14 mayo 2009
"Escucha Chile" y nosotros aún la oímos clarito
En estos días murió Katya Olevskaia, voz del programa radial "Escucha Chile" que emitía Radio Moscú Internacional durante los años de dictadura en Chile, entregando las noticias e informaciones que eran censurados en el país. A propósito de su muerte se movilizaron los siguientes recuerdos de infancia que comparto con ustedes.
Saludos fraternos, Manuel Guerrero Antequera.
"ESCUCHA CHILE" Y NOSOTROS AÚN LA OÍMOS CLARITO
Cuando era pendex, habré tenido 10 años, viajé de la mano de mi viejo (habrá tenido unos 30) a Moscú donde vivían en el exilio mis tíos y primos. A los seis salí de Chile luego que recuperáramos a mi padre de distintos centros de tortura, y viví hasta los 11 en Budapest, Hungría. Parte importante de mi infancia la pasé, por lo tanto, en un país socialista.
Fui pionero de pañoleta azul de primero a cuarto básico, y en quinto me pude poner mi pañoleta roja, lo que implicaba un nivel de compromiso social más grande. ¿Con qué indicadores se medía eso? Con participación en trabajos voluntarios, exposición en distintos centros productivos de lo que ocurría en Palestina, Chile, Sudáfrica, Angola, Mocambique, El Salvador, Nicaragua... en fin, una serie de actividades comunitarias, rodeadas de lecturas de Alejandro Dumas, Emilio Salgari, Edmundo de Amicis, los Diarios de Marco Polo, casi todo Julio Verne, desde luego Nicolás Gogol con su Taras Bulba, Mark Twain, La Madre de Gorki y el poema pedagógico de Makarenko... Es decir, toda la Ilustración humanista soñadora de futuros mejores en las cabezas y corazones de la tierna infancia. Nuestras lecturas eran acompañadas por la música de Bela Bartok, Franz Liszt, Rimski Korsakov. Nuestros héroes eran los indios en la películas de cowboy producidas en la República Democrática Alemana, con el rubio cantante folk revolucionario Dean Read y el moreno alemán Gojko Mitic de Apache. Por supuesto yo tenía héroes adicionales, Asterix que traía mi padre de sus viajes donde los chilenos exiliados a Francia y Salvador Allende (de quien yo pensé siempre que era comunista! No podía no serlo jajajaja).
Con esa infancia hermosa a cuestas llegué a Moscú con mi viejo en 1980. Recién se estaban separando la Vero y el Manuel, mis padres. El mundo se derrumbaba para mi viejo y decidió hacer este viaje a la "madre patria", con su retoño, para que yo conociera al pueblo del gran Yuri Gagarin, cosmonauta que conquistó el espacio (los pilotos capitalistas eran, por su parte, "astronautas"). Llegamos en pleno invierno, con treinta grados bajo cero. Premunidas de una buena shapka, el gorro ruso de invierno, no nos pasaban balas. En el avión le confesé a mi padre (porque era como un rito iniciático lo que estábamos haciendo) que en el colegio le había robado una naranja a una compañera de curso, y llevaba ese peso conmigo durante muchos meses. Mi padre me acarició y sentimos como las ruedas del avión Aeroflot frenaban sobre la fría loza el aeropuerto. Esta es la patria de Lenin, me dijo mi viejo, y estaba muy emocionado.
Cómo no iba a estarlo. Si su abuelo, el artesano Manuel Jesús, de la época de don Lucho Recabarren, le hablaba con añoranza del país de lo soviet, donde obreros, artesanos, campesinos y soldados se habían tomado por primera vez en la historia el poder del Estado para inventar algo diferente, para los trabajadores. Si su padre, el escritor autodidacta Manuel Rodríguez, peleó en la fundación de la Fech porque los estudiantes de Chile tuvieran conciencia de clase y aspiraran a construir una patria socialista, sin diferencias de clase, libres de explotación económica. Si él mismo, de veintitantos años, había visitado al Komsomol (las juventudes comunistas soviéticas) saliendo clandestino de Chile en plena cacería de la Dina, y volvió lleno de ilusiones para aguantar la barbarie, la persecución, la tortura, la desparición. Y ahora era su turno de mostrarle ese pedazo de tierra e historia a su hijo. Él, Manuel Leonidas, de la mano de su propio Manuelito.
