24 octubre 2007

La nieve ardiente de la democracia

Publicado en La Nación y El Mostrador

A más de tres décadas del golpe militar, y habiendo ya ocurrido la muerte natural del dictador, el sistema político chileno continúa atravesado por un sin fin de discusiones respecto a la violencia política que se desarrolló en Chile, particularmente en lo que respecta a si se justifican o no las prácticas llevadas a cabo por agentes del Estado en dictadura, relativas a la desaparición forzada de personas, ejecuciones, tortura y maltrato en las cárceles. A pesar que de modo sorpresivo se han podido conocer posturas extremas que reivindican el “conjunto de la obra” de Pinochet, ya sea porque evitó “una segunda Cuba” o porque se trató de un “costo de la modernización del país para instaurar un modelo económico exitoso”, afortunadamente son cada vez menos los que estarían hoy dispuestos a defender, al menos en el espacio público, el terrorismo de Estado.

Sin embargo, por momentos da la sensación que con la muerte del tirano los temas relacionados con las violaciones a los derechos humanos en general, y de verdad y justicia, en particular, quedarían superados por efecto automático, lo que constituye un craso error de cara a las medidas concretas que no se deben dejar de tomar en forma permanente para asegurar que la retórica del “nunca más” pueda ser más que discurso ideológico, y se convierta en práctica permanente de parte de las instituciones del Estado.

Para ello, un aspecto importante es hacer frente a que el horror que como sociedad debimos atravesar en dictadura no fue llevado adelante por seres anormales, sino por personas comunes y corrientes, por funcionarios que justificaron su accionar en el hecho que obedecían órdenes. Aceptar esta triste y dura verdad, que los represores, los asesinos y torturadores fueron gente en su mayoría normal, como cualquiera de nosotros, es la única manera de poner en presente lo que nos ocurrió ayer y que, de no mediar acciones en contrario, vuelve a ocurrir. Desde luego no se trata que como sociedad vivamos en el permanente temor a la repetición fatal del terrorismo de Estado, sino por el contrario, asumir que en las violaciones a los derechos humanos no hubo nada de predestinación en juego, sino condiciones de posibilidad que permitieron que personas normales practicaran terror sobre personas normales, sobre los cuerpos y derechos de sus semejantes.

Así, tal como resulta aberrante la conversión de la víctima en responsable de la tortura a la cual fue sometida, operación ideológica que llevó a que chilenos y chilenas fueran reducidas a ser, de acuerdo a la prensa, “exterminadas como ratas”, también resulta un error la demonización del otro que reprimió, consideración que no tiene ninguna relación con dejar de promover que quienes cometieron actos criminales sean juzgados y debidamente sancionados y castigados. Es preciso entender que no existió una psicología o biotipo propio de los represores de parte del Estado dictatorial –nadie nace torturador o asesino-, como tampoco es dable afirmar que el placer de humillar y destruir forman parte natural de la condición humana. Los represores y torturadores no fueron ni excepciones ni fieles exponentes de una supuesta naturaleza humana. Del mismo modo, quienes fueron objeto de tortura tampoco eran seres extraterrestres, sino gente de condición diversa, hombres, mujeres y niños, comunes y corrientes, pobladores, trabajadores, estudiantes, profesionales y artistas.

Pero, si esto es así, ¿qué es lo que dio pie a la represión brutal que hemos descrito socialmente como “violaciones a los derechos humanos”? En las investigaciones que se llevan a cabo en temas vinculados a la violencia política y la memoria social, se ha avanzado en concluir que el terror practicado es multicausal, donde la personalidad de los individuos juega sin duda un papel, pero no es el único ni el principal. Determinados contextos históricos y fondos ideológicos concretos sirven de telón de fondo para que emerja la práctica de la aniquilación del otro, en los que pareciera que desaparece la responsabilidad de los agentes morales frente a los actos de violencia que realizan, bien sea porque consideran que lo que hacen es legal, o por cuanto no se atreven a ir en contra del mandato de la ley que dicta la situación histórica concreta. A ello se suma la sumisión del funcionario al interior de una institución total, como el ejército, en la que se exige y cultiva la disponibilidad absoluta del individuo a la institución de diseño jerárquico piramidal, donde el valor fundamental es la obediencia y la lealtad irrestricta a la autoridad, que lleva a la suspensión del intelecto como le llamaba Weber, y donde el estímulo hostil proveniente de procesos de subvaloración de la víctima – a quienes reprimo no son personas, sino “cáncer a extirpar”, “televisores a trasladar”, “paquetes a botar”-, se suma a procesos de sobrevaloración de la misma –a quien encierro y torturo es “agente de fuerzas poderosas”. Si a ello unimos el adoctrinamiento en la lógica del enemigo interno, tenemos una bomba de racimo por delante.

