Que el fin de la exclusión no sea excluyente
por Manuel Guerrero Antequera, Diario La Nación Domingo
Una vez contado el último voto de las pasadas elecciones municipales, buena parte de los ojos se posaron en los resultados del pacto por omisión que llevó adelante la izquierda llamada extraparlamentaria con la Concertación.
El pacto resultó victorioso, como lo evidencian los importantes triunfos de Claudina Núñez en Pedro Aguirre Cerda y Jorge Gajardo en La Florida, así como su ausencia fue la causa para que la derecha eligiera alcalde en Estación Central, mientras el candidato que la Concertación no quiso omitir llegó tercero.
Ahora, ya en carrera hacia las presidenciales, el fantasma de un pacto mayor ronda en Chile, prometiendo el fin de la exclusión de un sector que se la jugó con todo contra la dictadura, que forma parte de la reconquista democrática, pero que hasta hoy, por causa de enclaves autoritarios y falta de voluntad oficialista por décadas, se ha visto reducido al margen, no obstante su voto ha sido decisivo para que la derecha no alcance el Ejecutivo.
Pero no todo es color de rosa para un pacto de este tipo. Las diferencias entre la izquierda y la Concertación no son cosméticas. Al menos para movimientos emergentes como Nueva Izquierda, G80 y otros, donde la crítica a la coalición que gobierna es sustantiva.
Pues si bien cabe reconocer la ampliación de acceso a servicios básicos y la reducción de cierta pobreza, el compromiso contra las desigualdades ha sido limitado.
Es más: en ciertas áreas ha habido políticas que han promovido directamente la desigualdad, como el financiamiento compartido en educación; la liquidación de la pesca artesanal en beneficio de las grandes empresas; la mega inversión en transporte privado en contraste con lo exiguo en transporte público, y suma y sigue.
Explorar pactos que busquen terminar con la exclusión es positivo, tanto para la salud de la democracia como para la propia izquierda como sector.
No obstante no sirve cualquier pacto. Éste de suyo no puede ser excluyente, sino pierde sentido para una identidad de izquierda que promueve la ampliación de las libertades, la profundización democrática, la distribución del poder en todas sus expresiones. No resultaría útil un pacto izquierda-Concertación si no se abre espacio para un debate pendiente con el oficialismo, que aborde el país que queremos construir.
Tampoco si el pacto se circunscribe a actores específicos, pues el fin de la exclusión no puede reproducir aquello que promete superar.
Se requiere un pacto donde se restituya la política como esfera de acción ciudadana. Son miles las personas que se sienten parte de una izquierda que primero fue masacrada en dictadura y luego excluida en democracia, y que no obstante no ha dejado de luchar. Hay una deuda histórica con este sector, el fin de su exclusión en el sistema político formal es un acto de justicia.
Pero ello tiene que ocurrir de cara al sujeto que, mediante la exclusión de la izquierda, ha intentado ser una y otra vez dejado de lado.
Ese de las "grandes Alamedas", el pueblo trabajador, estudiante, profesional, mujer, mapuche, joven, el de mil rostros que sistemáticamente está siendo invisibilizado, y que solo gana portadas si se expresa en la forma de revoluciones pingüinas, paros de subcontratistas, protestas de trabajadores forestales, huelgas de funcionarios públicos y tomas universitarias.
El fin de la exclusión pasa también por ir a hablar con la gente, a invitarlos a ser, por fin, los protagonistas de la política. Por ello, una primaria en la izquierda resultaría enormemente positiva para elegir a su candidato presidencial. Esa es la democracia que tanto hace falta.
Un diputado, dos o cinco, pueden ser sin duda un logro, pero ello no puede ser un fin en sí mismo, por el precio que se ha pagado en dictadura y en democracia. Un pacto parlamentario sólo adquiere sentido para la izquierda si estamos decididos a cambiar nuestra sociedad excluyente de raíz.
Terminar con una Constitución que, ya nadie lo niega, está cada día más lejos de lo que somos como país; transformar una sociedad que vive en el espejismo de creer resolver sus grandes problemas desde lo privado, en áreas tan sensibles como salud, educación, vejez, cesantía.
Fin de la exclusión, claro, pero para que la democracia sea de verdad y no a medias.
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