Nos golpeó el frío en la cara al bajar del avión y recibimos el abrazo de mi tío Máximo, bautizado así por Gorki por supuesto. Nos llevó a su departamento, sencillo, espartano, como el de todo el pueblo soviético. Pregunté cuándo iríamos a ver a "Lenin Bácsi", el tío Lenin en húngaro, y me dijo que antes pasaríamos a saludar a buenos amigos.
Después de descansar y repartir los regalos que traímos para los primos, partimos al local del Partido. Una oficina llena de afiches llamando a la solidaridad por los presos políticos en Chile, por las causas subsaharianas, por los chipriotas, por la libertad de Mikis Theodorakis, con alusiones a los republicanos de España, en fin: el mundo de la resistencia en afiches. Por supuesto imágenes de Victor Jara, del Chicho acompañado de Fidel en lo que yo ahora sé que era el Estadio Nacional de Santiago de Chile. Mi padre tocó con cariño a una persona canosa, muy bajita que consultaba unos papeles. El se dió vuelta y al reconocerlo abrazó a mi padre como si fuera su hijo. Me lo presentó y yo ví un abuelito de ojos dulces, con cachetes colorados por el cambio de temperatura de la calle y la oficina. Me saludó respetuoso: Hola compañero. Hola, le respondí. ¿Cómo va el colegio? Bien, le dije, pensando de inmediato en la naranja que había sustraido. Tienes que estudiar mucho, no todos los niños tienen el privilegio tuyo de poder estudiar. Otros trabajan desde muy pequeños, sin ellos poder escoger hacerlo. Estudie compañero, me dijo con mucha convicción, casi como un mandato del Antiguo Testamento. Y bueno, no he dejado de estudiar nunca. Le hice caso a ese viejito de canas bajito, que era don Lucho Corvalán.
Todo sucedía a mucha velocidad en esa oficina. Llamadas telefónicas, cables de prensa y al medio de todo, una radio con cassetera. Alrededor una personas escuchando el casett con mucha atención, comentando lo que decían. Revisaban la edición que saldría en unas horas más al aire, con noticias sobre nuevas detenciones en Chile, con acciones de protesta que ya existían, con llamados a aguantar, a no dejarse vencer. Cada vez que ponían el cassete se oía una voz muy dulce, que yo ya traía en mi memoria de niño porque oirla era parte ya de mi vida familiar, desde más pequeño. "Escucha Chile". Era la voz de aquella compañera que en estos días ha muerto, que incansable se las jugó por las causas internacionalistas.
La recuerdo con muchas sensanciones de nostalgia, pena, pero también con orgullo. Orgullo por el país de los soviet y por los socialismos reales que no fueron solamente aquello que, con justa razón, se ha denunciado de autoritarismo y burocratismo tecnocrático que se fue alejando del pueblo y de los trabajadores. Tal como Katia, como don Lucho, como todo aquello que pude vivir en forma privilegiada como niño, también era socialismo. Por el cual valía la pena luchar y vale la pena aún. Sobre todo porque la caída de los socialismos del este no ha implicado que las barbaridades del capitalismo hayan desaparecido. Y aún millones de niños no tienen otra opción que trabajar. Que jamás tendrán como libros de cabecera a Tolstoi, Pushkin, Dickens, Hemingway con su viejo y el mar. Que aunque estudien, por la calidad de la educación que reciben según el lugar de residencia, apellido, condición socioeconómica y etnia, no podrán leer en partiruras el Microcosmos de Bartok, algo que todos los niños de quinto básico hacíamos en Hungría socialista.
Ese era el sueño de Katia, el de mi viejo, el de su padre, el de su abuelo. No los totalitarismos burocratizantes, pero tampoco los capitalismos de "rostro humano" que no cesan de explotar a las personas y al medioambiente por intereses de lucro privados. Ahora yo le cuento esto a mi hija. No tengo una Plaza Roja donde llevarla. Pero me basta con ir a la zona sur de mi comuna con ella, o al sur de Chile, a la Plaza de Armas para que juntos nos conmovamos con esta realidad para transformarla. "Escucha Chile" nos dice Katia y nosotros aún la oímos clarito.
