por Manuel Guerrero Antequera
Como si lo hubiera formulado un oráculo, la masiva salida de militantes activos de las filas del PRO -el partido creado en torno a la figura del ex candidato presidencial Marco Enríquez Ominami-, se veía inminente. Al no elegir parlamentarios la figuración espectacular de la que gozó en el período de campaña no hay mercadotecnia que lo aguante. Figuras como Farkas o Don Francisco lo pueden lograr con intermitencias en el tiempo, dada su publicidad ligada al dinero y el carismo. No es el caso de Marco.
Y lo anterior resulta bastante trágico, pues una política nueva como la diputada Marcela Sabat, puede aparecer más en los medios y convocar la atención, que quien consiguió cerca del 20% del electorado en las presidenciales, compitiendo con coaliciones poderosísimas. Si se apostó a que Marco lograría llamar la atención más allá de las elecciones dado su buen manejo de los medios, no hay quien pueda competir en ese plano con Sebastián Piñera, figura a quien no le basta ejercer el cargo máximo del Ejecutivo, sino que goza del efecto polilla más alto que hemos visto en décadas: estar siempre al acecho de los focos y las cámaras.
¿Pero el lento deshacerse de Marco en una promesa que no fue -al menos por ahora, y cuán largo sea este ahora marcará su destino-, reside solo en la falta de espacio en el eter de los medios? Verlo de este modo es darle demasiado crédito precisamente a la fórmula a la cual apostó y que lo llevó, al mismo tiempo, a un éxito relativo en las elecciones -sumó muchos votos pero no pasó a segunda vuelta- y a un fracaso a la hora de volverse una figura que incida en la agenda política del Chile actual. No todo reside en no contar con set televisivos en tiempo real para ofrecer una imagen de juventud, aire fresco y podio para denunciar el secuestro de la política por parte de las máquinas partidistas de las cuales también se forma parte.
Existe una dimensión de lo político que ha sido enfáticamente deshechada por todos los sectores, con excepción de la UDI Popular y, en menor grado, por la llamada izquierda extraparlamentaria: el trabajo de masas, el desvivirse en la calle, el arraigo en los territorios. Así como para los periodistas nóveles el primer paso es reportear lo que ocurre en la esquina, la plaza, los pasillos de tribunales o en las noches de accidentes y crímenes pasionales, una oferta política no puede ser seria en la medida que no cuente con una dimensión sociocultural de cara a las personas de carne y hueso. La vida auténtica no ocurre en las grandes esferas ni en los estudios de los matinales, sino en el simple paradero del Transantiago de la micro que no llega, no pasa y pasó sin recoger a los pasajeros ante las miradas atónitas, tristes o indignadas de éstos.
Y en esto, en la lejanía del sistema político con la vida efectiva, Marco no está solo. Sus adversarios políticos -con los casos de excepción antes citados- pecan del mismo mal, pero lo administran mejor, porque están incrustados, como oferta política, en los vericuetos del poder. La novedad de un movimiento puede deber, sin duda, mucho a la imagen que proyecte un lider carismático, pero ello no es suficiente para emerger como amenaza o promesa real de disputa del ejercicio del poder político. Lo que se expresa en votos debe ir en forma correlativa con el arraigo social, con el vínculo directo no con firmas que se recojan en compañía de una también carismática promesa de primera dama que no fue, sino con trabajo concreto de articulación con una ciudadanía que no pre existe a la acción política, sino que tiene que ser creada al tiempo que se realiza el trabajo político sociocultural en cada territorio de Chile. En ese plano no existe el "marquismo". Así como tampoco hay Concertación ni mucha izquierda extraparlamentaria. Sí hay opus y legionarios de cristo, e iglesias evangélicas y, por cierto, mucho narco en las esquinas y harta seguridad "ciudadana".
Marco, finalmente -al menos en lo que corre de esta historia-, de jugar el papel protagonista en las elecciones ha pasado a desempeñar el rol del "mediador evanescente" que describía con tanto gusto Hegel y de modo más reciente Zizek: la historia trágica de quien, en las grandes encrucijadas históricas, emerge como la promesa de una gran innovación respecto de dos polos que aparentemente se contradicen -en el caso de las elecciones la Alianza versus la Concertación-, pero que resulta evanescente, porque en ese intento no logra mantenerse por mucho tiempo, sino que desaparece para ser sustituido por algo que estaba en lo que hizo pero no en sus intenciones.
En nuestro caso criollo, Marco logró volver verosímil la superación de la Concertación como un proyecto que declaró difunto, pero quien encarnó la novedad que lo vino a sustituir no ha sido él sino el otro polo adversario que no logró superar: Sebastián Piñera, como la encarnación de la promesa de una nueva forma de gobernar, más eficiente, directa, sin partidos políticos mediando, con rostros cercanos y mediáticos á la Golborne. Marco hizo el trabajo épico de cerrar un ciclo que duró 20 años, y en tal intento -por falta de arraigo social real- se inmoló y como efecto no esperado puso la corona a Sebastián Piñera, quien por sí mismo no había sido capaz de derribar a la Concertación.
1 comentario:
Fué el,cura de Catapilco de los 2010 y punto
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