Tal configuración, entre otros aspectos, tuvo en dictadura por consecuencia que seres humanos normales pudieran cometer actos como los de tortura contra otros seres humanos. Quienes forman parte de esta socialización, donde el otro ya no es un semejante sino un subhumano o un sobrehumano, desatan todo “el mal” que conocemos como violaciones a los derechos humanos, realizados con recursos y en dependencias del Estado. Desde esta lógica, funcionarios del Estado vertieron bencina y prendieron fuego sobre una pareja de “antisociales”, muriendo bajo las llamas el joven fotógrafo Rodrigo Rojas de Negri y quedando lesionada para toda la vida Carmen Gloria Quintana.

¿Pertenecen estos crímenes a un tiempo pretérito? Sí, forman parte de la dictadura que colectivamente supimos derribar. Pero ¿las condiciones que posibilitaron tales aberraciones –el fondo ideológico, las instituciones totales jerárquicas, la suspensión del intelecto del funcionario ante las órdenes superiores o del reglamento, la subvaloración y sobrevaloración de la víctima, la lógica del enemigo interno, entre otros- desaparecen por el hecho que nos encontremos en democracia? No necesariamente. Si no ocurren transformaciones profundas a nivel de las instituciones del Estado, fundamentalmente las que tienen el monopolio del uso de la violencia, estas predisposiciones duraderas pueden mutar en cuanto a contenidos y seguir operando bajo formatos distintos, sobre cuerpos diferentes. Si ayer se trataba del "subversivo", la lógica aniquilante, que no ve en el otro a un semejante, puede trasladarse a un extranjero, al "delincuente", a otro grupo social.

Cuando uno observa que en democracia jóvenes son obligados a marchar a la nieve y mueren en Antuco por obedecer órdenes de sus superiores en el Ejército, y cómo diez menores de edad mueren calcinados encerrados en una cárcel de Puerto Montt, a cargo de Gendarmería, y se responsabiliza de su muerte a ellos mismos, es como vivir una experiencia de déja vu. Pues no olvidemos que ambas son instituciones del Estado que controlan el uso absoluto del tiempo y el espacio de las personas que están a su cargo, y que tienen la obligación de garantizar su derecho a la vida e integridad personal. ¿Por qué mueren estas personas, bajo qué lógicas y argumentos se justifican estos sucesos de parte del Estado? ¿Porqué ocurren, porque no se previenen, porqué persisten? ¿Qué socialización están teniendo los funcionarios que no son capaces de evitar que estas situaciones se den? ¿No tienen los recursos, les falta formación en competencias éticas, es un problema de voluntad política?

Porque estamos en democracia y no en dictadura suponemos que el Estado no ha olvidado que los “pelaos” y los “cabros narcos” son seres humanos, de igual valor que el funcionario estatal que los controla. Porque presumimos, además, que la defensa de los derechos humanos que el gobierno chileno busca promover desde instancias internacionales es para todos y todas, no solo para quienes fuimos víctimas de las violencias de la dictadura, sino también para quienes padecen las violencias de la democracia. ¿No sería más pertinente dejar de esmerarse por enseñar a otros países lo mucho que ha avanzado Chile, y preocuparse más de que compatriotas están siendo convertidos en infrahumanos que mueren hacinados o sin ropa, sin odio y sin amor, en la nieve ardiente de las instituciones del Estado? Muéstrame tus cárceles y te diré democracia tienes. Partamos por casa mejor, y pronto.

11 comentarios:

Anónimo dijo...

Don Manuel, Ud, Como siempre, enseñando y mostrando la verdad, creo que el echo de tenerlo a Ud. en estos debates, y expocisiones es una suerte de quen quere aprender de la vida, de la politica, del sentimiento humano, de lo más preciado del derecho a vivir, de cualquer ser humano, gracias profesor de profesores, cordial saludo Anatolio de Brasil.

Marce Mercado dijo...

Querido Manuel...hay tanto espanto aún...
...y somos tan víctimas todavía...
sólo que ahora me pasa lo que antes nunca...que el horror y la muerte me paralizan...

Habrá un antídoto contra esto ?

Un abrazo

Marce

Anónimo dijo...

me gustò mucho el articulo manuel
se adentra en la mirada que se escabulle hoy
y eso me gusta porque es necesario... y tan poco comun...
chao
patricia

Anónimo dijo...

Co. Manuel : Sigo estando muy interesado en recibir todos sus mensajes. Constituyen una reflexión muy importante y esclarecedora. Gracias por eso.

Anónimo dijo...

Estimado Manuel G:!gracías por tus reflexiones!

Un Abrazo

Alvaro

Anónimo dijo...

Hermano:

Publicado en:
http://www.lacoctelera.com/zocalo/post/2007/10/25/antuco-puerto-montt-y-democracia

Un abrazo

www.lacoctelera.com/zocalo
www.lacoctelera.com/zocaloproducciones

Anónimo dijo...

