29 marzo 2007

Mi padre secuestrado en un día como hoy, pero por siempre vivo


En diciembre de 1984, estando en pleno Estado de Sitio, las distintas generaciones de la familia Guerrero Ceballos nos reunimos en la antigua casa de Maipú a celebrar la llegada del nuevo año. Ahí estuvo mi Tata, Don Manuel, con la abuelita Herminda, rodeados de sus hijos y nietos, entre ellos América y yo. Si bien todos teníamos profundos deseos de sentirse felices por estar reunidos, faltaba el Checho que estaba desaparecido, Máximo y Pablo que estaban en el exilio, y mi papá que vivía de casa en casa, escondido. La fuerza de esta familia había sido puesta a prueba durante toda su existencia, pero esta incertidumbre por la vida de mi padre para todos era muy difícil de sobrellevar.

Sin embargo, de pronto un vehículo conducido por el menor de los Guerrero Ceballos, mi tío Pancho, entró hasta el fondo de la casa, lo que no era su costumbre habitual. Se bajó un poco nervioso del auto y abrió la maletera. Los que pudieron se acercaron a ver qué regalo o sorpresa traía dentro. Sólo se vieron frazadas, pero estas se comenzaron a mover y por debajo de ellas apareció un rostro dulce, muy conocido por todos: era mi padre. Arriesgando su vida había venido a abrazarnos a sus hijos, padres y hermanos que no veía hace meses. Aquellas fueron horas hermosas, que en medio del espanto y el horror, abrieron un espacio de ternura en nuestro hogar, y la familia reunida, de abuelos, padres, hermanos, hijos, nietos y sobrinos nos abrazamos emocionados deseando que el año que comenzaba fuera el año de conquista de la democracia por parte de los trabajadores.

En aquella ocasión con mi hermana América no dejamos de aferrarnos a las piernas, cintura, brazos y cara de mi papá. Cantamos, como de costumbre, junto a Owana y luego lavé con mi papá decenas de decenas de platos mientras nos contaba de sus peripecias. Estaba muy sereno. Lo queríamos un montón. Fue el último año nuevo que pasamos juntos.

En enero de 1985, la Vicaría de la Solidaridad presentó el testimonio de Andrés Valenzuela, debidamente protocolizado, ante los tribunales de Justicia, pidiendo la designación de un ministro en visita para que investigara los hechos allí relatados, solicitud que, sin embargo, como era la práctica habitual, fue rechazada.

A principios de marzo de 1985, el Ministerio del Interior alzó la orden de aprehensión contra mi padre, quien inmediatamente se reincorporó a sus actividades docentes en el Colegio Latinoamericano de Integración y a la actividad gremial en la AGECH.

Sin embargo, desde ese establecimiento educacional, las puertas de mi colegio, un 29 de marzo como hoy, luego de conversar cortito conmigo y darme un beso como acostumbraba hacer, mi papá fue secuestrado junto a José Manuel Parada, quien iba a dejar al colegio a su hija Javiera. El día anterior, varios dirigentes de la AGECH habían sido raptados y luego interrogados en “La Firma”, el antiguo cuartel del Comando Conjunto, convertido ahora en central de la Dirección de Comunicaciones de Carabineros (DICOMCAR). El publicista y artista plástico Santiago Nattino también había sido secuestrado horas antes.

Luego de 24 horas de intensa búsqueda y manifestaciones masivas para que sus raptores nos devolvieran con vida a José Manuel y Santiago Nattino y a mi padre, el 30 de marzo de 1985 aparecieron sus cadáveres degollados y desangrados, con marcas de tortura, en las cercanías del aeropuerto internacional de Santiago, en la comuna de Quilicura. En el triple secuestro y homicidio, conocido como el “caso degollados”, participaron varios de los mismos agentes del “Comando Conjunto” que habían secuestrado, baleado y torturado a mi padre el año 1976. Hoy la mayoría de ellos cumple condena en la cárcel de Punta Peuco, más no así los autores intelectuales del crimen que gozan de impunidad.

