24 agosto 2007

A propósito de la entrevista a "El Fanta", mi padre denuncia al traidor


En su último número aparecido ayer, The Clinic publica una extensa entrevista a Miguel Estay Reyno, "El Fanta", realizada en la cárcel de Punta Peuco en la que él expone argumentos de porqué se convirtió en traidor, torturador y asesino de sus propios compañeros de militancia, entre ellos mi padre.

A raíz de que fui mencionado por él en la entrevista -de hecho aparece como titular de contraportada "El fanta quiere ver al hijo del hombre que degolló"-, la reportera amablemente me contactó y al pie del artículo aparecen en un recuadro mis respuestas a su inquietud de qué significa para mi el Fanta. Las palabras y pensamientos que pronuncié deben ser los más duros y difíciles que realizado en mi vida. Por su naturaleza compleja y dolorosa incluso he optado por no transcribirla este blog, a pesar de que no han parado de rondar en mi cabeza, y concuerdo con cada una de las palabras que ahí dije.

Sin embargo, como mi padre no está para dar su propia versión, he creído oportuno volver a transmitir su testimonio acerca del Fanta. Éste fue dado a conocer en 1976 por papá, y es probablemente lo le haría costar su vida años después en 1985, pues denuncia por primera vez la participación de "El Fanta", en los operativos de lo que se creía eran de la DINA, pero que hoy se sabe era el Comando Conjunto, que articulaba a agentes de las distintas ramas de las Fuerzas Armadas en el período de instalación de la dictadura militar de derecha en Chile.

El Fanta había sido militante de las Juventudes Comunistas, encargado de seguridad de los dirigentes, y conocía muy de cerca no solo la estructura organizacional, sino la vida familiar de muchos de los hoy detenidos desaparecidos durante la acción del Comando Conjunto. Estuvo varias veces con mi familia, jugó conmigo cuando yo era pequeño, y en forma aún inexplicable hasta el día de hoy, pasó de delator a agente de los órganos represivos. Una cosa es no aguantar la tortura, pues se trata de una experiencia límite monstruosa, y otra cosa es convertirse a la escala de valores de los torturadores y participar, colaborar en la destrucción de los conocidos y la organización que antes era propia.

Mi padre fue uno de los pocos que salvó con vida en 1976 de la acción de tal Comando, situación que no fue perdonada por el Fanta, quien participaría directamente en su secuestro y asesinato en marzo de 1985, siendo la persona que decide que la técnica de muerte de mi padre, José Manuel Parada y Santiago Nattino, sería el degollamiento, entregando él personalmente el cuchillo con el cual se perpretuó el crimen. Hoy cumple cadena perpetua en la cárcel de Punta Peuco y está procesado por varios de delitos de lesa humanidad.

A pesar del tiempo transcurrido Miguel Estay Reyno no ha mostrado arrepentimiento alguno por lo obrado. Su principal argumento es que si no hacía lo que hizo sería un detenido desaparecido más, y no podría haber disfrutado de quienes quiere durante estos años. Que cambio un modelo ideológico por otro. Todas estas son simples racionalizaciones que no lo comprometen como persona. Hace falta la reflexión y asumir que vivir a costa de la muerte de otros no es vida; que con su actuación ha arrastrado a sus propios hijos a convertirse en hijos de un asesino; que él asumió libremente su paso de una ideología de lucha por la justicia social a uno de aniquilamiento, pues no es dable suponer que durante la tortura a la que él mismo fue sometido se practicara algún tipo de adoctrinamiento. El Fanta sigue calculando cual máquina, y mientras no se asome a su propia humanidad denigrada por sus propios actos, seguirá condenado a ser abomible, aunque haya sido víctima alguna vez.

