13 diciembre 2010

Gracias por el cante, Enrique Morente. Abrazos desde esta cordillera

Esto de estar arrojados a la vida no es cosa fácil. Gracias a quienes nos hacen este pasar, y asumirse, encontrarse y recrearse, más digno de vivirse. Uno de ellos es Enrique Morente, cantaor del barrio granadino del Albaicín. Uno de los grandes del nuevo flamenco, con identidad y memoria, abierto a lo por hacer. Hoy su familia ha comunicado su muerte cerebral. Gracias por tu arte, por tu inspiración, por tu ejemplo.

Gracias Enrique Morente por tu música. Contigo seguiremos soñando la Alhambra. Descansa. Abrazos desde esta cordillera,
Manuel Guerrero de Antequera.


Autobiografía mínima
Enrique Morente Cotelo nació en plena posguerra granadina (1942), en el seno de una familia paya pero pobre como si fuera gitana. "La única ciudad del mundo que tapa sus ríos y mata a sus poetas" ?como dijo completando una frase de Antonio Muñoz Molina?, le reservaba varios destinos, todos de aspecto incierto: una casa descosida por la temprana ausencia del cabeza de familia; el hambre convirtiendo a los niños en sabios prematuros, las bandurrias sonando para engañar a la miseria.

Morente se colocó de monaguillo, después se hizo guía de turistas en monumentos, luego se metió brevemente a zapatero. Y más tarde, a seise (corista) en la catedral.

En plena adolescencia, ató una maleta de cartón con una cuerda y cambió el sabor rural de su barrio por el remedo cutre de la sociedad avanzada del Madrid de mediados de los años cincuenta.

Se instala en una pensión de la calle Embajadores ("la más bonita del mundo") y se pone a trabajar de gancho de una bruja en el Rastro, ocupación que compartía con la de secretario de un vendedor ambulante de azulejos.

"Yo empecé a oír música en las calles del Albaicín, y luego resultó que tenía el cante", explicaba en aquella entrevista. "Por eso cuando llegué a Zambra a pedir trabajo me dijeron si quería el cuadro o la Antología, y dije en la Antología".

Eso era en el año 1967. En 1963, Enrique el Granaíno se había estrenado como semiprofesional en el Colegio Mayor Francisco Franco, vaya por dios; y en 1964 había debutado con picadores en el Alcázar de los Reyes Cristianos de Córdoba, junto a Mairena y Matrona entre otros primeros espadas.

Mariemma, la bailaora, lo oyó cantar esa noche y se lo llevó a Nueva York. El primer viaje al extranjero de Morente supone la culminación de un sueño, ser artista, y la negación de otro, ser torero.
-Es que los toros parecen locomotoras, dijo.

Morente se aprendió de carrerilla el tesoro legado en directo por los viejos maestros. Pudo repetir como un gramófono esos cantes, pero prefirió cambiarlos, innovar. "Me aburría a la tercera vez que cantaba una letra". En su "Homenaje a Don Antonio Chacón", su quinto disco, un doble con 20 temas publicado en 1977, tomó al mejor exponente del cante jerezano y primero lo clavó, luego lo mejoró y después creó cantes nuevos a partir de él, derribando la tesis flamencólica que sostiene que es imposible cantar jondo y con pellizco si no se ha nacido en Jerez de la Frontera.

"Es que el arte para que sea arte tiene que ser universal", decía Morente. "Hay que mirarlo con una idea que no sea de barrio, de provincia, porque no hay ningún arte que sea de una calle sola, aunque el de esa calle sea el que más nos guste. La música no puede ser racista. Miles Davis hizo un pedazo de saeta, Chick Corea ha hecho flamenco grande. Eso hace que el arte sea arte".

Poco a poco, fue descubriendo nuevas voces. Tendría 22 años cuando empezó a frecuentar a los universitarios de Madrid: "Paco Gutiérrez, Andrés Raya... Todos eran rojillos, y me empezaron a pasar los libros de Miguel Hernández".

Así comenzó también una militancia política, llena de entusiasmo, que se iba a plasmar en el disco dedicado al poeta de Orihuela, obra que convirtió a Morente en enemigo del régimen de Franco. "Sí, aquel disco fue el que me hizo el cantaor rojo. Salió en México antes que aquí. Pero yo no fui un gran mártir del franquismo. Aunque luego hicimos festivales polémicos y atrevidos, en Bélgica, en París, las Seis Horas por España, las cabezas del movimiento eran Raimon, Paco Ibáñez, Luis Pastor, Pablo Guerrero, Elisa Serna... Hicimos muchos festivales juntos, pero yo era un cantaor clásico y no me creaban muchos problemas. Me pusieron la etiqueta de rojo, que afortunadamente ya me han quitado... Toda la vida quitándome etiquetas...".

