22 mayo 2012

Murió el padre Gonzalo Arroyo SJ. Descansa en paz, gracias x el compromiso social

El domingo recién pasado murió el padre jesuita Gonzalo Arroyo. Tuve la oportunidad de interactuar con él en varias oportunidades, durante el período de licenciamiento de la Universidad Alberto Hurtado, la obtención de su autonomía institucional, y también durante el período que realicé la parte lectiva del Doctorado en Sociología en la UAH. Un ser humano excepcional, sencillo y con gran sentido del humor. Con muy buena formación académica y una amplica experiencia social recogida en años de trabajo comunitario en terreno.

Agradezco tu perseverancia en llevar adelante las ideas y prácticas de una teología comprometida con la liberación de las clases oprimidas de nuestras sociedades tan injustas, y haberlo realizado creando proyectos de excelencia académica, así como participando en instancias de comunicación del pensamiento crítico y el compromiso con los Derechos Humanos y la justicia social, como es la revista Mensaje, y la práctica solidaria y de organización social desde la base en las poblaciones.

Gracias por el compromiso padre Gonzalo Arroyo. Hasta siempre, descansa en paz.

Manuel Guerrero Antequera.
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Testimonio del padre Gonzalo Arroyo JS

Tengo 82 años. Vengo de una familia católica y practicante, sin embargo no estudié en un colegio católico. Me eduqué en el colegio The Grange, donde nos daban alguna instrucción religiosa voluntaria, pero muy básica.

Estudié agronomía, y al salir de la carrera, por la mano de Dios, al novio de mi hermana, que era ex alumno del San Ignacio y discípulo del padre Hurtado, se le ocurrió ir a un retiro de Semana Santa. Era un retiro para estudiantes universitarios que daba el padre Hurtado, todos los años. Él le había sugerido a mi futuro cuñado que sería bueno confirmar en un retiro su compromiso matrimonial con mi hermana. Nosotros éramos bien amigos, así que me invitó a acompañarlo. “Encantado”, le dije. No conocía a ningún jesuita y nunca había hecho los ejercicios espirituales de San Ignacio.

Era abril de 1951. Ahí conocí al padre Hurtado, y conocí también a Jesús. Me dio vuelta la vida totalmente. El padre Hurtado era un hombre que quizás no predicaba tan bien, sus prédicas no eran tan elegantes, pero sí muy convencidas. Y lo hacia a uno mirar a Jesús. Fueron tres días que estuve ahí, en esos ejercicios. Leí el Evangelio, y fue una transformación total en mí. Cuando salí de ahí me dije “yo también quiero ser jesuita”. Así fue no más.

Volví a la casa, comencé a rezar. Le comuniqué lo que me estaba pasando a mi mamá. Ella me dijo que por ningún motivo. Yo ya había terminado la carrera de agronomía y estaba administrando un fundo que tenía ella. Pero yo me paseaba a caballo, rezando, pensando en esa vocación. El padre Hurtado nos atraía tremendamente. Nos llevaba pero no para él, sino que para Jesús.

No tuve ninguna duda desde el momento en que terminé el retiro. Pero con todo, tenía que arreglar algunas cosas en el trabajo, hablar con la familia y discernirlo un poco más.

Esta decisión se fue confirmando con los meses, y ya en octubre, después de hablar con el padre Hurtado varias veces y con el padre Provincial de entonces, me aceptó y entré a la Compañía el 8 de diciembre, el día de la Virgen, de ese año ’51. El padre Hurtado, ya enfermo, no me pudo acompañar al Noviciado. Se encontró con el Señor al año siguiente. Como novicio me tocó acompañarlo en la clínica de la universidad católica y participar en su multitudinario entierro, en agosto de 1952.

En ese tiempo tenía una polola, entonces traté de convencerla de que ella se hiciera carmelita, pero no me resultó. Ella después se casó.

A través del padre Hurtado conocí a Cristo y descubrí que estaba llamado a una entrega más radical. Pero él me transmitió otras cosas también, por ejemplo el interés por los sindicatos.

Cuando estaba en el Noviciado comencé a tratar de armar sindicatos con los campesinos. Hubo un reclamo al Provincial de los patrones de los fundos de Padre Hurtado. Decían que yo estaba “revolviendo” a sus campesinos, que en esa época eran muy sometidos en las grandes haciendas. Siendo novicio terminé además mi tesis de agronomía sobre la Reforma Agraria, tema sumamente controvertido en esa época.

