20 agosto 2012

Recordando a Trotski me visitan Celia y Patricia

Por esa incomodidad existencial que no se puede estar en dos lugares al mismo tiempo, no tuve oportunidad de conocer a Trotski. Nací años después de su muerte. Pero sí di con su obra, cuando de joven de 18 años viví mi 4ºmedio en la RDA, en pleno 1989.

En los textos habituales del marxismo-leninismo no encontrábamos respuestas para el malestar que nos atravesaba respecto del poder burocrático, de los funcionarios y oficinas de Kafka, pero en versión de socialismo realmente no existente en su dimensión de pluralismo político democrático, que le debiera ser consustancial.

Cayó el muro y nos abalanzamos con mis amigos Osis a Berlin Occidental. Pero no solo a comer palta o ver cine gringo, que no llegaba a nuestro lado. Sino a comprar libros (como parte de la operación de anexión, el canciller Helmut Kohl convertía 1 a 1 los marcos de la RDA por los D-Mark del West).

Recuerdo haber comprado libros de Nietzsche y Schopenhauer, Henry Miller y Jean Paul Sartre, que no estaban en los anaqueles de nuestras escuelas. Tratábamos de descifrar lo que nos ocurría. Y en medio de las marchas, que en mi caso eran a favor de una real democratización del socialismo y no de la "reunificación alemana", unos alemanes del West nos pasaron unas fotocopias de un texto antiguo, pero vigente, nos dijeron. Era "La Revolución Traicionada" de Trotski, escrita en los años 30, donde ya denunciaba el peligro de burocratización que derivaría en el estalinismo, y todo lo que éste implicó.

Años más tarde, ya en Chile, cuando Patricia Troncoso, llevaba casi 100 días de huelga de hambre, y la Presidenta Bachelet no cedía a favor de los comuneros mapuche, y la vida de la Chepa corría realmente peligro, colaboré impulsando una campaña internacional de firmas, a través de mi blog y correo electrónico (no existía facebook ni twitter en la masividad de hoy). Me sorprendió que por esa vía se contactó, para transmitir su solidaridad, la escritora y científica cubana Celia Hart Santamaría. Firmó todas las campañas siguientes en que me involucré, e iniciamos un interesante intercambio epistolar de debate intelectual y desde los afectos de personas involucradas con la emancipación humana, en cualquier parte.

Y el círculo terminó de cerrarse (¿o abrirse?): Ella cultivaba el legado del pensamiento de Trotski desde la isla, en forma audaz, polémica y muy consecuente. Tal como el mismo Trotski lo hiciera, valiéndole la vida el ejercicio crítico de sus denuncias de la deriva estalinista.

A los pocos años de este intercambio, Celia sufrió un accidente automovilístico y murió junto a su hermano. Aún hoy, cuando envío mails masivos por alguna campaña o columna de opinión que me interesa compartir con mucha gente por algún caso que considero urgente de denunciar o reflexionar, su correo me rebota y vuelve a mi. Lo mismo me ocurre con el mail de Patricia Verdugo. No he querido limpiar esa lista de envíos. Es una forma algo extraña, pero mágica también, de retomar contacto con estas amigas y hermanas de lucha.

En este día en que se recuerda como noticia mundial a Trotski, vaya para ellas mi recuerdo y compromiso de vida, esperanza y de revolución permanente.