Testimonio dejado escrito por mi padre, en su libro "Desde el túnel". La vida subterránea:
La situación que empezamos a vivir después del golpe fascista fue enteramente nueva y diversa. Como tantos hombres y mujeres debimos vivir agazapados. Dentro de la anormalidad. Seguimos adelante, pues la vida continuaba. Se hizo habitual en nosotros el estado de alerta y la posibilidad de arresto y asesinato fue enfrentada, no con fatalismo ni inexorabilidad, pero si con realismo. Con mi compañera nos acostumbramos a vernos poco y pasar largos períodos separados. Siempre el reencuentro fue una luna de miel.
El 16 de octubre de 1974, le escribí esta carta, que llamé carta de amor a los 400 días:
"Este día siento la necesidad de comunicarme contigo. ¿Por qué? Bueno y por qué no, cuando eres parte de mi vida. Conversar me es tan natural como respirar y también tan necesario.
Si es así, entonces, por qué escribir y no hablar. Será, creo, porque no siempre el tiempo es largo y mirarte, tocarte y acariciarte expresa las ideas y los sentimientos de otra manera. Igualmente bella y necesaria. Será también, porque el hombre - al menos a mi me sucede - acumula, simplifica y desarrolla sentires por largos períodos, que no obstante ser expresados, de una u otra forma, a diario, son igual que un volcán que busca su curso.
Además, ha de ser por los tiempos que vivimos donde, por la dureza y lo terrible de la existencia, a punta de golpes, dolores, tensiones, lágrimas y pesares, cada cual se va modelando más en relación con lo más propio y auténtico, despojándose de los flecos que forman los prejuicios, deformaciones y mitos que cual pesada costra muchas veces cubren e incluso asfixian lo más simple y esencial.
Es que cuando el tiempo no es un transcurrir, sino una conquista, cuando la vida es casi siamesa con la muerte, cuando no sólo nos esforzamos por permanecer sino por vencer, qué más puede quedar.
Ya lo nuestro no sólo es un grito al aire, una bandera en ristre, un alegato fervoroso. Es la lucha por la vida misma. Y así, en que nos acercamos, a cada instante, al extremo del riesgo, y nos mostramos, tal cual somos ante el espejo de la historia, cómo no estrecharnos, unirnos, fundirnos, amarnos intensamente.
Por eso te escribo, simplemente para decirte lo que siento, qué pienso y estar contigo, apoyarte, estimularte y agradecerte por lo que eres y como eres.
Pude hacerlo ayer o mañana, pero lo hago hoy, en que por coincidencia no buscada se cumplen 400 días. Sí, han sido 400 días de congoja y dramatismo. Han sido 9600 horas de incertidumbre, angustia y encuentro de cada uno con el presente y pasado, con lo que se es y lo que se ha sido. No digo de soledad, porque no estamos solos, aunque cada individuo tenga que hacer lo suyo. Es tan cierto esto, que de manera fluida y diáfana surgen los rostros y las manos fraternas de los amigos que vivos o muertos están aquí, junto y dentro de uno. Y en esta búsqueda espontánea de lo que fue, ¡cuántas veces he vuelto a recorrer contigo ese camino largo de la solidaridad que nos estrechó, con gusto a juventud, pasión y ajos!.
Es increíble como se nos meten en el recuerdo y se enraízan las imágenes queridas, que permanecen silenciosas e incluso casi avergonzadas. Tengo así, tu risa primera, el brillo de tus ojos que me encandilaban, y encandilan, ese día nublado y lluvioso del 1 de Mayo del sesenta y nueve, las caminatas sin rumbo en busca de la noche y el silencio, las palabras garrapateadas entre sesión y sesión del congreso aquel.
Entremezcladas con estas evocaciones, surgen las de mi infancia en el hogar proletario, la búsqueda incesante y esquiva del pan cotidiano el esfuerzo de mi padre y madre por conformar un hogar auténtico donde se valore más lo que se es que lo que se tiene. Me alegro de encontrar un hilo conductor nítido que une mis vivencias.
