13 agosto 2011

Adiós Solano López, el maravilloso dibujante de El Eternauta. Gracias x tu obra!

Perteneció a la Edad de Oro de la historieta argentina. Concretó en blanco y negro la imagen de El Eternauta. Trayectoria de una vida de creación que se apagó a los 83 años.

Soy el más viejo de los viejos. Soy el que les hacía dibujos a los que entonces eran chicos. En la época de El Eternauta, tenía entre 27 y 30 años. Mis amigos del barrio venían a ver qué pasaría en la entrega siguiente de la historieta. La generación de mis hijos también la leyó. Ahora los adolescentes me piden que les firme el libro. Lo hago y sacan otro, más gastado, y me dicen: “Este fírmelo también, para mi papá.” Hasta los nietos andan con los libritos de sus abuelos.

–¿Y a usted que le pasa con eso?
–Me hace gracia. Es una satisfacción.

Esto dijo Francisco Solano López durante una entrevista que dio a Tiempo Argentino en noviembre del año pasado. El dibujante falleció el viernes a la madrugada, a los 83 años, como consecuencia de una hemorragia cerebral. Solano López estaba internado desde hacía varias semanas en el Hospital Italiano por un accidente cerebrovascular y, por decisión de su familia, sus restos no serán velados, su cuerpo será cremado y quedará en una bóveda familiar en el cementerio del barrio porteño de Recoleta.

Era un día de semana. Afuera, la ciudad quemaba los últimos cartuchos de la tarde; pasaba un tren ahí, por la zona del Abasto. Adentro, en el departamento del artista, casi no había ruidos. Entraba un poco de luz por una ventana y había un velador prendido, nada más. Él estaba sentado en un sillón que le quedaba un poco grande. Llevaba un sweater de lana aunque no hacía frío. Hablaba despacio. A veces tomaba aire. Pero no se cansaba de recordar: en qué fecha había conocido a Héctor Germán Oesterheld, cuándo se exilió con su hijo Gabriel durante la dictadura, cómo fue su visita en Inglaterra a la fábrica de pinceles que usaba para dibujar (“me los entregaron en una bandeja junto a un frasquito con agua destilada, como una ceremonia en la Iglesia”).

Por esos días, se había inaugurado una enorme retrospectiva suya en el Centro Cultural de la Cooperación con originales de Evaristo, Ana, Historias tristes y Cabecita negra, entre otras. Al poco tiempo, se publicó la historieta con guión de su hijo sobre la Guerra del Paraguay. De hecho, Solano López era descendiente del militar que protagonizó la Guerra de la Triple Alianza. En estos últimos años, no faltaron los homenajes a su obra ni las lujosas reediciones de sus libros. “Elegí el oficio de dibujante para estar solo y tranquilo, y resulta que me ponen en una tarima con un micrófono para que hable”, se reía.

Sin embargo, el homenaje más vivo no llegó de las academias sino de la calle. Por entonces, la muerte de Néstor Kirchner comenzaba a transformar al hombre en mito a través del Nestornauta. Y para Solano, era un honor, decía, ser artífice involuntario de esa suerte de sincretismo que unía pasado y presente a través de un dibujo multiplicado en afiches, stenciles, remeras. No reveló si también había dibujado al Nestornauta o no. Pero dijo: “Saludé a Cristina cuando promulgó la Ley de Medios. No quería ir con las manos vacías, entonces agarré un muñequito de El Eternauta, una estatuita, y se lo di cuando estaba en el escenario, a punto de firmar la ley.” Estaba contento, decía, por el momento político. Y sólo ante los íntimos admitía que también estaba contento por sentir que su obra era reconocida. Es que la historieta en nuestro país –tan urbana y popular, tan cabecita negra de tinta– ha tenido una historia demasiado larga como hermana no reconocida de otras artes.

Solano nació en 1928, en una familia de muchas tías y abuelas viudas. “Los hombres de mi familia se morían jóvenes. Mi abuelo murió cuando tenía 30 años. Mi padre, el día en que cumplí ocho”, contó. Por entonces, a pesar de ser un niñito, ya tenía una gruesa carpeta de dibujos con animales y soldados, como los que veía en la película Tarzán con Johnny Weissmuller o en las de guerra. Al morir el padre, su madre los tiró a la basura: “Fue una forma bastante directa, supongo, de disuadirme.” Más tarde entró en el liceo. Los días de visita aparecían hermanas, primas y amigas, que él retrataba “sólo porque no podía parar de dibujar” aunque, bueno, sí, quizás había alguna intención de tímida conquista.

Luego estudió Abogacía (“apenas podía con mis propios problemas y la idea de lidiar con problemas ajenos no me movilizaba nada”). Y fue empleado en el Banco Nación (“al lado de la máquina de escribir en el banco, siempre había una pila de dibujitos”).

