20 mayo 2006

Escritos de mi abuelo

Con este relato, inicio un recorrido por las huellas que dejó mi tata, Manuel Guerrero Rodríguez. Tronco histórico de nuestra familia Guerrero, comienzo compartiendo con ustedes un relato de su infancia en primera persona, de cuando mi tata era pequeño y acompañana a mi bisabuelo, Manuel Jesús Guerrero, y mi bisabuela, Rosa Amelia Rodríguez, costurera, en sus vivencias de artesanos pobres, pero dignos, auténticos y comprometidos hasta la médula espinal con la vida y la justicia social.
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El tesoro

Castigo inmerecido para Rosa Ameilia, mi madre aparadora, y, por supuesto, para la tranquilidad económica de toda la familia, fueron aquellos largos días de impaciente espera. Un huaso rico no retiró a tiempo unas lujosas botas de montar encargadas a mi padre, y confeccionadas íntegramente en su muy diminuto taller de zapatería: medidas muy prolijas de los pies, pulido de hormas, modelaje especial, sábanas de cuero cortadas en cientos de piezas de todos los tamaños -exactos para el aparado-, el aparado mismo, el ensuelaje, los relucientes adornos metálicos. Todo un proceso de alta artesanía, "tomado a la chunga y echado al olvido", por el tan esperado cliente. Era éste un motivo como para reventar!

- Me he levantado toda la semana de madrugada para cumplir con el encargo de este señorito -despotricaba Manuel Jesús, asomándose inquisidoramente una y otra vez a la puerta de la calle, si como fruto de esas arremetidas atrajeran a su taller los pasos del zarandeado dueño de fundo.

- Paciencia, hijo, mucha paciencia -recomendaba mi madre sin alzar los ojos del traqueteo de su máquina aparadora.

- ¿Se podrá convertir la paciencia en pan y en leche y en carnes para alimentar a tantas bocas?

- Las dificultades brotan de donde y en cuanto uno menos lo piensa...

- Vaya con la defensora gratuita de los ricachones!... Qué le podrán importar a ese fulano los sacrificios de un artesano y su familia!... Cuántas murallas hemos saltado hasta terminar este bien fino e intrincado trabajo!... ¿Frazadas?... A la agencia de empeño con ellas!... ¿El reloj de plata marca Omega que me regalaste para mi cumpleaños postizo?... Porque, en verdad, no conozco la fecha que me depositaron en este mundo tan feo y disparejo... A la agencia con él!... A comprar materiales se ha dicho!... ¿No es como para explotar de indignación?

- Alguien podría creer que hemos robado en casa ajena...

- ¿Y cuánto nos ha faltado hacerlo?... Fíjese usted muy bien, Rosa Amelia!... Pero alce la cabeza para que mis palabras no queden volando!...

- Los run run y trac trac de mi máquina no interrumpen sus desahogos... Ahora, si todos nos cruzamos de brazos, ¿en cuál hoyo nos vamos a esconder para soltar el llanto?...

- Es que usted carece de oídos para atender a este profesional que fue dueño de un taller con operarios a su mando... Y aparecieron las máquinas!... A pesar de esta competencia desleal ese hombre -que soy yo- continua como miembro de la Sociedad de Artesanos "La Unión", en donde se afilian la mayoría de los dueños de "establecimientos" de todos los oficios... Hasta abogados y a médicos ya no les produce asco codearse con los trabajadores...

- Ese honor me obliga, semana a semana, a lavar y almidonar su pechera y sus puños, para que cubran su camiseta rayada y se engalane con su única corbata...

El rostro de Manuel Jesús pareció erizarse. Y como todo cuanto decía lo acompañaba con aspeantes movimientos de brazos y manos, semejaba un orador en pleno desarrollo de un tema. Se quejó:

- Que no se den cuenta los niños de los insultos que me tira a la cara!... Toda esta trifulca por carecer de siquiera una camisa!...

- ¿Siente usted un olor extraño, como a algo quemado? -desvió Rosa Amelia el rumbo de la iracundia paternal. De inmediato se dirigió ella a la cocina, situada inmediatamente después de una estrecha pieza destinada al dormitorio de la pareja.

- El olor debe venir de la olla porotera, -agregó Rosa Amelia y se perdió, presurosa, cuerpo esbelto, ágil, hacia el interior de la vivienda.

- Esta mujer, -mascullaba mi padre a solas-, vale más que un Perú bañado en oro... Son dos las olletas que están atendiendo... A los vecinos Aceituno no se les ha escuchado martillar latas... Han carecido de dinero hasta para el almuerzo... Y este huaso de la moledera no asoma ni su nariz!...

Cuando Rosa Amelia regresó a su máquina, mi padre se disponía a salir. Era cerca del mediodía. por la calle, los transeuntes, los más enmantados, aumentaban en número.

- Esta larga espera y la falta de nuevos trabajos amenazan con hacer estallar mis nervios... Voy a dar una vuelta y regreso al almuerzo...

Mientras Manuel Jesús salía mi madre sacudió la cabeza, se encogió de hombros, e, impertérrita, reasumió su labor. Varias y gruesas lágrimas se desprendieron de sus grandes ojos café oscuros, y en su rostro de finos perfiles color oliva resltaron los rasgos de su belleza criollísima.


Hacía ya varios días que mi padre, así como no quiere la cosa, y contra su costumbre habitual, inventaba motivos para salir de casa antes de almorzar. Yo le notaba francamente preocupado por la ausencia de clientes a su taller como por su participación activa en el asentamiento en la ciudad del organismo correspondiente a la Federación Obrera de Chile.

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