Los acuerdos comerciales favorables con el bloque socialista garantizaban los beneficios de sus exportaciones agrícolas (principalmente azúcar); los ingresos obtenidos por este concepto se utilizaban para comprar agroquímicos, combustible para la maquinaria agrícola y alimentos para la población, todo a precios bajos. Hasta mediados de la década de 1980, las fluctuaciones de los precios internacionales no representaron mayores problemas para Cuba, pero después de 1990 su modelo agrícola se convirtió en una enorme debilidad. El colapso comercial hizo inoperantes a las grandes extensiones de monocultivo (aproximadamente el 80% eran fincas del Estado), las cuales presentaban dos problemas: 1) eran extremadamente vulnerables al ataque de plagas; 2) desperdiciaban muchos recursos (por la separación de la agricultura y la ganadería) .
Las importaciones de agroquímicos (fertilizantes, plaguicidas) se redujeron en un 80%, mientras que las de insumos de petróleo destinados a la agricultura se redujeron a la mitad. Lo más grave de esta situación fue la amenaza de sufrir una hambruna generalizada . Ante la crisis existente, el gobierno cubano se vio obligado a diseñar otro modelo agrícola.
Los grandes desafíos consistieron en sustituir los insumos y restablecer las tierras dañadas por el uso intensivo de maquinaria y agroquímicos. La sustitución de insumos significó reemplazar los productos químicos por biológicos o de elaboración local, enemigos naturales, variedades resistentes, rotación de cultivos, antagonistas microbianos, cultivos de cobertura y la integración de animales de pastoreo para restaurar la fertilidad del suelo; los fertilizantes químicos se sustituyeron con fertilizantes biológicos (productos microbiales) y orgánicos, lombrices, abonos verdes, roca fosfórica, zeolita, estiércoles y otros mejoradores del suelo. Los bueyes y otros animales de tracción reemplazaron a los tractores, inmovilizados por la falta de combustible, llantas y repuestos. Para restaurar la estructura y fertilidad del suelo se empleó la labranza de conservación, la nivelación del suelo, los cultivos de cobertura y la incorporación de biomasa y suelos preinoculados con microorganismos benéficos antes de la siembra.
El éxito de las nuevas medidas de producción orgánica en las granjas pequeñas y el fracaso de las grandes fincas llevó al gobierno (septiembre 1993) a reorganizar radicalmente la producción, creando unidades cooperativas privadas de pequeña escala: además de rescatar técnicas productivas tradicionales (no dependientes de insumos industriales y de petróleo), se favoreció la asociación e iniciativa de pequeños productores, tanto en las zonas rurales como en las urbanas . En efecto, esta revolución agrícola no sólo modificó las tierras otrora ocupadas por la industria cañera (símbolo de la revolución cubana) y los ranchos ganaderos, sino los jardines de las unidades habitacionales y los terrenos sin urbanizar de las ciudades y su periferia: sólo en La Habana al finalizar la década de 1990 había más de 25 mil huertas destinadas al autoconsumo .
Para Rosset y Martin Bourque, la experiencia cubana demuestra que se puede alimentar bien a la población de un país con granjas de pequeña o mediana escala basadas en tecnologías ecológicas apropiadas y que se puede ser más autosuficiente en la producción de alimentos, de hecho identifican en este modelo los elementos que permiten definir un paradigma agrícola alternativo:
- Tecnología agroecológica en vez de agroquímicos: Cuba ha utilizado la rotación de cultivos, la producción local de biopesticidas, composta y otras alternativas a los pesticidas y fertilizantes sintéticos.
- Libertad de precios para los agricultores: los agricultores cubanos aumentaron la producción en respuesta al mayor precio de las cosechas. En cualquier parte, cuando los precios se mantienen bajos de manera artificial, como ocurre a menudo, los agricultores carecen de incentivos para producir. Cuando tienen un incentivo, producen, sin importar las condiciones bajo las cuales debe realizarse la producción.
- Redistribución de la tierra: los pequeños agricultores y jardineros cubanos han sido los más productivos durante la escasez de insumos. Más aún, las propiedades más pequeñas en todo el mundo producen mucho más por unidad de superficie que las granjas grandes. La redistribución de la tierra en Cuba fue relativamente fácil porque la mayor parte de la reforma agraria ya había ocurrido, en el sentido de que no había latifundistas que se opusieran al cambio.
- Gran énfasis en la producción local: los cubanos no han dependido para obtener su próxima comida de los precios caprichosos de la economía mundial, del transporte desde lugares lejanos y de la poderosísima 'buena voluntad'. La producción de alimentos a nivel local y regional ofrece mucha seguridad, así como vínculos sinérgicos para promover el desarrollo económico local. Más aún, esta producción es más conveniente en términos ecológicos, ya que el gasto ener-gético del transporte internacional es destructivo y ambientalmente insostenible. Al promover la agricultura urbana, las ciudades y sus alrededores pueden llegar a ser virtualmente autosuficientes en alimentos perecederos, ser embellecidas y gozar de más oportunidades de empleo. Cuba nos da una pista del subexplotado potencial de la agricultura urbana .
Extraído del artículo: 'La dimensión sociopolítica del fin del petroleo' de Armando Páez
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