14 agosto 2015
Esta sentencia es como la experiencia de la muerte
Esto es como la experiencia de la muerte. Al principio te duele, luego te culpas, más tarde te indigna, hasta que de a poco la aceptas, quizá no llegue a darte indiferencia pero al menos admites que ya es un hecho categórico, que ya está, no cambiará, es irreversible. Así estoy ante el fallo de la Suprema. En la fase del dolor, la recriminación de no haber hecho lo suficiente, la rabia por la impunidad naturalizada en las instituciones del Estado. No hay mucha ilusión que hacerse. El vocero de Gobierno ya dijo que acataban el fallo. Se harán recursos de revisión o reposición a la Suprema pero ésta difícilmente altere algo que ella misma ha realizado. Agotadas las instancias nacionales queda la Corte Interamericana y Naciones Unidas, un largo proceso de solicitudes, audiencias, defensa del Estado chileno ante nuestras posiciones como particulares, mover fondos para viajes y que alguien mantenga viva la causa en Washington. Todo puede ser de otro modo, pero no de cualquier modo. Es el acecho de la contingencia, de lo que se juega entre lo posible y necesario, entre libertad y determinación. Sí, aquí estamos los del afamado "caso emblemático" atrapados por una dureza estructural de la impunidad instalada, que opera por mil vericuetos y agentes, que diluye la posibilidad de justicia. El camino es tan largo que aunque no desistas te pasa la cuenta, te marca nuevamente. Sanas tu herida y sobre te infringen otra, y otra, y otra. Costra sobre costra, desarrollas una piel que aparenta dureza, pero es tan frágil como cualquier epidermis. Quizá la elaboración de la pérdida nunca fue la justicia que no llega, pero que con esfuerzo la convocas, aparece a porciones y desaparece de cuajo. Quizá la elaboración es hacer un duelo definitivo con la esperanza ingenua en creer que se puede en este marco, en este país, con quienes somos y adonde hemos derivado como colectivo. Siento que nos vuelven a expulsar de la comunidad moral hacia otro mar, hacia otras fronteras, otros lenguajes. Hice el camino del retorno a Chile, reconstruyendo y cultivando lazos, dándole y dándome (que es un dándonos) la oportunidad de que es posible vivir aquí si es que hay un piso mínimo de certeza jurídica y política. Hoy nos expulsan del terruño a probar suerte, a clamar justicia en el plano internacional. Estoy en la fase del dolor, la recriminación y la rabia. Quizá llegue a la de la aceptación lúcida de que esto es así, despida a mi padre y cambie mi objeto de deseo por otro. En ese camino estaba al cumplirse treinta años. Pero lo acontecido te retrotrae a algo que ya resulta repetido, básico, odioso. Estoy elaborando. Por ahora sé que el martirilogio no es, ni ha sido nunca, mi opción. No me trago esa épica y pathos. Veremos, veremos. Por ahora leyendo el cuadro con atención. (Si el pueblo se levantara en indignación otro gallo cantaría, pero una cosa es sentir pena y rabia, y otra es creer en milagros. Existirán los milagros, pero han de ser muy escasos, y creo que yo ya tengo mi cuota utilizada).
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