En este camino continuo estas tú. Nos encontramos. Quizás por eso nuestro amor fluyó y se amalgamó con prontitud y rapidez. No hubo apresuramiento o atropello, existió entendimiento y confianza. En el tiempo aspiro a no defraudarte y me esfuerzo por corresponder a tu amor.
Cualquiera que sea nuestro desenlace individual en la actual situación debemos estar juntos, amándonos por lo que hemos constituido junto a nuestro querido hijo. Nada debe hacernos alterar, ni un milímetro el respeto y admiración que nos tenemos, justamente por lo que somos. Si renegáramos o traicionáramos a ello, faltamos a la misma fuente y origen de nuestro amor. Esto es lo que alguna gente no entiende y yo no logré que se entendiera, comprendiera y amara por parte de la muchacha que conocí antes de ti. Por eso éramos y seguíamos siendo desconocidos. Esto no son dos cosas, sino una sola.
Nuestro amor no languidece sino que se renueva, crece y multiplica. Cada encuentro es uno nuevo. Discúlpame, que lo exprese con las palabras de Julius Fucik: ‘La lucha las continuas separaciones, han hecho de nosotros eternos amantes, que no una sino cien veces, viven los momentos fervientes de las primeras caricias, de los primeros conocimientos. Y sin embargo, nuestro corazón late siempre al unísono, no somos más que uno en las horas de dicha o de angustia, de excitación o de pena’.
Por eso es que también poseemos la esperanza y la alegría. No convivimos o cohabitamos como tantos, sino que efectivamente vivimos. Si hemos intentado, al menos empaparnos o prolongarnos más allá de la simple subsistencia y cada día, vivimos intensamente, con plenitud, cuán bella es nuestra vida. Por tristes que sean las horas actuales.
Por cierto, que por esto mismo es que amamos la vida, pero no tenemos un terror o pánico a la muerte. No somos fatalistas ni adoradores de la muerte, pero si efectivamente se ha vivido, amado y luchado, si ella se presenta no reaccionaremos con maldiciones a lo que hemos sido, sino que la enfrentaremos con tranquilidad y decisión, peleándola hasta el último.
Aspiro y me esfuerzo por estar en esos tiempos mejores que vendrán. Son tantas cosas que desearía en tal caso hacer. Pero la primera más querida, amén de los grandes objetivos sociales, es simplemente llevar una vida normal y tranquila.
Poder compartir más directamente cada instante contigo, amarte cuando se desee, acariciarte y conversar, discutir, ver, reír, hablar, emocionarnos y llorar. Ya podremos caminar, correr o pasear como antes. Mientras tanto sigamos haciendo lo que es posible por lograr el máximo de esto, dentro de la locura e irracionalidad imperante.
Y, por último, nuestro amor y su belleza. ¿Sabes que eres hermosa? Creo que sí lo sabes. Pero de todas formas te lo reitero: me gustas con todo lo que posees y expresas. Me gustas como mujer, bien mujer. Tus besos, palabras, caricias, tu aroma. Por si no te has dado cuenta, me gustas , te quiero, te amo.
¿Algo más? Sí. Nunca te sientas sola, aunque debes estar en casa sola. Sé que todo esto no te es fácil, para nadie lo es. Por eso quiero felicitarte por tu entereza y coraje. Por todo lo que me ayudas en cada instante.
Sin ti, para mi sería muy difícil hacer lo que, aunque no siempre sea mucho, realizo.
De nuestro amado hijo, bien sabes lo que significa para ambos, del orgullo que sentimos por él. Es parte de ambos, ojalá que sea mejor que ambos.
Nuevamente, te amo y si no te escribo más seguido, bueno tú lo sabes, pero siempre estoy y estaré contigo".
La vida en la lucha clandestina es dura, áspera, sacrificada. Como nunca se debe actuar con resolución v autonomía. Teniendo la orientación principal clara caminamos por senderos desconocidos. Cada aprendizaje cuesta, incluso vidas humanas. Si en el pasado la vorágine de la lucha y el amor nos consumió días y noches, dormíamos poco, circulábamos sin parar, ahora el reposo y el cuidado en la labor política era permanente.