*Sobre la vida de Katya ver:
http://lautevive.blogspot.com/2009/05/katia-vive-viva-katia-olevskaya.html
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3 comentarios:
Yo la escuchaba en una radio a pilas,en penumbras, pues vivia en una pieza demadiado cerca del cuartel DINA de mi ciudad.Un dia me ragalaron audifonos,debe haber sido uno de mis dias más felices.
Manuel, muy emocionante tu relato. La herencia de las convicciones es lo más hermoso que tenemos.
Un saludo a la distancia.
Andrés
Hola Katia
Disculpeme por este trato tan familiar, nunca supe su patronimico, y dirigirme a Ud. con cosas como Estimada señora o Uvazhaemaya gospozha Olevskaya, sería mentira, Katia. Además la palabra familiar proviene de “familia” y mientras su gran familia chilena llora en estos días su partida a este nuevo exilio, déjeme llamarla como ya más de tres décadas la llamamos aquí: Katia.
Katia, le escribo esta carta porque siento que desde hace tiempo me hubiera encantado conocerla personalmente y ya no voy a poder hacerlo. Como Ud. nací y crecí en Kiev, luego poco a poco me enfermé con Latinoamérica, pero no la de la salsa y de las playas, sino la de Neruda, de Allende, la de la radio Escucha Chile. Y esta enfermedad o este sueño o delirio o tal vez destino me trajo a este Chile que es de Ud. y de sus amigos y aquí vivo y moriré un día, si la muerte, Katia, realmente existe. También tengo mis familiares en Israel que salieron de su país por las mismas razones que Ud. y veo que mientras más se achica el planeta más se agrandan algunas de sus distancias y como Ud. bien sabe, en las sociedades contaminadas con el miedo, el ser humano desarrolla lo peor de su ser. Pero más me gustaría conversarle de otras cosas.
No sé por qué, pero se me ocurre que no le puede no gustar la obra plástica de Violeta Parra y quiero mostrarle estas fotos de sus tapices bordados a mano (si hay algo que une la vida con la muerte, para mi son justamente estos hilos de lana de la Violeta, y esta unión va a ambos sentidos)… Pero antes de eso necesito decirle Katia, que en su patria y en su idioma en estos días no se ha dicho ni una sola palabra sobre su muerte y vida. Mientras una buena (para mi, la mejor) parte de Chile con tanto amor y tanta tristeza recuerda a Ud., escribo en internet su nombre en ruso y el ciberbasurero de la información trata de convencerme que Ud. no existe y jamás existió. Porque si ellos, Katia, reconocieran el hecho de su existencia, tendrían que mencionar la causa de su lucha, el fraude del siglo llamado perestroika, la historia de sus traiciones e infamias y como consecuencia de todo esto su expulsión de su país que ya pasó a ser el de ellos y su envió en calidad de carne de cañon a un ghetto israelí para inmigrantes en las tierras quitadas a los palestinos. Mientras a los chilenos que llegan de turistas al aeropuerto de Moscú en el control de pasaportes las nuevas generaciones de uniformados rusos dicen: viva Pinochet.
Ud. fue prisionera de guerra que perdimos.
Y creo, Katia, que justamente por eso es tan urgente y tan necesario contar la historia de nuestra derrota. Porque solo gente como Ud. puede contar esta historia de verdad, sin esconder ni maquillar nada. Porque poniendo la mano al corazón Ud. no tiene nada de que arrepentirse ni de que avergonzarse. Porque dentro de la lógica de esta guerra que sigue ya que nos la imponen los mismos que la expulsaron de su país, a nuestros hijos y nuestros nietos les seguirán mintiendo. Ellos mienten por el miedo que tienen. El miedo al ser humano.
Sé que según los buenos modales se debería decirse a Ud. que en paz descanse o algo así, pero dada la gravedad de los hechos me atrevo a pedirle otra cosa, Katia. No sé mucho de la muerte. Tal vez existe, tal vez no es para tanto. Tal vez deberíamos pensar desde nuestras dos orillas como reconstruimos este puente, llamado la memoria histórica, el único puente que nos une. Para cruzar el abismo que nos tienen preparado. O para que vía cartas o sueños o qué sé yo ponernos de acuerdo para juntarnos a conversar un poco justo en su mitad… ¿de qué?... Por ejemplo sobre como seguir soñando nuestros sueños que son tal vez uno solo, y da un poco lo mismo si todavía viven los que sueñan o ya no…
Oleg Yasinsky
oleg@netexpress.cl
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