Con la Patota Maldita intercambiábamos libros, revisábamos revistas y las leíamos en voz alta -como el testimonio de Carmen Castillo sobre la muerte en combate de Miguel Enríquez que nos impactó mucho-, nos ayudábamos y acompañábamos -la mayor parte del grupo, excepto el Panchocu, no teníamos a nuestros padres-, organizábamos "acciones" como tomar a toda velocidad una silla marca Coca Cola en algún local de Av. Pedro de Valdivia, correr con ella cuadras e intercambiarla por otra silla marca Coca Cola en otro local, y ver cómo los mozos de ambos locales discutían acerca de la propiedad de la silla... También asistimos a los TOC, teatros operativos callejeros, donde arriesgábamos el pellejo, pues éramos de los que creíamos en la validez de todas las formas de lucha para terminar con la tiranía. Nos abrazábamos y lanzábamos a la vida, con una intensidad y generosidad nunca más experimentada, porque lo que estaba en juego era muy valioso. Eran nuestras propias existencias y las regalábamos. Por amistad.
Recuerdo a la Patota Maldita en una oportunidad coincidiendo, sin saberlo por la compartimentación, a un "curso de cuadros". De sorpresa descubríamos que todos habíamos sido convocados por distintos canales. Y en aquellos cursos he de reconocer que más que absorber las enseñanzas del materialismo histórico nos dedicábamos a pinchar con las compañeras, y a poner en aprietos a las "profes" que llegaban, problematizando desde Marcuse o algún otro autor considerado "revisionista"las verdades reveladas del materialismo dialéctico. Y asistíamos tocatas en el CEI en Beauchef, como cuando Mauricio Redolés recién venía llegando desde Inglaterra, y presentó su proyecto de poesía-rock, para lo cual me pidió mi guitarra eléctrica (que era pesadísima), luego que nosotros tocáramos con Nelson Arriagada al "teclado" (un mini synth Casio) a Santana y Jethro Tull.
Nuestro ambiente era de estudiantes secundarios de la Zona Oriente, que nos cruzábamos con bromas con los de la Zona Centro, del FUDEM, y la Zona Sur, ODES-Sur. Ibamos a hacer asambleas a las universidades, y ahí nos quedábamos en sus peñas. Teníamos artistas de preferencia, como el grupo Callejón. Y había un músico en particular que a mi me llegaba mucho por su habilidad con la guitarra, muy distinta a la de Silvio que todos imitábamos en la época. Sus letras y voz me hacían pensar, como muy bien canta Pablito en "Sábado al fin". Había algo distinto en la propuesta de este cantautor, el Pollo Huerta, Manuel Huerta. Era de la generación ochentera del Peda, con esa distancia un poco altanera, pero sencilla a la vez, de quien viene de vuelta. Cuando cantaba "Lonquén" era toda una generación la que se expresaba a través de su guitarra, generando armonías diferentes. Con poesía, pero muy comprometida, yendo al hueso de las cosas.
Con los años descubrimos con mi compañera que ambos fuimos conmovidos por Manuel Huerta. Y gracias a los circuitos de Francisco Villa llegamos nuevamente a él, así como a Claudio Martinez, otro gran cantautor, de los mejores, de hecho. Y ahora ya con nuestras lunitas cantamos "La Marraqueta"o "Mi pececito", parte de su primera placa. Manuel Huerta forma parte de nuestro repertorio de vida, y cuando la nostalgia vuelve, y sentimiento se toma nuestro cuerpo reclamando por los que no están, por quienes dieron su vida para terminar con la penumbra dictatorial, en silencio cantamos "Heroicos", y regresan Rafael y Eduardo Vergara, Rodrigo Rojas, Claudia López y tantos/as que son nuestras animitas que alumbran y muestran el rumbo para jamás nunca perder la brújula, de donde venimos y hacia adonde apostamos ir.
Hoy Manuel Huerta lanza su nuevo disco, "En bicicleta". Estoy seguro que viene potente. Hay que ir a apoyar la canción chilena comprometida, y además de muy buena calidad musical. Quizá solo Hugo Moraga le hace la collera en guitarra, y eso es un halago, pues pone la vara muy alta para cualquier músico. De quienes saben que la vida libre vale, literalmente, la pena.
Huerta es de los buenos. De los amigos que siempre han estado, están y estarán. Como los de la Patota Maldita. Por eso hay que estar ahí. Nos vemos entonces a la noche, en bicicleta.
Abrzs,
Manuel Guerrero.
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