En esos días tristes pude comprobar el grado de conmoción que tuvo el pueblo chileno y la comunidad internacional ante esta pesadilla hecha realidad. Manifestaciones masivas por todo el globo recorrieron las calles asumiendo una de las frases que mi papá había pronunciado en una ocasión en un discurso ante los profesores: “¡Revanchismo jamás! Queremos Justicia, nada más, pero tampoco nada menos.” Muchos fueron los jóvenes patriotas que a raíz de este acontecimiento se hicieron parte de la lucha antidictatorial, y la romería y el entierro multitudinario fue una muestra rotunda de que la unidad del movimiento opositor a la dictadura era posible. De este modo, creo, la muerte de mi padre, José Manuel y Santiago, trajo vida: la caída de la dictadura debía ser inminente.

Al poco tiempo del asesinato de mi padre, Owana dio a luz a Manuela Libertad, mi nueva hermanita, hija póstuma, símbolo de vida, del joven luchador, el Mañungo, que no estando nos sigue acompañando, dando luz, fuerza, corazón y razón para cada una de nuestras pequeñas vidas.

Yo postulo que no debemos para de recordar y conmovernos con lo ocurrido, pero desde el recuerdo positivo de las vidas de los Manueles, cuyas huellas generosas ni siquiera un crimen de lesa humanidad fue capaz de borrar.

Lo acontecido, el secuestro y crimen, nos exije exijir justicia permanente por lo perdido. Pero eso es solo un nivel del compromiso que voluntariamente adoptamos, porque los Manueles no solo nos han dejado una deuda que no seremos ni queremos jamás de terminar de saldar, sino que nos regalaron algo mayor con su vida: la oportunidad para nosotros mismos de ser diferentes. Algo nos pasó, nos debe pasar con lo que pasó en ese marzo  de 1985, que desde tal fecha es y será todos los marzos que vengan. Nos pasó que nos dimos cuenta que el terrorismo de estado no solo compete a los milicos, sino a nosotros mismos, que como personas simples y como humanidad, a través de este crimen, pudimos conocer la finitud de nuestra existencia, de lo que es capaz el ser humano, y por sobre todo de lo que debemos ser capaces de evitar que vuelva a ocurrir.

Confío en las nuevas generaciones, por la promesa de vida que portan. Pero para que el nunca más sea efectivo en ellos debemos ayudarlos a recordar lo que no conocieron, pero que forma parte de su historia, de nuestra historia que podemos construirla como compartida a través de los Manueles y nuestra relación de admiración y cariño hacia ellos. Lo relevante con los niños y la juventud no son solo los contenidos por los que lucharon toda su corta existencia. Sino el amor, entrega y dedicación con lo que lo hicieron, que es lo que señala un camino de conducta humana
del cual no terminaremos nunca de aprender y evaluarnos a nosotros mismos desde su sencillez.

Creo en la alegría para recordar, que no es negación de la tristeza que nos provoca que los Manueles no estén. Es recuperar la decisión de vivir la vida sin cortapisas, de disfrutar del que está al lado, de la familia, el amigo, la pareja, los hijos, los desconocidos por conocer. Asumimos nuestro dolor con dignidad, sin melancolía, con la felicidad de saber que hubo personas como los Manueles -profes, buenos padres y ciudadanos comprometidos- ya que por ellos ya sabemos que hay esperanza en una humanidad mejor. José Manuel y Manuel no son una excepción, sino ejemplos ejemplares de una manera de vivir la vida como seres humanos en los que nos reconocemos y queremos proyectarnos, para que ojalá día a día seamos más, por ellos, por
nosotros mismos y por los que nos siguen.

Nuestra lucha sigue siendo por el triunfo de la vida sobre la cultura de la muerte, de la creatividad sobre la uniformización, del vuelo libre por sobre la marcha marcial o fúnebre, del riesgo responsable por sobre la rutina maquinal. Creemos que con los Manueles y don Santiago Nattino, que tambié nson los Victor, Salvador, Lumis Videlas y Martas Ugarte, los padre André Jarlan, tenemos la oportunidad de renacer de manera individual y colectiva desde el compromiso con la democracia con justicia social, derrotando con nuestro amor a la vida día a día, en cada acción diaria más nimia, al exterminio que ya sabemos que puede estar ahí en la vuelta de la esquina, en las puertas de tu colegio.