Los encuentros con otros camaradas eran esporádicos y breves, por lo que había que tomar resoluciones, buscar métodos y formas adecuadas, organizar la existencia, muchas veces prácticamente solo.
Las noticias de detenciones y asesinatos nos golpeaban y herían, recordábamos a los compañeros con cariño y emoción. Muchas lágrimas derramadas en silencio, pero la exigencia de continuar combatiendo hacía más patético cada golpe. No era insensibilidad, sino endurecimiento. Así se mostraba la realidad brutal en que vivíamos. Antes cuando nos enterábamos de la detención o apaleo de alguien en la huelga o el desfile la conmoción era total, ahora la muerte rondaba y, siendo angustiosa, la esfumábamos con acción y rigurosidad en el trabajo. La pregunta siempre daba vueltas en nuestras cabezas, a mí cuando me tocará, qué me harán, viviré o se acabó no más. Afrontamos la posibilidad infinitas veces y estuvimos una y otra vez, prediciendo nuevas medidas para luchar sin ser detectado y detenido. Cuando en una ocasión supe que habían preguntado por mí a un preso me estremecí y sentí ese frió profundo, que después volvería ante cada riesgo extremo. Porque a pesar de las medidas de trabajo clandestino que uno pudiera tomar, también cometíamos errores, muchas veces graves y el riesgo era constante. Las ocasiones de tensión ponían a prueba los nervios y el ánimo...
Caminaba por Bellavista en dirección a Pío Nono. Serían las cuatro o cinco de la tarde. Bajo el brazo, al medio de un diario doblado, llevaba una reciente declaración del Partido. Doblé por Pío Nono hacia Alameda y me encontré frente a una patrulla militar que pedía identificación, revisaba papeles y bolsillos de los transeúntes. La garganta se me apretó, el corazón dio un brinco y las manos transpiraron. Si retrocedo o cruzo igual me pararán y llamo más su atención - pensé.
Con resolución avancé.
- “¡Alto!”-
El grito me hizo estremecer.
Me detuve.
- “Su identificación” -.
Cambié el diario de mano, apretándolo con fuerza. Saqué el carné y se lo extendí. Lo miró atentamente.
- “¿Dónde trabaja?” -.
- “En una escuela” -.
Me observó, dio vuelta el carné y vio la dirección, me la preguntó.
Dudé varios segundos, me costaba recordarla, finalmente lo hice y se la dije.
- “Separe los brazos” -.
Con el diario en la mano derecha levanté los brazos.
Torpemente sus manos iban chequeando el cuerpo.
Me angustiaba sólo pensar que me quitara el diario y lo abriera, cuando expresó, "Está bien, siga no más". Con paso presuroso, que trataba de ocultar el nerviosismo, me fui hacia la Alameda. Reprimí el deseo de correr hasta perderme de su vista.
Al salir de esa angustiosa situación, me dolía todo el cuerpo, el cansancio era enorme, como si hubiese hecho el mayor esfuerzo físico. Di varias vueltas, cambié de locomoción y me fui a casa, el agotamiento me dio sueño y echado en la cama pensé que me había salvado.
El peligro me rodeaba y solo la actividad cotidiana lo alejaba de la primera atención. El heroísmo de las mujeres, trabajadoras y jóvenes, empequeñecía cualquier sacrificio que uno tuviera que sobrellevar. Ante todo el acoso policial, las casas generosas del pueblo se abrían y en la humildad de los comedores y cocinas había sólo calor, fraternidad y camaradería. Daban refugio a pesar del claro peligro que encerraba para sus vidas guarecer a un perseguido político. En esos hogares proletarios aprendí cada día una nueva lección.
Las disculpas, innecesarias y que turbaban, surgían en cada ocasión en que no había pan, té o un plato de comida que ofrecer. Entre avergonzados y cohibidos decían: "Disculpe compañero, pero no tenemos que ofrecerle, la plata escasea y no hemos podido conseguir ni un peso".
