15 mayo 2006
Infancia color amaranto
En 1981, cuando tenía once años, papá me hizo emocionado una invitación curiosa: que lo acompañara a Moscú. En ese entonces vivíamos en Újpalota, una de las comunas donde más chilenos residían en Budapest, la capital del país de los hunos. Su emoción era grande y verdadera, por lo que feliz acepté la propuesta, a pesar de que el viaje tendría una duración de un mes, lo que implicaba dejar a mi hermana Erika sola con mamá por demasiado tiempo.
Papá ya casi no pasaba en casa, su relación con mamá ya estaba desgastada al límite, la separación se veía inminente, por lo que con Erika nos habíamos juramentado que pasara lo que pasara no aceptaríamos que nos hicieran decidir a nosotros con quién quedarnos. Papá quería que al menos yo me fuera a vivir con él, y mamá no quería separarnos entre los hermanos. La situación se complicó y un tribunal de menores húngaro tomó en sus manos el caso. Le practicaron exámenes psicológicos a mamá, para ver si existía alguna causal patológica que impidiera que se hiciera cargo de nosotros.
Papá era un alto dirigente de la Juventud, y su relación de más de una década con mamá era citada por el Partido como ejemplo a seguir. Habían sobrevivido juntos muchos trances extremos: la intensidad de la construcción y defensa del gobierno del Presidente Allende; evitar ser capturados durante el golpe militar; vivir clandestinamente durante años intentando componer la resistencia antifascista; la desaparación de prácticamente toda su generación en manos del temido Comando Conjunto, y por sobre todo, la propia captura y desaparación por meses de papá hasta que mamá logró encontrarlo y presionar para que lo liberaran y nos dejaran salir vivos fuera de Chile.
Así llegamos a Budapest. Fuimos recibidos por la comunidad chilena con alegría y recelo. Eramos héroes y villanos a la vez. Que llegara alguien del "interior" era una gran cosa, y más aún si se trataba de alguien que pertenecía a la Comisión Política. Pero la desconfianza era inmensa, ¿cómo es que logró sobrevivir a la desaparición, a la tortura, a la prisión? ¿no será un colaborador? De este modo, el primer tiempo en Hungría si bien fue maravilloso para mis padres, pues estaban a salvo del horror pinochetista, también fue un espanto, toda vez que papá tuvo que demostrar con lujo de detalles el modo en que logró salir vivo del infierno. Para el Partido sólo existían dos opciones: papá era un traidor o era un héroe vivo como pocos. Finalmente optó por la segunda alternativa, y así, por defecto, la relación de papá con mi madre se consolidó como el modelo a seguir.
¿Pero qué ocurre cuando la mujer del héroe, por los motivos que sean, ya no quiere seguir siéndolo? Un héroe vivo claramente no puede recibir tal trato; los héroes son los que nos alientan, nos conducen como maestros al porvenir. Un héroe triste y solo, enojado y quebrado por una relación de pareja no es admisible, pues al Hombre Nuevo no le deben entrar balas, debe estar siempre a la altura de su papel de vanguardia, y su mujer, claro, de jugar el rol de la gloriosa retaguardia.
Por ello, a la menor noticia de que mamá sentía distancia hacia papá el Partido intervino. Altos dirigentes viajaron desde Moscú para conversar con la pareja junta y con cada uno por separado. Había que entrar en razón, ustedes no se pueden separar, cómo se les ocurre algo así. Pero mamá no entró en razón. Persistió en su decisión de que había que tomarse una pausa. El Partido tampoco aflojó.
Así, la inicial duda de mamá de si seguir o no una relación que ya se había desgastado entre tanto viaje que realizaba papá organizando la solidaridad internacional con Chile, se convirtió primero en ira, y luego en convicción. Papá enamorado llegaba de sus viajes, entraba al departamento pero dormía en el living. Las discusiones era fuertes, hirientes. Con Erika nos pegábamos a la pared para escuchar los términos del conflicto, pero nunca pudimos sacar nada en claro. Sólo vimos angustia, dolor, rabia.