Yo he pedido a los abogados poder ir a visitarlo a la cárcel, pues se trata de la persona que vió por última vez a los ojos a mi padre. A pesar de todo lo vivido, yo no creo en el gen del mal, creo en el ser humano. Por ello es que mi llamado es siempre a revisar cuáles son las condiciones de posibilidad sociales que permiten que gente normal termine asesinando a mansalva incluso a sus queridos. Una vez que establezcamos aquello, podremos tomar las medidas necesarias para que el nunca más sea verdadero y no solo una consigna. Por de pronto, la memoria activa es una forma de hacer presente lo que la condición humana es capaz de hacer en determinadas circunstancias y prevenir, de esta forma, que ello no se repita. No es solo que quien controla el pasado controla el futuro, sino que el recuerdo controla lo que en cada caso somos. Por ello te invito a conocer este relato de mi padre.

Un abrazo cariñoso, aunque un poco abatido por mis propios pensamientos,
Manuel.
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La mano del traidor

Un puñete en el estómago me hizo aullar de dolor y fue seguido por otro que me hizo crujir la mandíbula. Golpearon con furia y odio concentrado.

- No hueví pu' Manuel veí que yo te conozco - gritó alguien a mi lado.

En la tempestad de padecimientos la voz heló mi sangre y cosquilleó mis oídos. Me sobresalté y esperé tenso.

- Mejor que contí la firme Manuel, aquí ya tienen la película completa. Vos te llamai Manuel Guerrero Ceballos, teñí 27 años, estay casado con la Vero, tení un hijo que se llama Manuel y tiene cuatro años, tus padres y hermanos se llaman -dio los nombres de cada uno-, erí de una familia comunista, tus parientes han tenido estos cargos en la Jota y el Partido. Tú erí miembro de la Comisión Ejecutiva del Central, de la Jota, en la que participai de tal fecha, hai tenido tales cargos, hai viajado al extranjero. Después del 11 quedaste trabajando en la Dirección de la Jota, y hai ocupado estos cargos y hai estado viéndote con esta gente. Seguiste participando. Esto es para que te soltí de una vez y te podai salvar o te fuiste cortado no más. Lo siento Manuel, pero así es la cosa. Si no entendí te puedo dar otros datitos de tu familia, de la Jota y de tu pega. Yo te recomiendo que mejor hablí, porque aquí al final todos lo hacen. Hay un lote de viejos del Partido, por los cuales se colocaban las manos al fuego, pero que han cantado como locos, y con ellos se ha hecho un trato. Tú también podí hacer un pacto, contar algunas cosas, ayudai su poco y viví tranquilo después. Total esta cosa va pa' largo.

La tensión vivida se precipitó y, una vez más, escalofríos hacían vibrar el cuerpo y la respiración se apretaba. Mi angustia se producía porque esa voz me era familiar, la había escuchado en alguna parte, además que la gran cantidad de antecedentes y sobre todo la forma de decir las cosas resultaba cercana.

Sin dar tiempo a mis cavilaciones las preguntas sucedían sin parar:

- ¿A dónde podemos ubicar a tal y cual?
- ¿Qué pasó con este otro?
- ¿Y al exterior quién viajó en esta fecha?
-¿Cómo se financia la actividad?
-¿Dónde imprimen el periódico?
-¿Cómo se ligan las provincias y el Partido?
-¿Qué nombres de dirigentes y militantes podí dar?
-¿De otros partidos a quién conocí y sabí cómo ubicarlos?
-¿En qué casas se reúnen?
-¿Hacia los milicos qué pega hacen?

Seguía sobrecogido. Mi ansiedad era ubicar al dueño de la voz que dijo conocerme. Eso era muy importante, ya que dependía de quien fuera y si era efectivo que me conocía cómo me seguiría manejando y sobre todo eso podía demostrar hasta qué punto conocían la actividad y el funcionamiento de la Jota. Ya que una cosa era atacar desde fuera la organización y otra era hacerlo desde dentro, conociendo más ampliamente los métodos de trabajo y acción.

