En el Liceo 7 de la comuna de Ñuñoa en días recientes se realizó un emotivo y reflexivo homenaje a los profesores y estudiantes caídos en dictadura que pertenecieron al establecimiento.
La experiencia fue especialmente significativa, pues la palabra se compartió entre tres generaciones distintas: Los rectores antiguos del Liceo que conocieron, en su calidad de profesores y directivos, a los detenidos desaparecidos y ejecutados homenajeados. Su testimonio es de gente de la tercera edad que recordaban a quienes fueron sus alumnos, niños adolescentes con compromiso social marcado, y a sus colegas: inspectores y profesores, luchadores sociales que fueron asesinados o hechos desaparecer. También hablaron familiares de estos luchadores sociales: sus señoras, hermanas. Y la tercera generación: los estudiantes actuales del Liceo 7 que se enteran por primera vez de esta historia y la incorporan a su acervo cultural, además de los hijos y nietos de los desaparecidos y ejecutados, que en sus relatos exhibieron las huellas de los efectos transgeneracionales del terrorismo de Estado, pero también una gran capacidad de resiliencia para salir adelante.
Los compatriotas homenajeados fueron los siguientes:
Miguel Ángel Acuña Castillo, detenido desaparecido a los 19 años.
Pablo Ramón Aranda Schmied, detenido desaparecido a los 20 años.
Manuel Beltrán Cantú Salazar, ejecutado a los 36 años.
Héctor Marcial Garay Hermosilla, detenido desaparecido a los 19 años.
Ángel Gabriel Guerrero Carrillo, detenido desaparecido a los 24 años (parte de sus restos fueron hallados el año 2012 en Cuesta Barriga).
Luis Jaime Palominos Rojas, detenido desaparecido a los 23 años.
Juan Ramón Ramírez Vicker, ejecutado a los 25 años.
Agustín Eduardo Reyes González, detenido desaparecido a los 23 años.
Sergio Daniel Tormen Méndez, detenido desaparecido a los 25 años.
Mariano León Turiel Palomera, detenido desaparecido a los 30 años.
Recaredo Ignacio Valenzuela Pohorecky, ejecutado a los 30 años.
Ricardo Villarroel, muerto en 1984.
La carga de esta memoria de varias generaciones fue muy potente en reflexiones, además de emotiva, pues junto con transmitir sus vivencias, necesidad de justicia y reconocimiento social de lo acontecido, su solo ejercicio de pararse en un espacio público y tomar la palabra implica un hendidura en el presente, desde un pasado inconcluso. En este sentido, la memoria se vuelve un recurso de sanación y una herramienta de lucha. Recién después de 40 años el Liceo, a través de este homenaje -aunque todavía en un formato más íntimo que institucional-, abrió sus puertas para invitar a retornar, a través del recuerdo activo, a quienes fueron miembros de su comunidad escolar, para que a través de sus familiares, colegas y camaradas pudieran volver a recorrer sus pasillos, salas. Con este rito el Liceo los recuerda y los reconoce como propios. Con esto se rompe el estigma que ha rodeado su memoria, como algo oculto e indeseable, mecanismo invisibilizador que forma parte del dispositivo de terror. El gesto de reconocerles, relatar sobre sus vidas en voz alta; visualizar su compromiso social, y hacer la denuncia sobre estos crímenes de lesa humanidad, repara en parte lo ocurrido. Y resulta un gesto fundamental a quienes les sobrevivieron -sus familiares- y para la propia comunidad escolar.
Los compatriotas homenajeados fueron los siguientes:
Miguel Ángel Acuña Castillo, detenido desaparecido a los 19 años.
Pablo Ramón Aranda Schmied, detenido desaparecido a los 20 años.
Manuel Beltrán Cantú Salazar, ejecutado a los 36 años.
Héctor Marcial Garay Hermosilla, detenido desaparecido a los 19 años.
Ángel Gabriel Guerrero Carrillo, detenido desaparecido a los 24 años (parte de sus restos fueron hallados el año 2012 en Cuesta Barriga).
Luis Jaime Palominos Rojas, detenido desaparecido a los 23 años.
Juan Ramón Ramírez Vicker, ejecutado a los 25 años.
Agustín Eduardo Reyes González, detenido desaparecido a los 23 años.
Sergio Daniel Tormen Méndez, detenido desaparecido a los 25 años.
Mariano León Turiel Palomera, detenido desaparecido a los 30 años.
Recaredo Ignacio Valenzuela Pohorecky, ejecutado a los 30 años.
Ricardo Villarroel, muerto en 1984.
La carga de esta memoria de varias generaciones fue muy potente en reflexiones, además de emotiva, pues junto con transmitir sus vivencias, necesidad de justicia y reconocimiento social de lo acontecido, su solo ejercicio de pararse en un espacio público y tomar la palabra implica un hendidura en el presente, desde un pasado inconcluso. En este sentido, la memoria se vuelve un recurso de sanación y una herramienta de lucha. Recién después de 40 años el Liceo, a través de este homenaje -aunque todavía en un formato más íntimo que institucional-, abrió sus puertas para invitar a retornar, a través del recuerdo activo, a quienes fueron miembros de su comunidad escolar, para que a través de sus familiares, colegas y camaradas pudieran volver a recorrer sus pasillos, salas. Con este rito el Liceo los recuerda y los reconoce como propios. Con esto se rompe el estigma que ha rodeado su memoria, como algo oculto e indeseable, mecanismo invisibilizador que forma parte del dispositivo de terror. El gesto de reconocerles, relatar sobre sus vidas en voz alta; visualizar su compromiso social, y hacer la denuncia sobre estos crímenes de lesa humanidad, repara en parte lo ocurrido. Y resulta un gesto fundamental a quienes les sobrevivieron -sus familiares- y para la propia comunidad escolar.
Por mi parte, me invitaron a compartir el testimonio, como familiar y ciudadano -soy ex concejal de la comuna-, y reflexionar en voz alta sobre estos acontecimientos y la memoria sobre las prácticas genocidas en nuestro país. Conversé sobre la posibilidad que vayamos reconstruyendo comunidad, desde la apertura de la palabra y la pluralidad que nos atraviesa cuando miramos nuestro pasado que no deja de pasar si es que no lo elaboramos activamente, con verdad, justicia, castigo y reparación.
Agradezco la invitación, y animo a todos/as que revisen la historia de sus lugares de trabajo y de estudio: ¿Hay detenidos desaparecidos y ejecutados políticos que formaron parte de esta comunidad e historia? ¿Se podría hacer un gesto de reparación invitando a sus familiares, dando a conocer sus vidas, rindiéndoles un homenaje y estableciendo un hito de compromiso con un Nunca Más activo? Abrir la historia con rostro claro, con nombres, biografía y contexto social, es muy potente y sanador. Se plantaron 12 árboles en su memoria, como una manera de hacerles presentes y proyectarlos en el tiempo. Es una manera de recuperarlos y recuperarnos en la verdad. Es un gesto que realizó este liceo, promovido por ex alumnos, que invito a seguir. Felicito la iniciativa.
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