El invierno duro y gélido atizaba las necesidades insatisfechas. La miseria se hacía más patética. En una casa de una población santiaguina hicimos una reunión y debimos llegar de madrugada. Dentro hacía tanto o más frió que a la intemperie. Arrebozada en una frazadas, la compañera nos estaba esperando. En un brasero de lata, viejo y destartalado, ardían algunas tablas de cajón de tomates, humeando el ambiente. La tetera hervía, expulsando un chorro de vapor por su pico curvo, cual cachimba de viejo marino, descubridor de alturas y tierras.
Como en otros lugares, silenciosa, dulce y sencilla, la compañera nos estrechó la mano con calor maternal y nos abrazó con sabor a añoranza de su hijo ausente, recordado con lágrimas y sonrisas, esperado con ansiedad, tantas veces infructuosamente porque a lo mejor no volvería más, lo atrapó la muerte o lo tragó la quina infernal de la represión. Nos ofreció asiento en una banca; ella se sentó en el borde de la cama. Miré la habitación, era sumamente pobre pero de gran limpieza.
- “¿Cómo va la cosa compañero, cuando nos sacudimos de estos canallas?” - consultó.
Empezamos a referirle los avances de la unidad de los antifascistas y relatamos simples hechos de oposición que graficaban la resistencia del pueblo. Le pareció buena la pelea que había que dar por la organización de la gente. Contó que en su Centro de Madres hacían artesanías y mantenían con otros organismos sociales un comedor infantil que daba comida a ochenta niños .
- “Yo participo en la comisión de recolección -dijo-, y los feriantes, incluso los boliches del barrio que son reapretados nos dan alimentos una vez por semana. Con la platita de las arpilleras nosotros también aportamos y los cabros del centro cultural han hecho bailes y malones para juntar más cosas. Entre todos tratamos de sostener al comedor, porque allí comen los niños, pero es harto difícil mantenerlo”.
- “Puchas que soy, compañeros; con el frío que hace no les he ofrecido algo calientito, aunque quiero que me disculpen porque no tengo té ni pan, así que solo les ofrezco una agüita de hierba”.
- “No hay por qué decir nada, compañera, nosotros estamos en las mismas”.
Hicimos asomo de ofrecerle algunos pesos, de los escasos que teníamos, pero rechazó molesta el ofrecimiento.
- “No faltaba más, vienen a mi casa y quieren darme plata. No, compañeros, guárdenla para sus necesidades que son mayores que las mías”.
Dicho esto sirvió el agua de hierba. Con el cal de la taza calentamos las manos. Afuera el polvillo blanquecino de la helada y la escarcha mostraba el frió reinante.
En esa casa de tablas, muchas veces, en distintos encuentros, se fue tejiendo parte de la actividad juvenil de resistencia y combate a la dictadura. El olor a menta de la taza de agua caliente, parecía que nos ligaba más a la tierra agraria. Allí había presencia del sur, de los bosques y lagos, de los valles y llanos precordilleranos.
Las bandas de hampones de la DINA, se desesperaban por encontrar el camino parar golpearnos. Deseaban borrar de la faz de Chile al Partido, a todos los comunistas y demócratas, pero nosotros estábamos enraizados en el pueblo, por eso habían manos que se extendían, hogares para los buscados, dineros, aunque siempre poco, para los volantes y periódicos.
Los pueblos se enorgullecen de sus mujeres. Nosotros hacemos otro tanto de las nuestras. En las labores más riesgosas siempre había una compañera dispuesta a enfrentar el peligro; y cuando la represión golpeaba deteniendo y secuestrando, las mujeres removían, escarbaban, exigían, buscaban a sus seres queridos. Soportaban humillaciones y vejámenes, pero mantenían su dignidad y altivez. Los sucios y cobardes eran los que las agredían.