La posibilidad de la utilización de presos como delatores o traidores me golpeó brutalmente. En mí se rebelaba el sentimiento de pensar que un antiguo compañero pudiese ser un elemento servil de los que sometían a nuestro pueblo a la represión, al hambre y a la miseria. Quise separar la idea del traidor para suponer que era una maniobra más de los verdugos, y que, como otras, se desvanecerla. No sería la primera vez que se intentaba contraponer a militantes con militantes, pero esa voz me seguía siendo conocida, había hablado con cercanía nueva respecto a los otros interrogadores.

¿Quién podría ser, desde cuándo estaba allí, era obligado a decir eso o era un agente más, sería un síntoma de infiltración? ¿A lo mejor tenían a otros compañeros presos, nada raro que los mismos por los que preguntaban? ¿Y en ese caso qué hacer? ¿Qué posibilidades de accionar tenía? ¿Hasta qué punto tenía sentido negar todo cuando lo podrían conocer? Incluso podría morir en va­no.

- Ya Manuel, mejor colabora y así no te sacrificas inútilmente. Aquí se trabaja a gran escala, no somos novatos y si gastamos plata y tiempo en vos por algo será -, agregó el mismo individuo.
¿Dónde he escuchado esa voz? En alguna ocasión me fue cercana. ¿Pero será la misma? Intentaré mover el brazo, correrme la venda, así lo podré ver y aunque me peguen saldré de la duda. Si sé quién es sabré cuánto pueden conocer.

- No seai, porfiado no veí que te conocemos.

La voz retumbaba en mi conciencia. ¿Dónde la he oído, en qué lugar y circunstancia? ¿Será la proximidad de la muerte que me hace divariar, confundir sonidos y palabras?

El eco de la voz se prolongaba en los mil vericuetos de mi cerebro y sentidos.

- Te conozco.
- No hueví, veí que te conozco.
- Dí la firme, veí que te conozco.

En la búsqueda de la unión de la voz y las imágenes fantasmales, borrosas, que acudían, un espanto profundo se fue haciendo patente. Por vez primera la rea­lidad de la traición me estremecía, me aplastaba, hundiéndome, aún más, en la incertidumbre, en el miedo y el vacío. Sí, vacío. Un vacío de nada, de ausencia-presencia, de vértigo inmenso, de desarraigo de la tierra, ingravidez, oscuridad y silencio. Caminaba por un sendero sin fin, sin límites, desocupado de vida y sentido. Deambulaba solitario, viendo rostros sin facciones, cuerpos sin brazos, voces sin bocas.

La pregunta persistía: ¿Quién era el que machacaba mi carne, acrecentaba mis pesares, empujaba el carro del exterminio?

Una vez más la disputa entre mi cuerpo y la conciencia surgía. Debía ser capaz de serenarme, de reflexionar sobre quién era el bastardo, pero el dolor y la angustia lo copaban todo, no había lugar para pensar.

“Estoy jodido, nada va quedando, no hay en que afirmarse, estoy haciendo el loco aguantando cuando hay gente nuestra trabajando con ellos. Y si hablo san se acabó. Total estoy solo, nadie vigila mis pasos y por lo demás yo soy el que está sufriendo. Tengo que vivir, es estúpido morir.”
La sensación informe, profunda, hiriente fue consumiendo mis tejidos.

“¿Y si hablo qué pasa? ¿Quién me va a poder juzgar, cuando para sufrir esto, hay que estar aquí? Es fácil condenar a la distancia cuando como jueces se dice lo que es bueno y malo. Si este infeliz habló estoy puro hueviando. Pero si les digo lo que sé y después igual me matan. ¿Quién me asegura la vida? Quizás pudiera ganar algunos días. Vivir, vivir, esa es la suprema necesidad. Si hablo después, cuando me suelten, digo que ya lo sabían todo.”

-¿Qué estai pensando? Te dai cuenta que estai cagado, cuenta mejor y llegamos a un acuerdo.

- Ya Manuel, di con quién ibas a juntarte.

Un silencio pesado se interpuso entre ellos y yo.

- Habla concha de tu madre.

