25 marzo 2006

MI PADRE: Recuerdos del Checho


Este es un acercamiento de mi padre a su familiar y camarada, José Weibel Navarrete, el Checho, a quien el Comando Conjunto hizo desaparecer el 29 de marzo de 1976.
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Pensé en José Weibel, el Checho, como cariñosamente le decíamos. Ya sabía cómo lo habían apresado. Varias veces me habían hablado de él los matones de la DINA. ¿En algunas de las ocasiones venideras me encontraría con él, en qué circunstancias, cómo estaría?

Seguro que ni idea tendría que yo andaba en las mismas. Lo único que deseaba era que no estuviera muerto y tenia confianza que había resistido.

Al Checho lo conocí no me acuerdo cómo exactamente. Claro, por supuesto, fue en la Jota. Había concurrido al local de Capri, ahí cerca de la Plaza de Armas en Santiago, a buscar a alguien y sobre todo a quedarme ahí, ya que para mí era el más lindo local de la Jota de aquel tiempo. En una sala grande, aunque la verdad es que era más bien pequeña, había una mesa de ping pong donde los jotosos de esos años derrochaban su espíritu deportivo. Ahí parece que fue donde vi a un gallo flaco, de pelo muy tieso que daba paletazos y reía como cabro chico. Ese era Weibel, que aunque con nombre bien extranjero, tenía más pinta de chileno que el más popular Soto o González.

En otra ocasión a raíz de una manifestación callejera los pacos pegaron una arremetida y corriendo por la Plaza de Armas, Puente y Monjitas, llegamos al mismo local que tenía la luz cortada, había nerviosismo y se pensaba que entrarían a desalojar el lugar y a detener a los revoltosos. En medio del barullo se alzó la voz del Checho que echó una talla y la risa hizo superar la tensión.

Desde ese tiempo, sesenta o sesenta y uno, es que ubicaba a este hombre joven, cuarto hijo de una humilde y numerosa familia proletaria, cuyo padre era obrero municipal y su madre auxiliar de enfermería. Su infancia transcurrió, en buena parte, en los pasillos de los hospitales donde su madre lo llevaba por no tener con quien dejarlo. Con gran sentido del humor el Checho narraba cómo tenía por cama las camillas de los enfermos y por juguetes los implementos médicos.
Por la difícil situación económica de sus padres, el Checho a los once años de edad tuvo que enfrentar la vida laboral. Trabajó en la construcción, mueblería y salud. Siendo trabajador de la salud fue detenido en una huelga y sufrió flagelaciones por parte de la policía política. Siempre se enorgullecía de la combatividad de su gremio.

De fácil acceso, Weibel era frecuentemente requerido por los compañeros que le hacían llegar tanto sus puntos de vista como sus problemas. Nunca rehuyó la conversación y la discusión franca de las cosas.

El Checho participó en la Juventud Obrera Católica y fue su dirigente a los 13 años de edad en Conchalí, lugar donde ingresó a los 14 años de edad a la Jota llegando a ser secretario de ese comité local. Había sido un activo organizador de centros juveniles. Siempre los compañeros recordaban su estampa delgada, con una boina calada a la cabeza, animando las marchas con megáfono en mano. Allí estimuló la preocupación de la Jota por la actividad deportiva y los problemas más sentidos de la juventud.

En la acción clandestina contra Pinochet, esta experiencia sencilla y valiosa le permito al Checho entregar desde el golpe mismo una contribución fundamental al trabajo de la Jota en las nuevas condiciones. Con propiedad insistía en el papel de la Juventud Comunista para encabezar la lucha juvenil, por lo que era imprescindible sentir, vivir y participar con el resto de los jóvenes. Combatió con fuerza cualquier asomo de autoinmolación recalcando el valor de la organización. Esto que podría parecer simple, era una toma de posición muy valiosa, en tanto los fascistas quisieron dar, desde el mismo golpe, la imagen de que éramos una secta, un grupo de fanáticos, enfermos de odio y rencor. Ante ello resultaba necesario levantar la auténtica estirpe de los jóvenes comunistas que habían nacido y crecido al calor de las luchas y aspiraciones juveniles.
En los encuentros o citas, el Checho iba al callo con las consultas sobre la actividad de la Jota en cada lugar. Las primeras manifestaciones de acción juvenil independientes las examinaba una y otra vez, buscando extraer las enseñanzas de valor universal. Algunas eran febles o transitorias pero lo importante, decía, era que se extendieran y mostraran la capacidad de los jóvenes de ponerse en movimiento, de superar el terror que la dictadura desataba.