Querido Manuel: es así desgraciadamente y todo el terror subsiste de manera disfrazada, mientras no se aclare hasta el último proceso de derechos humanos, será así. ¿Qué te parece además la democracia de construir cárceles especiales cinco estrellas para los responsables de tanta maldad? Falta que los condecoren!
Saludos,
Andrea

Anónimo dijo...

Hola Manuel, me gustó mucho tu artículo, lo vi tb en El Mostrador. Ojala lo puedas enviar a más diarios porque verbalizas las inquietudes que muchos tenemos. El otro día conversaba con sobre lo que está pasando en Chile y no sólo en Chile, en España tb a raíz de la agresión que sufrió una chica ecuatoriana por un español. Obviamente lo que ha pasado con esos chicos es una absoluta tragedia y no entendemos como no se decreta duelo nacional, o por lo menos, se muestra una mayor preocupación por lo ocurrido como sociedad. Tu artículo resume muy bien lo que conversaba días a tras. Yo le comentaba que no sólo me llamaba la atención del vídeo que se mostró en España, el ataque xenófobo, sino que en el vagón donde ocurrió la agresión, viajaba también una persona que no hizo nada por detener la agresión. Uno podría pensar que tal vez no actuó por miedo, pero lo más triste, es que ni siquiera la socorrió cuando el agresor se fue. ¿Qué es lo que nos está pasando como sociedad y como seres humanos?¿hasta que punto puede llegar nuestra indiferencia?
Un psicólogo español señala que nuestra realidad es que vivimos en una sociedad individualista, donde predominan planteamientos egoístas e insolidarios; se actúa sólo en lo que me afecta, perjudica o beneficia, eludiendo valores universales como la ayuda al otro, más si ese otro pertenece a lo que yo considero mi grupo cultural, de raza o religioso.
Eso es lo que pasa con los chicos del Sename, no se los ve como seres humanos, sino como muy bien dices en tu artículo, "cabros narcos" o delincuentes y no faltará el que piense, unos delincuentes menos, un problema menos para la sociedad.
Como bien dice este psicólogo, el silencio convierte al observador en parte activa del proceso de refuerzo de la violencia, constituyendo un elemento crucial en el mantenimiento y perpetuación de la agresión.
Es importante que como sociedad, no nos quedemos callados, quizás es la mejor forma de establecer un control ciudadano sobre el actuar del Estado, para que no vuelvan a ocurrir estos actos que nos repugnan como sociedad.
Nuestro deber es no dejarnos estar, tener conciencia que con nuestro silencio reforzamos la violencia. Por ello, te felicito Manuel por alzar públicamente la voz.
Cariños,

Mónica

Ideasingracia dijo...

Palabras muy acertadas, en el 2007 el terrorismo de Estado aún sigue vigente, pero para el mundo y las encuestas, todo va bien.
Saludos, muy bueno el blog.

Anónimo dijo...

hola manuel
cobra vital relevancia tu discurso justo en el momento de esta arremetida de la derecha por reposicionarse como los verdaderos lideres nacionales que piensan en el pais sobre lo que "le importa a la ciudadania", ya que esta suposicion contiene el hecho de una confrontacion con los sectores marginados de la sociedad o, para usar tus palabras muy acertadas, de la democracia y son ellos quienes "pagaran el pato" por tdo el odio y el miedo contenido en las masas.Las personas conscientes y sensibles sabemos que esto es una patraña mas de estos burgueses chilenos.Nada se ha dicho sobre la valoracion de la calidad humana y de sus derechos de todas las personas que son llevadas a la delincuencia o la drogadiccion, y que estos no cayeron de otro planeta sino que son la consecuencia mas real de un sistema inmoral y degradante, que no se preocupa de sus habitantes ni de la proyeccion de pias en el tiempo.
Gracias por abrir la imaginacion manuel
Un abrazo

Anónimo dijo...

Estimado Manuel
Me permito escribirte en relación a tu escrito enviado. No sabes cuánto agradezco que haya personas con la claridad y la sustancia con la que tú escribes. Tus reflexiones nos sirven no sólo para poner las cosas en contexto sino sobre todo para tener una mirada más abierta y tolerante frente a lo que nos es ajeno o difícil de entender. Los que hemos estado ligados al dolor que implican las violaciones a los derechos humanos, no siempre tenemos la posibilidad de enfrentarnos a nuestras realidades vitales desde la perspectiva de los otros. Quizás nos miramos demasiado el ombligo o, peor aún, todavía no podemos cicatrizar esas profundas heridas que nos dejó la dictadura. En todo caso, en cualquiera de las dos circunstancias, nuestro dolor nos impide muchas veces ver y apropiarnos del dolor de los otros.
Gracias porque, de tiempo en tiempo, nos recuerdas lo profundamente frágiles que somos y lo fácil que es finalmente cruzar la línea.
Un abrazo cariñoso
Mª Isabel