El golpe me dolió pero ya no tanto.

“¿Qué pasa que no siento tanto dolor, a lo mejor me estoy muriendo ya?

- ¡No voy a hablar!

- ¿Qué decí?

“Putas, pensé, lo dije en voz alta.”

- ¿Qué decí?, te pregunto. No respondí.

- Dile a este comunista de mierda lo que sabí de él.

La voz del traidor (la idea del traidor tomó cuerpo) empezaba a hacerse familiar. Tengo que conocerlo. Si ubico en qué tiempo lo oí antes, puedo saber más o menos quién puede ser. Antes, claro, es de antes, ahora no me he topado con nadie dueño de esa voz.

Con pomposidad y aspaviento el miserable sujeto reinició su letanía, rodeando cada afirmación de aspectos anecdóticos que indicaban el conocimiento cercano que tenía sobre mí. Cada hecho lo unía a amenazas, expresiones de desprecio y ofertas de colaboración.

- Esto tiene para largo, así que te vai a sacrificar inútilmente, la Jota y el Partido cagaron. Qué sacamos con jugar a los bandidos con esta gente que son especialistas en la cuestión, hasta pueden leerte el pensamiento si quieren. Eso de andar escondido y pasando apuros para qué, cuando hay huevones de arriba que se las arreglan lo más bien, viven como reyes mientras los esclavos trabajan para ellos, y cuando caen presos, los que se creen duros son los que más sueltan prenda. Mira, es cosa de pensar bien si ya tienen cagada a la Jota, más vale vivir. Piensa en tu señora y el cabro chico. ¿No te da pena no verlos más? La solución la tienes en tus manos, de ti depende que salgai de esta y la Vero también se salve. Sí, yo sé que cuesta hacerse a la idea, pero después de dar el paso se arregla la cosa. Vivir, eso es lo que importa, lo demás son huevadas. Estai pensando, nosotros sabemos que le estai dando vueltas al asunto, decídete y avísanos. Ahora.... mira, si no querí darte por las buenas, te vamos a despachar de una vez, y nadie va a saber de ti. Más encima, te podemos cagar con tus compañeros queridos, porque te vamos a requetecagar, hasta el recuerdo, entendí.

La andanada de antecedentes, amenazas y proposiciones, caían como fardos, uno tras otro, sin dejar tiempo para completar una idea cuando estaba frente a otro hecho. La confusión era total. No sabía ya qué pensar, por dónde salir, cómo reaccionar, qué responder o callar.

Las informaciones dadas por el traidor eran, en general, efectivas, correspondían a hechos reales. Temía el enfrentamiento con él, un careo. La mayor angustia era la duda que se metía en mi ser, había ahí un traidor, alguien que estuvo luchando o pensó igual que uno y que servía ahora otra causa. La traición no era una especulación, existía, se daba, era muy posible que fuésemos manejados como marionetas por traidores enquistados.

Esto que provocaba mi rechazo era atenuado por la urgencia de vivir. Se podía hablar y seguir viviendo. “Si digo lo que sé no es traición porque ellos ya lo saben”. El mundo se derrumbaba a mis pies, el andamiaje de credibilidad y confianza se trizaba, parecía estéril sufrir, padecer, cuando habían otros que entregaron todo lo que sabían. ¿Para qué seguir padeciendo, por qué tener que sufrir cuando a tanta gente le es indiferente nuestra lucha? ¿Cuántos hay que en nada se meten y viven sin sobresaltos? Es una irracionalidad esta lucha tan desigual. Nos cazan como conejos, estamos ajenos a nuestros hogares, vivimos como de prestado, entregamos los días y las noches, hemos dedicado más de la mitad de nuestras vidas a esto sin conocer vacaciones, sacrificando domingos, careciendo de reposo y todo para qué, para que en cualquier momento todo se vaya a la mierda. Somos enanos, queriendo alcanzar el cielo con las manos. Ilusos: eso somos.

