Días atrás, cuando supe del proyecto que amnistiaba a condenados y procesados por violaciones a los Derechos Humanos me sentí lesionado moralmente. Podría decir indignado, dolido, molesto, pero sería poco. Me volví a sentir, como en otras ocasiones, pasado a llevar por un Estado, país e historia que pareciera que siempre consigue la manera de humillar, ofender, violentar. Volví a la angustia de vivir en un territorio donde la memoria se difumina y ni siquiera nuestros muertos están a salvo.
Son muchos años de luchas cotidianas para mantener la cordura, la razón, la ternura, el asombro por lo bello, el amor a la vida, a pesar de lo ocurrido. Con la impunidad todo pierde sentido. El mundo deja de ser. Se abre nuevamente un abismo, un vacío de sentido que te fija en el horror. Se repite la violación que hemos intentando trascender, en un horizonte en que hemos hecho esfuerzos y toda una elaboración para reconstruirnos como personas, ciudadanos miembros de una comunidad.
Me conforta hoy saber que se haya declarado inconstitucional ese cobarde proyecto de ley.
Sin duda hay mucho por perfeccionar, cambiar, construir en nuestra sociedad. Y podemos tener, y que bueno que así sea, diferencias de enfoques, miradas, definiciones acerca del bien y la felicidad.
Pero no es dable convivir en una sociedad que no es capaz de dar justicia y castigo a quienes utilizaron el Estado y el uniforme de las Fuerzas Armadas para masacrar a sus compatriotas civiles, sometiéndolos a vejámenes, torturas y tratos indescriptibles. En esa dimensión no debiéramos tener disenso. Nadie debiera sentirse excluido de la responsabilidad de hacer justicia. Incluyendo a los propios perpetradores de estos horrendos crímenes. Cumplan sus condenas.
No hay reparación que devuelva a nuestros familiares a la vida. Pero hay un mínimo de decencia que espero de la condición humana y de las instituciones: que no nos humillen, que nos respeten como miembros de una sociedad a la cual pertenecemos, que no nos quiten el mínimo espacio que hemos conquistado para seguir viviendo. Con nuestras historias, empeños, identidad, proyectos. Con nuestros vivos y muertos. Seguir viviendo, poder respirar, estudiar, trabajar sin toparme con el asesino de mi padre.
Cumplan sus condenas. Y que la justicia llegue para los miles de casos en proceso. No hay atajos. Es el único camino para, en la diferencia, volver a sentir alguna vez que hay algo así como un "nosotros".
Paz.
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