A una compañera, joven, buenamoza, valiente, la arrestaron por organizar a la juventud en su sector. En su población las organizaciones juveniles se habían reconstituido y la actividad de los jóvenes se dirigía al impulso de la solidaridad con los presos y cesantes. Cada vez con más energía exigían solución a sus múltiples problemas. Esta muchacha era el candil y estandarte que lograba concitar la participación de todos los jóvenes.
Una madrugada, irrumpieron en su casa, destrozando la puerta. En camisa de dormir la sacaron, con golpes y groserías. Fue torturada implacablemente, exigiéndole el contacto con su organización. A cada golpe y pregunta respondió: “No sé nada”. La desnudaron. Tenía los ojos vendados y las manos amarradas. Cada torturador la golpeó, de preferencia en el estómago y los senos. Mantuvo la respuesta: “No sé nada”.. Quemaron su cuerpo con cigarrillos una y otra vez. Entre llanto y maldiciones, repetía la misma respuesta. La dejaron tirada en un calabozo y más tarde fue sacada a la rastra y otra vez la interrogaron, golpeándola cada vez más. Le arrancaron mechones de pelo con las manos. Quisieron quebrar su fuerza humillándola, por lo que cada guardia la manoseó. Después la violaron.
Estuvo meses en prisión y, no obstante todo lo vivido, mantuvo su orgullo de clase y el desprecio a los miserables. Los presos la distinguían con atenciones cariño. La trataban con respeto y todos la admiraban. En cuanto se repuso atendía a los recién llegados, propuso la organización de los presos, distribuía equitativamente las comidas y confeccionó una lista de fechas de cumpleaños de cada uno, para que en cada ocasión ser la primera en cantar y entregar una tarjeta o un regalo al festejado.
En las mazmorras floreció esta rosa juvenil para alegrar el espíritu, acerar las conciencias y alentar la lucha.
Un día recuperó la libertad, volvió a su población y organizó a sus compañeros y amigos para atender a los presos. Volvió a la misma prisión en que ella estuvo, ahora de visita, muchas veces llevando kilos de lana, monedas antiguas, cordones plásticos y otros materiales para que los presos acrecentaran su artesanía. A pesar de todo lo vivido asumió de por sí esta tarea y no temió visitar la cárcel, para llevarles el pan y la esperanza a sus camaradas.
Cada experiencia y hecho conocido mostraba el heroísmo del pueblo. También su generosidad, solidaridad, conciencia. El terror era superado por la lucha y el odio contra los causantes del dolor y la miseria.
En el tiempo ya se empezaban a ver los frutos del trabajo. Lo que al comienzo parecía distante y difícil, ya cuajaba. Eso se apreciaba en el propio ritmo de la actividad política que crecía, exigiendo más atención y tiempo.
La cuesta del aprendizaje iba siendo superada.
Funcionaba plenamente la organización juvenil comunista en la clandestinidad. La doble tarea que pesaba sobre los militantes era asimilada. Constituíamos una organización ilegal y de vida de cara y con las masas.
La madurez y conciencia política de los jóvenes se manifestaba en la comprensión de las tareas principales, el desarrollo de la organización, unidad y lucha de la juventud, impidiendo la manipulación fascista, que hacía esfuerzos por presentarse con rostro joven.
Los jóvenes comunistas no vivían para sí, se protegían para continuar presentes en la lucha de los jóvenes en defensa de sus derechos, que iban siendo arrasados uno a uno por los tiranos.
La creación permitía superar la carencia de medios y burlar la continua pesquisa de los agentes de la DINA. Con rollos de papel engomados se hacían estampillas que contenían consignas estampadas con timbres de corcho o tacos de goma. Los volantes aparecían en los más diversos lugares, sin que se supiera quien los hizo y cómo los lanzó.
Cada tarea era una prueba de valentía, donde la vida estaba en riesgo.