Sentía una pena honda, dolores no de huesos y carne, sino de sentimientos, desazón, desengaño, frustración.

(Hablo y me salvo...Vivir, salvarse; qué más humano que vivir).

Las lágrimas emergieron. Lloraba, lloraba, por mí, por impotencia, por estar solo, abandonado, perdido, desorientado. El llanto brotó a mares, como un escape abierto a la angustia. Nada me importaba, sentía necesidad de llorar, lo hacía, profusa, copiosamente. La tensión, rabia, confusión, terror, miedo, dolor y todo eso junto y mucho más, se expresaba en lágrimas que bañaban mi cara, imparables. Me entregué al desahogo sin pensar qué pasaba y dónde estaba. Existía solo yo y mi pena. De tanto llorar me trapicaba, me ahogaba, tosía.

¿Qué hacer? ¿Qué hago? ¿Qué hacer? ¿Hablo y se acabó no más? ¿Y si no hablo, me mataran o no? ¿Por qué metí en esto?¿Para qué?¿En qué momento estuve?¿Por qué no me cabrié antes? ¡Debería haberme ido del país!

Parecía que estaba sólo, pues nadie hablaba, no se sentía ruido alguno. Era yo no más que estaba hundido, extraviado, quizás moribundo. (Mierda de vida, mierda de mí).

- ¡No te desesperí Manuel, cuenta con nosotros!

- Conversemos mejor, a ver, ayúdate un poquito y estai al otro lado. Mientras más te apurí mejor, así te verán los médicos.

El deseo de no despertar de ese largo letargo, de continuar sumido en las penumbras, de no escuchar ni saber de nada ni de nadie era muy fuerte.

(Quisiera abrir los ojos y estar en casa. Esto tiene que ser una pesadilla o estoy divariando. Vero, ayúdame, me siento mal, me hacen daño, no los dejes. Grita, grita: ¡Asesinos, se llevan a mi marido, auxilio! ¡Asesinos son de la DINA, asesinos!)

(Son de la DINA, asesinos, son de la DINA, asesinos, ¡eso son!)

Una vez más me sobrecogí, estaba agazapado dentro de mi, hay un tigre dentro de otro tigre, una caja dentro de otra caja, uno más uno dos, dos más dos cuatro…. Estoy agazapado dentro de mí. Ya espero, golpeen si quieren, ya espero. Pienso leseras, me estaré volviendo loco: Manuel Guerrero......presente ......diga señor. ..... llévenselo. ..... amárrenlo. .... .es peligroso, ......y si no se deja mátenlo......En la cabeza debían haberte pegado el balazo, así habría estallado la cabeza, plop: saltaron las pepas. ....y…C......A......G......A......S......T......E.

El silencio, nuevamente el silencio. Hay una luz en el horizonte, camino y camino, me detengo, respiro, con la mano derecha me seco la transpiración, agachado sigo caminando, de vez en cuando me paro y alzo la vista, la luz sigue donde mismo: que lejos está, y cuán cansado estoy, pero llegaré. Paso a paso avanzo por ese paisaje desolado sin que me cruce con cosa viva alguna, alzo la mirada, estoy a pocos pasos de la luz. Un poco más y ya estaré, miro de nuevo y no hay tal luz.

- Manuel, cuenta, háblanos de la Jota, de lo que haces tú.

- No sé, nada sé.

- ¿Cómo no vai a saber nada? Dinos algunos nombres de galla que conocí. Danos diez nombres para empezar, militantes si querí.

- No sé, ya dije que no sé.

Cual garfios dos manos me tomaron de los hombros cerca del cuello y me sacudieron brutalmente.

-¡Si no hablai, muérete de una vez concha de tu madre!

Me zarandeaban y golpeaban, profiriendo injurias, maldiciones.

Grité, aullé, lloré, ofendí:

- ¡Déjenme morir, asesinos!

Volví a sentir gritos, golpes, pero parecía que era otra persona, nada me dolía, me sentía bien, escuchaba, escuchaba, escuchaba, escuchaba.......

