organización puesta a prueba". Los días habían sido un incesante corretear de casa en casa para asegurar a los compañeros y pedir permiso para las cabras... “Ud. responde por ella camarada, entenderá que nosotros quedaremos preocupados, pero sabemos que Uds. son responsables”… “Claro, por supuesto, descuide Ud. ella no tendrá ningún inconveniente”…

Aparte de esto no había que olvidar las carpas, comestibles, sacos de dormir o frazadas para hacerse un “saco de domir proleta” doble la frazada y cósalas con hilo grueso o pitilla por los lados, dejándole sólo la boca descubierta, y quedará como niño envuelto pero no pasará frío... La propaganda: papel, tierra de color, un mimeógrafo de rodillo, cuadernos, silabarios, lápices, guitarras, bombo, panderos, botiquín teatro de títeres y la guía automovilística.

Las charlas sobre alfabetización, problemas agrarios, sindicalización campesina, historia del Partido y la Jota ocupaban otro importante espacio de preocupación.
La comisión transporte en honor a su nombre se desplazaba para buscar vías de solución al problema más camotudo, cómo llegar al destino. Algunos podrían hacerlo por tren, pero de dónde sacar plata para todos, además de que algo de dinero había que reservar para imprevistos. Las campañas de finanzas habían funcionado, pero siempre el debe era mayor que los haberes. Que este compañero no tiene ni cordones para los calamorros, bueno hay que soltar lo cocodrilos no más. El objetivo era asegurar transporte seguro y gratis para la muchachada. Se discutían con ardor si salir a los caminos y hacer dedo o no y en caso de no, cómo afrontar el problema que podía hacer fracasar el viaje.

Más que discutir resolvimos tentar suerte en ferrocarriles y con los camioneros, pero encontramos sucesivas negativas. Llevar 20 personas es pega para varios vehículos. Logramos una solución de caballeros, viajaríamos a dedo, pero a "dedo amarrado", es decir haríamos dedo en la carretera con previo acuerdo con los choferes que nos recogerían. El traslado debíamos pagarlo con trabajo de pionetas, así ganábamos nosotros y el chofer, que se embolsillaba su tonto billete que estaba destinado para contratar pionetas de pincho para la descarga y carga en cada lugar.
Guardaríamos como secreto de Estado la compañía femenina por temor a la negativa de los choferes y por su propio resguardo.

En una avenida de Santiago con los monos al hombro, cargados como burros pero contentos esperamos el vehículo, fondeamos a algunos para que no se asustara el chofer por el número. Al detenerse el camión apareció un grupo enorme que entre enojo y risa del chofer anonadado observó. Nos dijo que no podía llevar a tantos, pero que conseguiría otros camiones que nos llevaran. Así lo hizo.

Partimos al sur escondidos entre cajones de conservas y rieles tapados de lona, aguantamos la respiración en los controles policiales, que más de una vez escrutaron con linterna el cargamento. A mi me tocó dormir, por decirlo así, sobre dos rieles y otro debió viajar en cuclillas por lo que le dimos el apodo de "Toro sentado".
Al comienzo nadie reparaba en estas "menudencias", pero a poco andar se acalambraba el cuerpo, alguien se estiraba y pegaba con sus bototos patadas en la mandíbula al vecino. El buen genio iba siendo reemplazado por el cansancio y la irritabilidad. Las canciones y chistes mantenían el nivel anímico. En cada ciudad importante debimos descargar cajas, fierros, herramientas y a pesar de lo pesado del trabajo todo se hacía con gusto teniendo como único estímulo la posibilidad de estirarse más en la noche. El camión se detenía a cada instante y en las noches el chofer dormía en su cabina por lo que el vehículo se detenía a la vera del camino. El viaje hasta Osorno demoró tres días y tres noches y allí nos juntamos con los o tros grupos que vivieron odiseas semejantes.

Recorrimos con nuestro canto y mensaje político diversos poblados viviendo en la carpa que soportó calores y fuertes aguaceros.

El Partido nos rodeó de cariño y atenciones, los compañeros se peleaban por tenernos en sus hogares a pesar del peligro que significábamos para sus despensas.
En el sector de El Encanto, hacia la cordillera de Osorno acompañamos a Salvador Allende, futuro Presidente de Chile, seis o siete anos después, en su encuentro con los campesinos. Cabalgó con ellos y con gran convicción habló del triunfo del pueblo que surgiría de su unidad y lucha.

En todos los lugares los campesinos, obreros, jóvenes y dueñas de casa llegaban a nuestro campamento a dejarnos papas, choclos, pan amasado e incluso alguna gallinita.
Cantábamos todos, incluso los que no tenemos voz de terciopelo; las canciones revolucionarias las enseñaban unos a otros y después las cantábamos a coro. Los oradores para cada mitin eran diferentes y todos debían pasar la prueba. No pocas preocupaciones y lágrimas significó esta experiencia, pero al terminar el campamento todos estaban en condiciones de tirarse al agua.

