Hay veces en las que la vida juega las peores pasadas. En un entrenamiento militar durante 1938, una granada defectuosa explotó en la mano derecha de Takács, volándosela. Takács era diestro. Su carrera parecía terminada.
Pero hay personas que se superan a la adversidad. Takács decidió que seguiría tirando, aunque fuera con la mano izquierda, y se entrenó en secreto. Apareció en un campeonato nacional: sus antiguos compañeros lo saludaron, creyendo que sería un espectador más. Károly les dijo que no había venido a verlos, sino a competir contra ellos. Se coronó campeón (uno de los 35 campeonatos de Hungría en su palmarés). Estaba listo para los siguientes Juegos Olímpicos, pero vino la Guerra Mundial.
Tuvieron que pasar 12 años de su primera oportunidad y 10 del accidente que lo baldó para que Takács pudiera competir en unos Juegos Olímpicos. Fue en Londres 1948. Allí el tirador manco sorprendió al mundo, llevándose la medalla de oro en pistola de fuego rápido a 25 metros, con facilidad e implantando récord mundial. Antes de la competencia, el campeón mundial de entonces, el argentino Carlos Díaz –a la postre medallista de plata- le preguntó a Takács por qué estaba en Londres: “Estoy aquí para aprender”, respondió el húngaro. Tras la ceremonia de premiación, Díaz contestó: “Aprendiste bastante”.
Volvió en Helsinki 1952. En la capital de Finlandia se hizo de nuevo del oro (algo particularmente difícil en el mundo del tiro deportivo) en la misma prueba, venciendo esta vez apretadamente a su compatriota Szilard Kun. Trató de lograr la hazaña de un tercer oro en Melbourne, pero terminó en octavo lugar. Se retiraría años después, para convertirse en exitoso entrenador.
Efectivamente, Kóvacs “aprendió bastante” porque se rehusó a renunciar a su sueño. Por eso el Comité Olímpico Internacional lo calificó de “héroe olímpico”. Un justo reconocimiento a esta poco conocida leyenda del deporte.
FUENTE: Blog de Piedras
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