A mi me llamaban “el viejo” en el Noviciado. Yo entré de 26 años recién cumplidos, y todos eran de 18 a 20 años. El padre Montes, creo que entró a los 17.
Chile "en Rojo"

Una vez terminado el Noviciado y luego de un año de Juniorado, decidieron mandarme para mi filosofía a Canadá. Al Canadá francés, a Montreal. Ahí estudié y no sé porqué se me ocurrió complementar mis estudios de agronomía con economía. Entonces comencé a hacer cursos vespertinos de economía. Son las cosas de la vida que uno no decide cuando está en la Compañía. El padre Jansen, el General de la Compañía en esa época, decidió que en América Latina había que hacer más trabajo social, y se puso a crear CIAS (Centro de Investigación y Acción Social), en cada una de las provincias latinoamericanas. Como yo tenía agronomía como carrera de base, dijeron “este muchacho puede servir para que trabaje en la reforma agraria”. Imagínate, yo era de una familia de terratenientes, mi mamá tenía fundo, mi abuelo más aún. Me mandaron directamente a hacer un doctorado en economía agraria. Y fui a Iowa, una parte de Estados Unidos que es bien agrícola, donde había hecho furor la Revolución Verde.

En ese lugar me dieron una beca y estuve estudiando un poco más de dos años. Cuando terminé el doctorado continué con la última etapa de mis estudios, la teología. Me mandaron a Lovaina, a un centro jesuita que era muy bueno. En esa época el papa Juan XXIII había asumido y había convocado ya al Concilio Vaticano II. Me ordené en 1963, en Bruselas. En esa época no volvíamos a Chile para ordenarnos.

En total estuve nueve años fuera de Chile. Volví un poco antes de terminar la Teología, porque mi mamá estaba enferma.

Al llegar a Santiago, me destinaron al Centro Bellarmino. Curiosamente esa casa había sido de mi abuelo y yo había nacido ahí. Hoy día es la Universidad Alberto Hurtado, donde trabajo actualmente. Así que soy de este barrio desde chico.

Aquí estaba todo en rojo. Estaba Frei Montalva candidateándose para Presidente. Fue elegido en 1964.

En ese tiempo, yo ayudé mucho en la reforma agraria que hicieron los obispos, Monseñor Manuel Larraín Errázuriz, de Talca y también Raúl Silva Henríquez, Arzobispo de Santiago. También comencé a escribir en la Revista Mensaje, fundada por el Padre Hurtado.

En el CIAS, que funcionaba en la comunidad Centro Bellarmino, yo estaba encargado de los temas de la reforma agraria. Junto a mí trabajaban otros jesuitas, algunos todavía están vivos, como Renato Poblete, Josse van der Rest. También trabajaron el padre Vekemans, los padres Zañartu y Gaete, entre varios otros. Cada uno estuvo a cargo de ciertas disciplinas en este centro, que tuvo mucha importancia porque contribuyó a la reforma agraria y también a generar cambios en la Iglesia Chilena en el tiempo postconciliar.

En el período de Frei Montalva la izquierda se puso más activa, y salió una buena parte de la Democracia Cristiana para formar el MAPU. Anduve mucho con esos muchachos en esa época, y posteriormente también con los de la Izquierda Cristiana.

Frei hizo algo muy importante, la reforma agraria. Si uno habla con familias antiguas que trabajaban en agricultura, todavía sienten esto como algo muy duro para ellos. Cuando vino la primera expropiación de un fundo fue terrible. Yo sentía que era algo de justicia, pero a la vez mi familia sentía que se acababa la solidez de la sociedad cuando a un dueño le expropiaban la tierra que había tenido por generaciones. Eran dos sentimientos contrarestados. En la revista Mensaje están todos mis artículos sobre la reforma agraria.

Después, ya con Allende, también colaboré en su reforma agraria, que fue más profunda que la de Frei, y se le fue un poco de las manos y se transformó en algo más allá de lo que él pensaba. La influencia de Cuba era muy importante en esa época en América Latina. Era una época donde estaba el marxismo, con el mundo dividido en dos. Y en la Iglesia, después de las reuniones del Celam en Medellín, surgía la Teología de la Liberación y el sentimiento de urgencia por trabajar con los más pobres. Yo estuve muy involucrado en todo ese proceso.

No tuve una participación política en el sentido estricto, pero tenía mucho contacto con jóvenes que estaban metidos en la política y que todavía lo están. Teníamos un centro que se llamaba Instituto de Humanismo Cristiano, donde yo fui capellán. Ahí conocí a muchos jóvenes que hoy políticos destacados y senadores. En este instituto el padre Vekemans se preocupaba de los adultos, y yo de los estudiantes. Les dábamos charlas sobre la Doctrina Social de la Iglesia, acompañamiento espiritual y retiros. En esa época tenía cantidad de amigos estudiantes, casé a no se cuántos jóvenes en los años de Frei y Allende. Todos estaban muy interesados en las actividades del Instituto de Humanismo Cristiano. Predicábamos con las bases del Concilio Vaticano II y de las Encíclicas de los distintos Papas y los documentos del Celam.