Mientras tanto, seguía dibujando por las suyas y por las tardes, cuando salía del trabajo, se iba a la Sociedad Estímulo de Bellas Artes a bocetar con modelo vivo. “A los 21 me parecía que ya no podía empezar en academias de arte como la Manuel Belgrano o la Prilidiano Pueyrredón. Me anoté en la Ernesto de la Cárcova, pero me bocharon”, continuó. De todos modos, Solano no se sentía cómodo entre naturalezas muertas. Más bien le gustaba ilustrar secuencias de los libros que por entonces devoraba, en especial las novelas del siglo XIX con autores como Jack London, Joseph Conrad o Herman Melville.

Por entonces conoció al prestigioso historietista José Luis Salinas. Él le advirtió que no podía ser estudiante de Derecho, empleado de banco y dibujante al mismo tiempo. “Me dijo que el dibujo era una profesión lo suficientemente respetable como para tomarla en serio y convertirla en un medio de vida. Así que agarré una carpeta y me fui por las editoriales a mostrar mi trabajo.”

En los años cincuenta comenzó a publicar en la editorial Columba y luego en Abril, donde le encargaron copiar a uno de los dibujantes estrella de la editorial, el italiano Paul Campani. Así llegaron a sus manos los primeros guiones de Héctor Germán Oesterheld, como Bull Rocket. Pero Solano recién conoció personalmente a Oesterheld cuando este decidió embarcarse en Frontera, su propia editorial, en 1956, con historietistas como Hugo Pratt o Alberto Breccia. El proyecto finalizó abruptamente en 1961. Hasta entonces, Oesterheld había estado produciendo unos 30 guiones mensuales de distintas historietas para ocho revistas que se ponían cada mes en la calle: Hora Cero, Hora Cero Extra, Hora Cero Semanal, Frontera y Frontera Extra. Solano se encargó de dibujar, entre otras, Joe Zonda y Rolo, el marciano adoptivo. También El Eternauta, que se publicó entre 1957 y 1959 en Hora Cero Semanal, una aventura de ciencia ficción ambientada en Buenos Aires con personajes extraídos de lo cotidiano. Solano también dibujó la segunda parte de la historieta para la revista Skorpio, que comenzó a publicarse en 1976. Para entonces habían quedado lejos los días del frondizismo de la primera saga y la nieve asesina comenzaba a acumularse cada vez más cerca de la puerta de casa. Muchos años después, Solano crearía conjuntamente con Pablo Maiztegui algunas secuelas de El Eternauta: El mundo arrepentido, El regreso y La búsqueda de Elena.

Solano recordó a Oesterheld como “uno de los pioneros en la lectura y promoción de ciencia ficción en el país”. “Por sugerencia suya empezaron a publicarse ahí las Crónicas marcianas, de Ray Bradbury, por ejemplo. Nos conocimos a través de los guiones suyos que yo recibía. Y después tampoco es que nos vimos un montón de veces aunque igual nos hermanaban otras cosas, como el gusto por la ciencia ficción. Cada cual trabajaba en su casa. Él escribía los guiones como tenía ganas y yo dibujaba como tenía ganas.”

En los setenta, casi en simultáneo con la desaparición del guionista de El Eternauta, también Solano dejó el país junto a su hijo Gabriel, que también estaba siendo perseguido por la dictadura militar. “En esa época, Héctor andaba escondido en las islas de Tigre, supongo. Yo terminé de dibujar la segunda etapa de El Eternauta en Madrid. Y mi hijo también tenía unos guiones propios. Con él hicimos unas historias realmente tristes que se publicaron con ese nombre: Historias tristes”, recordó. Luego de dos viajes a Europa, terminó viviendo en Río de Janeiro y trabajó en varias editoriales de los Estados Unidos, como Dark Horse y Fantagraphics. Después regresó a la Argentina y a la editorial Columba para dibujar una historieta de guerra, Águila Negra.

Esa tarde en la que ocurrió la entrevista, Solano habló de su fascinación por dibujar aviones de la Segunda Guerra Mundial, de cómo fue variando el aspecto de El Eternauta “porque era un personaje vivo, no un estereotipo, así que a él también le pasaba la vida, como a cualquier persona”; de la plasticidad que ofrece la tinta combinada con plumas Guillot o pinceles de pelo de marta Winsor & Newton. Y luego entregó un secreto: “Para este oficio es necesario meterse en un mundo imaginario y utilizar la vista como si fuera una cámara. Cuando dibujo me hago la siguiente pregunta: ‘¿Dónde le gustaría estar al muchacho que va a leer esto para ver mejor lo que está pasando y no perderse detalle?’”

Cuando la nota terminó, Solano abrió la puerta y se quedó un rato ahí, al comienzo del pasillo. El más viejo de los jerarcas de una estirpe inextinguible –la de imaginadores que crean otros mundos en este– tenía el cuerpo cansado y los ojos encendidos. Sonreía como un chico.

FUENTE: Ivana Romero, Tiempo Argentino (13/08/11)

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