Varios campesinos aprendieron a leer o mejorar su lectura y escritura con la ayuda de los Jotosos, que también constituyeron nuevas bases y reforzaron con su aporte el papel y la organización de los sindicatos campesinos.

Debimos afrontar la agresión y la amenaza de los patrones dueños de fundo que no veían con agrado la acción de los jóvenes comunistas. Al declinar el día diversos turnos velaban el sueño de sus compañeros.

En nuestro campamento estudiábamos colectivamente y a menudo ofrecíamos shows a las visitas que llegaban a convivir con nosotros. La lectura de novelas revolucionarias y libros elementales de marxismo era cotidiana. Por nuestras manos y ojos pasaron "La joven guardia", "Así se templó el acero", "Poema pedagógico", "La base", "Vida de un comunista", "El izquierdismo enfermedad infantil del comunismo"; Neruda, Lenin, Guillén, Recabarren. Cada libro y tema era debatido en grupos.
La actividad cultural era muy rica. Además del conjunto folklórico que interpretaba música chilena, teníamos solistas y dúos, contadores de chistes y declamadores de poemas. En las tardes después de comer, el canto de los grillos y el croar de las ranas eran acompañado por múltiples cantos, poemas y chistes de los grupos que ensayaban alrededor de una fogata.

La preparación de los alimentos, "el manye", era rotativo y muchos que en su vida habían cocinado debieron hacerlo por primera vez para un numeroso grupo.
Cerca de dos meses trabajamos en diferentes poblados, localidades y campos. Recorrimos cientos de kilómetros en nuestra misión de agitadores y propagan distas.
En cada lugar la despedida fue triste y sentida. Algo de nuestras vidas se quedaba enredada en las zarzamoras, yuyos, trigales, en las aguas de los lagos y en los faldeos cordilleranos, pero sobre todo en la amistad silenciosa, el abrazo fraternal, el apretón de manos de los mapuches y campesinos de esa zona.
Fuimos a enseñar y lo que hicimos más que nada fue aprender...

Así fue configurándose un movimiento juvenil organizado y unitario que asumía como rasgos cardinales su relación con el movimiento obrero, su carácter democrático, antioligárquico y antiimperialista.

Con este camino recorrido y experiencia acumulada los jóvenes vieron en la elección de Salvador Allende una perspectiva real de emancipación y de aporte al noble objetivo de conquistar nuevos días para Chile.

El triunfo de Salvador Allende en 1970 fue la coronación del esfuerzo y la lucha de largos anos de la clase obrera y del pueblo chileno.

Al conocerse el resultado, la juventud se volcó a las calles manifestando su voluntad de combate y disposición ante las nuevas tareas que surgían. Las Brigadas Ramona Parra así como escribieron el nombre de Allende en el mismo instante en que fue proclamado candidato único de la Unidad Popular, ahora rayaron la alegría del triunfo y los desafíos venideros.

Los mil días del Gobierno Popular fueron una apasionante odisea donde la juventud tuvo participación y presencia, heroísmo y sacrificio a toda prueba.

El pueblo desempolvó sus sueños. Irrumpió en los grandes bancos e industrias. La tierra era propiedad de los campesinos. El cobre tuvo forma de bandera chilena y se fueron los que lo explotaron. Los pobres tuvieron voz y presencia. Gobernaban. El entusiasmo era maravilloso. La participación popular crecía. En poco tiempo se logró avanzar una eternidad. Y estaba la juventud. Puso al servicio de Chile su vitalidad y trabajo.

Grandes tareas eran respaldadas por millares de muchachas y jóvenes. El trabajo voluntario fue una de las características de su participación. Estuvimos en la pampa del tamarugal rompiendo con chuzo la pétrea costra desértica para hacer vivir una diminuta planta que diera alimentación a ovejas y lograra que esa gigantesca porción de tierra, compuesta de arena y sal, sirviera al país. En la inmensidad de la pampa, bajo 40 grados de calor, con una insignificante hierba verde en las manos, buscábamos la primavera para Chile.

Las columnas de jóvenes, con sus mochilas al hombro, que cruzaban la extendida geografía chilena, participaban de la pujanza de un pueblo que era dueño de su destino.