- No te vai a morir ahora, huevón. Aguanta, aguanta.

Me levantaban tirando de pies y brazos. A la distancia, una voz presurosa señaló:

- El General dice que lo llevemos.

Escuchaba y perdía la audición. Sentía frases truncas, palabras incompletas.

Corrían y prestos me transportaban en una sábana, frazada o chal.

-¡Apúrate, apúrate!
- Echa a andar el auto mientras....
- ¡Apúrate huevón!
- Abre atrás.
- Tú, agárralo del otro lado.
- ¡Ya está!
- Vamos, corre, vuela, tonto huevón, mira que el fiambre se puede echar a perder....
- Ja, ja, ja, ja....

Encajado en el espacio que hay entre el respaldo del asiento delantero y el asiento trasero, de lado, con las piernas encogidas me encontraba.

- Métele pata.
- Putas que vai lindo Manuel, parecí arrollado con esa frazada.
- Ja, ja, ja, ja....
- Ahora te vamos a bautizar, desde ahora te vai a llamar Pedro Gonzáles Rocha, lo de Rocha te lo ponemos, porque de vos no va a quedar ni rocha.

Nuevas risas acompañaron la amenaza.

El vehículo iba a gran velocidad, en las curvas chirriaban los neumáticos y mi cuerpo zangoloteaba como resultado de las maniobras.

Me sentía pésimo, perdía y recuperaba el conocimiento. En los intervalos de lucidez pensaba en la muerte que me atrapaba. Deseaba que fuera así.

La loca carrera del vehículo continuaba y los ocupantes bromeaban con la posibilidad de un choque, competían en adelantar vehículos, gritaban a los choferes de otros autos. Jugaban. Tras una vuelta muy pronunciada el vehículo ascendió por lo que a mi me parecía una explanada, y gritando ¡cuidado! se introdujo por lo que podría ser un camino. Frenó bruscamente y corriendo descendieron a abrir las puertas.

- i Una camilla, rápido! - gritaron.

Tomaron las puntas de la frazada y me sacaron del vehículo, al tiempo que alguien se me acercó al oído y dijo:

- Ya sabí como te llamai Pedro González Rocha y cerrado el pico. Si hablai con alguien, te liquidamos, eso no solo sucede en las películas, hay gente que muere atropellada, se cae de los edificios y también de los hospitales.

- Te vamos a sacar la venda.

Me estremecí: podía ver los rostros. Todo ese tiempo me intrigaba saber quiénes eran, cómo eran. Ahora podría verlos, registrar sus fisonomías, gritarles en su cara. La posibilidad de ver me dio esperanzas, recuperada un arma, con los ojos abiertos ya no estaba tan indefenso. Me regocijé.

De un tirón desprendieron la venda adhesiva de los ojos, uno de los cuales lo sentía destruido, pues había quedado medio abierto con la tela pegada encima.

Me golpeó la luz, haciéndome lagrimear. Veía nubladamente. Con ansiedad miré las caras de los verdugos. Eran rostros comunes, sonrientes, "normales", miraban con aparente simpatía inclinados sobre mí mostrando preocupación por mi salud. Sus caras denotaban juventud, tendrían mi edad o menos años. Me impactó esta observación, esperaba encontrar hombres con aspectos de enfermos, rostros crispados, desencajados de odio, frenéticos. Estos parecían saludables, de fisonomía bonachona, amigables, conocidos sin conocerlos. Su piel parecía bien cuidada, eran elegantes, rasgos finos. Eran pijes.

- En apariencia ustedes no son malos - les dije.

Se rieron y alzaron el cuerpo poniéndome en una camilla que rápidamente empujada, por no sé quién, entró en un largo pasillo. Los agentes de la DINA corrían a ambos lados. Introdujeron la camilla en una sala pequeña y manos expertas me atendieron: Eran médicos y enfermeras.

- El Director está al tanto y ha dado orden que lo atiendan -, señaló uno de los verdugos.

