Las palabras del alcalde Sabat -se refirió a un liceo femenino en toma como un "puterío" y, más tarde, llamó a las alumnas "tontitas" - plantean el problema de si el lenguaje de los funcionarios públicos tiene límites o si, en cambio, pueden siempre decir lo que les plazca.
Carlos Larraín opinó que no había motivos para quejarse. Se trataba, insinuó, de la libertad de expresión. ¿Acaso -concluyó Larraín- no es mejor hablar con naturalidad?
Sin embargo, el problema no deriva del hablar espontáneo, como parece sugerir Larraín, sino que del prejuicio y de la mala comprensión.
El lenguaje no sólo revela la manera en que la gente reacciona frente a la experiencia. Muestra, sobre todo, la capacidad del hablante para comprenderla. Las palabras toscas indican una comprensión igualmente tosca de la realidad a la que aluden. Hablar en términos soeces no sólo manifiesta un comportamiento igualmente soez, sino que constituye un síntoma de la manera en que quien pronuncia las palabras entiende o valora los fenómenos a que se refiere. El zafio no sólo es zafio, además suele ser torpe.
Y a juzgar por su comportamiento público, ese es el problema de Sabat.
Cuando Sabat trató así a las escolares, no estaba, y esto es lo grave, diciendo un exabrupto, uno de los tantos que adornan su vida pública, sino que transmitiendo exactamente lo que pensaba de ese conjunto de muchachas que, en vez de comportarse dócilmente ante la autoridad que él pretende ejercer, reclaman, critican, protestan y se quejan. Sabat y los que piensan como él creen de veras que cuando las adolescentes tienen sexo ello sólo es consecuencia de dejarse narcotizar por las drogas o el alcohol, y no, en cambio, porque en ejercicio de su autonomía lo decidieron.
El problema no pasaría de ser una anécdota proveniente de alguien más o menos soez si no fuera por el hecho de que Pedro Sabat es, en razón del cargo para el que fue elegido, un sostenedor de los colegios de su comuna. ¿Acaso es razonable que un sostenedor se refiera así a parte de la comunidad escolar que, directa o indirectamente, está bajo su cuidado y que la ciudadanía asista a lo que dijo como si oyera un chiste? ¿Qué tipo de sistema escolar puede construirse con sostenedores de esa índole?
Por supuesto que casi todas las personas sueltan expresiones del tipo de las de Sabat y nadie las condena o las critica; pero ocurre que casi todas las personas son individuos sin cargos, particulares que no se representan más que a sí mismos y que no tienen funciones públicas ni deberes de custodia de bienes que pertenecen a todos.
No es el caso de Pedro Sabat.
Él fue elegido alcalde de su comuna y en tal carácter los vecinos le confiaron la custodia y el cultivo de un conjunto de bienes que él tiene la responsabilidad de no estropear. El más importante de todos es el respeto a que tienen derecho los ciudadanos, incluso los que son apenas adolescentes, para los actos que deciden realizar y que les atingen sólo a ellos. Sabat tiene todo el derecho de quejarse por las tomas de los colegios que, como sostenedor, administra, y tiene además el derecho de hacer esfuerzos por recuperarlos y exigir, si cabe, compensaciones por los destrozos. Pero a lo que no tiene derecho en modo alguno es a calificar públicamente, de esa manera o de cualquier otra, la vida sexual o afectiva que los alumnos de su comuna hayan decidido llevar adelante. En esto último, los jóvenes -y no Sabat- son los soberanos.
Pero Pedro Sabat no comprende eso.
Y es que él pertenece a ese tipo de alcaldes y parlamentarios que ha hecho del oficio de político una ocupación caciquil en la que se maneja a la población a punta de prebendas y, cuando es necesario, amenazas, y donde la tontería y la zafiedad quedan impunes. Personas a las que los arrullos del electorado, al que controlan con payaseos y con regalos, les han hecho creer que no hay diferencia entre su casa, donde tienen derecho a decir lo que se les antoje, y el municipio, que, habría que recordárselo, no es su casa, sino un lugar público donde hay deberes que limitan su conducta.
Vía Blogs El Mercurio
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