27 febrero 2016

Los muertos de mi felicidad

Como parte del regaloneo de nuestro aniversario de pareja, ella la bella me obsequió un masaje a dúo, en que asistimos juntos a una sesión de sauna y relajación. Una experiencia de alta sensibilidad, en un espacio muy bien llevado, que invita al cuidado y respeto, la reflexión, el dejarse ir y estar, en el aquí y ahora. En el disfrute del pasar de un espacio a otro, en un ambiente de máxima intimidad, en que los sentidos son activados por aromas, aguas, aceites y paños de distintas temperaturas, imbuidos en un diseño minimalista que llama a la paz interior, en la vivencia de un compartir en pareja simple y feliz, al momento en que en uno de los masajes, recostado en una camilla cómoda, me fue suavamente cubierta la vista para solo ser uno con lo que sucedía placenteramente en mi cuerpo del cual iba, palmo a palmo, tomando conciencia con respiración regular, me vi intervenido por un recuerdo ajeno, que yo no viví, pero que vivieron tantos, cercanos y lejanos a mí. En esa exposición semidesnuda, con la vista vendada, sin conocer la rutina de lo que seguiría, pensé en los torturados. Fue solo un momento fugaz, pues rápidamente mi mente llamó a la calma, a no confundir espacios y realidades, a no dejarme invadir y recorrer por aquella experiencia límite radicalmente diferente a lo que yo estaba viviendo. Sentí la desnudez de mis pies, la fragilidad de mis manos abiertas, la boca de mi estómago dirigida al techo indefensa, el peso de mi cabeza que reposaba sobre la camilla con la vista vedada, aguzando el oído en alerta. La situación es diametralmente distinta, no hay comparación que valga. Pero a nivel de sensaciones simplemente viajé hacia ese recuerdo que me ha llegado por testimonios que he trabajado y por la compañía que hice de pequeño a mi padre en sus sesiones de recuperación. Quien me masajeaba con delicadeza profesional puede que haya sentido alguna energía o tensión que delataban oscuros pensamientos. Al minuto estaba de regreso al aquí y ahora, viendo una bella flor de loto, colores cálidos amables que me envolvían, la suavidad enérgica de las manos que me recorrían no para dañarme, sino para regalarme paz. Oí la respiración de ella, la bella, que vivía en mi camilla contigua este momento de amor compartido que me regalaba. Volví a mi presente, atravesado por fantasmas, pero que soy capaz de acoger y despedir sin que bloqueen mi posibilidad de vida. Sentí compasión, no pena ni rabia, sino sorpresa, asombro, solidaridad, ternura por mis hermanos. Regresé y me conecté con la vista de mi mujer clara, que amo y me ama. Y sí, soy feliz, soy un hombre feliz, y quiero que me perdonen en este y todos los días, los muertos de mi felicidad.

3 comentarios:

Calle Magnolia dijo...


Felicitaciones para ambos !!
Ronald e Ineska

Mi nombre es Mucha dijo...

una belleza de relato de alguien que sin duda alguna sabe amar

Cecilia dijo...

Simplemente notable!!!