En esas ocasiones, cuando la actividad más metódica y cuidadosa había sustituido la acción febril del pasado, y cada paso debía medirse para no dar flanco a la represión, hubo más tiempo para conocerse mutuamente. Los valores del Checho se elevaron como cuadro dirigente comunista.
Weibel prestaba asimismo atención permanente a las opiniones de otros camaradas y cuando éstas las consideraba equivocadas, unilaterales o subjetivas, con paciencia y dedicación iba abordando y explicando cada asunto.

Cuando su padre murió después del golpe producto de los allanamientos, amenazas y persecuciones a sus hijos, se condolía de no poder estar presente en los funerales y expresar su amor hacia ese hombre enérgico que rendía culto al trabajo y la disciplina. Sin embargo, cada obstáculo y dolor, lejos de aplastarlo, le imponía la exigencia de hacer más por la libertad de su Patria.

El Checho gustaba de narrar hechos anecdóticos de su infancia e incorporaba dichos y chilenismos al lenguaje político. Una expresión habitual suya era "sancochar", que utilizaba para graficar la idea que había que preparar o madurar determinado asunto.

Padre de tres hijos, jugueteaba con los niños de los hogares que visitaba y no era extraño verlo en una u otra ocasión en atento coloquio infantil.

Hacía como tres meses, el 29 de marzo, no me acordaba bien, lo habían secuestrado mientras iba en bus acompañado de su esposa e hijos.

Desde ese día no había sabido nada del Checho hasta ese momento. Tenía que estar preparado para cualquier sorpresa y, sobre todo, seguir su ejemplo, que por lo que conocía merecía el mayor respeto.

Aunque los agentes de la DINA lo difamaban, para mí seguía siendo el camarada de tantas jornadas, organizador de primera, animador persistente de un trabajo amplio, audaz y juvenil de la Jota.

Tenía además presente, que en más de una oportunidad nos habíamos juramentado, por decirlo así, que si caíamos detenidos aguantaríamos. ¡Claro que aguantaríamos!

Así como sentí el desprecio hacia la labor de un traidor, me sentía fortalecido con la consecuencia de tantos, la inmensa mayoría de mis compañeros, entre ellos del Checho, conocidos o no, que eran fieles a sus convicciones, a su conciencia de clase, a su valor de hombres y mujeres de verdad.


Manuel Guerrero Ceballos.
[Sigue leyendo Regreso a la vida]

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Amaranto es el color
de luchas que son historia
que viven en la memoria
del pueblo con esplendor
después nos llegó el dolor
hasta hoy llega el quebranto
pero siguió lucha y canto
abierta y clandestina
la Jota no desafina
el color es amaranto.

Alejandro
25.3.2006

Anónimo dijo...

Por qué este comentario esconde que Manuel Guerrero Ceballos era cuñado de José Weibel, hombre honesto, cariñoso con su Hija Victoria Libertad Weibel Guerrero, niña de carita triste a quien conocí cuando tenía 4 años y aún recuerdo su ternura de niña cuidada por sus abuelos y atendida cariñosamente por Checho cada vez que podía???
Sólo pregunto
Una conocida de Checho

Alejandro Godoy Gómez dijo...

conocí a la viuda de Santiago Nattino Allende y me enseñó la manera de ver el mundo que tenia su marido y sus carteles que guardaba muy celosamente como tesoros guardados ,por eso quiero estar con ellos el espíritu y la obra no mueren a pesar de los tiranos.saludos a los familiares de los otros degollados .mis respetos por sus padres y hermanos ,hijos y nietos ,la memoria està en peligro de que nos vamos alejando de su sacrificio.