Luego vinieron los místicos (San Juan de la Cruz, Fray Luis de León, Juan de la Encina), los hermanos Machado, y Alberti, y Bergamín, y Nicolás Guillén; y los poetas árabes (Ibn Hazd, Al-Mutamid), y todos fueron encajando naturalmente en una música que cantada por Morente parecía nacida para la poesía, hasta completar un repertorio abrumador, que oscila entre lo culto y lo popular:

"Al principio creía que hacían falta versos de tantas sílabas, poemas de tantos versos, pero ahora eso da igual", decía. "Mientras los poemas sean buenos, todos valen. Yo mismo he escrito algunas canciones, alguna letra, pero he tenido más facilidad para crear la música, y hay tanta poesía y tan buena que es mucho más fácil cogerla, cantarla y ya está. A César Vallejo lo he tenido siempre pendiente. A Neruda también. He estado a punto varias veces, pero alguna resaca lo ha evitado".

Y mientras militaba y estudiaba, Morente iba conociendo cada vez a más intelectuales. Pintores como Viola, Alexanco, Bonifacio o Antonio Saura; cineastas como Carlos Saura o Rovira Veleta, poetas como Fernando Quiñones o Antonio Gala eran habituales del tablao Zambra. Pero puede más la inquietud que el empleo fijo, y, a finales de 1969 se marcha a México. "Juan Ibáñez, discípulo de Buñuel, vino a Madrid buscando un cantaor, nos vio a Chocolate y a mí, y como no tenía presupuesto para los dos, se equivocó y me llevó a mí contratado. A cada garito mexicano que abría le ponía un título de una película de Buñuel. El mío se llamaba La Edad de oro".

"En México conocí a mucha gente del cine y del teatro, a Octavio Paz, a Juan Rulfo, gente que hoy tengo más conciencia de quién es. Canté para Rulfo, pero no para Paz. Una noche me dijeron que le cantara, pero llegó con una borrachera... Le dije a Juan: `Si este hombre está mareao'. `Pos mareao y tó', dijo él. Luego vino a saludarme y se medio cayó, y ya no canté. Hoy sí cantaría para él. He leído cosas suyas y es un gran artista".

Pocos años más tarde, vuelve a España la democracia. Enrique Tierno Galván estimula los festejos callejeros, muchos ayuntamientos siguen la ola, el flamenco empieza a ser parte muy importante en las fiestas de todo el país. Camarón copa casi todo el tirón popular, Morente sigue entregado a la fusión del flamenco con la alta cultura: pone música a El Quijote, a La casa de Bernarda Alba, a Edipo Rey, compone una Misa Flamenca, canta a San Juan de la Cruz... Y estrena en el teatro Real el Allegro Soleá, obra surgida del cruce de su talento con el de Antonio Robledo, compositor alemán que se llama en realidad Armin Hassen. Juntos, dan una nueva vuelta de tuerca: el flamenco mezclado con música sinfónica.

-¿Cómo se puede crear cante nuevo?
-Cuando yo canto el cante clásico, le doy la vuelta a lo que ya está hecho; cuando hago una cosa por primera vez, es una creación. Funciona en varias vertientes: cosas que ya he hecho, que no he hecho, de dentro del flamenco, de fuera. Sobre todo bebo del cante antiguo, esa es mi base real, mi único campo de conocimiento verdadero, que utilizo para crear mi propio cante. Yo parto muy directamente del cante jondo. Flamenco es todo lo que canta un cantaor flamenco. En arte no hay que poner barreras, todo se puede hacer, la cuestión es dar con el quid y que sea verdad, que no sea un capricho, que el artista lo necesite hacer.

-¿Y ha terminado ya su aprendizaje?
-No. Yo empiezo ahora otra vez, con el nuevo disco. Si termina el aprendizaje, se termina todo. Y lo aprendido tiene que servir para algo.

-¿Y por qué nunca han actuado juntos Morente y Paco de Lucía?
-Siempre se ha hablado algo, pero debe ser que él siempre está de gira y yo siempre estoy en el Candela.

(Fuente: Miguel Mora)

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