El Instituto de Humanismo Cristiano se llenaba de gente todos los días. Tenía un fin social, hacíamos trabajos de verano en el Norte Chico. Los jóvenes se formaban trabajando con campesinos, en el verano. Ahí se formaron varias parejas de pololos que después se casaron.

En esa época me fui a vivir a una población, para estar más cerca de la gente pobre. Creo que es importante tener esa visión desde abajo, no siempre mirar desde la clase media. Hoy día la clase pobre ha subido y está mejor, tenemos un país más desarrollado, pero tienen todavía muchos problemas de salud, la gente de más edad que no tiene cómo vivir bien. Y hay un deseo de tener más, mejor salud, mejor educación. Aún conservo esa idea de estar más cerca de ellos. Hace quince años que soy capellán de la Villa Francia. Voy o dos veces por semana.

En esos años, además de mi trabajo en el CIAS, con la reflexión sobre la reforma agraria, y mi participación en la revista Mensaje, hacía clases en la Universidad Católica, en la carrera de Agronomía. También di algunos cursos en la Universidad de Chile.
El Exilio

Estuve muchos años en el exilio, porque cuando vino el golpe de Estado, como yo era conocido como sacerdote de izquierda, que había apoyado la reforma agraria y todo eso, me miraban pésimo. Los primeros días, el Provincial estaba muy preocupado, finalmente tuve que salir de Chile. Llegué a París. Había una gran solidaridad en Francia y en toda Europa, por todos estos chilenos que teníamos que salir del país, y ninguna simpatía por el régimen militar.

En París me ofrecieron un puesto de profesor en La Sorbona, nada menos, porque ya tenía experiencia como profesor en Chile. Ahí creé un Centro de Estudios sobre América Latina.

Estuve muchos años exiliado. No podía volver a Chile, no me dejaban entrar aunque alguna vez lo intenté, porque mi papá estaba enfermo. Llegué pero me devolvieron de inmediato, porque había un decreto reservado de expulsión de Chile, una de esas cosas que inventó Pinochet. Al llegar al aeropuerto me reconocieron y el mismo día me devolvieron a París.

Los jesuitas franceses me recibieron con los brazos abiertos, maravillosamente bien. Además de enseñar, publicaba en la revista francesa Études, de los jesuitas de París. Yo ya hablaba francés, por mis estudios en Canadá y porque en el colegio además de inglés tuve buenas clases de francés.

En un momento decidí salir un poco de Europa y estuve bastantes años cambiando, en el verano de Europa me iba a Méxio , donde también fui profesor en una de las universidades de la capital. Estuve muy metido en los asuntos de Latinoamérica. Solamente en el año ochenta y ocho, en septiembre se levantó esa lista secreta de gente que no podía volver a Chile. Yo estaba hasta el final en esa lista, los jesuitas no fueron capaces de convencer al régimen de que me dejaran entrar antes.

El día que salió la lista, el Provincial me llama y me dice “vuelve de inmediato a Santiago”. ¡Así somos los jesuitas! Yo tenía allá amigos, era profesor titular, había publicado no sé cuántos libros, y bueno, de un día para otro partí de vuelta a Chile. Todas estas cosas no son fáciles, era romper con todos los amigos en Francia y en México, gente maravillosa que uno conoció, de una gran solidaridad. Es duro partir así, uno hecha de menos.

Como no podía partir de un día para otro, primero viajé a Chile a visitar. Era la época del No y el Sí. No pude votar, pero viví ese momento maravilloso, cuando ganó el No. Y después en marzo del ’89, cuando asumió Aylwin, llegué definitivamente a Chile. Fui muy bien recibido por los jesuitas chilenos. Y comencé a trabajar cerca del Hogar de Cristo, decía misas, tenía un trabajo muy sencillo al principio.
Lamado a Servir en un Nuevo Mundo

Al volver a Chile me fui a vivir a La Palma, cercano al Hogar de Cristo. Tuve cáncer en esa época, en el año ´90, pero logré superarlo bien. Pensé que estaba yéndome en ese momento, pero estaba bien, porque la muerte también tiene su atractivo: encontrar a Jesús. Cuando me sané sentía que Dios me decía “mira Gonzalo, pórtate bien, te doy unos años más”. Todavía estoy tratando de portarme bien, ¡pero de esto hace ya casi 19 años!

Poco a poco me presionaron para que volviera a Bellarmino. Ahí era superior mi gran amigo Patricio Cariola, que ya falleció.

Me nombraron Director de Ilades, lo que hoy es la Universidad Alberto Hurtado. En ese momento me di cuenta de que esto no podía sobrevivir si no se convertía en una universidad. Esto fue una gran pelea, no todos los jesuitas estaban de acuerdo con mi idea. Finalmente se creó la Universidad y vino el padre Montes, que le dio la fuerza. Yo era el Vicerrector. Hoy día que tengo más edad soy profesor emérito, pero hago clases, escribo y también soy asesor del Rector.

