21 agosto 2007

Amores clandestinos

Marce dejó escrito en un comentario que la dictadura dio también para las más bellas historias de amor. Cuánta razón tiene. Alguna vez habrá que abrir el recuerdo a aquellos romances intensos que se vivían al filo del peligro, cuando el beso, el abrazo, las caricias eran descubrimento a la vez que despedidas y luego reencuentros finitos, absolutamente conscientes de que podían ser la última vez, y por ello sabía todo a intantes eternos. Cada encuentro era como quemarse en un fuego que nosotros mismos ayudábamos a encender más y más. No solo buscábamos consumar la libertad en una conquista de cambio social, dentro de los límites impuestos, la practicábamos excediéndolos, subvirtiéndolo todo desde nuestros propios cuerpos.

Curiosa la experiencia del límite, qué perturbadora la sentencia inicial de «La República del silencio» de Jean Paul Sartre: «Nunca fuimos tan libres como bajo la Ocupación». ¿Cómo es que el sentimiento, la práctica del ejercicio de libertad la vivimos a tal punto como nunca después sino en la lucha contra una feroz dictadura?

Y pongo el énfasis en lo de "lucha", pues fue desde aquella vida al borde de la muerte, en la exposición máxima al peligro para reconquistar la libertad propia y ajena que tal sentimiento es recordado como una experiencia única e irrepetible.

Recuerdo los "acuartalamientos" que realizábamos los estudiantes secundarios antes de un día de Paro Nacional. Rendidos por la preparación de propanganda, de revisar una y otra vez la dinámica con que nos tomaríamos un liceo, repasando las tareas de cada cual, luego de aquello nos dispersábamos en alguna pieza desocupada, y en la oscuridad cada uno se encontraba cuerpo a cuerpo con quien ya había intercambiado amables miradas, sonrisas entre tanta seriedad. Y comenzaba la exploración centrímetro a milímetro, la respiración agitada pero calma para no molestar a quienes sí dormían, y el calor de piel a piel nos incendiaba con una urgencia no vivida desde entonces. Besos, mordiscos violantemente dulces, como la Nicaragua a la que cantaba en sus escritos Cortázar. Y todo se confundía, la Historia, las biografías personales, el sentimiento de deber, las ansias de justicia, sin más límite que lo que cada uno estaba dispuesto a entregar.

Después de una de aquellas noches, y del día siguiente que le sobrevino de marchas, a la asamblea pública en que participaba representando a mi Centro de Alumnos, llegó mi amigo el Camello, en cuyo departamente habíamos estado, y donde tuve mi contacto furtivo y secreto con la niña de mis ojos de entonces. Era mi turno de intervención, y estaba hablando en una sala de lo que había sido la biblioteca del Pedagógico, cuando entre los estudiantes ahí reunidos emerge en lo alto el rostro del Camello con una risa que cruzaba toda su cara. ¿Qué le pasará al Camello? Terminó la reunión y me acerqué a él, quien en ese momento ya reía casi a carcajadas. Oye huevón, me dijo, mi mamá econtró este sostén que no es de ella en la mañana en su pieza. Toma, pásaselo a la Chica y cuídense más los huevoncitos que andan dejando huellas por todos lados!

2 comentarios:

Marce Mercado dijo...

Manuel...se paran los pelos...todos...y aquéllo de Nunca fuimos tan libre como en la Ocupación...

El móvil de tantas cosas fue la pasión , el amor...y las hormonas !!!!

Cómo no reconocerlo...

Me gustaría invitar a escribir relatos cortos de aquellos "amores clandestinos " y atesorarlos, porque los tuyos, compañero, son también los míos...

Un besote

Marce

Anónimo dijo...

Hay...los amores clandestinos, es tanto lo que se puede decir de ellos. Pero como conclución diré sólo que fueron profundos, inolvidables, sufridos, alegres, y mucho más...
Dedicado a un gran amor clandestino que tubo la pureza de ser verdadero y que alguna vez en algún lugar de las riveras del Mapocho se encuntren dos ancianos a recordar aquella fugáz aventura.
Para P.S de E.G