En Ahumada con Moneda, pleno corazón de Santiago, la lluvia de volantes cayó desde el cielo. Eran miles, dando la sensación que se recibía una personalidad ilustre o se realizaba un carnaval. Las gentes que raudas caminaban por esa arteria miraron con sorpresa esa imagen ya difusa en sus mentes. Pensaron: debe ser el lanzamiento de un nuevo producto al que hacen propaganda. Los volantes llevados por el viento se dispersaron por las calles cercanas. Algunas personas recogieron unos pocos, pero los soltaron de inmediato, como si les quemasen las manos, mirando con nerviosismo a todas partes. En las veredas y sobre los automóviles quedaron los panfletos que decían: ¡Viva Chile! ¡Muera la Junta! ¡Unidad Antifascista!.
A los pocos minutos vehículos policiales y civiles estruendosamente cercaron el sector. Decenas de personas fueron registradas y detenidas. Por las escaleras y ascensores de los edificios a la carrera los policías subían a los pisos superiores y terrazas, comunicándose entre sí con modernos equipos de radio portátiles. En un edificio muy alto lo que encontraron fue una tabla y un tarro vacío, que en el fondo tenía un pequeño orificio por donde se había escurrido el agua, permitiendo que el paquete de volantes cayera, cuando sus gestores se encontraban ya muy distantes y perdidos para ser encontrados.
En la Universidad Técnica otro tanto había ocurrido durante una visita de Pinochet, que protegido por decenas de matones fue a dictar una "clase magistral".
Pinochet paseaba por los pasillos y aulas, tomando un aire académico, cuando desde una pasarela, sobre su misma cabeza cayeron una gran cantidad de volantes. El dictador supuso que eran de recibimiento, para luego con indisimulada ira comprobar que decían: "¡Fuera el tirano de la Universidad! ¡Libertad para los Universitarios presos!".
La multiplicidad de expresiones de la lucha contra la dictadura era enorme.
Durante mil novecientos setenta y cuatro en las paredes de Santiago, habían manchas rojas, que parecían sangre. En diversos sitios estaba esa mancha, impresionante y sobrecogedora. Ella reflejaba el dolor, el sufrimiento, el derramamiento de sangre que la dictadura desencadenaba. Los jóvenes con pequeñas botellas y ampolletas llenas de pintura roja, en el silencio nocturno recorrían las calles y las lanzaban contra los muros blanqueados.
Para el aniversario de la traición, el 11 de septiembre, las mujeres vestían luto y en romerías concurrían a los cementerios donde cubrían con flores las tumbas de sus hijos y esposos, de todos los luchadores por la libertad.
En las poblaciones, ríos y caminos, en los lugares donde la metralla asesina sembró de angustia y dolor a las familias chilenas, aparecían flores hermosas cubiertas de rocío y lágrimas del pueblo. Siempre había tiempo para el recuerdo y homenaje. Muchos fueron los que en muda congoja hicieron un compromiso de no parar la lucha hasta que los verdugos fueran castigados.
En postes de alumbrado público y lugares visibles aparecían crespones negros y en todos los sitios se guardaban minutos de silencio por los caídos.
Más tarde conocí cómo en los campos de concentración, bajo la propia vigilancia de los fascistas, se hacía igual. En el campo de concentración de Tres Alámos, en Santiago, un 11 de septiembre, a la hora de almuerzo, un compañero se paró y dijo:
"Hoy, 11 de septiembre, es un día de dolor para nuestra tierra. Nosotros prisioneros políticos, que hemos vivido directamente la represión y la tortura, hacemos un alto para recordar a nuestros héroes y compañeros desaparecidos. Guardemos un momento de silencio y recogimiento para expresar que están con nosotros y que los recordamos con admiración. Tenemos pleno convencimiento que en un futuro próximo sus rostros presidirán los actos y fiestas del pueblo."
En Puchuncaví - el campo de concentración ubicado en la provincia de Valparaíso-, durante la formación matinal, un compañero, ante el estupor de los guardias dio un paso al frente, señalando:
"Guardemos un minuto de silencio por todos los hijos del pueblo que han caído en un día como hoy, los recordamos con emoción y admiración."