La juventud construyó represas, canales, casas, escuelas y caminos. Plantó árboles y extrajo cobre desde la profundidad de la mina. Sacó muelas y curó enfermedades. Cantó hizo teatro, pintó y escribió poemas. Formó Brigadas de Vanguardia de la Producción. Creó Comités de Apoyo al Rendimiento Estudiantil, manejó tractores, camiones y cargó en sus hombros miles de toneladas. Aseguró el abastecimiento. Peleó contra los reaccionarios que saboteaban. Se educó y entregó su palabra de adhesión.
Eran miles los ejemplos de participación juvenil. Uno de ellos lo recordaba como si fuera hoy mismo…

Son las tres de la madrugada. En una modesta casa de la comuna de San Miguel, un joven de corta edad, casi un niño, se levanta con un viejo minero y en medio de la oscuridad reinante se dirige hacia la industria. Allí, junto a otros jóvenes, se entrega a una laboriosa actividad.

Levantan y trasladan jabas, toman tres o cuatro botellas y las van ordenando dentro de las cajas hasta completar la cantidad necesaria. Las botellas contienen leche que debe ser consumida por decenas de niños de Santiago.

Inclinados, cumpliendo su trabajo con esmero cuidado, los jóvenes van enhebrando una charla o una conversación que recorre el espacio del galpón y penetra en los oídos de los trabajadores. Hablan de fútbol, que si gana o pierde Chile, si Chamaco hará las jugadas magistrales de costumbre; intercambian palabras sobre las muchachas que el día anterior también le pusieron el hombro, sueñan con los viajes espaciales y entremedio, con naturalidad y rabia, se les escapan algunos garabatos contra los fascistas que pueden frustrar sus anhelos, o su fantasía, o el más elemental derecho del hombre: vivir.

En la misma medida que la mañana avanza, los muchachos van calentando sus músculos, mientras el trabajo continúa. Las jabas llenas de botellas con leche hay que cargarlas a los camiones. La exigencia es grande para el cuerpo y la fuerza, pero sin chistar, una a una las van dejando en el camión hasta completar la carga.
La claridad de la mañana aparece, cuando los jóvenes trepan a los camiones cargados. Ahora, no siolo hablan, sino que gritan como si fuera el premio que se han autootrgado por lo realizado.

En cada camión se ubican grupos que desde el tarareo pasan al canto y al himno, que el ruido del motor y la crujidera de los cajones silencian.

Así, con esta preciada carga, los Voluntarios de la Patria que trabajan en Soprole llegan a las poblaciones donde las mujeres y los niños corren presurosos a adquirir el alimento.

Parando en un lugar y otro, aquí y allá, en el almacén y en el boliche, van desocupando el camión donde ya sólo quedan botellas vacías, que suenan y se quejan. Alguien piensa qué lindo sería si un músico famoso compusiera una suerte de sinfonía lechera. Lo que pasa es que todos están alegres. Es tarde, ya pasa el mediodía, tienen hambre y sed, pero han cumplido. Ellos saben en lo más hondo de sus sentimientos que han cumplido. Es posible que no todos tengan exacta dimensión de con quién cumplieron pero así, a vuelo de pájaro, con la misma facilidad con que se respira, saben que es con el pueblo, con las mujeres y los cabros chicos que se apiñaban en torno al camión. Y eso les basta.

A las tres de la tarde, más o menos, el viejo camión vuelve a Soprole. Los muchachos descargan las jabas, sacuden sus ropas, se pasan la mano por el pelo y se despiden de los trabajadores con un hasta mañana.

Son las tres de la madrugada cuando en una casa modesta... y la historia se repite. Con variaciones, claro, como es la vida, a cada instante, pero la cosa es que todos los días, de este modo, los Voluntarios de la Patria, concurren a trabajar a Soprole, desde las 3 de la madrugada a las 3 de la tarde.

En cada lucha y conquista del pueblo estuvo la Escuela Santa María de Iquique, Ranquil, San Gregorio, la Plaza Búlnes y Tropezón. Por la boca de las mujeres, obreros, campesinos, artistas, profesionales y jóvenes, habló el dolor y la esperanza de todo un pueblo que era arquitecto de su existencia.

Los paros de los transportistas y el comercio, y sobre todo el intento golpista del 29 de junio de 1973, mostraron las acechanzas que se cernían contra el proceso. Fueron la demostración de lo que en las sombras se fraguaba. La felonía más grande de nuestra historia.

Estábamos luchando y trabajando por avanzar y consolidar el proceso cuando vino el golpe fascista.

El sol se escapó de nuestras manos. Las ternuras fueron trocadas por los estampidos y la risa superada por el llanto.

Una nueva etapa se abría en nuestras vidas, de la superficie nos sumergíamos bajo la tierra. No para subsistir, únicamente, sino que para luchar.

Cada uno asumió su tarea.

Manuel Guerrero Ceballos, Campo de Concentración de Tres Álamos, 1976.

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