01 enero 2008

Ardiente impaciencia

Aquí estoy, buscando tranquilidad en la escritura, encendido como una llama que no se extingue.

A tu espera, bella mujer, para hacerte mía, adoptarte y bautizarte en el ardor de mis besos. Mientras debiera pensar y escribir, aportar por todo lo que ocurre y se invisibiliza en nuestro terruño, no hago más que estar prendido de tu memoria, que la distancia acentúa al no tenerte frente a mí.

Y no requiero más que tu lengua para sentir que estoy vivo.

Comprometido, revolucionario, subversivo, transgresor, sí, soy todo eso y más.
Pero me falta el cruce de tus piernas sobre mi espalda, tus uñas haciendo de las suyas en mis muslos.

Soy tu hombre, tu varón insomne, que te hace vigilia, que mantiene viva la esperanza para desde tus labios carnosos participar del proceso de emancipación social, para que la humanidad toda llegue a ser vigorosa, sana, y orgullosa porte su desnudez como bandera. Derretiremos con nuestro ardor cada esquina, cada rincón de la ciudad conocerá de nuestras lluvias, no habrá espacio que no sea invadido por nuestros lamidos, por las tormentas eléctricas de placer generoso, comunista.

Ven y conocerás conmigo el sabor de la tierra, el dulzor del vino, el aroma de la tarde enarbolada de los parques santiaguinos, que cual adolescentes serán testigos de nuestros abrazos, roces secretos, gritos públicos.

Acércate y te haré el amor que derribará gobiernos insulsos, blandengues, faltos de mística, aventura y rock.

Te regalo por una noche mi cuerpo. Es tuyo. Lábralo y trabájalo, verás como mi humedad trae primavera y un nuevo amanecer.
Esta vez no será rojo, sino azul, índigo, como mis venas que laten marcadas por tus huellas digitales.

Aquí estoy, puedes tomarme, devórame salvaje. No temas mi porte, es solo el síntoma de mi deseo, mi comunicado de cuanto te quiero en mí. Sé que no me perteneces, no pretendo tanto. Pero la noche es mía, como los parques y esta ciudad. Y en ella, si quieres, podrás morder el aire tibio del atardecer, enroscar tus dedos hasta perder la voz cotidiana, y encontrarte en otro registro y timbre. Yo auspicio, yo invito.
Deseo urgente la noche en que serás mi invitada preferente, única entre todas, la escogida, la que elegí y vuelvo a escoger.

Si te animas, aquí estoy. A tu espera,
en esta ardiente impaciencia.

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