También desde el año 1993 soy Subdirector de Mensaje, ya llevo 15 años en eso. Escribo bastante en esa revista fundada ahora por San Alberto Hurtado.

La reflexión en el Chile de hoy es más complicada. Escribo mucho sobre la globalización. Estamos en un mundo donde el capitalismo se ha desarrollado mucho y debemos hacer nuestras sociedades más justas de lo que sin hoy día, sobre todo en Chile. Creo que esta Presidenta, pese a todos los golpes que ha tenido con el Transantiago y todo eso, ha hecho cosas interesantes. Todo el asunto de la seguridad social, los cambios en la educación, que espero que sean maravillosos, y el tema de la equidad, con esa comisión que se ha formado. Creo que lo ha hecho bastante bien en ese aspecto. La pregunta es cómo poner de acuerdo a estos políticos, que pasan todo el día peleando e insultándose.

Hoy la juventud ya no se interesa en los temas políticos y esto también sucede con la Iglesia. Antes todos practicaban más, eran creyentes. Hoy día hay una nueva categoría, de los que no les interesa la Iglesia. No son ni siquiera ateos; el no estoy ni ahí de los jóvenes es una cuestión que pasa por la Iglesia también. Las prácticas religiosas han disminuido mucho. La gran pregunta es cómo llevar a Cristo hoy día a los jóvenes.

Sin embargo no pasa en todo el mundo así. En esta Congregación General de la Compañía que se acaba de realizar en Roma participaron cerca de 200 jesuitas. El 40% venía de Asia, aunque parezca increíble. Acá en Chile creo que entrarán tres o cuatro Novicios. En Vietnam entran 35. En India creo que hay 10 Provincias jesuitas, mientras que Chile completo es una Provincia. Ahí creo que tienen centenares de novicios. Son países no católicos, pero donde el cristianismo está teniendo un avance muy fuerte. ¡Incluso en China! Es bien extraordinario ver esto. Ahora se eligió el nuevo General, que si bien es Español, ha estado casi toda su vida sirviendo en Japón y el resto de Asia. Es impresionante ver cómo Cristo está más presente en Asia que en aquí. El capitalismo creo que nos ha quitado un poco el alma.

De todos modos el Señor tiene que decirnos algo con todo esto. La globalización no es algo que sucede solamente por la mente humana, en ella también está metido Dios. La esperanza es que los pasos que damos dando van a ir siempre acercándonos más al Señor y al día en que Él vuelva.

Estoy esperando con mucho interés conocer los resultados del trabajo que hicieron estos 200 jesuitas en Roma, que nos dará los lineamientos para continuar nuestro trabajo en los próximos años.

En la vida de un jesuita hay muchos momentos difíciles. Enfermedades, partidas de un lugar a otro. Mirando hacia atrás, creo que el exilio si bien fue doloroso por tener que dejar mi país y por lo que estaba sucediendo en esos años, fue también un tiempo de gran desarrollo. Ser profesor en Francia no es cualquier cosa. Tuve grandes responsabilidades y pude ayudar a muchos otros exiliados en París. En México, además de mis tareas docentes, también pude tener un trabajo con los más pobres, que fue muy importante.

La vida de jesuita es muy linda y estoy muy agradecido. Los estudios, el desarrollo personal y profesional que se puede tener, las maravillosas amistades en distintos países, son todas cosas que me tienen agradecido del Señor.

En la vida religiosa hay mucha felicidad, también en la vida comunitaria. Somos comunidades muy unidas. La vida es distinta, uno hace algunos sacrificios, pero tiene miles de cosas que compensan esos sacrificios. Uno no entra para pasarlo bien sino que se entrega a una tarea. Fíjate que Cristo vino a la tierra para morir. A nosotros no nos pide tanto Cristo. Moriremos todos, pero no en la cruz. Pero sí estamos aquí para amar y servir. Y esa vida nos da mucha felicidad.

Todos estos años en la Compañía de Jesús han sido una oportunidad para entregarme a los demás. Como dice una canción del padre Esteban Gumucio basada en el texto de Mateo 25, “si son un tiempo que has dado al hermano, no es tiempo perdido, no es tiempo que se va”. Los hermanos y hermanas a quienes he dado mi tiempo son muchos, están en diferentes países, otros ya han partido y están cerca del Señor.

Doy gracias a Dios por los grandes llamados que me ha hecho en mi vida como jesuita: el fuerte sentido social que despertó en mí el ejemplo del padre Hurtado, la vocación intelectual y el servicio pastoral que ha estado presente a lo largo de toda mi historia como sacerdote.

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