Cuando ya no había retorno a la relación, mamá abrió la puerta y con lágrimas en los ojos le pidió a papá que se fuera. Ésté la miró incrédulo y se quedó de pie, sin moverse, y sin decir nada. Mamá mantuvo la puerta abierta, por lo que me dí cuenta que ya no había nada que hacer. Mientras Erika lloraba afirmada de las piernas de mi padre, yo ubiqué un bolso y me puse a guardar su ropa, su música favorita, su cepillo de dientes y su colonia Tabac. Ya nadie decía nada, sólo se oían los gemidos entrecortados de Erika. Me puse el bolso al hombro, tomé la mano de papá y nos pusimos a caminar en silencio. Tras nuestro oímos cómo se cerraba la puerta.
El tribunal de menores demoraba en pronunciarse. Pasaban las semanas y la comunidad chilena tenía un excelente tema de conversación sobre el cuál debatir y tomar postura. Para nosotros con Erika la escena era asfixiante. Por ello la invitación de papá de acompañarlo a Moscú fue extraordinaria. ¡Estaría en uno de sus viajes, visitando Compañeros, viendo cómo se organizaba la lucha! Pero no, el viaje tenía un alcance mucho más profundo que ese.
Luego de varias horas de vuelo, papá se puso nervioso y me apuntó a que mirara por la ventana del avión hacia un paisaje completamente blanco de nieve. Se acercó a mí y me habló muy bajo al oído: "Esta es la tierra en que los trabajadores por primera vez en la historia hicieron su propia Revolución. Estoy feliz hijo de mostrarte el país de Lenin y Yuri Gagarin."
Miré a papá y lo aprecié distinto. Me tomó las manos y esas manos no eran las del adulto, del dirigente, del héroe que todos admiraban o estaban dispuestos a hacer lo imposible para manchar sus proezas. Su admiración por ese país en ese momento era sencilla, venía de muy lejos, probablemente de su infancia pobre, de cuando su abuelo zapatero le hablaba de todo lo que los proletarios en el mundo habían logrado organizándose. Mi papá miraba orgulloso ese tremendo pedazo de tierra blanca y se sentía emocionado de hacerme partícipe de ese rito iniciático cósmico. Claramente se trataba de algo que trascendía la lucha contra el tirano de turno, que trascendía el país de donde uno hubiere nacido. Me dí cuenta que para él se trataba de algo que trascendía a mamá, a Erika, a mí, a él.
Lo que él me mostró desde ese avión era la explicación de sus viajes, de su ausencia; me estaba entregando la clave y motor de su propio vuelo por la vida...
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5 comentarios:
Gracias. En una sociedad donde la mayorìa aparentamos y fingimos tu trasparencia es un ejemplo.
...profunda motivación, privilegiados quienes la tienen, más aún quienes la logran descubrir, tan nítida como lo hizo tu padre y como te la logró transmitir.
además de él quiero resaltar la fuerza de tu madre, que insistió a pesar de que todos los demás alzaban un muro de incomprensión a su alrededor e intentaban cambiarle sus palabras y su voz, ojalá nos puedas compartir alguna vez, desde donde surgía en ella tanta convicción.
un abrazo
Te felicito por la perseverancia, el exigir justicia, el no olvidar así nomas. Admiro todo esfuerzo que vele por una sociedad justa. Un gran abrazo, desde la bitacoreta.org
Gracias Iris, la verdad es que tienes razón, tengo que buzear un poco más en la fortaleza de mi vieja... sospecho que tiene en gran medida que ver con un instinto primario de leona que asume con garras y amor a sus cachorros frente a todo evento...
Hermosa página, bicacoreta... y esa fijación por lo canes se debe a algo en particular? Te lo pregunta un perro en el horóscopo chino!
saludos, Manuel.
Manuel,tu padre siempre nos sorprende.Era un tipo valioso y siempre lo recordamos mucho.Puedes saber de mí en ospalva.blogspot.com.Un abrazo.Oscar
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