José Manuel, Manuel, Santiago y el tío Leo, desde esa esquina de Av. Los Leones con El Vergel nos inundaron con su amor valiente, sin precio, sin límite, puro regalo y don para que no perdamos la brújula, el rumbo de nuestra sangre, para que nos fijemos en lo esencial y desde ahí hagamos mundo, política, arte, barrio, familia. Encendiendo velas de vida, fuegos creativos, inventando mundos mejores.

6 comentarios:

JuanFra dijo...

Querido Manuel: No te conozco. He leído la historia de tu padre en libros que otros, con cariño y entrega, han redactado a modo de homenaje, testimonio o denuncia en su tiempo. Cuando los leí, sentía una gran emoción al ver la valentía que tuvieron ellos para luchar por lo que mucha gente hoy no valora: democracia, derechos humanos, etc.
Pero he aquí la diferencia. Por mi hermana Evelyn Calderón me ha llegado un afiche para este acto homenaje del sábado 31 y como también soy bloguero, me metí aquí a tu blog.

Leer esta entrada... pensar que hace 22 años yo tan sólo iba al kinder, igual que tu padre te llevaba al colegio y que nada me hacía pensar que cosas así sucederían. Qué bonito relato y qué hermosa manera de recordar a tu padre en un día como hoy. Te mando un abrazo semi-anónimo, a la distancia...

Anónimo dijo...

Manuel,

Que ganas de estar en Chile para asistir. Encuentro genial la idea de hacer una actividad conmemorativa que nos ayude a mantenernos "vivos y alegres" como mencionas.

Te mando un gran saludo desde el lado oscuro del mundo (USA) y ya nos juntaremos algun dia con Orion y tu familia.

Anton.

El Oscar dijo...

Manuel,jamás los olvidaremos.Tu padre renace cada día en algún profesor comprometido con los niños desamparados.Hoy seran recordados en nuestra mesa familiar.Tu padre es el vencedor y su cancerbero se pudre en olvido y frustración.Hasta la victoria siempre.Venceremos algún día...

Anónimo dijo...

hermanito mío:
Nunca habia entrado en este rincon cibernautico... estoy muy emosionada y encantada con la dedicación que le has puesto a todo, a cada una de tus letras, de las fotos, con esa honestidad y amor a las cosas que haces.
Con la pasión y la delicadeza, amo tu fuerza y tu fé, amo tu forma transparente y tu perseverancia...

la sutileza nostalgica.

bonito y grande tu.

un beso de tu hermana menor.

Marce Mercado dijo...

Manuel, las muertes de los padres no se superan... sólo se aprende a vivir con ellas...
Aquél día funesto, tu padre se convirtió en el padre de toda una generación, de nuestra generación...
Y la vida y el amor nos obliga a contar una y otra vez esta historia...a pararnos en las esquinas y vociferarla...

Mis hijos están familiarizados con esta historia de muerte, que tu conviertes con paciencia en una noble y maravillosa historia de amor...y ellos mismos, en vez de convertirse en niños llenos de odio se han convertido en seres excepcionales, llenos de amor, de amor por la justicia, por la paz...

En estos días, con generosidad infinita, nos regalaste a tu padre.
Te agradezco tanto, y en mí te agradecen tantas madres jóvenes con hijos ya adolescentes, esta ofrenda a la dignidad y a la paz...

Desde Antofagasta, mi corazón está contigo,

Con cariño infinito,
Marce

Anónimo dijo...

Manuel: Ingresé por casualidad a este blog por medio de otra página y me llamó la atención el comentario que publicaste tras la muerte del dictador innombrable en Diciembre.
Ahora me entero que no es un alcance de nombre. Eres el hijo de ese hombre valiente que murió por pensar, por sus valores y actos consecuentes.
Posees el hermoso don de escribir con claridad y conmover hasta las lágrimas o erizar la piel de quien lee tus escritos.
Hace meses en "The Clinic" encontré una carta relacionada con la funa a F.J Cuadra, entonces fue cuando averigüé que las tres sillas simbolizan a tu padre y a los otros asesinados. Desde entonces algo me remece y me recuerda la injusticia que aún merodea en Chile, cuando paso junto a los tres gigantes monumentos.
Un abrazo fraterno...Karen Daniela Ponce Bravo.