Supe después que ese compañero había recibido como castigo un traslado a otro campo de concentración.
Más tarde esas iniciativas devinieron en la popularización de una R encerrada en un círculo, que significaba RESISTENCIA, y que aparecía en buses, edificios, escuelas y fábricas. Ya no era sólo la denuncia, sino que se había incorporado la lucha por resistir, porque resistir era oponerse, manifestar rechazo y sobre todo combatir.
Durante largos meses viví de allegado en diversas casas. Sólo sabía de mi familia por llamados telefónicos indirectos. Los problemas económicos aumentaban. Con poca plata, pero mucha imaginación y paciencia los fuimos superando.
Saltar de una casa en otra, adaptarse con familias de diversos caracteres, quebrar la intimidad familiar de muchos hogares y la añoranza de la familia propia, eran escollos complejos.
En estos períodos tuve tiempo para leer, estudiar y meditar. Descubrí que en varios aspectos me faltaba mayor rigor, debía profundizar en el conocimiento de mi ideología, superar cualquier manifestación de superficialidad.
Durante esas horas solitarias en casa o en las extensas caminatas, escarbé en mi vida, busqué enriquecer mi existencia interior, no con un afán individualista, sino que como exigencia del desarrollo personal, en relación con los deberes colectivos. En el conocimiento de variadas personas comprobé que existían innumerables valores en otras personas que no siempre los descubrimos y que, a veces, nos guiamos por su caparazón sin ver su fuerza vital, su valor auténtico.
En este peregrinar de casa en casa encontramos gente magnífica que ponía en primer lugar sus deberes patrióticos y revolucionarios, y aunque, como era natural, tenían preocupación por la seguridad de sus familias y en especial de sus hijos pequeños, igual se ex ponían. En innumerables lugares nos daban refugio y comida, e incluso, no pocas veces, dinero para la micro y de todas formas repetían la pregunta:
- “¿Cuando me van a dar una peguita, compañero?”-.
Cerca del fin de año, en uno de estos hogares los dueños de casa nos invitaron a otro compañero y a mí, que la frecuentábamos, a visitarlos “de civil”, vale decir sin función política. Así lo hicimos. Llegamos a la vivienda alrededor de las veinte horas. Al traspasar el umbral de ese hogar lo encontramos transformado. Estaba condicionado para una fiesta. Nos miramos con el otro compañero con extrañeza, pensando en la violación de alguna norma del trabajo conspirativo. El dueño de casa con su esposa e hijos estaban muy elegantes, nos hicieron tomar asiento e hicieron aparecer regalos para cada uno. Sin solemnidad nos dijeron:
- “Esta fiesta es para ustedes compañeros, para sus familias y nuestra causa”.
Nos sentamos a cenar y nos regalaron todo su calor, apoyo y camaradería infinita. Brindamos por la lucha y la libertad, por nuestras familias ausentes, que ellos deseaban suplir aunque fuese con limitación. Permanecimos sólo algunas deliciosas horas con esta familia, pero salimos con un entusiasmo y emoción que se extendió por semanas.
En los encuentros esporádicos con mi compañera revivimos los primeros tiempos, y a hurtadillas, escondidos y en los lugares más inverosímiles, hallamos refugio para el amor y la ternura. En ocasiones se incorporaba nuestro hijo que no podía evitar el llanto en las separaciones.
Por períodos creamos condiciones para vivir los tres y juntos enfrentamos las pellejerías cotidianas. Como el sueldo de profesor era insuficiente, en las noches hasta la una o dos de la madrugada, muchas veces alumbrados por débiles velas, aumentábamos el ingreso familiar corrigiendo pruebas de imprenta de libros. Uno leía el original y el otro seguía atentamente la prueba, rectificando cada error. Por nuestras manos pasaron las más variadas y extrañas publicaciones, desde libros de química hasta uno que se trataba de la presencia del demonio en la vida de los hombres. Este trabajo duro y agotador nos incorporó más al mundo de los libros, las letras y la imprenta, que desde pequeño me apasionaba, cuando con mis hermanos concurríamos a una pequeña imprenta que mi padre adquirió y que servía para publicar un periódico llamado "La Nueva Comuna" en San Miguel, que nosotros mismos voceábamos por las calles polvorientas de esa populosa comuna santiaguina.
