"Limpia como el fuego el cañón de mi fusil" cantaba Victor, dotando al fuego de un carácter veritativo, que deshace ilusiones, atraviesa la ideología, los autoconceptos, limpia y muestra la realidad tal como ella es, no como se la representa en falsas imágenes. Victor cantaba a un fuego que enciende otros fuegos, como en la figura que utilizara Alberto Hurtado en la era de la acción colectiva por mayor justicia social.
Pero hay otros fuegos que también develan. Hoy otro fuego pone de manifiesto la reacción ante la posibilidad de retomar la senda colectiva hacia mayor igualdad. Un fuego impune que exhibe en forma prístina el grado de riesgo al que en Chile está expuesto el movimiento sindical organizado de clase. Es el fuego del fusil o pistola que asesinó al sindicalista Juan Pablo Jiménez, que de un fogonazo desvela la verdad del Chile neoliberal: todo el sistema está estructurado para mantener al mundo del trabajador sometido (explotado, marginado, endeudado, atontado). Cuando parte de este mundo levanta cabeza, como Claudia López en La Pincoya, como Rodrigo Cisternas ante las forestales, como Jiménez ante las empresas eléctricas, surge el gatillo fácil, las "balas locas". De pronto toda esa seguridad aparente, de "paz social", "gobernabilidad", "cohesión social", se hace añicos sin pena ni asco ni leyes ni derechos humanos ni democracia ni "nunca más" ni consensos, y emerge la violencia que opera de fundamento del actual estado de cosas. Los violadores a los derechos humanos no se agotan en Punta Peuco, ni se terminan con la "transición democrática". Las violaciones a los derechos humanos son la base de la desigualdad social, cultural y económica, de un país rico en recursos pero ultrasegregado en su distribución y disfrute.
Esa bala que mató a Juan Pablo Jiménez limpia como fuego todo el manto de falsas ilusiones y fantasmagoría de una "transición democrática" que aún reproduce aquello que fue engendrado a sangre y fuego en dictadura: un sistema económico brutal, sin seguridad social, con dueños en pocas familias y transnacionales, administrado por un juego político que nunca pone en juego los fundamentos por el cierre institucional de una Constitución, con un Código del Trabajo maldito, que maltrata a los trabajadores de Chile como nunca en su historia.
Ante ese fuego se educó, organizó y rebeló Juan Pablo Jiménez, como parte de un sindicalismo de clase que ha de retomar el rumbo de las soluciones colectivas a los problemas colectivos. "Levántante y mírate las manos, para crecer estréchala a tu hermano". Chile necesita un sindicalismo vigoroso que se exprese en todos los espacios de incidencia, que reponga el lugar de los trabajadores organizados como actor social protagónico de la política.
Educación, organización y lucha social del mundo del trabajo por una democracia real. Como ayer, como hoy. Es la tarea, es el fuego que nos lega Juan Pablo. Que nos empuje, que nos encienda a la vida digna!
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