Nadie dijo nada y empezaron a examinarme para después clavarme inyecciones, ponerme plasma sanguíneo y suero.

Sentía debilidad total y en contra de mi voluntad los ojos se cerraron y nada supe.

Volví en mí, cuando tapado por una sábana, cual imagen de muerto, era trasladado de lugar. Me costó volver a captar la realidad, tenía dolores incisivos y un brazo estaba pinchado con algo. La sábana que me cubría el rostro se pegaba a la nariz y la boca. Temblaba, tenía frío, mucho frío. Las ruedas de la camilla producían un extraño ruido al deslizarse sobre el suelo. Eso, más el recuerdo de los médicos y enfermeras, me hizo pensar que estaba en una clínica u hospital. Debe ser una clínica de la DINA, supuse. El ambiente estaba impregnado del olor característico de los hospitales. La camilla entró en un ascensor y dijeron "tercer piso". Cada detalle lo interpretaba. ¿Me matarán aquí? ¿Serán otras las torturas que aquí aplican?

Si fuera un hospital corriente a lo mejor puedo armar un escándalo, mandar a decir dónde me tienen, pedir ayuda. También puede ser que me lleven donde otros presos. ¿Qué lugar será? No puede ser Dignidad, porque esto creo es Santiago.

Me sofocaba debajo de esa sábana y también para intentar averiguar el lugar donde estaba, con la boca empecé a tirarla.

- Despertaste huevón, quédate quieto -, me ordenaron.

Descendieron y me destaparon en una pieza pequeña que tenía una ventana. Había seis sujetos, varios de los vistos antes. Un médico y un enfermero me trasladaron a la cama que tenía sobre la cabecera una luz potente. Estaba prendida, pues ya estaba oscuro y asemejaba un típico cuarto de interrogatorio de la Gestapo.

- Ahora vai a descansar, mañana hablaremos. Aquí van a quedar dos muchachos contigo, para que no te sientas solo. Y recuerda la advertencia, si tratas de comunicarte con alguien te vai cortado. ¿Entendiste Pelluco?

Todos se habían puesto alrededor de la cama por lo que asemejé la escena a una que habla visto en la película "El Padrino".

El que hacía de jefe era un hombre joven que vestía chaqueta de gamuza, de piel blanca, pelo negro liso, peinado al lado, de aspecto atlético, con una pequeña cicatriz en la pera. Tenía modales delicados. Lo que delataba su función, eran sus ojos, que buscaban estar mansos pero estaban rabiosos, trasnochados, diabólicos.

Junto a él, estaban otros dos, que en conjunto componían el trío de interrogación. El segundo era más bien bajo, de unos 25 años, de piel sonrosada, crespo, ligera panza. Parecía sacado de un cuadro de Rubens. El tercero imitaba a Himmler en sus gestos, lentes medio oscuros, impermeable tipo James Bond y guantes negros finos que se sacaba y se ponía a cada instante. Su tema preferido, como después lo ratificaría, era la obscenidad, la pornografía y la amenaza exquisita. Además de ellos, había los tontón macout, los encargados de la agresión física y la vigilancia, tipos de aspecto lumpeniento, trituradores de hueso, machacadores de carne.
Uno a uno, obedeciendo a su amo, estiraron la mano para despedirse de mi, tomándome la mano izquierda. Sentí repulsión y nuevos deseos de abalanzarme sobre ellos, gritar, golpear, escupir, pero no estaba en condiciones de levantar ni un brazo.

Manuel Guerrero Ceballos, 1976.

1 comentario:

PAZ TRAVERSO dijo...

Manuel : Nunca te arrepientas ni te sientas culpable por tus palabaras ya es suficiente el dolor que hemos padecido para enrollarnos con eso ... El rencor se nos presenta con un estigma pero me parece logico que seas honesto con tus sentimientos ya que no se pude ser tan racional con sta historia tan heavy !!!!
Cariños y un abrazo grande y fraterno para ti .