Con mi compañera no éramos, por cierto, los únicos que debíamos rebuscar en qué ganarnos la vida.
Un compañero muy serio y reposado, melómano y quitado de bulla, abstemio a morirse, debió trocar sus libros de pedagogía y la pluma de escribir que manejaba con destreza y calidad, por la venta de vino en una botillería. Allí se especializó en los vinos cabernet, seco, y en los populares medios patos y litriaos.
Entre oficios múltiples un joven abogado se dedicó a la venta de productos agrícolas al detalle. Con una camioneta recorría las poblaciones gritando:-"Lechugas, tomates y zapallos, a diez el corte". A las cuatro de la mañana llegaba a la Vega Central a pelear precios bajos en los remates y de ahí partía a las calles. Creo que sus mejores alegatos, los tuvo aquí y no en la Corte. Conversar con él era hacerlo con un feriante típico que se comunica más con dichos y gestos que con palabras.
Con un contador me pasó una cosa cómica y curiosa.
Como su trabajo escaseaba, decidió ser chofer de micro y así lo encontré una tarde de lluvia copiosa en que debía conversar con un camarada. Como todos los pasajeros pagué el pasaje y empecé a avanzar por el pasillo. No me había percatado del chofer. Me corrí hacia atrás y alguien me llamó, me hice el distraído, pero la voz insistió. Mi sorpresa fue grande al ver que el chofer era amigo mío.
Dijo:-“ Eh, compadre, siéntese aquí”.
Me indicó el piso que va al lado del chofer y que está reservado para los amigos. Para no hacer bulla, silenciosamente accedí. Lo saludé como si nada y me quedé tranquilo.
-“Y, compañero, ¡cómo vamos?”- preguntó.
- “Bien, por supuesto” - repliqué.
- “Pero......”,- dijo, moviendo las cejas.
Me miró, se sonrió y exclamó:
-“. . . . ¿ Cuándo?”-.
- “Luego será...” - respondí.
Volvió a mirarme, ya un poco más serio y agregó:
-“En serio, pu' compañero, ¡cuándo cree?”-.
Empecé a impacientarme, si el hombre no se ubicaba corríamos el riesgo que los demás pasajeros se " dieran cuenta de que hablábamos de la caída de la dictadura, ni más ni menos. Decidí cambiar de tema y le pregunté por el trabajo, cómo estaba, si aumentaban o disminuían los pasajeros, que tal andaba el motor, el embriague, los frenos, las luces y demases automovilísticos. Pero no había caso, volvía a la carga, y en nada de voz baja:
- “Bueno, pero cae o no cae” - insistía.
A todo esto el micro marchaba con una lentitud exasperante, porque la conversación entretenía al chofer.
Le dije:
-"Oye, apúrate un poquito porque voy atrasado"-.
Volvió a mirarme y socarronamente se sonrío diciendo:
- “Listo no más, si hay que llegar puntual lo hacemos” -. Tomó el letrero que indicaba el recorrido, lo invirtió, como se hace cuando va en panne el vehículo.
Preguntó –“¿Adónde va, cumpa?”.
Le dije más o menos donde era. Apretó el acelerador y corrió con una velocidad increíble, no recogió pasajeros durante el recorrido y me dejó donde le indiqué, no sin antes golpearme cariñosamente la espalda y exclamar:
- “Tire pa' arriba no más cumpa, el Colo Colo siempre gana –“.
Llegué puntualmente a la cita y entré nervioso, y sonriente saludé al compañero que me esperaba, que no se imaginó nunca lo que sufrí en ese recorrido de micro para verlo.
Manuel Guerrero Ceballos, escrito en el exilio, probablemente en Budapest, 1980.
[Sigue leyendo este testimonio en La sesión macabra continúa]
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